Hubo un tiempo, hace casi un siglo, en el que ser campeón olímpico de fútbol era tanto o más valioso que ganar un mundial.
Ya sabemos del singular y sinuoso vínculo del fútbol con los Juegos Olímpicos. Curiosamente, se trata de uno de los deportes que jugó por las medallas mucho tiempo antes de tener su primer campeonato mundial, en 1930.
Más que eso, mientras a la primera copa de la FIFA solo asistieron tres equipos europeos (Francia, Rumania y Yugoslavia), dos años antes, en los juegos de Amsterdam, la presencia de ese continente fue tan valiosa como que incluyó a Alemania, Italia, Francia, España, Bélgica, Portugal, Yugoslavia, Suiza y Países Bajos, entre otros. Cuando los uruguayos incluyen cuatro estrellas en su camiseta –dos olímpicas y dos mundiales-, pueden argumentar, entre otras cosas, que aun con potencias del Norte, lograron el título, en este caso, a costas de Argentina, su eterno rival.
Hay un dato estadístico que, en alguna medida, gráfica como se fue degradando el interés del fútbol por el certamen olímpico. Si repasamos los planteles del seleccionado uruguayo campeón en París 1924, Amsterdam 1928 y Montevideo 1930 encontraremos 7 jugadores que ganaron una dorada olímpica y el título mundial: Domingo Tejera, Lorenzo Fernandez, Alvaro Gestido, Angel Melogno, Conduelo Piriz, Juan Anselmo y Hector Castro, este último autor de uno de los goles de la final del Mundial ante los argentinos. Más importante aún: hubo 6 futbolistas que lograron los tres títulos: el capitán Jose Nasazzi, Pedro Cea, Pedro Petrone, Hector Scarone, Santos Urdinaran y el mitico Jose Leandro Andrade, la primera gran estrella del fútbol sudamericano que tanto conquistó París que terminó siendo invitado a sumarse a su elenco por Josephine Baker, tan guapo y buen bailarín que era el lateral uruguayo. Claramente, en esos tiempos, ganar un título olímpico era tanto o más prestigioso que ganar un mundial.
Al respecto, y siempre dejando abierta la puerta a la discusión, no son pocos los deportes que en la actualidad consideran más valioso subirse al podio de los anillos que triunfar en la máxima competencia de su disciplina. Pasa en competencias individuales, como natación, atletismo o gimnasia. Pasa en disciplinas colectivas como básquet, voleibol, hándbol y hasta el rugby seven.
Pocos años más tarde, fue el turno de Italia. Siempre de la mano del legendario entrenador Vittorio Pozzo, ganaron los mundiales de 1934 y 1938 y, en el medio, los juegos de Berlín en 1936.
Sin embargo, ya entonces empezó a notarse la diferencia de interés entre los mundiales y los juegos: entre los 16 participantes en tierra Alemana figuraron países, para esos tiempos, futbolísticamente marginales como Japón, Turquía, Luxemburgo, Egipto, Finlandia, China y Perú que se convirtió en el seleccionado sorpresa y fue víctima de un episodio escandaloso que les hizo perder un partido ganado ante Austria sobre el cual pronto daremos más detalles.
En cuanto a los nombres de los planteles italianos, solo tres coincidencias hubo entre 1936 y 1938 (de 1934 directamente no se repitió ningún jugador en Berlín). Los defensores Ugo Locatelli y Pietro Rava, estrellas de Inter y de Juventus respectivamente, y el delantero de Pisa Sergio Bertoni fueron los únicos en participar de los dos certámenes.
Pasada la Segunda Guerra Mundial, terminó de quedar en claro que aquello de los 13 uruguayos no volvería a repetirse. Y hubo que esperar hasta Qatar 2022 para volver a cruzarnos con campeones olímpicos y mundiales. Y qué campeones!
Cualquiera de nosotros podría, con solo investigar un poco en la red, encontrar en video material que ilustra en modo casi romántico las gestas de los años ‘20 y ‘30. Y nos muestra en plenitud la influencia y genialidad de Lionel Messi, autor de dos goles y de Angel Di Maria, propietario de la obra maestra que definió la final en China contra Nigeria.
No casualmente los dos fueron figuras deslumbrantes del último mundial. No casualmente siguen tan vigentes casi 15 años después de su consagración olímpica.