La aventura del hombre por conseguir la movilidad más rápida posible sobre la tierra viene desde los inicios mismos de la industria automotriz. Y prontamente tuvo capítulos heroicos con desarrollos y récords aún hoy difíciles de creer. Pero sí, el talento mecánico del planeta empezaba a dar muestras de su poder hace ya varias décadas.
En la segunda mitad de la década del 30, Mercedes y Auto Union (luego Audi) competían con potentísimos vehículos en una autopista de Alemania, entre Frankfurt y Darmstadt, por superar nada menos que los 400 km/h. Uno de los grandes pilotos de aquella época, Rudolf Caracciola, logró alcanzar a bordo de un Mercedes W125 con 736 CV de potencia y una carrocería completamente carenada los 432,69 km/h de velocidad máxima. Bernd Rosemeyer, otro piloto alemán que venía de ser campeón europeo en 1936, no tuvo la misma suerte sobre su Auto Union: el vehículo perdió el control y se salió de la autopista a más de 400 km/h. Murió en el acto.
Cualquier desafío que pusiera a aquella Alemania nazi en una condición suprema no pasaba inadvertido para el gobierno de Adolf Hitler. El estado alemán, además, le otorgaba gran ponderación a los logros técnicos y deportivos. Fue otro piloto, Hans Stück, amigo de Hitler, quien intervino en aquel momento para convencer rápidamente al Führer que Alemania debía hacerse del récord máximo que un vehículo podía alcanzar sobre la tierra. Nada intimidado por la muerte de Rosemeyer, Hitler accedió rápidamente a disponer de la financiación para el proyecto.
La idea de arrebatarle la marca máximo del planeta al Railton Special de John Cobb, de 595 km/h, por entonces disputado entre el Reino Unido y Estados Unidos, movilizó una suma extravagante de 600.000 marcos que se inyectaron directamente en las cuentas de Daimler. La sugerencia de Stück era que la marca de la estrella debía encargarse de construir el vehículo, además de aportar uno de sus motores. El convocado para diseñar la bestia alemana fue nada menos que Ferdinand Porsche, quien había sido jefe de ingeniería de Mercedes hasta 1928. Así, el 11 de marzo de 1937 se firmó un contrato que unía a Daimler-Benz AG y a Porsche en todas las áreas de diseño de motores y vehículos.
La superioridad tecnológica que Alemania se empecinaba por demostrar empezaba entonces a tomar forma a partir de un chasis tubular preparado para tres ejes, uno delantero y dos traseros, y seis ruedas. Los planos presentados por Porsche contemplaban además la incorporación de un motor de avión de 12 cilindros en V, de ubicación central, pero con disposición inversa. El T 80, como ya se denominaba al modelo, estaba predestinado a superar los 2.200 caballos de fuerza, y no descartaban llegar a los 2.500.
Finalmente, el motor que se terminó instalando fue el DB-603 del Messerschmitt Bf-109, un caza de combate. El propulsor era un V12 de 44,5 litros de cilindrada, sobrealimentado por un enorme compresor, que aunque originalmente entregaba 1.750 CV, lograron llevarlo a los 3.000 CV a 3.200 rpm. Sólo el motor pesaba una tonelada.
El enorme Mercedes T80 fue carrozado como si de un avión se tratase, con técnicas similares y una trabajada aerodinámica. Se realizaron varias maquetas en el túnel de viento de Zeppelin, la empresa de los dirigibles, y a partir de los ensayos se decidió dotarlo de dos enormes alas en los laterales. La empresa de neumáticos Continental fue la responsable del rodado, que también debía ser especial: las primeras que probaron un banco de pruebas a 500 km/h terminaron con los hilos de alambre deformados.
Así empezaba a vislumbrarse el “Pájaro negro”. La idea de Hitler era televisar el récord del T 80 para todo el mundo en la Rekordwoche (la Semana del Récord) en 1940. Ya se había decidido pintarlo de negro y complementarlo tanto con el águila como la esvástica, símbolos por excelencia del régimen nazi. El escenario también estaba definido: un tramo de 10 kilómetros de la Autobahn de Dessau (actualmente la A9), de 25 metros de ancho. El objetivo de velocidad era tan ambicioso como factible para aquella mole de 8,24 metros de largo y 2.896 kilos: 750 kilómetros por hora.
El inicio de la Segunda Guerra Mundial, en septiembre de 1939, le puso freno al proyecto y al sueño de velocidad alemán. El último informe del “Pájaro negro” data de junio de 1940, cuando el T 80 fue almacenado. El motor fue devuelto al Ministerio de Aviación y se cree que lo instalaron nuevamente en un caza de combate. El resto del auto logró conservarse y permanece en manos de la firma Daimler, de hecho, está expuesto en el Mercedes Museum de Stuttgart.
El Mercedes T 80, que tal vez por el involucramiento personal de Hitler en el proyecto nunca fue demasiado expuesto por la marca, se exhibió por primera vez se fuera del museo en 2018, cuando los asistentes al festival de la velocidad de Goodwood, en Inglaterra, pudieron verlo en vivo.
El Railton Mobil Special, el auto que Alemania quiso batir en 1939, volvió a marcar un nuevo récord en 1947, con 2.500 CV llegó a una velocidad máxima de 647 km/h. La criatura de Mercedes y Porsche andaba, ocho años antes, por los 3.000 caballos. La historia le arrebató el récord.
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