El novelista Dan Brown acometió contra una creencia establecida durante siglos de cristianismo cuando, en su libro El Código Da Vinci, propuso la teoría de que el Santo Grial no era la copa en la que había bebido Jesucristo en la Última Cena, sino que era más bien un símbolo que representaba la importancia de la mujer en los orígenes del catolicismo. Una ficción tan disruptiva como controversial, por lo sensible del tópico. En donde no hay margen para la polémica es que en el mundo automotor está definido y consagrado el Santo Grial en un modelo icónico, y también se habla de ella: la Ferrari 250 GTO, el auto más codiciado del planeta.
La 250 GTO tiene los tres precios más altos que se pagaron tanto en subastas como en transacciones privadas. Por una de color gris plata con franjas amarillas se abonó la friolera de 80 millones de dólares en una operación entre dos coleccionistas. Por otra azul, la cifra llegó a 60 millones. Mientras que por una con el tradicional roja, reformada por el afamado carrocero Scaglietti, se pagaron 44 millones de dólares en un remate realizado por Sotheby’s.
Se trata de la variante de competición de la familia 250 de la marca, que se produjo entre 1953 y 1962. La sigla GTO deriva del italiano Gran Turismo Omologata, una forma que encontró Ferrari para darle un toque distinguido aún a autos que son exclusivos dentro e la exclusividad que significa conducir un Cavallino Rampante. Sólo se fabricaron 36 unidades entre 1962 y 1964 y fueron protagonistas de numerosas carreras en la década del 60.
Berlinetta de dos plazas, motor delantero, tracción trasera, motor V12 de 3 litros capaz de erogar 300 caballos en la mayoría de los construidos, y una variante más potente, con 4 litros de cilindrada y 330 caballos. Es un pura sangre que alcanzaba los 280 kilómetros por hora de velocidad máxima. Y el interior es rácano, con la relojería justa y necesaria para el control de performance, temperatura y fluidos, como lo demanda un vehículo de carreras.
¿Por qué el encanto? Primero, por el origen. Nacieron para competir en la categoría GT, que en aquellos años incluía las carreras de lo que actualmente se conoce como Endurance. Era entonces y sigue siendo hoy el espectáculo automovilístico más importante a nivel mundial en pista después de la Fórmula Uno, con competencias de larga duración, como las 24 Horas de Le Mans. O la Targa Florio, de las más emblemáticas porque es una combinación de rally y resistencia, y ganarla significaba colgarse una medalla de enorme prestigio.
Y desde lo estético lleva la firma de Pininfarina, uno de los aliados más importantes que tuvo Ferrari a lo largo de su historia, que en este caso le dio al auto una impronta icónica de los 60, con un frente poderoso para llevar el V12 y líneas armónicamente definidas. De perfil es cercana a la perfección. Una pieza de tentación para todo amante de los deportivos vintage, y más aún considerando que lleva el sello del Cavallino Rampante.
La roja de los 44 millones de dólares
Monterey, en California, es uno de los lugares donde anualmente se concentran los fanáticos de los autos clásicos de Estados Unidos y de otros países. Agosto, en el final del verano boreal, es el mes elegido para las reuniones, que incluyen remates con expectativas de ventas récord.
Fue el caso de 2018, cuando se llegó al techo por la venta de un auto en una subasta: una Ferrari 250 GTO Scaglietti de 1962, roja, bella, soberbia. Y con una historia detrás que se convierte en el gran atractivo. De las 36 250 GTO producidas, cuatro fueron seleccionadas para que fueran modificadas por el legendario carrocero Scaglietti. Es una de ellas, concretamente el chasis 3413, la que fue vendida el 25 de agosto de 2018 en 44 millones de dólares.
Pero, ¿por qué el precio de esta Scaglietti? Es la única de esas cuatro que salieron al mercado. En su época, formó parte de las escuderías Ferrari que se condujeron en el Campeonato GT italiano de 1962 por el mítico piloto Edoardo Lualdi-Gabardi, en el primero de los tres títulos consecutivos en la categoría conseguidos por este modelo hasta 1964.
