Más que la ratificación del español Carlos Alcaraz como un fenómeno definitivamente instalado en el nivel más destacado del tenis profesional, el último fin de semana de Roland Garros dejó en claro que, a la par del cambio de mando en el ranking, el circuito masculino encontró definitivamente el relevo de los míticos tres. Aún con algunos sucesos circunstanciales de grandes tenistas como Zverev, Medvedev, Tsitsipas, Ruud o Rublev, el futuro que ha llegado parece sustituir el eje Federer-Nadal-Djokovic por el de Sinner-Alcaraz.
No es un tema menor si así fuese: en términos de juego, asistencia de público, audiencias y sponsorización, los grandes duelos suelen ser la clave del éxito de un espectáculo hiper profesional como este.
Desde ya que, aún cuando al final del camino, el italiano y el español nos regalen un mano a mano como el legendario de Martina Navratilova y Chris Evert (la más notable rivalidad de esta disciplina con 80 partidos oficiales de los que 60 fueron finales incluidas 14 de Grand Slam), difícilmente alcanzarán la hegemonía y la excelencia del trío que, con el retiro de Federer, las limitaciones de Nadal y la algo incierta vigencia de Djokovic, ha marcado un hito difícil de identificar en la historia del deporte.
Hay circunstancias en las que, para dimensionar el suceso de una disciplina, es muy útil compararlo con una actividad similar.
Aun con cierta arbitrariedad, para entender por qué es tan notable lo hecho por la trilogía suiza, española y serbia, les propongo un juego de equivalencias entre el tenis y el golf.
Solo para empezar, desde que Federer ganó Wimbledon en 2003 –primer gran título de los tres elegidos-, entre ellos se repartieron 66 de los 83 Grand Slams siguientes. Solo 17 quedaron en poder de otros 11 jugadores lo que determina que en 21 años apenas 14 deportistas alcanzaron alguno de los máximos trofeos de este juego. Se descartan de la nómina títulos olímpicos o de Copa Davis, cosa que, en singles o en dobles, ellos también conquistaron.
En el mismo periodo, el formidable circuito profesional de golf consagró un total de 50 jugadores diferentes. Mientras la lista de grandes títulos del tenis de ese periodo la encabezan Djokovic con 24 coronas, Nadal con 22 y Federer con 20, el reparto de títulos entre el PGA, el Open, el US Open y el Masters de Augusta ubica en el mismo lapso a Phil Mickelson con 6, Brooks Koepka con 5 y Rory McIlroy con 4.
Otro dato de relevancia. Mientras los tres fenómenos ganaron al menos un título en cada uno de los Grand Slams, nadie superó la cifra de tres Majors en ese mismo corte cronológico. Y algo más. Si bien es notoria la diferencia de características de la cancha, por ejemplo, entre cualquier sede del Open y el tradicional trazado de Augusta, las grandes coronas del tenis obligan a la versatilidad de sobresalir en, al menos, tres superficies diferentes; cualquier fan del tenis sabe la diferencia que hay entre jugar sobre polvo de ladrillo que sobre césped.
Por cierto que nada de lo mencionado va en desmedro del formidable éxito del circuito profesional de golf. Muy por el contrario, podría decirse que la atomización de figuras potencia el espectáculo y, por ende, el negocio.
Sin embargo, en línea con lo complejo que a veces resulta poner en valor el circuito femenino de tenis, con una gran cantidad de jugadoras de alto nivel a las cuales a veces cuesta diferenciar en características técnicas, físicas y tácticas, la competencia de los varones parecía estar expuesta al gran desafío del nido vacío dejado por los tres iconos.
Insisto. Con independencia de sucesos aislados de alguno de los que viene detrás, Sinner y Alcaraz parecen haber pegado definitivamente un salto de calidad respecto del rebaño. Por lo pronto, siendo que cada vez se extiende más la vida útil del jugador, el progreso de ambos con solo 22 y 21 años respectivamente parece algo de tiempos pasados.
Además, cada uno viene con lo suyo. El español acaba de dar una extraordinaria muestra de carácter, habida cuenta de que su capacidad técnica nunca estuvo bajo sospecha. Lo hizo en la final, cuando lejos de desanimarse por el extraño tercer que dejó escapar líquido con contundencia los capítulos decisivos ante Zverev. Lo hizo especialmente en la semifinal cuando un Sinner intratable arrancó jugando un set y un par de games que parecían exponer al español a la humillación. En todo caso, el aporte a la causa de Alcaraz es la inigualable cifra de tres finales de Grand Slam, tres ganadas y en tres distintas superficies.
El italiano acaba de redondear un semestre excepcional con un título en la Copa Davis, su primer Grand Slam (Australia) y la flamante sucesión de Djokovic como número uno del mundo.
Elija cada uno a su favorito. Pero sepan que estamos ante la amenaza de que el tenis masculino haya encontrado en el horizonte un mano a mano que ya lleva 9 capítulos en apenas tres temporadas y que promete convertirse en un clásico de todos los tiempos.