Caster Semenya: Un caso que debería ampliar el debate

La limitación competitiva impuesta a la sudafricana, es solo una discutible cuestión de igualdad deportiva?

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Caster Semenya (AP)
Caster Semenya (AP)

“Desde niña lo suyo no eran las faldas sino un jogging. Prefería jugar al fútbol antes que a las muñecas y jamás unos zapatos con tacones fueron su predilección por encima de las zapatillas deportivas. Y no les voy a mentir. En más de una ocasión, cuando llamo por teléfono a casa y ella atiende confundo su voz con la de un hombre. Pero muchas veces fui yo quien le cambiaba los pañales. Les aseguro que es una niña”. La referencia no es textual pero reproduce fielmente el testimonio que dio Jacob Semenya a un medio británico años atrás. Jacob, quien trabajaba como cuidador de los jardines del municipio de Polokwane, Sudáfrica (una de las sedes del Mundial de fútbol de 2010), es el padre de Caster, una de las más extraordinarias atletas del Siglo XXI. Y la protagonista de uno de los episodios más controversiales de este tiempo.

Fui testigo presencial de su primer “pecado” deportivo, cuando con solo 18 años arrasó con sus rivales en la final de los 800 metros del Campeonato Mundial de Atletismo de Berlín, en 2009. Probablemente, la ocasión en que vimos al más maravilloso de todos los Usain Bolts que decoraron la última década del atletismo.

Ya entonces, su aspecto masculino generó no solo comentarios fuera de lugar sino hasta insinuaciones por parte de algún dirigente del olimpismo. No fue sino el mismo Nelson Mandela quien, poco despues de la gesta berlinesa, salió en apoyo de su joven compatriota quien ya se había sometido a un test de sexo que estableció que no había ninguna anomalía genital exterior en ella, sino una cantidad importante de nanomoles de testosterona por litro de sangre, bien por encima de lo permitido por las reglamentaciones vigentes. En septiembre de ese año, publicaciones periodísticas sugirieron que había indicios de intersexualidad en Semenya, que carecía de genitales internos femeninos y, en cambio, tenía testículos internos cuya funcionalidad generaba ese excesivo nivel de la hormona masculina. Como sea, nadie se animó a plantear una restricción ni a denunciar formalmente una anomalía que convirtiera en algo injusto para sus colegas la presencia de Caster en una pista.

 REUTERS/Paul Childs

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REUTERS/Paul Childs Juegos de la Commonwealth de Gold Coast 2018

Dos años más tarde, en Daegu, Corea del Sur, Semenya ratificó su supremacía. Doce meses después, en Londres, ganó la medalla dorada olímpica y cada vez que apareció en la Diamond League se repitieron dos rituales: su victoria y la reticencia de varias de sus rivales a saludarla después de la competencia.

Gano muchas más carreras de las que perdió y lo más relevante del segmento más reciente de su historial incluye una segunda dorada olímpica, un doble podio en el mundial de Londres (dorada en 800 y bronce en 1500) y títulos en las dos distancias en los Juegos de la Comunidad Británica, en Gold Coast, en 2018.

¿Podría ser el hecho de que ninguna de estas medallas le haya sido quitadas una vez que se oficializó la norma (algo que sucede regularmente con casos de dopaje, aún una década después de disputada la prueba) un argumento más para el reclamo de la sudafricana? Tiene lógica no haberlo hecho en virtud de que, en el momento de las carreras, ninguna regla le impedía competir. Sin embargo, si se pretende argumentar el asunto desde cierta justicia deportiva hay algo que parece haberse quedado en el camino.

El argumento principal que, finalmente, encontraron las autoridades para tomar una decisión al respecto comenzó a blanquearse, no casualmente, después de que Semenya, Francine Niyonsaba (Burundi) y Margret Wambui (Kenya) ocuparan el podio de los 800 en los juegos cariocas. Ellas tres fueron las más emblemáticas de las atletas que tuvieron o que adaptarse abruptamente a una norma o directamente dejar de competir en las pruebas en las que descollaron.

Caster Semenya
Caster Semenya

Recién en abril de 2018 el organismo madre del atletismo mundial anunció los nuevos criterios para que atletas con altos niveles de testosterona sean elegibles para competir oficialmente…en ciertas pruebas. Puntualmente, en distancias entre los 400 y los 1500 metros. Para poder competir entre las mujeres, las atletas debían hacer un tratamiento que redujera los niveles de testosterona durante un período de al menos seis meses.

A esta altura, la confrontación entre Caster y la entonces IAAF (hoy World Athletics) empezó a recorrer consultorios médicos, laboratorios y tribunales internacionales. Todo bien lejos de las pistas.

No son cuestionables los argumentos oficiales respecto de proteger el derecho de las atletas de participar de competencias en condiciones justas respecto de características de género. Sin embargo, no debería dejar de tenerse en cuenta que esas cuestiones fueron descartadas al permitir que estas chicas compitiesen sin tratamiento alguno en distancias en las que, se argumenta, no influyen decisivamente los niveles de testosterona. ¿Hasta dónde el planteo es solo técnico o científico y hasta donde se respeta el género? ¿Por qué deberían Semenya, que al igual de Niyonsaba o Wambui tienen documentos oficiales que dicen “sexo: femenino” alterar artificialmente su organismo o, en las pruebas en cuestión, competir entre los varones?

La campeona olímpica sudafricana de
La campeona olímpica sudafricana de 800 metros Caster Semenya (C) y su abogado Gregory Nott (R) llegan a una audiencia histórica en el Tribunal de Arbitraje Deportivo (CAS) en Lausana el 18 de febrero de 2019. - Semenya impugnará una regla propuesta por la Federación Internacional de Atletismo (IAAF) con el objetivo de restringir los niveles de testosterona en las corredoras. (Foto de Harold CUNNINGHAM / AFP)

El debate respecto del grado de invasión a la privacidad se mantiene vivo. Semenya, reticente a someterse al tratamiento, reapareció compitiendo sin éxito en los 5000 metros del Mundial de Oregon, este mismo año. Y a muchos nos quedó la sensación de que los recursos científicos al servicio del deporte pasaron una década buscando argumentos que justificaran medidas que, en realidad, nacieron por dos factores principales: el suceso deportivo y el prejuicio de aquellos que se guiaron por las apariencias.

No por lo que ES Caster. Sino por lo que parecía.

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