La del 60 también fue la década de la juventud para el mercado automotor en los Estados Unidos. Con John Fitzgerald Kennedy en la presidencia y una economía floreciente y fértil, cualquier proyecto o empresa parecían destinados al éxito. Por entonces Ford aún saboreaba el suceso de su modelo Falcon y proyectaba un impacto importante con un nuevo vehículo que iba a fabricar en Alemania: el Cardinal, que debía salir al mercado en el otoño de 1962.
“Era mi primer viaje a Europa, y este detalle era de por sí un gran aliciente. Pero cuando al fin pude ver el prototipo del Cardinal, el alma se me cayó a los pies”. Quien describe aquella experiencia es nada menos que Lee Iacocca, el padre del Mustang, cuyo desembarco como vicepresidente en la firma de Detroit fue coincidente con aquel proyecto enfocado en Alemania que, por obvia recomendación del propio Iacocca a Henry Ford II (nieto del fundador de la marca), nunca llegó a cristalizarse. “Por su fuese poco, el diseño era francamente feo. El Cardinal parecía haber sido diseñado por un comité”, reconoció años más tarde Iacocca.
Comité Fairlane fue como Iacocca bautizó al equipo que bajo su dirección empezó a diseñar entonces la estrategia de un nuevo modelo que reemplazara al proyecto del Cardinal. Aquel conjunto de jóvenes talentos se encontró con un escenario desafiante, además de poco tiempo para el deadline prestablecido: el vehículo debía estar listo para abril de 1964, para su debut en la Feria de Nueva York.
Según cuenta Iacocca, a Ford llegaban pedidos para que sacaran un Thunderbird de dos plazas, lo que era al menos sorprendente porque el modelo ya estaba discontinuado. Por otra parte, General Motors vendía miles de Corvair Monza, un modelo económico que se había potenciado con algunos accesorios deportivos. Ford no tenía nada para ofrecer en ese rango, aunque hacia allí iba el mercado: durante la década del 60, la tasa de jóvenes entre 20 y 24 crecería al menos un 50%, estimaban en la compañía. Por su fuera poco, los pequeños europeos también estaban en ascenso en el mercado norteamericano.
El primer encargo de Iacocca a Gene Bordinat, el responsable de diseño de la marca, fue que creara un deportivo barato en el que la apariencia fuera más importante que la tecnología. El primer prototipo, un descapotable biplaza, estuvo listo en 1962, pero a Iacocca le pareció demasiado futurista y lo rechazó. Optó entonces por la maqueta de un joven diseñador, Joe Oros, que fue quien ya había conseguido dar con las líneas prácticamente definitivas del vehículo. Como aquel diseño tenía rasgos felinos, en el equipo empezaron a llamarlo Cougar (puma).
“Es un poco estrecho en la parte de atrás. Hay que agrandarlo dos o tres centímetros para estirar mejor las piernas”. Una vez superada aquella corrección del mismo Henry Ford II –para nada menor a la hora de llevarla a cabo en la arquitectura de un vehículo- el por entonces denominado Cougar entró en la etapa de búsqueda del nombre adecuado.
“Henry quería bautizarlo T-Bird II, pero la denominación no satisfizo a nadie”, recordó Iacocca. Además de Cougar, los otros nombres que se evaluaban por entonces era Montecarlo, Mónaco y Torino: no eran caprichosas aquellas denominaciones, sino que respondían a la intención de darle cierto aire extranjero al modelo para captar una clientela creciente de los europeos. El chequeo correspondiente en la Asociación de Fabricantes de Automóviles arrojó un resultado definitorio: tanto Montecarlo como Mónaco ya habían sido registrados. Torino, entonces, fue el nombre elegido y hasta se decidió que el puma estilizado fuera el emblema.
El proyecto entraba en su etapa final y hasta empezaba a definirse la campaña de publicidad del Torino. Pero el destino lo quiso de otra manera.
“Tienes que buscarle otro nombre al coche”, contó luego Iacocca que le pidieron del departamento de Relaciones Públicas de la compañía. Henry Ford III estaba realizando los trámites para divorciarse y ya había conocido a Cristina Vettore Austin, perteneciente a la alta sociedad italiana. “Algunos de los secuaces más serviles de Henry estimaban que dar un nombre italiano al modelo supondría una publicidad desfavorable y daría lugar a chismes”, contó años más tarde Iacocca en su libro autobiográfico.
Walter Thompson, la agencia de publicidad de Ford, había propuesto -y definido- años antes los nombres de dos modelos exitosos, el Falcon y el Thunderbird. Ante aquel imprevisto, y por pedido de Iacocca, debió recurrir a la Biblioteca Pública de Detroit para relevar los nombres de los animales. Los finalistas fueron seis: Bronco, Puma, Cheetah, Colt, Mustang y Cougar.
Mustang también había sigo el nombre que tuvo uno de los primeros prototipos y gozó de la aceptación de la cúpula de la compañía y de la agencia de publicidad. Pero contrariamente a lo que se cree, no hacía referencia al caballo salvaje, sino al icónico caza de la Segunda Guerra Mundial, un diseño británico que fue fabricado en los Estados Unidos.
Con un precio de lanzamiento de 2.368 dólares, el éxito inmediato del Mustang sorprendió incluso a los responsables de Ford. Vendió en su primer día en los concesionarios nada menos que 20.000 unidades, un año después llegó a las 420.000 unidades y en 1966 ya había un millón de Mustang en las calles. Al Torino le esperaba una historia de éxito distinta por otras latitudes.
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