El tenis, ante el desafío de seducir a las nuevas audiencias

Las estructuras dirigenciales del deporte llevan años intentando dinamizar al deporte sin dañar su esencia. Pero nadie se anima a dar un paso decisivo para retener al público frente a las pantallas.

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Tenis - ATP Finals Turín - Pala Alpitour, Turín, Italia - 20 de noviembre de 2022 El serbio Novak Djokovic celebra con el trofeo tras ganar la final individual masculina contra el noruego Casper Ruud.
Tenis - ATP Finals Turín - Pala Alpitour, Turín, Italia - 20 de noviembre de 2022 El serbio Novak Djokovic celebra con el trofeo tras ganar la final individual masculina contra el noruego Casper Ruud.

Hubo un tiempo, mayormente durante los años ‘80, en los que los torneos finales de las temporadas tenísticas de mujeres y varones se jugaban con apenas un par de semanas de diferencia y en el mismo escenario: el mítico Madison Square Garden de Nueva York.

Si bien cambiaron su denominación varias veces –incluyendo el nombre del patrocinante de época- los WTA Championships o los ATP finals solían ser mencionados por un sector de la prensa como el torneo de Maestros, rótulo que no gustaba demasiado a las entidades rectoras del juego pero que, a su vez calificaba la jerarquía se los participantes.

El ejemplo que quiero compartir data de noviembre de 1988. Lo elijo porque tuve la fortuna de estar presente en la tribuna de prensa de la casa de los New York Knicks.

Primero fue el de las damas. Con apenas 18 años, Gabriela Sabatini le ganó la final a la local Pam Shriver en tres sets corridos: uno de los experimentos de la época fue establecer que la final del torneo se jugase a la mejor de cinco sets, como los Grand Slams o, entonces, la Copa Davis y algunos partidos decisivos de torneos de esos que hoy forman parte del lote de los denominados ATP 1000. La intención era, entre otras cosas, demostrar que las chicas podían competir en alto nivel técnico y rigor físico al igual que los hombres. En los primeros años de los ‘90 la idea cayó en desuso pero mucho mas porque no cumplio con la idea de espectáculo –por su propio sistema de puntuación, un partido de tenis puede durar mucho más que lo aconsejable para las audiencias de estos tiempos- que porque las chicas no estuviesen a la altura.

Dos semanas más tarde, fue el de los caballeros. Boris Becker le ganó a Ivan Lendl una final épica, resuelta por 7 a 5 en el tie-break del quinto set luego de un match point en el que la pelota pasó una infinidad de veces por encima de la red y que, para completar el thriller, concluyó con un revés del alemán que rozó la faja y cayó muerta del otro lado de la red. Recomiendo buscar el momento en las redes. Debe haber sido el match-point más extraordinario de todos los tiempos.

El detalle de la época, difícilmente replicable en la actualidad, era que los aficionados generaron un sold out de localidades en varias de las sesiones del torneo femenino mientras que hasta quedaron butacas vacías la tarde de la final del masculino.

Seguramente habrá habido diversas razones para que esto que hoy suele no suceder entonces haya sido una contundente muestra de atracción del tenis femenino por encima del masculino. Personalmente, creo que una de las más relevantes tuvo que ver con la diversidad de perfiles deportivos y hasta personales que ofrecía entonces la élite del tenis de las chicas.

Steffi Graf era la imbatibilidad y la contundencia: ese año ganó los cuatro grandes y los juegos olímpicos de Seúl, el Golden Slam.

Martina Navratilova, la más grande de todos los tiempos, era la vigencia eterna. Había que ir a verla para aprender cuanto de audaz puede ser un juego de raqueta.

Chris Evert, a punto de retirarse, seguía siendo la gran rival de Martina, la antítesis, el tenis puesto dentro de un procesador aunque comenzó a ganar cuando no existían las computadoras.

Ya llegaba Mary Joe Fernandez y estaba en camino Arantxa Sanchez. Y pronto llegarían Monica Seles y Jennifer Capriati.

Y las finalistas del torneo mencionado. Sabatini, un tenis de orfebre y una estética digna de Isadora Duncan. Shriver, el milagro del chip and charge que parecía no tener golpes y, finalmente, lo tenía casi todo.

No es que a los varones les faltara todo esto. Es más, ese año, además de Lendl y de Becker, jugaron Andre Agassi, Stefan Edberg y Mats Wilander.

