Caren Firouz y su cámara retrataron camiones en Pakistán. Las razones, evidentes. Son arte popular, arte sobre ruedas, arte en movimiento. La fotógrafa recorrió parajes, rutas, urbes y regiones rurales del país del sur asiático. Buscaba hallar reliquias vestidas de camiones, un cóctel extraño de religiosidad, tradición y decoración.
Haji Ali Bahadur proviene del cinturón tribal que bordea Afganistán. Es camionero hace cuarenta años. Tiene su vehículo teñido de verde y amarillo, su color favorito. "Nosotros, los conductores de Khyber, Mohmand y otras regiones tribales preferimos flores en los camiones", dijo. "La gente de Swat, Waziristán del Sur y la región de Cachemira prefieren paisajes de montañas y diferentes animales salvajes", advirtió.
Entonces flores, motivos religiosos, referencias islámicas, picos nevados del Himalaya, detalles, misceláneas de la tradición pakistaní de hacer pintorescos vehículos que se dedican a cargar paja. Son camiones convertidos en piezas artísticas que se han convertido en un culto paquistaní. El "arte del camión" se volvió global: trascendió como fenómeno mundial en exposiciones de galerías y en forma de marketing, con piezas extravagantes en miniatura en los más elegantes barrios europeos.
Se convirtieron en artículos de exportación cultural de Pakistán: en juguetes, en admiradores, en retratos, en la industria del merchandising. A pesar de que haya quienes se nieguen a considerarlo arte, para los responsables de esta colorida práctica los camiones embellecidos -una especie de murales movibles- son puro orgullo autóctono. Y les demandan una atención valiosa: la elección del color, los dibujos y los elementos de decoración se someten a una rigurosa selección.
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