Se habla poco del tema, porque se lo conoce poco, pero las cosas son así: ningún torneo de Grand Slam tiene asegurada por siempre su categoría y su presencia en el calendario del tenis. Y en ningún lado está escrito que deban ser cuatro. Podrían ser cinco. O tres.
Desde el pequeño maremoto que generó el rumano Ion Tiriac en 2008, con provocadoras declaraciones a la agencia alemana dpa en 2008, que el Abierto de Australia no se sentía tan amenazado.
Aquella vez fue Tiriac, esta vez es Novak Djokovic.
Cuando Tiriac lanzó su propuesta en octubre de 2008 durante una conversación con el autor de este artículo, parte del mundo del tenis lo crucificó por querer cambiar una historia inmutable desde la noche de los tiempos.
“Esta es una provocación de Tiriac. El derecho de los Grand Slam se basa en el derecho de la historia”, dijo Franceso Ricci Bitti, por entonces presidente de la Federación Internacional de Tenis (ITF) y hoy al frente de ASOIF, la Asociación de Federaciones Deportivas Olímpicas de Verano.
“Legalmente es posible hacer cambios, pero por historia lo veo muy improbable”, terminó admitiendo Ricci Bitti.
La Constitución de la ITF permite la creación de nuevos Grand Slam o el cambio de sus ciudades sede. Según el artículo 2.2b, la ITF puede “reconocer otros Grand Slam por uno o más años según lo que determine el Consejo”. Es decir, ningún torneo de Grand Slam tiene asegurada su sede por siempre.
¿Qué había dicho Tiriac?
“Yo quiero competir. Mañana voy y pregunto cuántos son los premios de Roland Garros. ¿Quince millones? Voy y pongo 15 millones, pero quiero estar al nivel de puntos de Roland Garros. ¡Déjenme competir!”, dijo Tiriac abriendo una Caja de Pandora que pocos eran capaces de abrir. Tiriac anunciaba, sin complejo alguno, que su intención era crear un quinto Grand Slam para sumarlo a los de Melbourne, París, Londres y Nueva York.
Inquieta por las intenciones del poderoso empresario rumano, presidente del Comité Olímpico Rumano entre 1998 y 2004, la federación australiana (Tennis Australia) hizo una importante autocrítica en diciembre de 2008.
“El Abierto de Australia, uno de los cuatro Grand Slam, está en una encrucijada, y su posición futura, así como su existencia, en riesgo. La demanda por organizar torneos de tenis creció en forma dramática en los últimos cinco años, con un significativo respaldo financiero en Asia y el Cercano Oriente”.
Trece años después de aquella autocrítica, Australia vuelve a estar inquieta.
“El único activo del Open de Australia es su reputación. Ese legado, reconstruido por muchos buenos servidores del juego desde su pérdida de relevancia a finales de la década de 1970 y principios de la de 1980, se ha visto gravemente empañado en el espacio de una semana. ¿Valió la pena tanto trabajo de tanta gente en una relación con un solo personaje dudoso? Esa es la única pregunta que quiero que responda Tiley (Craig, director general de Tennis Australia) ”.
La frase es de Malcolm Knox en una columna en “The Sydney Morning Herald”, que avanza trece años después en aquello que dijo Tiriac: “El estatus de ‘Grand Slam’ es puramente una construcción de la mente del mundo del tenis. Es una percepción construida sobre la reputación. No hay ningún jefe mundial que lo quite. Lamentablemente para el Abierto de Australia, nadie ha necesitado disminuir su estatus. Ha hecho todo el trabajo por sí mismo”.
En esa misma columna, Knox pide renuncias.
“El boicot más revelador, en los próximos años, será cuando los jugadores internacionales decidan que no pueden confiar en que este evento se gestione adecuadamente o que este país tenga un proceso de inmigración consistente y creíble. Lo que hace a un Grand Slam es la voluntad de los participantes de confiar en la competencia e integridad de los organizadores. Tanto si apoyan la postura vacuna de Djokovic y sus estratagemas tácticas como si no, esa confianza se ha visto truncada por la semana pasada”.
“Siempre hubo que ganar más que los tres eventos del hemisferio norte, y recientemente la reputación de Australia como el ‘grand slam de los jugadores’ se vio erosionada por tal favoritismo hacia unos pocos que se había convertido en el ‘grand slam de algunos jugadores”’.
“Después del fiasco de Djokovic, en el que Tiley y su junta directiva han quemado su reputación con la yesca que le proporcionaron al número 1 del mundo masculino, podría llamarse ‘el grand slam de un jugador’. Un torneo de esta envergadura debe ser más grande que cualquier jugador. Djokovic y los organizadores han conseguido empequeñecerlo”.
