Hace poco más de una semana, en un torneo internacional de hockey en Moscú, el equipo nacional ruso invadió el hielo con el uniforme de la selección soviética y la inscripción en el pecho “CCCP”, la conocida abreviatura del nombre en ruso de la “Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas” (URSS).
La Federación Rusa de Hockey sobre Hielo precisó que las camisetas usadas en el juego contra Finlandia (partido que al final perderían 3x2) honraban el aniversario 75 de su fundación.
Pero también el hecho coincidió con los 65 años de la primera medalla de oro olímpica de la URSS en ese deporte.Luego de esa primera vez, los soviéticos ganaron otros siete títulos olímpicos, el último ya bajo el rótulo de “Equipo Unificado” en los Juegos de Barcelona, y casi dos docenas de campeonatos mundiales.
Al mismo tiempo el torneo en Moscú de hace unos días se disputó a tres décadas justas de la disolución de la Unión Soviética.
El 25 de diciembre de 1991 la bandera de la hoz y el martillo era sustituída por la tricolor rusa en el edificio del Kremlin. Momentos antes, Mijaíl Gorbachov había anunciado su renuncia.Un día después la URSS se disolvió formalmente.
Desde antes, el entonces Presidente del Comité Olímpico Internacional, Juan Antonio Samaranch, no ocultaba su preocupación por los acontecimientos políticos y sociales en un país que conocía bien al haberse desempeñado como embajador de España durante tres años.
En el verano de 1991 Samaranch había viajado a La Habana para los XI Juegos Panamericanos, cinco años después de su última visita cuando, infructuosamente, intentó convencer al gobernante Fidel Castro de que permitiera a los atletas cubanos asistir a los Juegos Olímpicos de Seúl,tras su ausencia de Los Angeles.
Dos años antes Gorbachov había estado en Cuba, la principal aliada de Moscú en el hemisferio occidental. Sus reformas causaban desagrado en la dirigencia cubana. En la isla comenzó a advertirse el peligro de extinción de la URSS. El bloque comunista del este comenzó a diluirse.
En La Habana los Juegos Panamericanos se celebraron en medio de frecuentes”apagones” (corte de la electricidad) en los hogares. Lugares de la ciudad que servían de sede a las competencias eran en ocasiones los únicos sitios iluminados de esos barrios. El petróleo soviético había dejado de entrar a Cuba como antes.
En un comentario privado Samaranch comprendió que también en la isla comunista estaban muy preocupados por el destino de la URSS.
Poco después de su regreso a Lausana, sucedía en Moscú el intento de golpe de estado del ala dura del Partido Comunista de la URSS. En la navidad de 1991, cuando sólo faltaban unos días para que las invitaciones oficiales a los Juegos Olímpicos de Barcelona salieran desde la sede del COI, nacía la Comunidad de Estados Independientes. En la práctica la URSS ya no existía, tras la crisis política interna, la pérdida de los países bálticos y las sucesivas declaraciones de independencia de sus repúblicas.
“Samaranch sentía los Juegos de Barcelona como “sus Juegos” y no podía correr el riesgo de que se disputasen sin la presencia de los grandes atletas de la extinta URSS. Sin ellos, deportivamente, los Juegos de Barcelona serían considerados de segundo nivel” se menciona en el libro “Presidente Samaranch, los 21 años de la Presidencia del COI que cambiaron el deporte”
El líder olímpico “estaba dispuesto a viajar donde fuera, a entrevistarse con quien fuera para negociar hasta el último minuto” la participación de los atletas y equipos de las ex repúblicas soviéticas.
El libro menciona discretas intervenciones de antiguos miembros del KGB, el servicio secreto soviético, para allanar el camino a gestiones de alto nivel diplomático con intervención de cancillerías occidentales y funcionarios de alto rango.
El presidente del COI sostuvo reuniones en el Kremlin con Boris Yeltsin,el nuevo presidente ruso, para garantizar la presencia de los deportistas, excepto los de los estados bálticos que ya se habían reintegrado al Movimiento Olímpico.
