Nadie podrá acusar al gobierno de Joe Biden de falta de claridad: “genocidio” y “crímenes contra la humanidad” son sus argumentos para decidir el “boicot diplomático” contra los Juegos Olímpicos de invierno de Pekín 2022, que se inauguran dentro de menos de dos meses.
La inusual dureza de Jen Psaki, portavoz de la Casa Blanca, confirma que el deporte le sirve a la administración Biden para que su postura acerca del régimen de Pekín sea entendida por todos.
Porque el boicot era un hecho, era evidente desde que el propio Biden admitió que lo estaba analizando y desde que el inquilino de la Casa Blanca y el presidente chino, Xi Jinping, eludieron hablar del tema durante su reciente reunión de tres horas y media de duración.
No había nada que hablar, la decisión ya estaba tomada.
Es lo que entendió -supo, en realidad- la WTA, el ente rector del tenis femenino, cuando la semana pasada anunció algo impensable poco tiempo atrás: su ruptura de relaciones con China, el retiro de todos sus torneos en un país que le aportó en la última década una porción muy importante de su presupuesto.
La extraña situación de la tenista china Peng Shuai fue el catalizador para que la WTA diera el audaz paso. Y no fue en absoluto ajena a la decisión de la Casa Blanca.
“Desde el primer día... un instigador del cambio”. Así se define el CEO y Chairman de la WTA, Steve Simon. Californiano de 66 años, en los fundamentos de su decisión habló también con inusual claridad.
“Nada de esto es aceptable ni puede llegar a serlo. Si los poderosos pueden suprimir las voces de las mujeres y barrer las acusaciones de agresión sexual bajo la alfombra, entonces la base sobre la que se fundó la WTA -la igualdad para las mujeres- sufriría un inmenso retroceso. No quiero ni puedo permitir que eso le ocurra a la WTA y a sus jugadoras.
“A menos que China tome las medidas que hemos pedido, no podemos poner en riesgo a nuestras jugadoras y a nuestro personal celebrando eventos en China. Los dirigentes chinos no han dejado a la WTA otra opción. Sigo teniendo la esperanza de que nuestras súplicas sean escuchadas y las autoridades chinas tomen medidas para abordar legítimamente esta cuestión.”
Casi nadie se atrevía a hablarle de ese modo a Pekín mientras China crecía y ganaba poder aceleradamente.
Hoy, con China compitiendo mano a mano con los Estados Unidos, muchos entienden que es hora de ponerle límites al gigante. En apenas cuestión de días, dos instituciones muy diferentes, pero ambas comandadas por progresistas estadounidenses -la Casa Blanca y la WTA-, dieron el paso al frente.
Días atrás se sumó Wimbledon, una verdadera institución del deporte británico: “La WTA sigue demostrando un fuerte liderazgo en pos de su misión de representar y proteger los derechos de sus jugadores”.
Un anticipo, en cierta forma, de lo que sucederá con los gobiernos de Londres, Canberra y Ottawa, que estaban esperando a que Washington anunciara la decisión. De ahora en adelante se asistirá a un goteo de “boicots diplomáticos”, que a diferencia de los de hace ya unas décadas, castigan al anfitrión, pero no al deportista.
Y el castigo a China, aunque algunos podrían pensar que no, es fuerte. Para países de larga historia y poderío como China o Rusia, que otras potencias desprecien sus Juegos es una afrenta. No les da igual.
Catorce años después de Pekín 2008, unos Juegos en los que la ceremonia inaugural fue casi un mensaje de “somos los más poderosos del mundo, comiencen a entenderlo de una vez”, el mundo de la política comienza a utilizar el deporte para ponerle límites a Pekín.
A Biden le sirve, porque el paso es importante de cara a un sector importante de sus votantes, pero también llama la atención de no pocos simpatizantes de Donald Trump, molestos por la inundación de productos baratos de China.
Y a la WTA, también. Hoy pierde dinero, pero la apuesta es a largo plazo, es una apuesta por décadas. Organización profundamente estadounidense, progresista y emblema del feminismo desde los años ‘70, no podía permitirse ignorar una acusación de “agresión sexual” a una de sus jugadoras. Billie Jean King no lo hubiera perdonado.
Lo que la WTA pierde hoy lo gana en imagen. Y esa ganancia en imagen paga dividendos en los mercados estadounidenses y europeos, de los que también provienen sus patrocinadores.
Deberá olvidarse de los chinos, sí, pero quedarse a mitad de camino la condenaba a un problema mayor en el futuro. Al optar por darle un portazo a China, obtiene algo que la ATP, su contraparte en el circuito masculino, quizás ya no pueda aspirar a tener.
Esta historia, por supuesto, continuará.
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