LA COLUMNA : Muhammad Alí, 25 años después: de Atlanta a La Habana y la nueva realidad del boxeo

Nico Ali Walsh, de 21 años, es el nieto de Muhammad Ali y ya ha propinado dos nocauts en sus únicas presentaciones desde que debutó en agosto.

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Muhammad Ali enciende el pebetero olímpico en Atlanta 96 / Reuters
Muhammad Ali enciende el pebetero olímpico en Atlanta 96 / Reuters

Nico Ali Walsh, de 21 años, es el nieto de Muhammad Ali y ya ha propinado dos nocauts en sus únicas presentaciones desde que debutó en agosto.

“Estoy bendecido de seguir el legado de mi abuelo... Amo este legado que continúo”.

Ojalá Nico pudiera verse también en el ring olímpico, ahora que están abiertas las puertas a los rentados, y así rememorar el estreno mundial del entonces Cassius Clay en Roma 1960.

Ojalá al menos tenga las manos de su famoso antecesor, que era rápido y persistente con ambas, dueño de un gancho letal con el que buscaba noquear a sus rivales.

Las manos de Muhammad Alí… Hace justo 25 años tuve su derecha en mi barbilla, esa misma derecha con la que desafió los temblores del Parkinson para encender el pebetero de los Juegos Olímpicos en ese mismo 1996. La misma derecha que impactó en los rostros de Archie Moore, Sonny Liston, Floyd Patterson, Oscar Bonavena, Joe Frazier, Jimmy Ellis, Ken Norfton, George Foreman, Alfredo Evangelista, Earnie Shavers, Leon Spinks, Larry Holmes y tantos otros.

Alí también estuvo en La Habana en el año olímpico de Atlanta, donde un dia antes de la clausura de los Juegos, Juan Antonio Samaranch le entregó una réplica de su presea de oro de 1960 que ganara en la división semipesada, una medalla desaparecida que sigue generando controversias: no se sabe si el legendario púgil la lanzó al río en protesta al ser discriminado en una cafetería de su pueblo, o si realmente la extravió.

Durante su mandato de 21 años al frente del COI, Samaranch devolvió medallas olímpicas a deportistas en ceremonias que consideraba “actos de justicia”, como ocurrió en 1982 con otro boxeador, el sueco Ingemar Johansson.

Al escandinavo le entregó la medalla de plata que se le negó por su descalificación por presunta “falta de competividad” en la final de los pesos pesados de los Juegos de Helsinki 1952.

Samaranch había sido testigo de ese combate como enviado especial de un periódico español, y fue seguidor también de la posterior y exitosa carrera de Johansson en el boxeo profesional, donde consiguió cinturones mundiales y europeos.

En aquel 1996, Ali aterrizó en La Habana al frente de una misión humanitaria de la Cruz Roja Internacional y con medio millón de dólares en medicamentos para hospitales.

Desde que llegó al aeropuerto y durante la semana de su estancia, lo seguí con mi libreta de notas en su recorrido por hospitales y gimnasios. En el último día de su primera visita a La Habana –en 1998 regresó también con otro cargamento de donaciones- me sorprendió cuando intentaba arrancarle una palabra.

En un gesto cariñoso, e inesperado, presionó su brazo izquierdo sobre mi espalda mientras su impresionante puño derecho, amenazante, rozaba mi mandíbula.

Le había preguntado cuál hubiera sido el resultado de una pelea suya contra el tricampeón olímpico cubano Teófilo Stevenson, de la que empezó a especularse justamente hace 45 años, cuando el gigante caribeño ganó la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Montreal.

Muhammad Ali, en La Habana, junto a Miguel Hernández, autor de este artículo y periodista especializado de Around the Rings
Muhammad Ali, en La Habana, junto a Miguel Hernández, autor de este artículo y periodista especializado de Around the Rings

Aquellos en Canadá fueron mis primeros Juegos Olímpicos en el periodismo del deporte, y estuvieron a punto de no serlos: sólo se esperaba una orden de La Habana –que por suerte no llegó- para que Cuba se sumara al boicot de los países africanos.

