Jesse Owens, Luz Long y el legado de una amistad indeleble

La final olímpica de salto en largo en Berlín 1936 dejó una huella que podría inspirar para solucionar conflictos ajenos al deporte

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Berlin 1936 Jesse Owens
Berlin 1936 Jesse Owens

Reyes sin corona. Campeones morales. Héroes anónimos.

Llamémoslos como queramos, la historia del deporte en general y del olimpismo en particular está plagada de figuras que no necesitaron ser campeones para dejar una huella indeleble. No solo no necesitaron una medalla dorada. A veces, ni siquiera precisaron subirse al podio para desmentir a aquellos que insisten en que solo importa ganar, que de los segundos nadie se acuerda.

Luz Long, alemán, campeón europeo en salto en largo en 1935, fue uno de esos iconos que hizo por el deporte mucho más que ganar un título que, finalmente, quedó en manos de otro.

Jesse Owens, norteamericano, hijo de esclavos en una finca algodonera de Alabama, ya se había consagrado campeón en los 100 metros cuando el 4 de agosto de 1936 se encontraron frente al cajón de arena del estadio Olímpico de Berlín, símbolo inconfundible de los Juegos Olímpicos de 1936.

En el palco presidencial, cuya estructura se mantuvo sin modificaciones hasta la actualidad casi como para que nadie se olvide del lado oscuro del pasado, Adolf Hitler atestiguaba hiperquinético el desarrollo de una prueba que, para sus nefastas pretensiones de hegemonía racial, pasaba a ser clave.

Era fácil advertir que Long cumplía con todos los requisitos estéticos de aquel delirio que, tristemente, trascendía la locura supremacista mucho más allá del deporte. Alto, musculoso, rubio y de ojos claros representaba algo así como el identikit del ario perfecto imaginario de Hitler, características que no eran justamente las del responsable principal de la mayor tragedia humanitaria que registre nuestra historia.

JJOO Berlín 1936
JJOO Berlín 1936

Como sucede en la actualidad, la prueba constaba de una fase clasificatoria y una final. A diferencia de la actualidad, no fueron 12 los atletas que superaron la primera selección sino todos los que superasen los 7m15 –lo lograron 16 competidores-, hubo una instancia semifinal y solo seis competidores realizaron los tres saltos finales de la competencia realizada íntegramente el 4 de agosto. Detalle no menor: además de los nueve saltos, Owens corrió ese mismo día la primera rueda y las semifinales de los 200 metros, competencia que ganaría al día siguiente.

Pasados los dos primeros saltos de la etapa eliminatoria, Owens figuraba sin marca. Los árbitros locales le habían castigado con dos nulos. Si bien no tengo registro de que exista un testimonio audiovisual que lo corrobore, algunas crónicas de la época aseguran que en ninguno de los dos casos el norteamericano había pisado la tabla más allá del límite permitido. Otras crónicas aseguran que, ante tal circunstancia, fue el propio Long quien le sugirió a Owens que marcara con su buzo de entrenamiento una posición de salto lo suficientemente lejos de la tabla como para que nadie se atreviera a castigarlo habida cuenta de que la marca exigida era casi un metro más corta que el récord mundial que Jesse había logrado un año atrás en Ann Arbor, Michigan.

En efecto, pese a la presión y el desconcierto –difícil imaginar que te hicieran trampa en un juego olímpico y frente a una multitud- Owens pasó de rueda con un registro de 7m64, el mejor de la jornada.

La final dejó rápidamente en claro que se trataba de un asunto de dos. Owens estuvo siempre al frente y en la tercera rueda superó el récord olímpico con una marca de 7m87. Long lo sorprendió igualando el registro en un quinto intento y pasó al frente en el desempate gracias a que su salto previo de 7m84 había sido el segundo mejor de la final. De inmediato, Owens salto 7m94, Long cerró su actuación con un nulo y, en la sexta etapa, el campeón se consagró con una extraordinaria marca de 8m06.

Más allá de la incuestionable excelencia deportiva de esta final, el valor agregado y, seguramente, el recuerdo más poderoso son los de la imagen de Long siendo el primero en felicitar a Owens y llevarlo con el brazo alzado en señal de triunfo frente a un público alemán que, según la leyenda, se sumó al coro de “Owens, Owens, Owens” que inició el propio atleta alemán. Todo delante de Hitler, quien no lograba ocultar su indignación ante una nueva victoria frente a sus narices de un atleta negro. Todavia no sabia que a su disgusto de faltaba dos capítulos: en los días siguientes, el norteamericano sumaria los 200 y la posta 4x100 para sellar el récord de cuatro doradas en el mismo torneo.

Luz Long y Jesse Owens
Luz Long y Jesse Owens en los Juegos Olímpicos de Berlín 1936

Ese 4 de agosto, además, nació una amistad poderosa, sostenida en un constante cruce epistolar entre Jesse y Luz.

El 10 de julio de 1943, Long, miembro de la Wehrmacht en acción durante la invasión a Sicilia, fue herido durante la batalla de Biscari-Santo Pietro y falleció cuatro días más tarde en un hospital de campaña de las tropas británicas.

En su última carta, le pidió a Owens que se contactara con su hijo Karl. “Quiero que le cuentes cómo eran las cosas en otros tiempos, cuando no nos separaba la guerra; quiero decir, que sepa que distintas pueden ser las cosas entre los hombres”, concluyó.

Y Owens no solo cumplió con el pedido sino que co protagonizó con el hijo de su rival-amigo el precioso documental Jesse Owens returns to Berlin.

Para la historia quedarán el momento en el que se decidió ponerle el nombre del campeón a una de las avenidas cercanas al coliseo berlinés y las carreras contra caballos con las que Owens tuvo que ganarse el pan habida cuenta de lo rápido que se olvidaron de su epopeya.

También, una reflexión de Owens que lo sintetiza todo. “Tuvo mucho coraje al confraternizar conmigo enfrente de Hitler. Se podrían fundir todas las medallas y copas que gané, y no valdrían nada frente a la amistad de 24 quilates que hice con Luz Long en aquel momento”

En días en los que el universo del deporte no logra acercarse a una ecuación justa respecto de que medidas tomar como correlato de la agresión rusa a Ucrania, la leyenda de un alemán alto, rubio y de ojos celestes honrando el triunfo de un rival norteamericano y negro delante del mismísimo Hitler , sin medir las consecuencias, podría ser una fuente de inspiración. O, al menos, un recordatorio: difícilmente los políticos, dentro del deporte y fuera de él, sean capaces o tengan la intención de buscar una solución al respecto. Tal vez sea el momento de que sean los mismos deportistas quienes se hagan cargo del tema.

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