Lance Armstrong, el doping y un debate necesario

Las recientes declaraciones del ciclista texano van más allá de la explicación de porque su doping no fue descubierto en tiempo y forma.

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Las confesiones que el mítico y polémico ciclista norteamericano Lance Armstrong realizó en el podcast Club Random, del presentador televisivo Bill Maher, deberían ser desmenuzadas mucho más allá de la obvia, remanida y escueta postura condenatoria con la que gran parte de la opinión pública –y las corporaciones del deporte- han sellado sentencia respecto de la carrera deportiva del fenómeno y la influencia que el consumo de sustancias prohibidas han tenido al respecto.

“Sí, puedes enmascarar el uso de sustancias dopantes, pero no consiste en eso. En ese sentido, frustrarías el sistema, pero como siempre he dicho, y no intento justificar que lo digo como algo que quisiera volver a repetir… Una de las frases era ‘me han hecho 500 controles y nunca he dado positivo por dopaje’”, afirmó Armstrong

“No es mentira, es la verdad”, reconoció. “No había forma de saltarse el test. Cuando orinaba en el vaso y ellos revisaban el vaso, no había nada. La realidad y la verdad de todo eso es que alguna de esas sustancias, principalmente las más beneficiosas, tienen una vida útil media de no más de cuatro horas”.

Armstrong, que supo dejar atrás un cáncer testicular, aseguró que “otras sustancias, como el cannabis o los anabolizantes, tienen vidas medias más largas. “Podías fumar un porro y conducir tu tractor… y en dos semanas seguirías dando positivo. Su vida media es mucho más larga”. Por cierto, nada de esto sucedió con la EPO que era la sustancia que le mejoró su rendimiento.

Sin embargo, la honestidad brutal del texano no debe sesgar la mirada de un par de asuntos que el deporte debería debatir con más profundidad.

Está claro que la credibilidad es un elemento fundamental del espectáculo que consume gran parte de la humanidad. Sospecho que sería muy poco popular y escasamente rendidor en audiencias un show sobre el cual hasta el más desprevenido plantea sospechas de fraude. Si algo distingue al deporte es que tenemos la sensación de que todo puede suceder, que es la eterna batalla entre los hombres, su tenacidad, su talento y su coraje la de todo lo define. Sin embargo, al deporte se lo eleva mucho más allá: no solo tienen que ser nobles y evitar la trampa del dopaje en el certamen sino que, además, tienen que servir de ejemplo de pureza física y espiritual. La misma que no siempre exigimos a nuestros mandatarios.

En todo caso, si tomamos el caso Armstrong, no es menor el dato de que la Agencia Mundial Antidopaje (WADA) tardó 13 años en detectar la falta, teniendo en cuenta que la sanción anunciada en 2012 incluyó desde la primera victoria suya en el Tour de France, en 1999,  hasta la última, en 2005. Cualquier fanatico del ciclismo recordará la emoción de ver a ese hombre recuperado de cáncer de testículos lograr proezas que ni los mismísimos Fausto Coppi o Eddie Merckx lograron. Si bien esa emoción no legitima la trampa, es lógico que tengamos en cuenta que la gloria deportiva no es ni antes ni después. Es ese momento. El del instante de cruzar la meta triunfal.

Por cierto, admito que esta postura es algo antojadiza y cuenta con la complicidad de otro asunto que debería tenerse en cuenta. Los siete títulos del Tour que le quitaron a Armstrong quedaron vacantes: algunos de los que podrían habérselos adjudicado, escoltas del norteamericano en esas ediciones, también tuvieron problemas de dopaje.

Para darle más volumen a la reflexión, volvemos con el ciclista y su charla con Maher.

“La EPO, que era el combustible para cohetes que cambió no sólo nuestro deporte, sino todos los deportes de resistencia, tenía una vida media de cuatro horas, así que salía del cuerpo muy rápido. La verdad es que tenías una droga que era indetectable, que te mejoraba el rendimiento y la recuperación. Ambas cosas son importantes, pero en especial el rendimiento… Y como nos hicieron creer, y con lo que no estoy en desacuerdo, es que si se toma bajo la supervisión de un médico, es segura. Eso sí, no quiero animar a nadie a hacer algo que no tiene por qué hacer”.

En este último testimonio, Armstrong deja abierta una puerta que podría ayudar bastante a sincerar el escenario. Parece un grito silencioso que son muchos más los deportistas que consumen en algún momento algo prohibido que los controles que se detectan. Hay una gran diferencia de velocidad entre los recursos para mejorar performances de modo artificial y el progreso de los sistemas para detectarlos.

Desde todo punto de vista, es fundamental evitar la sensación de farsa, de que lo que los aficionados consideramos mágico pueda ser, en realidad, un artificio más de laboratorio.

Sin embargo, la realidad se muestra cruel y plantea una lucha demasiado desigual como para mantener el status quo. Tarde o temprano, cada pieza del engranaje que participa del fenómeno doping camina por una senda en común. Sea un mundial, un gran torneo, un juego olímpico.

Tal vez, proponer un debate abierto y descarnado en el que los principales referentes muestren todas las cartas podría generar un movimiento poderoso que, al menos, nos permita estar seguros de que el podio que estamos celebrando sea de verdad y no vuele por los aires un par de años más tarde.

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