“Juegue Djokovic o no, la conducta de Tennis Australia (...) requeriría la dimisión inmediata de Tiley y de toda la junta directiva si tuvieran alguna conexión con la realidad, que esas mismas acciones demuestran que no tienen. Sólo hay un camino concebible en el que (la australiana Ashleigh) Barty gane y el torneo sea declarado, al final de dos semanas, un triunfo para todos: podría salvar sus pellejos”.
Entretanto, la telenovela de Djokovic no llegó a su fin, solo se tomó una pausa. Mientras centenares de tenistas luchan estas dos semanas por los diferentes títulos en el Abierto de Australia, el serbio reflexionará en Belgrado (en el mejor de los casos) y decidirá cómo sigue su camino esta temporada.
Pero el problema es triple: el de Djokovic, porque lo que le sucedió en estos días le cierra las puertas de más torneos. El de Australia, un Grand Slam que había perdido el complejo de inferioridad y que quedó, como se cuenta más arriba, muy golpeado. Y el del tenis mismo, porque el deporte salió debilitado de las dos increíbles semanas australianas.
El número uno del mundo, que podría dejar de serlo en menos de dos semanas, ya sabe que no podrá jugar Roland Garros si no se vacuna. Escarmentados con la experiencia de Australia, el Abierto de Francia y el gobierno de ese país le dejaron las cosas bien claras a Djokovic: no habrá Bois de Boulogne sin vacunas. Amelie Mauresmo, nueva directora de Roland Garros y que compartió el circuito con Djokovic, lo sabe bien.
A partir de ahí, el efecto imitación es inevitable: ¿qué países y qué torneos querrán ser percibidos de ahora en más como débiles, como genuflexos ante uno de los mejores de la historia? Si tienen dignidad y conexión con las sociedades a las que pertenecen, evitarán que las cosas se tornen tan complejas como en Australia: las reglas son las reglas, sí, pero lo mejor es que estén claras desde el inicio.
Sucedió en Francia, y la sensibilidad es fuerte también en el Reino Unido, sede de Wimbledon, así como en los Estados Unidos de Joe Biden, sede del US Open.
Vacunado, Djokovic estaba en condiciones de lograr lo que rozó en 2021: ganar el Grand Slam, la conquista de los cuatro grandes torneos en una misma temporada.
Sin vacuna, Djokovic podría ser protagonista de un Grand Slam a la inversa: el tenista destinado a ser el más exitoso de todos los tiempos y que no juega ninguno de los cuatro grandes torneos.
Ninguna gran organización se expondrá a pasar por lo que pasó Australia en el irrepetible enero de 2022. Tampoco otros grandes torneos de la serie Masters 1000.
“Tennis Australia temía perder la participación del número uno del mundo, nueve veces campeón del torneo, y fue permisivo hasta donde pudo con un injustificable complejo de inferioridad. Durante mucho tiempo, el evento fue de facto el ‘primo pobre’ de los cuatro Slams, visto como distante y poco atractivo, pero esa percepción ha cambiado claramente en las últimas décadas”, analizó recientemente el diario brasileño “Folha de Sao Paulo”.
“El candidato a mejor tenista de la historia, en cambio, dejó escoltado al país en el que es el mayor ganador, señalado como perjudicial para la salud pública en medio de una pandemia. Sea o no consciente de ello, se ha convertido en un icono del movimiento antivacunas mundial”.
Y la pregunta del millón: “¿Valió la pena el intento de ser un mártir? Puede que Djokovic se sienta orgulloso y nunca lo admita, pero será difícil convencerlo de que sí, de que ha valido la pena”.
Lo mismo pueden preguntarse el tenis y su organismo rector, la ITF, presidida hoy por el estadounidense Dave Haggerty, miembro del Comité Olímpico Internacional (COI).
La cacofonía del tenis, donde el poder se reparte entre la ITF, la ATP, la WTA, los Grand Slams y otros poderes de mayor o menor consistencia, hace muy difícil resolver este tipo de crisis con rapidez y contundencia. Todos se juegan mucho y nadie quiere ceder su cuota de poder.
Pero si Djokovic dedica estos días en Belgrado a analizar con detalle las declaraciones y comunicados (y también los silencios importantes, empezando por el de Roger Federer), confirmará que está muy solo, mucho más solo de lo que cabría esperar del hombre que va camino de ser el más exitoso de todos los tiempos en su deporte.
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