La historia comienza antes de que el futurismo fuera sinónimo de vanguardia. Audi, BMW y Mercedes-Benz eran objetos de deseo en las poblaciones europeas de la década del ochenta. Las marcas alemanas dominaban la escena automotriz. Renault asumió el desafío de rivalizar con grandes eminencias de la época: el Mercedes Clase E o el BMW Serie 5. Debía ofrecer un modelo exigente, optimizar prestigio, reposicionar su estrategia de mercado, mejorar calidad y servicio. El proyecto 129 fue una maniobra arriesgada: concibió el Renault 25, un auto con historia y nombre propio.
Casi como una ecuación matemática, debió reemplazar a los modelos 20 y 30, ya veteranos de una gama que demandaba rejuvenecimiento. Renault invirtió recursos, esfuerzos, medios técnicos y humanos para desarrollar un automóvil de época. Su producción comenzó en 1983: el 25 fue el más grande, más caro y más prestigioso de la década. Invadió las gamas premium con 1,6 millones de unidades matriculadas en Europa, el equivalente a un 16% del mercado, cuando las previsiones de la firma francesa no superaban el diez por ciento.
Su interior no comulgaba con su compromiso tecnológico. El habitáculo de dos cuerpos presentaba delicados acabados interiores que contrastaba con una instrumentación analógica voraz. El tablero de mandos fue obra de uno de los diseñadores más prolíficos de la historia, el italiano Marcello Gandini, referente de la estética Lamborghini. Su dibujo fue controversial y rupturista. En procura por prevalecer en un segmento competitivo, Renault creó un automóvil moderno, futurista, cargado de guiños electrónicos: los innumerables botones sugerían la misma cantidad de equipamiento.
La oferta de la instrumentación reglamentó estándares en los modelos franceses. Las agujas del velocímetro y las agujas de las revoluciones por minuto estaban secundadas por un tablero de comandos variopinto: una serie de displays indicaban nivel de combustible y temperatura exterior. Se instalaron, del lado del conductor, dispositivos eléctricos para manipular la altura de los vidrios, controles del equipo de sonido en la columna de dirección, una computadora a bordo que suministraba todo tipo de información relevante: autonomía de combustible, kilómetros recorridos desde la última carga, el consumo, el curso de viaje, entre otros.
Pero lo más innovador del contenido tecnológico del Renault 25 fueron sus alertas de voz. Fue el primer auto que habló con los ocupantes del vehículo. Indicaba la presión de aceite, la temperatura del motor, puertas mal cerradas, luces encendidas y otro tipo de anomalías. El sintetizador de voz y los testigos luminosos interactuaban continuamente con el conductor en pos de garantizar un funcionamiento apropiado del vehículo. Portaba uno de los primeros sistemas digitales inteligentes y lo expresaba mediante una voz nítida y revolucionaria.
Su fabricación se extendió hasta 1992: brindó diez buenos años de servicios leales a la marca francesa que reintrodujo en el mercado europeo -por primera vez luego de la Segunda Guerra Mundial- un modelo de alta gama con resultados exitosos. Soportó varios restylings, versiones con distintos equipamientos y motores de envergadura (dos V6: un 2.9 y un 2.4 turbo). Y nunca perdió el sentido: comunicarse con el conductor, iniciar el camino de la conectividad, adelantarse a las épocas futuristas.
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