Hace tres años, apenas comenzados los Juegos Olímpicos de Tokio, el mundo deportivo asistió a un auténtico shock mediático. Nada menos que Simone Biles, la mega campeona, la mujer capaz de instalar con nombre propio técnicas de gimnasia artística imposibles de replicar para sus rivales, se perdía en la mitad de uno de sus saltos, justamente ese aparato en el que nadie parece capaz de igualarla. Envuelta en un sin número de polémicas –algunos periodistas llegaron a acusarla de abandonar a sus compañeras en el equipo que, paradójicamente, terminó segundo detrás del ruso-, Simone le explicó al mundo que aún quienes parecen imbatibles pueden sentir la presión; de pronto, la infalible falló. Y demasiados medios, fanáticos y especialistas se negaron a aceptarlo naturalmente.
Durante varios días, a las habituales noticias de una competencia que, solo para empezar, distribuye en una sola jornada más de diez medallas doradas, el universo olímpico pareció descubrir que la fortaleza o la debilidad del cerebro influye tanto o más que la potencia o el talento físicos.
¿Fue Biles un caso extraordinario?
En cuanto al impacto mediático, sin dudas. En términos de antecedentes, no tanto.
Ni siquiera si trazamos una línea divisoria entre los campeones del Alto Rendimiento y aquellos que, como la norteamericana, están en una escala aún superior, la de los genios invulnerables de los estadios.
Como Diego Maradona, considerado por muchos como el más grande futbolista de todos los tiempos, que en una de sus últimas temporadas como profesional, falló una larga sucesión de tiros penales de esos que solía resolver como pocos.
O Roger Federer, el suizo mago de las raquetas, quien en 2019 dejó escapar la posibilidad de conquistar su noveno título en Wimbledon. En el primero de los dos match-points que tuvo ante Novak Djokovic falló el primer saque y, con el segundo, tuvo una derecha a mitad de cancha de esas que resolvió en altos porcentajes durante su maravillosa carrera. La pelota viajó ancha. En el tanto siguiente, salió pronto en busca de la red y fue pasado por el serbio. Final de historia.
Cómo no recordar a la croata Blanka Vlasic, la diva del salto en alto durante los últimos años de la primera década del siglo XXI.
Ganadora de múltiples etapas de Diamond League, bicampeona mundial, era la gran favorita en la final de Beijing 2008. Bajo la lluvia, perdió la medalla dorada por un salto nulo en 2m05 ante la belga Tia Hellebaut, quien no solo nunca se había subido a un podio grande a esa altura, sino que un año antes, en el Mundial de Osaka terminó 14ª con una marca de apenas 1m90. Casi una One Hit Wonder.
El golf en Tokio tuvo también su historia. Tres meses antes, en el Masters de Augusta, Hideki Maruyama se convirtió en el primer japonés en conquistar un Major. La sensación fue enorme para la opinión pública de un país considerado el de mayor cantidad de links per cápita del planeta. Pronto se supo de la incomodidad que provocó en Hideki tanta persecución mediática. Cámaras y periodistas lo seguían día y noche. Demasiado para su personalidad sobria e introvertida.
Nadie podrá asegurar que una cosa haya llevado a la otra. Pero en Tokio, Maruyama perdió no menos de siete ocasiones para lograr la medalla que, finalmente, no obtuvo. Las tuvo durante la parte final de los últimos 18 hoyos y también en el desempate por el tercer puesto sin precedentes entre siete jugadores, incluido el taiwanes CT Pan, finalmente ganador de la medalla de bronce. Cuatro de esas ocasiones fueron putts de no más de metro y medio de esos que Maruyama podría embocar con los ojos vendados.
Así podríamos seguir un largo rato enumerando momentos traumáticos de genios del deporte. Como alguna vez dijo Jimmy Connors, máximo ganador de títulos oficiales de tenis, “todos sentimos miedo alguna vez; la diferencia la hacen quienes salen más rápido de esa sensación”.
Las noticias sobre presiones, temores y angustias recalan estos días en la figura del fenomenal maratonista keniata Eliud Kipchoge quien en una entrevista terminó llorando mientras confesaba la angustia a que lo estaba sometiendo la cacería disparada fundamentalmente a través de las redes sociales por gente que lo acusa de haber sido responsable ni más ni menos que del accidente que le costó la vida a su colega y compatriota Kelvin Kiptum, dueño del récord mundial de la especialidad.
El temor por su vida y la de su familia y las amenazas con quemar sus inversiones son solo algunas de las cosas que comenzaron a invadir el día a día del hombre que aspira convertirse en París en el primero en ganar tres maratones olímpicas consecutivas.
No se trata ni de presión competitiva ni de pánico escénico sino de otro tipo de alteración emocional que afecta poderosamente la cabeza de un fenómeno del deporte.
Por cierto, que a los 39 años no sepa cómo manejar el lado violento de las redes sociales no deja de ser otra enseñanza para nosotros, los simples mortales.
No solo los íconos del deporte sienten presión por competir. También, por maduros que sean y experiencias límite que hayan vivido, son tan vulnerables como usted y como yo ante el descontrol de los cyber sicarios.