Las voces que se alzan asegurando que solo importa ganar y que de los que no son campeones nadie se acuerda no solo mienten: también ignoran la infinidad de casos que contradicen el concepto en la historia del deporte.
Muchas de las personas que se mencionarán en estas líneas o no han salido siempre campeonas (nadie lo ha hecho) o han perdido casi tantas veces como han ganado. No por eso dejan de ser considerados iconos de sus disciplinas. Se trata de figuras extraordinarias que, por encima o a la par de sus éxitos han dejado una huella singular que aún hoy continúan recorriendo sus sucesores del Siglo XXI.
Kareem Abdul-Jabbar ganó varios anillos de la NBA y hasta hace poco tiempo poseía el récord de mayor cantidad de tantos anotados en una de las más famosas ligas deportivas del planeta. Multiganador, gran parte del universo del básquet lo asocia con el concepto de gancho cielo (sky-hook), un lanzamiento que parece ser ejecutado de arriba hacia abajo hacia el aro –es solo una figura- que parece tan sencillo como inalcanzable para sus rivales. En realidad, Kareem fue quien sublimo un gesto técnico que, aseguran, nació con Pranas Tazunas, miembro del seleccionado lituano campeón de la Eurobasket de 1937 y que habría llegado a las ligas universitarias norteamericanas gracias al legendario George Mikan, quien brilló en la Universidad de DePaul antes de hacerlo en los Minnesota Lakers. Como sea, Kareem es sinónimo de skyhook,y viceversa.
La prensa francesa suele recordar a Yannick Noah, campeón de Roland Garros 1983, cada vez que un tenista ejecuta un tiro sorpresivo por entre las piernas y de espalda a la red. Sin embargo, ya a principios de los ‘70, un notable tenista argentino, campeón del Masters y los abiertos de Francia, Australia y los Estados Unidos solia ejecutar ese tiro mágico con notable certeza y frecuencia. Además de lo artesanal, el tiro cuenta con una alta dosis de factor sorpresa: el rival jamas puede anticipar para donde ni como saldrá ejecutado ese disparo. En en buena parte del planeta de las raquetas ese tiro se llama Gran Willy, justamente, en honor a Vilas.
La gimnasia artística le dio curso formal a este tipo de singularidad. Siempre respondiendo a una evaluación cuantitativa y cualitativa del movimiento, son varios los atletas que le han puesto su apellido a gestos técnicos singulares que muchos colegas practican con regularidad.
Existen el Amanar (por la rumana Simona Amanar) y el Dragulescu, compatriota suya que brilló en la prueba de salto.
Existen el Silivas (Daniela, rumana, en suelo, doble mortal con doble pirueta en posición agrupada) y el Onodi, por Henrieta que hizo magia sobre el siempre cruel y apasionante ejercicio de viga.
Pero, por encima de todos, una rusa, Natalia Yurchenko, y un japonés Mitsuo Tsukahara instalaron tipos de entrada al caballete en la competencia de salto que difícilmente no sean los elegidos por cualquier campeón que se precie.
Estos dos serían, probablemente, los casos más cercanos al de Dick Fosbury, el legendario campeón olímpico de salto en alto en México 1968, fallecido la semana última.
Fosbury llegó a aquellos juegos como campeón universitario norteamecricano. Pese a ello, la mayoría de los analistas y rivales consideraban su técnica de saltar de espaldas entre snob y ridícula. Salvo él, todos los demás competidores utilizaban la técnica de rodillo ventral, que se había popularizado a mediados de los ‘50. Como en tantos casos, su victoria, con récord olímpico incluido, hizo que los mismos detractores bajaran la cabeza; algunos, sabiamente, empezaron a preguntarse qué ventaja técnica traería ese movimiento, o si solo sería eficaz en las piernas y la cabeza de Fosbury.
Las conclusiones fueron contundentes.
En Munich, 4 años más tarde, 28 de los 40 participantes, utilizaron la técnica de Dick, llamada Flop.
En Moscú 1980, lo hicieron 13 de los 16 finalistas.
Y entre 1972 y la actualidad, 54 de los 56 medallistas también saltaron Flop.
Fosbury no solo hizo revisar conceptos de la técnica de salto. Por un lado, llamó también la atención que usara una zapatilla derecha de un par distinto a la izquierda, en este caso caracterizado porque una era blanca y la otra azul. Hoy se ve bien clara la historia: la carrera hacia el colchón termina pisando con uno solo de los pies, lo que justificaría pensar en un desgaste y hasta una flexibilidad de calzado distinta al otro.
Por el otro, el hecho de que el saltador caiga de espaldas, a veces, impactando con su cuello, determinó que se terminara con la idea de que el salto en alto pudiese finalizar en un cajón de arena.
Cuenta la leyenda que existen fotos de un salto similar y anterior al de Fosbury ejecutado por un tal Bruce Quande.
Aun si no hubiera sido el pionero, nadie podrá quitarle a Fosbury el mérito de haber cambiado para siempre una disciplina tan popular.
Jamás en la historia un One Hit Wonder cambió tanto…para siempre.