Chernobyl y Fukushima son dos nombres propios en la historia de la humanidad. Los separan 25 años, ocho mil kilómetros y algunas diferencias de forma. Los une un legado, una lección no aprendida. Los empata la imagen del después, lo que quedó. Porque lo que ayer fueron plantas nucleares hoy son escenarios que languidecen. Absorbidos por el olvido y la desolación, el paisaje tiene un signo de identidad común: los vehículos abandonados.
Donde antes había prósperas industrias energéticas, ahora es un cementerio de autos y cosas. Rassokha es eso: un inmenso depósito de chatarra contaminada, víctima de la radiación invisible y letal, una zona de desguace improvisada a la espera de que el tiempo decidiera su desenlace. Rassokha queda dentro de la zona de exclusión de la central nuclear Vladímir Ilich Lenin, epicentro de la catástrofe. Es un área de casi treinta kilómetros cuadrados que incluye la ciudad fantasma de Pripya.
Allí se distribuyeron 1.350 de unidades. Blindados anfibios BDRM de reconocimiento y patrullaje, autos particulares, ambulancias, helicópteros, tanques, grúas, camiones varios, todos vehículos radiactivos estacionados sin lógica ni patrones. Muchos de ellos participaron de operaciones de rescate y evacuación, trabajos de reconstrucción y monitoreo del avance de la radiactividad y las explosiones. Fueron enterrados, a su vez, los camiones de bomberos que realizaron tareas de salvataje las noches posteriores al fatídico 26 de abril de 1986.
Los vehículos quedaron a la intemperie del tiempo. Durante tres décadas, las unidades acumulaban óxido sin sacrificar radioactividad. Su reutilización no es aconsejable bajo ningún prospecto. Las piezas mecánicas o de chatarrería representan un grave riesgo para la salud. Pero cuando los años reconstruyeron la identidad del lugar, ya libre de vigilancia y de humanidad, vecinos de la zona aprovecharon para saquear piezas útiles de los vehículos contaminados. Se llevaron cables, metales, motores. Comercializaron sus repuestos en el mercado negro. Fuerzas de seguridad ucranianas detuvieron en 2009 un camión con 25 toneladas de chatarra extraída del corazón de Chernobyl. De las imágenes satelitales de Google Maps se desprende cuánto ha cambiado la zona en los últimos años: queda registrada la desaparición total de los autos del cementerio.
En ese aspecto, Fukushima es diferente. Los autos siguen inalterables en el mismo lugar donde estaban el 11 de marzo de 2011 cuando un terremoto desencadenó un tsunami que arrasó con la central nuclear Fukushima Daiichi. Keow Wee Loong, fotógrafo malayo, sentenció: "Es como una ciudad fantasma sin tocar". Arkadiusz Podniesinski, fotógrafo polaco, resumió: "En Fukushima, el desastre permanece guardado en la memoria de los residentes, la orden de evacuación aún vigente y la falta total de turistas. Todo está en el mismo lugar". Encontró, además de autos, juguetes, dispositivos electrónicos, instrumentos musicales e incluso dinero que allí yacen eternizados. "Solo una tragedia en esta escala puede producir escenas tan deprimentes", explicó.
Podniesinski documentó el estado vegetativo de un perímetro de veinte kilómetros, la zona de exclusión que crearon las autoridades japonesas con la evacuación de más de 160 mil residentes. Retrató un paisaje postapocalíptico que permite distinguir la cultura automovilística japonesa: modelos de Nissan, Mitsubishi, Suzuki, Toyota, Mazda (fabricación local) permanecen intactos aunque asaltados por la vegetación en un cementerio de autos prohibidos. Toda creación humana se entregó al paso del tiempo. Registra cómo la naturaleza reclama lo que es suyo e invade sin escrúpulos todo recuerdo de humanidad.
La mayoría de los residentes no pudieron regresar a sus hogares por causa del elevado grado de contaminación radioactiva. El gobierno montó una guardia que fiscaliza cada ingreso a la zona de exclusión, lo que obliga a mantener en pausa la ciudad. Los vehículos, a diferencia de la desidia de Chernobyl, siguen teniendo dueños. Sin su autorización los autos no pueden ser removidos ni siquiera intervenidos. Todo está en su debido lugar, a merced de las fotos y el pasto.
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