Muchos periodistas intentamos convencernos de que una efeméride es más que una mera curiosidad cronológica: rara vez la coincidencia de fechas representa algo más que un recordatorio. Sin embargo, de tanto en tanto, una efeméride se convierte en el disparador necesario para contar una historia. U honrar a un personaje,
Ayer, 27 de diciembre, cumplió años Shelly Ann Fraser-Pryce, a quien solo la naturalidad con la que asume su excelencia impide que se la considere como una de las tres velocistas más importantes de la historia.
Mundial de atletismo de 2009. Berlín y ese imponente estadio que, aggiornado, no perdió la fisonomía original de 1936, esos días contradictorios en los que el olimpismo se debatía entre la magnificencia de Jesse Owens y la siniestra figura de Adolf Hitler. Un año después de su consagración en los 100 metros llanos de Beijing, Shelly Ann confirma su hegemonía en la misma prueba del primer mundial que tuve el orgullo de cubrir.
Ninguno de los privilegiados ocupantes de esa serpentina de prensa por la cual pasan obligatoriamente los atletas al salir de la pista y camino a los vestuarios hubiera adivinado que esa morocha de poco más de metro y medio de altura, tono sereno y sonrisa tímida acababa de ratificar su condición de mujer más rápida del planeta. Así suelen ser muchos de los genios del deporte: fenómenos extraordinarios que, fuera de las pistas, las piscinas o las canchas parecen comunes al vecino que podemos encontrar en la panadería de nuestro barrio.
Humilde en la grandeza, hay quien conjetura que parte de esta personalidad sencilla tiene que ver con sus orígenes de niña nacida en Waterhouse, un suburbio violento de Kingston en cuyas calles lloro, de pequeña, la muerte de uno de sus primos dilectos en un choque entre pandillas.
Quizás esa mezcla de naturalidad y búsqueda de la excelencia haya tenido que ver con esa adolescencia en la que confrontaba sus ilusiones de atleta con cualquier tarea con la que pudiera dar una mano a las necesidades de su madre y, de paso, garantizarse el almuerzo en la escuela.
Cada vez que su compatriota Usain Bolt sentencia que, para 10 segundos de show, hay muchos años de sacrificio, penurias y frustraciones, es legítimo pensar en Fraser-Pryce.
De todos modos, es antojadizo creer que existe alguna razón específica para que alguien se convierta en la mejor de su especie durante casi una década y media. Shelly Ann convirtió un talento urbano en la dama capaz de ganarse la antipatía de muchos compatriotas por haberse convertido en verdugo de Veronica Campbell-Brown, otra de esas leyendas de distintivo sello jamaiquino.
Ella, Campbell-Brown. fue la primera gran señal de que estábamos ante alguien extraordinario. Pero entre 2008 y la actualidad, Fraser-Pryce sumó ocho medallas olímpicas –tres doradas- y 13 mundiales, incluidos 10 títulos individuales y en la posta. Más que eso. Camino a tanta gloria, superó todo tipo de amenaza deportiva. Carmelita Jetter, Dafne Schippers, Kerron Stewart, Tori Bowie, Dina Asher-Smith, Murielle Ahoure, Blessing Okagbare…hasta llegar recientemente a desplazar a Elaine Thompson-Herah de un trono que ya parecía lejano para nuestra heroína.
Entre 2008 y 2022, Shelly Ann solo tuvo un momento en el cual el mundo del atletismo pareció, sino olvidarse de ella, al menos mirar con escepticismo sus posibilidades de regreso a los primeros planos. Fue en 2017 –no participó en el Mundial de Londres- y la razón fue, probablemente, la más poderosa que pudiera existir.
También en Londres, pero en los primeros juegos olímpicos posteriores a la Segunda Guerra Mundial, muchos analistas consideraban inverosímil que una señora holandesa, madre de dos hijos y con un embarazo de tres meses, fuese siquiera capaz de competir en un torneo semejante. Fanny Blankers-Koen, de ella se trata, no solo compitió, sino que logró la incomparable marca de cuatro medallas doradas en un solo juego.
Fue, justamente, la maternidad la que marginó a Shelly Ann de las pistas. “Más allá de mi deseo de ser madre, mi cuerpo estaba necesitando un descanso de tanto esfuerzo en la preparación atlética”, explicó camino a un regreso que sería indudablemente repleto de gloria.
Más allá de su destreza deportiva, la estrella jamaiquina fue otra de las voces que se alzó para apoyar la denuncia que hizo Allyson Felix respecto de las empresas patrocinantes que decidieron bajar un 70 por ciento su contrato, justamente, por estar embarazada.
Dueña de una fundación que trata ayudar a que muchos niños y niñas como ella puedan cursar normalmente los distintos niveles de la educación escolar, lo que más sonroja y emociona promover de sus cosas personales es ser propietaria de un “centro de estética capilar” en Kingston.
Orgullosa de usar sus talentos para apoyar causas nobles, completa su cuadro de honor como embajadora de UNICEF y constante pregonera en favor de la lactancia materna y de la mejora de las condiciones de parto en su país de origen.
En tiempos de crisis para la velocidad masculina jamaiquina -¿Cómo encontrar una señal tras la huella dejada por el enorme Usain?-, Mama Shelly-Ann regresó a los mundiales en Doha, con sus últimas dos doradas…hasta el momento.
Con París 2024 en la mira y escala en Budapest 2023, Pocket Rocket –su apodo favorito que es, a la vez, el nombre de su fundación- amenaza con romper todos los parámetros de vigencia, sin importar la edad que figura en su pasaporte.
¿Cómo no darle crédito a ella…la chica que se ríe y gana?