Mientras mi mano se perdía dentro de la suya en el saludo, Alí me dijo algo en tono muy bajo en aquel pequeño salón del hospital habanero. Apenas pude escuchar.

“Tablas, dice”.

Era Lonnie, su esposa y portavoz, la que me ratificó la caballerosa respuesta del campeón sobre el llamado “Combate del siglo” contra Stevenson, que nunca se concretó. Eso hubiera sido un empate, decía Alí.

Stevenson moría sorpresivamente a los 60 años, en junio de 2012, de un infarto cardíaco.

“Le pasó por no querer ponerse un marcapasos”, le escuché al veterano entrenador de la selección cubana de boxeo, Alcides Sagarra, en el Coliseo de la Ciudad Deportiva de La Habana. El marcapasos es un pequeño aparato que se implanta en el cuerpo para cuando el corazón late muy despacio.

Con Alí en Cuba nos pasó a nuestra generación como con los Beatles y su primera película, “A Hard Day’s Night”, que la vimos en la isla casi 40 años después de su estreno.

Las peleas de Alí nunca se exhibieron en Cuba ni se comentaron en los periódicos durante el tiempo en que “El más grande” reinó en los cuadriláteros. En 1961, Fidel Castro había decretado la eliminación del profesionalismo, una ley dirigida al béisbol y al boxeo. Sesenta años ya.

En noviembre de 1992, en el contexto de una Asamblea General de Comités Olímpicos Nacionales en Acapulco, el mexicano de origen libanés José Sulaimán, presidente por tres décadas del Consejo Mundial de Boxeo (CMB), me comentaba que quería viajar a La Habana para proponerle a Castro proyectos para ayudar a los púgiles cubanos.

Entre sus ideas, Sulaimán hablaba de un campeonato mundial con la presencia de campeones de las diversas organizaciones del boxeo profesional y monarcas de Juegos Olímpicos.

Cuatro meses antes, siete cubanos habían ganado la medalla de oro en el torneo de boxeo de los Juegos Olímpicos de Barcelona. Gracias a ellos, Cuba fue quinta en el medallero final, luego de las lamentables ausencias en los Juegos de Los Angeles 84 y Seúl 88.

Pero alguien aconsejó a Sulaimán, que nunca sacó boletos a La Habana.

El Presidente del Consejo Mundial de Boxeo (CMB), Mauricio Sulaimán. EFE/Sáshenka Gutiérrez/Archivo
El Presidente del Consejo Mundial de Boxeo (CMB), Mauricio Sulaimán. EFE/Sáshenka Gutiérrez/Archivo

Sin embargo, 29 años después, su hijo y sucesor en el CMB, Mauricio Sulaimán, transmitió un nuevo mensaje de cooperación a Cuba, y esta vez al parecer encontró oídos receptivos en las autoridades boxísticas de la isla.

El encuentro con Sulaimán ocurrió durante un cartel, inédito y amistoso, entre profesionales mexicanos y seleccionados olímpicos cubanos celebrado en el estado mexicano de Aguascalientes un mes antes de los Juegos Olímpicos de Tokio.

Los funcionarios deportivos de la isla no descartan acuerdos con conocidas organizaciones profesionales, de acuerdo a comentarios deslizados durante este año, algo impensado en estas décadas transcurridas.

¿Estará cerca el día en que algunas de esas entidades regidoras del boxeo rentado organice algún espectáculo en el Coliseo habanero?

¿A alguien se le ocurrirá proyectar un programa entre boxeadores de la isla y los púgiles cubanos establecidos en Estados Unidos?

¿Estaría vigente aún aquella idea del viejo Sulaimán?

De vuelta a estos días, vuelvo a recordar a Muhammad Alí, aquí en Atlanta, donde para mucha gente es ídolo y mito. Vuelvo a recordarlo 25 años después con sus movimientos lentos, su silencio, su histórica carrera dentro y fuera del ring. Y su manaza en mi mentón.

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