Sin embargo, esa especie de juego de roles de las mejores del circuito de mujeres, la virtud del estereotipo, nos permitía atomizar nuestro fanatismo.

Más expandido, claro, pero con cierto aire a lo que se le está terminando al circuito de varones, después de dos décadas irrepetibles en las que sobresale el trio fantástico de Federer, Nadal y Djokovic, pero que compartieron con Murray, Del Potro, Wawrinka o Safin por citar solo a algunos de los que se atrevieron a quitarles a los monstruos algún gran título en esta era inolvidable.

Esa era ya concluida –no tenemos mas Roger, va quedando bastante de Nole y no sabemos cuánto más de Rafa- expone a la ATP a una lógica de tremendos tenistas difíciles de ubicar en aquella atracción de roles antes mencionada y parece asemejarlo a lo que sucede con la WTA, que tiene muchos talentos que se alternan en los principales escenarios pero que aún no encuentra sucesión para los tiempos icónicos de las hermanas Williams, Sharapova y alguna más. La volatilidad puede ser atractiva o caótica. Aun no sabría donde ubicar que más de una decena de jugadoras se hayan repartido los últimos 8 años de Grand Slams.

El desafío que han tenido, tiene y tendrán ambos circuitos es el de, o esperar que aparezcan generaciones que produzcan atractivos similares a los de otros tiempos o extremar esfuerzos para conseguir recursos –dinero- que satisfaga la pretensión de los principales jugadores y a la vez no destroce las finanzas de los organizadores.

31 de octubre de 2022; Forth Worth, Texas, EE. UU.; Maria Sakkari (GRE) sirve el balón durante su partido contra Jessica Pegula (EE. UU.) el primer día de las finales de la WTA en el Dickies Arena.
31 de octubre de 2022; Forth Worth, Texas, EE. UU.; Maria Sakkari (GRE) sirve el balón durante su partido contra Jessica Pegula (EE. UU.) el primer día de las finales de la WTA en el Dickies Arena.

Por eso sobresale como buena noticia que, después de haber incorporado como principal Sponsor a la compañía Hologic, la WTA haya anunciado días atrás a Morgan Stanley. Es una muestra de confianza presente y futuro más allá de cualquier especulación. Incluidas las planteadas en estas líneas.

Hoy, un torneo ATP 250 que llega a repartir alrededor de 700.000 dólares en premios necesita más del triple de inversión para cubrir todos los gastos. Dependiendo de logísticas y garantías, hasta puede crecer la proporción.

El dato es apenas una referencia y el punto de partida para pararse en los tres elementos clave en la generación de ingresos: venta de entradas, derechos de televisión y, sobre todo, patrocinantes.

Quizás como todavía no entró en crisis la búsqueda de equilibrio es que las autoridades del deporte no sienten la urgencia de darle otra dinámica al show. Se vienen intentando cosas que van desde la regla de los 25 segundos entre un saque y otro hasta la eliminación de los sets decisivos a diferencia de dos games. Aun así, el tenis tiene un sistema de puntuación que, a veces, nos amenaza con llevarnos al infinito.

Cuando la modalidad de dobles quedó a punto de ser excluida del circuito principal, se propuso la alternativa de que se reemplazará el eventual tercer por un match-tie break y se instaló la modalidad de No Ad para cada game: en caso de una igualdad en 40 solo se juega un tanto más siendo la pareja que recibe la que elige a qué lado deben sacarle.

Este sería un atajo importante para evitar que, sobre todo en canchas lentas, muchos partidos entren en zona de tedio y nos exponga a la sensación de eternidad.

Se sabe que a muchos jugadores no les gusta esta idea. Menos les gustaría ver que se pierda financiamiento para sus premios. Tiene que ser muy importante el partido o demasiado poderosos los protagonistas para que el público, sea en la cancha o, mucho más, frente a las pantallas se quede tres, cuatro o cinco horas atento al espectáculo. Todos debemos aceptar que vivimos en un tiempo de audiencias efímeras.

Esto no solo compromete el interés del circuito en sí, sino que tampoco se ve demasiado alentador respecto del espacio que el tenis ocupa en el universo olímpico, que tiende cada vez más a agilizar los tiempos de las disciplinas que lo componen.

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