De los aires imperiales y avasallantes de Pekín 2008 a la ceremonia discreta, breve y compacta de Pekín 2022. De los tambores, potentes e inquietantes, a un coro de niños angelicales.
China entendió que el mundo esperaba los Juegos, pero que el mundo no está para juegos.
Los 14 años que pasaron entre aquellos Juegos de verano y los de invierno inaugurados este viernes dejaron en claro que el país más poblado del mundo, la segunda economía del planeta, ya no necesita demostrar su poder. Alcanzaba con lo que hizo en 2008, a niveles abrumadores y por momentos incómodos, en una ceremonia inaugural imposible de olvidar.
La de este viernes, quizás por los 23 F, -5 C, fue otra cosa. Mucho más breve, mucho más sobria, mucho más amable.
Si aquella vez asistieron más de 80 jefes de Estado y de gobierno, así como representantes de casas reales, esta vez la cifra fue cuatro veces menor. Los Juegos de invierno, también hay que decirlo, generan mucha menos atracción universal que los de verano y convocan a la mitad de países y un tercio de los atletas que su “hermano mayor”.
Pero el boicot diplomático se hizo sentir. Aquella vez llegaron al Nido de Pájaro el presidente de Estados Unidos, George W. Bush, el de Francia, Nicolas Sarkozy, el de Brasil, Luiz Inacio Lula da Silva, el primer ministro de Israel, Shimon Peres, parte de una extensa lista de los poderosos del mundo.
Con Estados Unidos, Reino Unido, Australia, Japón y Canadá, y la incorporación de la India a último minuto, el boicot diplomático fue compacto, pero poderoso.
Thomas Bach, presidente del Comité Olímpico Internacional (COI), lo hizo notar en forma elíptica durante su discurso en la inauguración.
“En nuestro frágil mundo, en el que aumentan la división, el conflicto y la desconfianza, mostramos al mundo: sí, es posible ser feroces rivales y, al mismo tiempo, convivir pacífica y respetuosamente. Esta es la misión de los Juegos Olímpicos: unirnos en una competición pacífica. Siempre construyendo puentes, nunca levantando muros. Unir a la humanidad en toda su diversidad”.
Si en 2008 el gran cuestionamiento a China fue su política en el Tíbet, en 2022 pasa por la situación de los uigures. En 14 años, las acusaciones crecieron en volumen y gravedad.
“China ha sido acusada de cometer crímenes contra la humanidad y posiblemente genocidio contra la población uigur y otros grupos étnicos mayoritariamente musulmanes en la región noroccidental de Xinjiang”, escribió la BBC.
“Los grupos de derechos humanos creen que China ha detenido a más de un millón de uigures contra su voluntad en los últimos años en una amplia red de lo que el Estado llama ‘campos de reeducación’, y ha condenado a cientos de miles a penas de prisión”.
“También hay pruebas de que se utiliza a los uigures como mano de obra forzada y de que se esteriliza a las mujeres a la fuerza. Algunos ex detenidos en los campos también han denunciado que fueron torturados y abusados sexualmente”.
China niega esas acusaciones, pero en ese contexto, lo sucedido en la ceremonia inaugural con el encendido del fuego olímpico en el estadio no pasó inadvertido: Dinigeer Yilamujiang, especialista en esquió de fondo, fue uno de los dos deportistas que encendió ese fuego.
El apellido, de origen uigur, fue un mensaje tan claro como sutil de China al mundo olímpico y al mundo en general: este es nuestro país, esta es nuestra gente y aquí mandamos nosotros.
Desde este viernes 4 de febrero hasta el domingo 20 habrá tiempo para comprobar, más de una vez, que en efecto es así.
SEGUIR LEYENDO: