Cada época tiene su líder. Juan Antonio Samaranch llegó para cambiar la historia de los Juegos Olímpicos e impedir que de a poco se esfumaran. Thomas Bach, 33 años después del ascenso del español, volvió a sacar a los Juegos de cierto sendero peligroso por el que comenzaban a enfilar. Pero sin Jacques Rogge, el hombre que lideró el olimpismo entre 2001 y 2013, todo hubiera sido mucho más ingrato y difícil. Para Samaranch y para Bach.
Sin Rogge, el belga de hablar sereno y pausado, lo que construyó Samaranch entre 1980 y 2001 hubiera sido más difícil de sostener. Y sin Rogge, el inventor de los Juegos Olímpicos de la juventud, a Bach le hubiera sido mucho más difícil renovar los Juegos y llevar el surf, skateboard y escalada deportiva a Tokio 2020.
“Sin duda será recordado por ser el creador y el padre de los Juegos Olímpicos de la Juventud”, destacó este domingo el argentino Gerardo Werthein, miembro del Comité Olímpico Internacional (COI) y de su comité ejecutivo, en un comunicado.
Buenos Aires fue sede de aquellos Juegos en 2018, y Rogge los disfrutó como presidente honorario y espectador en la capital argentina.
Los Juegos juveniles, que el belga ya había impulsado durante sus años al frente del Comité Olímpico Europeo (EOC) se convirtieron -y lo sigue siendo- en el laboratorio ideal para que el COI se anticipará e impidiera el envejecimiento prematuro de los Juegos Olímpicos, que no en vano tienen ya 125 años.
Rogge, que instauró la costumbre de que el presidente del COI se instalara en la villa olímpica durante los Juegos, “amaba el deporte y estar con los deportistas”, dijo su sucesor, Bach. “Su felicidad por el deporte era contagiosa”.
Pero el deporte -lo vivieron o viven en carne propia Samaranch, Rogge y el propio Bach- no es siempre felicidad.
Cuando el belga llegó al puesto más importante del deporte mundial, el escándalo de corrupción de Salt Lake City aún se hacía sentir. Tres meses después, el mundo cambió su rumbo a partir de los atentados del 11 de septiembre de 2001. Y en el medio -antes, durante y después- los casos de doping sacudían la credibilidad del deporte y del COI.
La decisión de Rogge de impulsar a Richard Pound como presidente de la Agencia Mundial Antidoping (WADA) fue de las más inteligentes en su mandato, porque el canadiense encontró un sillón acorde a su capacidad tras no haber llegado a ese de Lausana en el que terminó sentándose el belga.
Finalmente, el fútbol y los Juegos le deben algo muy importante a Rogge: el oro olímpico de Lionel Messi con la selección argentina en Pekín 2008.
El Barcelona no quería ceder al argentino para aquellos Juegos, pero Rogge, durante una entrevista con la agencia alemana de noticias dpa, le dio un impulso que Messi probablemente ignore, pero que fue decisivo.
“La FIFA acaba de recordarle a los clubes que deben ceder a los jugadores”, dijo Rogge durante la entrevista en Lausana. “La ley indica que si un equipo no cede a un jugador, entonces el futbolista queda suspendido por todo el período de los Juegos. Eso significa que el jugador no podrá jugar para su club”.
Más allá de algunos matices legales, Rogge estaba en lo cierto, y aquellas palabras fueron una tremenda sacudida para el club español: Messi tenía derecho a estar en los Juegos. Josep Guardiola convenció al entonces y hoy presidente, Joan Laporta, de que ese era el camino. Sin Rogge y sin Guardiola, Messi no tendría un oro olímpico entre sus trofeos.
Y no, Messi no lo sabe, pero por algo el destino quiso que el mismo día en que su vida cambiaba al debutar con la camiseta del Paris Saint Germain, Rogge, el hombre que lo ayudó, se despidiera de este mundo.