“Estoy increíblemente emocionada y honrada por recibir este reconocimiento en mi carrera profesional. Nunca imaginé que llegaría a ser reconocida de esta manera. En un mundo donde aún somos pocas las mujeres entrenadoras quiero alentar a las atletas a que cuando terminen su trayectoria competitiva sigan su camino como entrenadoras. Las necesitamos, y quiero decirles que tenemos un gran aliado: el Comité Olímpico Internacional que está trabajando arduamente para lograr la equidad de género en todos los ámbitos del deporte”
Estas palabras corresponden a la argentina Laura Martinell, recientemente distinguida por el COI con el Coaches Lifetime Achievement Awards , reconocimiento anual destinado a aquellos entrenadores con una trayectoria especialmente destacada.
El recorrido de Martinell comenzó como deportista. Y con una curiosidad. Judoca desde siempre, séptima en los Juegos Olímpicos de Barcelona, Laura sufrió una lesión antes de los Panamericanos de Caracas, en 1983. Esa molestia no le impidió animarse a participar en la competencia de Sambo, disciplina fomentada por los rusos que combina el judo con la lucha libre. Martinell fue una de las dos medallas doradas de su país en aquellos juegos. Dentro del sambo, un auténtico One Hit Wonder.
Desde muy joven se dedicó a formar atletas y disfrutó de todo aquello que se puede conquistar como coach en el Alto Rendimiento. En 2003 fue el título mundial ganado por Daniela Krukower. Entre 2013 y 2021, acompañando a Paula Pareto, celebró los títulos Panamericanos, Mundial y Olímpico.
Pero muy por encima de todo esto, Laura dejó una señal indisimulable cuando se refirió a la necesidad de seguir sumando mujeres en los puestos de entrenadoras. También cuando se refirió a ese gran aliado que es el Comité Olímpico Internacional. Efectivamente, el COI es un gran aliado en la búsqueda de la igualdad de género. Ahora. Después de un largo recorrido lleno de escollos, incongruencias y arbitrariedades al respecto.
Apenas algunos datos para refrescar la memoria para valorar el presente inclusivo de un movimiento que durante décadas no lo fue.
No hubo mujeres compitiendo en Atenas 1896. Apenas 22 lo hicieron en París 1900 –Helene de Pourtales, en vela, quedó en la historia como la primera medallista mujer, pero en una prueba mixta- y en Saint Louis 1904 apenas fueron 6.
Sin embargo, no hace falta retroceder a la prehistoria para tener una idea acabada de cuánta resistencia hubo respecto de cualquier intento de igualdad.
Recién en Los Ángeles 1984 se permitió a las mujeres competir en una prueba atlética de más de 1500 metros. En la pista fueron 3000, ni 5000 ni 10.000 como los hombres. Y fue en esa ocasión que se estrenó la maratón femenina a nivel olímpico.
Recién en 1990 la entonces IAAF –World Athletics- reconoció un récord oficial en salto triple, casi setenta años después de los 10 m 32 de la norteamericana Elizabeth Stine, primer registro al respecto del que se tenga referencia. Y el COI tardó seis años más en darle espacio en el programa olímpico.
Nada distinto al lanzamiento del martillo o del salto con garrocha. Podemos hablar de levantamiento de pesas: las chicas se estrenaron en Sydney 2000.
O de natación: Tokio 2020 fue el primer juego olímpico en el que se incluyeron los 1500 metros libre.
O la lucha, que llegó a los juegos en 2004, 17 años después del primer campeonato mundial. Y fue solo en la modalidad libre; no hay lucha grecorromana para las damas en el programa olímpico.
El hockey sobre césped tuvo su estreno en Moscú 1980 y el waterpolo en 2000, exactamente un siglo después del debut de los varones, en París.
Fijense que en la mayoría de los casos la sensación que queda es la de subestimar la capacidad de la mujer de someterse a cierto tipo de exigencia. Algo que no difiere respecto de algunos preconceptos que, al respecto, tuvieron varios pioneros del olimpismo.
Aún imperfecto, el paso del tiempo ayudó a poner en orden muchos asuntos pendientes.
En Tokio hubo una proporción cercana a un 51 por ciento de atletas varones y un 49 de mujeres, una cifra infinitamente más ecuánime que la de, por ejemplo, los primeros juegos del Siglo XXI: en Sydney hubo 2500 más deportistas masculinos que femeninos.
En todo caso, el ideal se alcanzó en los YOG de Buenos Aires 2018 en los que hubo igual cantidad de atletas de ambos géneros.
Tampoco sería justo cargar las miradas en el deporte en general y en el olimpismo en particular.
La sociedad en sí arrastra aún hoy vicios discriminatorios en una infinidad de rubros. Hasta con leyes vejatorias por parte de estados cuya presencia en los juegos jamás ha sido cuestionada.