Paris. Mayo de 1998. Decenas de miles de fanáticos, futbolistas, dirigentes y periodistas se preparan para bajar de sus aviones en el Aeropuerto Charles de Gaulle. Sorpresa. Una huelga del personal de tierra impide no solo el uso de las mangas habituales para descender de los aparatos, sino que descarta la posibilidad de que las innumerables maletas lleguen a las cintas transportadoras.
Los asistentes a bordo comentan que lo mismo está pasando en Orly y en Le Bourget, pero en ínfima escala: el caos en el más masivo, popular y moderno aeropuerto del país no tiene precedentes.
Las escenas, dantescas por cierto, muestran a pasajeros que, en algunos casos, vienen de tierras tan distantes como Oceanía o América del Sur bajando torpemente las escaleras manuales que apenas si llegan a la puerta, por ejemplo, del mítico Jumbo 747 en el cual me tocó volar desde la Argentina (16 horas de vuelo incluyendo una breve escala en Río de Janeiro).
Una vez en tierra firme, llega la segunda desagradable sorpresa. Apenas controlados por gentiles empleadas de la aerolínea, cada uno de nosotros retiró las valijas y equipos de televisión del pie de la aeronave. Imaginen que, en nuestro caso, se trataba de equipaje para una estadía superior al mes, es decir, nada de mochilas o equipaje de a bordo sino importantes valijas de esas que siempre están al límite del peso permitido.
Al vaudeville parisino aún le faltaban dos capítulos más.
El primero, descubrir que, además de arrastrar las valijas por la pista, había que subirlas tres pisos por escalera –nada de escalera mecánica- hasta el acceso a migraciones y aduanas.
El último: al final de la escalera, empapados por la transpiración de fines de primavera, fue imposible conseguir un trolley que aliviane el recorrido final hasta el auto que nos llevaría al alojamiento en un bello apart hotel sobre el Boulevard Houseman. Obvio. Una huelga propiamente dicha debía limitar el acceso tanto a la ayuda humana como a la mecánica.
Por lo demás, fue el único episodio realmente negativo de aquel histórico mundial que instaló definitivamente a Francia en la gran agenda del fútbol mundial. Tanto fue así que, desde entonces, ganó dos títulos (1998 y 2018) y llegó a otras dos finales (2006 y 2022), cifras que, en ese periodo, no alcanzaron potencias históricas como Alemania, Italia, Brasil o la Argentina.
En realidad no fue el único. El indescifrable final de la Ceremonia Inaugural en la cual cuatro gigantes robóticos recorrían París fue tan bizarro como, finalmente, gracioso. Además no deja de ser una sana advertencia para los guionistas de lo que nos espera para julio de este año cuando finalmente se pongan en marcha los juegos de París 2024.
Esta extensa introducción puede resultar una advertencia que la historia le hace al presente.
Es un tema de debate continuo en los medios el de las declaraciones de varios de los principales representantes de los trabajadores del servicio público francés que vaticinan anuncios fuertes para el mes próximo: “Queremos ingresos extras y bonos para quienes trabajen durante las vacaciones de verano, en coincidencia con los juegos”, explican quienes controlan los sindicatos de servicios nacional, local y de salud.
“Confiamos en que todo se resolverá en tiempo y forma. Nadie quiere dañar un momento tan poderoso como el de los Juegos Olímpicos y Paralímpicos” agregó Pierre-Olivier Beckers-Villeujant, senior IOC official.
De acuerdo con los antecedentes y la infinidad de conflictos que se desarrollaron especialmente antes y, a veces, durante estos mega acontecimientos –Juegos Olímpicos y Mundiales de la FIFA a la cabeza-, es muy probable que se llegue a tiempo a un espacio de acuerdo.
“Nadie en el país quiere que haya huelgas”, dijo Stanislas Guerin, Ministro de Servicios Públicos, poco antes de que la CGT y la FO, principales centrales gremiales del país, convocaran a paros.
Seguramente, su frase se hará realidad a la hora de los juegos.
Sin embargo, aquel episodio de 1998 deja en claro que, por poco que puedan durar o dañar, en algunos lugares del mundo las huelgas son de verdad.
Nada premonitorio. Solo para estar atentos.