Sólo hasta 1965 siguió vigente en competiciones oficiales, pero ya en manos del británico Dan Margulies. Y después pasó al circuito de las carreras vintage. La GTO tuvo siete propietarios. El penúltimo, quien terminó poniéndola en venta en Monterey, fue el coleccionista estadounidense Gregory Whitten, quien desde 2000 la mantuvo en un excelente estado de conservación. Y por ello se quedó con una cifra récord de 44 millones de dólares cuando la remataron en California.
La azul de los 60 millones de dólares
El chasis 3387 es otro que acumuló triunfos en sus años de carreras. Abandonó Maranello el 16 de marzo de 1962, y acto seguido, fue enviada a Monza para sus primeras pruebas en circuito. Luego fue transportada en avión a Estados Unidos, donde fue entregada al North American Racing Team (sus siglas N.A.R.T. son un mito entre los coleccionistas de la marca) de Luigi Chinetti, primer importador oficial de Ferrari en aquel país. A seis días producida ganó su clase en las 12 Horas de Sebring, con el local Phil Hill al volante.
Compitió hasta 1965. Fue tercera en su clase de las 24 Horas de Le Mans de 1962, conducida por Bob Grossman, y sumó otros halagos hasta su retiro. Aunque en 1968 cambió de manos por sólo 2.500 dólares, terminó en las manos de Stephen Griswold, que en 1975 la restauró por completo, la pintó de rojo y la vendió por 125.000 dólares. En 1997 fue comprada por Bernie Carl, que lo volvió a repintar en su color original.
El auto volvió a ser noticia en 2016, cuando sale nuevamente a la venta por parte de Talacrest, el más prestigioso especialista en Ferrari del Reino Unido. La unidad fue completamente restaurada por el equipo de John Collins, y por ello se esperaba una cifra impactante. Y vaya si lo fue: 60 millones de dólares para hacerse de este precioso ejemplar.
La gris plata de los 80 millones de dólares
La que tiene el número más impactante es el chasis 4153 GT. Fue la que en junio de 2018, el coleccionista y piloto alemán Christian Glaesel le vendió al empresario autopartista norteamericano David MacNeil. El monto de la operación: 80 millones de dólares.
En sus dos primeros años de vida, perteneció a los famosos equipos belgas Ecurie Francorchamps y Equipe National Belge, y por ello tiene las rayas amarillas en su carrocería plateada. Esta 250 GTO terminó cuarta en las 24 Horas de Le Mans de 1963, conducida por Pierre Dumay y Léon Dernier. Asimismo, ganó el Tour de Francia de 1964, una prestigiosa carrera de diez días, en las manos de Lucien Bianchi y Georges Berger. Durante la temporada 1964-1965, compitió en 14 pruebas, incluyendo el Gran Premio de Angola.
Entre 1966 y 1969 continuó su carrera en España junto con su propietario, el piloto Eugenio Baturone. A finales de los 80 fue adquirida por el francés Henri Chambon, quien la condujo en una serie de eventos históricos, antes de vendérsela al suizo Nicolaus Springer, en 1997.
Springer también compitió con lal Ferrari 250 GTO, por ejemplo, con dos participaciones en el Goodwood Revival, un festival de autos deportivos de Inglaterra. Se la vendió en 2000 al alemán Herr Grohe, por alrededor de 6 millones de dólares. Tres años más tarde, la adquirió otro germano, Christian Glaesel.
A continuación, fue restaurada por DK Engineering, una empresa británica especialista en Ferrari, y logró la certificación Ferrari Classiche en 2012. Sobre el vehículo, James Cottingham, de la compañía inglesa, aseguró que el auto “nunca tuvo un gran accidente". Eso, más el bagaje histórico, la convirtieron en la más cara, en el súmmum del Santo Grial.
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