En las negociaciones con Yeltsin, Samaranch declara “el COI continúa su política de flexibilidad para adaptarse a las evoluciones geopolíticas”.
Con la mediación del vicepresidente del COI Vitaly Smirnov ( hoy con 83 años), Samaranch viajó a Moscú el 25 de enero de 1992 para cerrar el acuerdo con Yeltsin, una decisión ratificada por la Comisión Ejecutiva del COI el 3 de febrero.
El Comité Olímpico Ruso había sido creado el 28 de diciembre de 1991 y reconocido dos años después . Fue precisamente Smirnov su presidente.
El 9 de marzo , en Lausana, Samaranch se reúne con los líderes de los Comités Olímpicos de las ex repúblicas soviéticas que habían pedido su reconocimiento al COI.
Tras horas de negociación, el COI asegura la asistencia de los deportistas en las citas olímpicas de Albertville y Barcelona bajo la denominación de Equipo Unificado (EUN) o Comunidad de Estados Independientes (CEI), aunque Georgia no aceptaría estas siglas hasta 1993.
En los Juegos Olímpicos Invernales de la ciudad francesa de Albertville , en febrero de 1992, el EUN estuvo representado por Armenia, Bielorrusia, Kazajstán, Rusia, Ucrania y Uzbekistán y se situó segundo en la tabla de medallas detrás de la Alemania Unifcada.
En los Juegos de Verano de Barcelona integraron la delegación 12 de las 15 ex repúblicas soviéticas, con la excepción de las tres bálticas, y finalizó en el primer lugar por medallas.
A partir del 1 de enero de 1993 cada república pudo actuar de forma independiente en todas las competiciones. Ese mismo día el COI anunció que la asociación provisional conocida como EUN dejaba de existir y que nacía un nuevo mapa con la presencia de 12 CONs para sustituir a la vieja potencia soviética, relata el libro sobre Samaranch.
La historia registra el hecho como una victoria diplomática – deportiva, sin embargo la nueva geografía olímpica comenzó a preocupar a no pocos CONs de paises en vias de desarrollo que reconocieron más complicaciones para sus opciones al podio tras la multiplicación de deportistas ex soviéticos mientras alertaban sobre el equilibrio arbitral en determinados deportes.
Hace 25 años, a propósito de sus Juegos Olímpicos en Atlanta, Estados Unidos aprovechó el adiós de la URSS para retomar el liderazgo de las citas olímpicas veraniegas, interrumpido brevemente en Beijing 2008 cuando los chinos se posicionaron en el primer lugar por el número de medallas de oro, no así por el total.
Ocho años después de aquel del 25 de diciembre de 1991, un ex oficial del KGB, Vladimir Putin llegó al poder en Rusia con la ilusión de devolverle a ese país, el más extenso del mundo, el papel de superpotencia.
Y en su agenda el deporte tenía un sitio prominente. En este sentido Rusia fue consiguiendo gradualmente eventos trascendentes como el Mundial de atletismo (2013), los Juegos Olímpicos de Invierno (2014), el Mundial de natación (2015), el Mundial de hockey sobre hielo (2016) , el Mundial de fútbol (2018) y el Mundial de boxeo en 2019.
Pero los escándalos de dopaje truncaron ese objetivo en un momento culminante y mancharon severamente la imagen del país: debido a las trampas, atletas rusos fueron despojados de más de 50 medallas olímpicas en el último lustro y Moscú se veía obligado a negar reiteradamente, con Putin a la cabeza, la dimensión institucional de un sistema ilícito.
A la espera que en diciembre de 2022 se cumplan los dos años de sanción impuestos por el Tribunal Arbitral del Deporte, por la que Rusia no puede competir como país ni usar sus símbolos nacionales en Juegos Olímpicos y Paralímpicos, las autoridades rusas están insistiendo en los últimos meses en la idea de aspirar a los Juegos Olímpicos de Verano de 2036.
Un proyecto que además de insertarse en el proceso de rescatar el prestigio del deporte ruso , obliga a recordar los ya lejanos Juegos organizados en Moscú en 1980, época en que la desaparecida Unión Soviética lideraba el cuadro de medallas.