“Recibí muchas cartas de gente escribiendo que debería quedarme en casa con mis hijos y que no se debería permitirme correr en la pista con, ¿cómo decirlo?, pantalones cortos. Es más, un periodista escribió que era demasiado vieja para correr y que debería quedarme en casa para cuidar a mis hijos”.
Este es parte del testimonio periodístico que dio en 1982 la legendaria atleta holandesa Fanny Blankers-Koen.
Para ese entonces ya habían pasado más de 35 años de su memorable performance en los Juegos Olímpicos de Londres en los que, contra la mayoría de los augurios, conquistó medallas doradas en 100 y 200 metros lisos, 80 metros con vallas y posta 4x100.
Lo logró despedazando varios prejuicios: Que sus mejores días habían sido durante los Juegos de Berlín en los que sólo fue quinta en posta y saltó en alto. Que de ninguna manera podía encarar seriamente el Alto Rendimiento una mujer de 30 años.
Que no podía recuperar forma atlética alguien que había sido madre dos años antes. Mucho menos quién, al momento de competir, llevaba tres meses de su segundo embarazo.
Los prejuicios y la subestimación respecto de la capacidad física de la mujer es materia demasiado conocida. Hasta suena grotesco que recién 36 años después de la gesta de la holandesa se haya incluido la maratón y los 3000 metros en el programa atlético de las damas.
Tan fuerte fue la negación en la materia que ni siquiera lo de Fanny abrió los ojos: mucha gente con poder de decisión la consideró una excepción, una rara avis.
Hace ya unos cuantos años que los organizadores de varios torneos de tenis profesional incluyeron en sus herramientas de logística algo similar a una guardería infantil.
Originalmente sucedió en torneos masculinos o mixtos como los Grand Slams. La lógica y el prejuicio del momento establecía que la asistencia era para el tenista varón, acompañado por esposa e hijos. Casi nadie imaginaba ese escenario para cuidar en tiempos de competencia a tenistas mujeres que compartieran su rol de madre con el de atleta de nivel mundial.
Actualmente ya es moneda corriente ver a niños en las gradas disfrutando de las performances de sus mamás.
Tanto que hoy mismo, en el recién comenzado Abierto de Australia son ocho las madres en acción en el main draw.
Desde la gimnasta uzbeka Oxana Chousovitina hasta la futbolista norteamericana Alex Morgan quien alguna vez interrumpió una conferencia de prensa durante un Mundial para dar el saludo de las buenas noches a su niña vía FaceTime.
Ellas, las tenistas de hoy y muchas de las que poblarán la Villa Olímpica de París son un auténtico homenaje involuntario y tardío a la extraordinaria epopeya de la enorme Fanny.