Las historias cargadas de épica que la Segunda Guerra Mundial generó en la industria automotriz son infinitas, inagotables. También, fantásticas. Dotadas de un inusual nivel de coraje, ingenio y hazaña, aún hoy generan admiración. Y tienen relación directa, además, con los años fundacionales de las marcas más determinantes de la industria, aquellos pioneros en hacer germinar el deseo por los bólidos de cuatro ruedas.
Habían pasado sólo un par de años luego de que primer deportivo de Porsche consiguiera su permiso inicial de circulación, el 8 de junio de 1948, y el sombro por aquel modelo, el 356, ya había invadido Europa. Sin dudas, el deseo nació al ritmo de la marca. Y no sucumbió ante los límites que por entonces empezaban a imponerse por diferencias económicas e ideológicas entre la Europa oriental y la occidental.
Los sueños de los mellizos Knut y Flak Reimann fueron creciendo en la ciudad de Dresde, del lado oriental de la Alemania dividida luego de finalizar la Segunda Guerra, en 1945. Sus estudios en ingeniería del automóvil chocaron con el endurecimiento de las fronteras, en 1949, cuando se creó la República Democrática Alemana. Y su ilusión de poder fabricar deportivos, a partir de su admiración por el 356 de Porsche que ya era una pieza codiciada en el Viejo Continente, quedaba atrapada y fuera de contexto para el sistema político que impartía el regimen comunista. Pero si hay algo que caracteriza a aquellas historias de época, se dijo, es el ingenio, el coraje y la audacia.
La pasión de los hermanos Reimann fue más fuerte. En 1953 localizaron milagrosamente al sur de Berlín el chasis de un Kübelwagen Type 82, un vehículo alemán creado para uso militar. Aquel modelo usaba la plataforma del Volkswagen Escarabajo, también diseñado por Ferdinand Porsche, el creador que le había puesto el apellido al deportivo que los desvelaba. El motor con el que contaron a partir del hallazgo fue un cuatro cilindros bóxer de 1.131 cm3 con escasos 24,5 CV.
El obstáculo más importante que debieron superar fue trasladar a la chapa el formato que tanto deseaban. Por supuesto, lo que pretendían era una silueta deportiva como la del 356, lo más sensual que entregaba el diseño por aquel entonces. Los Reimann no tuvieron más opción que desempolvar sus ahorros e ir tras Arno Lindner, un artesano que junto a sus hijos y varios empleados se dedicaba a hacer carrocerías de acero y madera sobre chasis de autos viejos. Acordaron pagarle unos 3.500 otsmark (unos 360 euros de hoy) para que les moldeara la chapa, y además se comprometieron da darle una mano para la construcción del auto.
El “Porsche del este” empezó a tomar forma a partir de varios capó de camiones Ford abandonados tras la guerra, la materia prima con la que contaron para su proceso de chapería. Así, Lindner fue moldeando la figura de un 356 sobre un armazón de madera y tubos, pero con mayores dimensiones: la plataforma del Kübelwagen hallado medía 30 cm más de larga que el Porsche. El deportivo estuvo listo en 1954, y allí volvió a aflorar el coraje de los hermanos: decidieron, nada menos, que desafiar las fronteras, celosas y ríspidas, para empezar a viajar por Europa.
Si bien aún no existía el Muro de Berlín (se levantó en 1961), Knut y Flak debieron valerse de algunos artilugios para la travesía. Para hacer más ágil y accesible el trámite en las fronteras, usaron una patente que identificaba al vehículo como de Alemania occidental. Y ambos usaron el único carnet de conducir del que disponían, pero su enorme parecido les permitió turnarse al volante sin pasar sobresaltos.
En el recorrido por Austria, Suiza, Italia y Francia por supuesto intercalaron una parada obligada en la fábrica de Porsche en Stuttgart. Allí pidieron ver a Ferry Porsche, el hijo de Ferdinand (fallecido en 1951), para mostrarle su creación, pero con tanta mala suerte que el titular de su marca inspiradora había viajado a ver las 24 Horas de Le Mans. No les quedó otra que dejarle una carta luego de recorrer la fábrica. En Dresde, mientras tanto, Lindner echaba manos a una segunda réplica oriental del 356, para entonces bautizado como Porscheli, una combinación de los apellidos Porsche y Lindner.
Ya de vuelta en Dresde, en julio de 1956, los hermanos recibieron una carta con el membrete de Porsche donde la secretaria de Ferry Porsche les confirmaba la empresa les donaba un conjunto de pistones y cilindros usados para que su prototipo pudiera tener mejor rendimiento. Increíblemente, el deportivo construido con viejos capó de Ford, tubos abandonados, y moldeado artesanalmente, iba a tener alma de Porsche. Los hermanos debieron correr con los costos del envío y, además, ingresar las piezas de manera ilegal luego de que llegaran a un concesionario Volkswagen de Berlín occidental. La importación por entonces entre ambas zonas de Alemania ya estaba prohibida.
Lindner pudo seguir construyendo el Porscheli hasta 1959, ya con autorización del gobierno. En total se fabricaron 13 ejemplares, que sirvieron como tesoro para algunos adinerados del lado oriental, como el fabricante de zapatos Miersch, que encargó tres ejemplares. Era la chance de tener lo más parecido a un Porsche, sin objeción del regimen, en el este alemán.
Luego de 1961, el Muro de Berlín y las restricciones para traspasarlo empezaron a condicionar a los hermanos en el mantenimiento de los autos ya fabricados y vendidos. Decidieron, como tantas otras veces, correr los límites, pero esta vez no tuvieron tanta suerte. O sí. En uno de sus intentos por escapar de la hostil Alemania oriental fueron detenidos, pero no ejecutados: una fortuita excepción a las órdenes impartidas por el Estado para aquellos que querían traspasar la frontera.
Estuvieron tres años en una prisión de Berlín. Cuando cumplieron su condena, Knut se quedó en Alemania hasta su muerte en 2013, y Falk logró instalarse en Hungría. Pero el Porscheli inicial había sido confiscado y, se cree, había sido comprado otro fabricante de Dresde que lo mandó a desguazar para vender en piezas.
De los otros 12 ejemplares, actualmente sobreviven tres: uno es el que había encargado el zapatero Miersch, el segundo, uno de color blanco; y un tercer vehículo, el que usaba Arno Lindner como demostración. A esta última unidad la compró en 2011 un abogado austríaco llamado Alexander Diego Fritz, quien la hizo restaurar bajo la estricta supervisión de Falk Reimann. Cuando sólo restaban unos detalles para terminar la restauración, en 2016, Falk falleció en Hungría. Con su historia estrechamente ligada a la de la marca de Stuttgart, el Porscheli se convirtió en reliquia del mundo automotor. Y en leyenda. Tal vez más de lo que soñaron los propios hermanos en aquel viejo taller de Dresde.
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