En tiempos de cancelaciones, posverdades y pensamientos absolutistas estamos perdiendo la posibilidad de aprender a través del debate.
Son años en los que nos cuesta escuchar argumentos diferentes a los nuestros y, de tal modo, enriquecernos intelectualmente.
Imaginemos cómo hubieran sido nuestras entrañables reuniones de amigos si, al final de la velada, cada uno se hubiese retirado a casa convencido no solo de que la única verdad es la propia sino que nada de lo propio merece ser discutido. Cuantos errores de menos cometeríamos si aceptáramos la posibilidad de que todos tenemos algo que aprender del otro. Al fin y al cabo, ¿en quien confiar más que en nuestros amigos de toda la vida?
Hace un par de semanas, el mundo del deporte -muy especialmente el olímpico- se sacudió con el anuncio de un empresario australiano radicado en Inglaterra llamado Aaron D’Souza, en el que promueve la realización de los llamados Enhanced Games, o competencias abiertas a atletas sin ningún tipo de control antidoping.
Seguramente muchos de ustedes habrán leído y escuchado hasta el cansancio respecto de la propuesta y de la convicción del empresario de que, “dándole absoluta libertad al atleta se pulverizarán infinidad de récords”
Imagino, también, a una multitud de fanáticos del deporte indignados con el proyecto.
Coincido en buena medida con el rechazo inicial. Sin embargo, creo que, a partir de esta iniciativa con muchas aristas entre inconducentes y provocadoras, el deporte de Alto Rendimiento bien podría poner arriba de la mesa unos cuantos temas oscuros y tóxicos respecto del uso de sustancias prohibidas y cómo se viene procediendo al respecto desde ciertos escritorios.
Lo primero que me viene a la mente es la lucha desigual entre la producción de nuevas sustancias estimulantes y el volumen de consumos prohibidos y la capacidad de detección de los controles.
Desde siempre ha sido una carrera entre un Fórmula 1 y un carro tirado por caballos.
Luego, los recuerdos de lo sucedido en el Mundial de atletismo en Londres en julio de 2017.
Un total de once atletas y cinco equipos de postas tuvieron un upgrade a su clasificación respecto de mundiales anteriores en los que los casos positivos se descubrieron unos cuantos años después.
Por ejemplo, Jessica Ennis, heptatleta británica, pasó de la medalla plateada a la dorada debido a un positivo de la rusa Tatiana Chernova en la competencia correspondiente a Daegu. Idéntica situación vivió la posta 4 x 400 norteamericana.
También hubo cambios de clasificación respecto de cinco casos correspondientes a Osaka 2007: podios corregidos una década más tarde demuestra que algo no está funcionando adecuadamente en la ecuación doping versus antidoping.
Probablemente el caso más dramático al respecto tenga que ver con la saga Lance Armstrong-Tour de France.
Al fenómeno norteamericano se le anularon los siete triunfos consecutivos logrados entre 1999 y 2005. No solo los títulos quedaron vacantes sino que pronto se supo que varios de sus compañeros y rivales tampoco habían podido superar los controles.
El olimpismo habla de la lucha contra el doping como un compromiso moral en busca del juego limpio. Lamentablemente, año tras año, se hace evidente que el pregón todavía tiene más de dicho que de hecho.
Más allá de las buenas intenciones, la realidad marca algo distinto al deseo.
Seguro que la solución no es la que quiere imponer D’Souza. Sin embargo, si se dividiera la escena entre las sustancias que, además de mejorar performances, dañan el cuerpo de los atletas respecto de algunas que, aún sin cumplir con las normas establecidas sean inocuas en términos de salud se podría encontrar un atajo para evitar que la batalla siga siendo tan desigual.
Y que nunca más haya que consagrar campeones diez años después de una competencia.