El maravilloso mundo de los héroes sin medalla.

La historia olímpica está plagada de historias de atletas admirables que no alcanzaron el podio. Una nadadora siria, la última de una larga lista.

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deportistas-refugiados-Yusra-Mardini
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Hace unos cuantos años, el COI desarrolló una campaña de marketing para destacar algunas consignas que ponen en relieve los valores del olimpismo.

Con la inconfundible y adorable locución de Robin Williams, la saga giraba alrededor de conceptos como “hay gente que cree que no se gana una plateada sino que se pierde una dorada. Son aquellos que jamás ganaron una plateada”.

Contrariamente a lo que pregonan muchos aficionados y no pocas personas de prensa de que solo importa ganar y que nadie se acuerda de quien salió segundo, el olimpismo ha dado sobradas muestras de que sus héroes no sólo no son únicamente los campeones; a veces, nuestros héroes ni siquiera ganan medallas.

Derek Redmond, britanico, integró la posta 4x400 metros campeona en el mundial de atletismo de Tokio, en 1991. Llegó a Barcelona ‘92 como uno de los favoritos al podio en la prueba individual. Pasados la mitad de la competencia en fase de semifinales sufrió un desgarro en los isquiotibiales de la pierna derecha. No solo no dejó de buscar la meta sino que los últimos metros lo hizo acompañado casi en brazos de su padre que no dudó en saltar a la pista apenas advirtió el contratiempo de su hijo. Esa imagen entre el amor paternal y el llanto desesperado del corredor terminó siendo un highlight a la par de la magia del Dream Team, las seis doradas de Vitaly Scherbo o el vuelo de Fu Mingxia desde la plataforma con la Sagrada Familia de fondo.

No siempre el héroe es el que triunfa.

Joseph Stephen Akhwari fue invitado y recibió un reconocimiento en los Juegos Olímpicos Sydney 2000
Joseph Stephen Akhwari fue invitado y recibió un reconocimiento en los Juegos Olímpicos Sydney 2000

Último día de México ‘68. Tiempo de maratón. A 2000 metros sobre el nivel del mar y una temperatura cercana a los 30 grados, casi un cuarto del lote de 75 participantes abandonaron la prueba. Un etíope llamado Mamo Wolde ganó la prueba y prolongó la hegemonía de los fondistas de su país después del doble título olímpico de Abebe Bikila.

Sin embargo, la historia ubica en un lugar de privilegio similar a John Stephen Akhwari, un atleta de Tanzania cuyo antecedente apenas por encima de las 2 horas y 15 minutos lo presentó como uno de los favoritos. Más aún teniendo en cuenta que Wolde ganó la prueba con un registro superior a las 2 horas 20.

Pasada la primera mitad de la competencia, Akwari sufrió una dura caída que lo dejó herido en varias partes del cuerpo. Especialmente las rodillas.

Con la certeza de que ya no sería posible acercarse al podio,Akwari no dudó en seguir el recorrido, parte caminando, parte al trote. En medio de una extraordinaria ovación llegó a la meta. Último y una hora más tarde que el campeón.

“Jamás dudé en seguir hasta el final. Mi país no me envió desde más de 8000 kilómetros para comenzar la carrera. Me enviaron a luchar hasta el final”.

Los juegos de Los Ángeles 1984 significaron mucho más que los de la respuesta soviética al boicot norteamericano de cuatro años antes. Fueron, por ejemplo, los de la primera maratón olímpica femenina.

Una extraordinaria fondista norteamericana llamada Joan Benoit ganó la prueba exhibiendo un ritmo de marcha extraordinario. Un rato después de la imponente entrada de Benoit en el mítico estadio Olímpico usado en 1932 y por usarse en 2028, una multitud en las tribunas y a través de la tele contenían el aire ante la imagen tambaleante y extenuada de la suiza Gabriela Andersen-Schiess.

Nacida en Zurich y radicada desde joven en los Estados Unidos, había corrido una decena de maratones antes de conseguir la clasificación olímpica.

“A cinco kilómetros de la meta comencé a perder el control. El mayor contratiempo, además del calor, fue la falta de puestos de hidratación: apenas 5 durante todo el recorrido. De todos modos, mi cabeza siempre respondió por encima del resto de mi cuerpo. Tanta convicción tenía en llegar que aún hoy recuerdo cada uno de los 200 metros finales”, explicó hace poco esta mujer empeñada en una florería de Idaho.

Llegó 37a entre las 44 que terminaron la prueba. Otra heroína sin medallas.

La refugiada siria y nadadora olímpica Yusra Mardini posa para el fotógrafo tras una sesión de entrenamiento en una piscina del parque olímpico de Berlín
La refugiada siria y nadadora olímpica Yusra Mardini posa para el fotógrafo tras una sesión de entrenamiento en una piscina del parque olímpico de Berlín

Yusra Mardini nació y creció en Damasco, la capital de Siria. Agravado el escenario bélico en su tierra, emigró junto con su hermana y logró radicarse en Alemania.

Instalada en Berlín comenzó a entrenar en el Wasserfreunde Spandau 04. Un año después de su salida de Siria logró el pase a los Juegos Olímpicos de Río, en 2016.

Compitió en 100 metros Libre y Mariposa. En ninguna de las pruebas figuró mejor que 40a.

Por qué razón Netflix (documental Las Nadadoras) se interesaría en su historia y la de su hermana Sarah, que ni siquiera llegó a un juego?

En 2015 y después de haber visto cómo la guerra civil destrozaba su casa natal, las dos jóvenes decidieron huir del país. Escaparon al Líbano y, de ahí, a Turquía donde se embarcaron junto con otras 18 personas en una balsa que apenas si podía transportar a 8.

Lejos de la costa griega, el motor de la embarcación se detuvo y el bote comenzó a hundirse. Yusra, Sarah y otras dos personas nadaron durante tres horas hasta llegar a la costa de Lesbos.

Designada embajadora de Buena Voluntad de ACNUR, Yusra es mucho más que una atleta olímpica sin medallas ni marcas relevantes.

Es el símbolo de una victoria geopolítica más del olimpismo, que suma más banderas que la mismísima ONU.

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