TOKIO - ¿Y si no seguimos saltando el oro es para los dos?
La pregunta, en medio de la agobiante noche de calor japonesa en un inmenso estadio vacío, dio pie a la que es una de las historias más bellas de los Juegos Olímpicos de Tokio: la decisión de un deportista de compartir el oro con su amigo.
Lo hizo el qatarí Mutaz Essa Barshim para instalar en el rostro del italiano Gianmarco Tamberi una sonrisa que no se iría en toda la noche.
Barshim y Tamberi habían logrado superar la varilla en 2,37 metros en el salto de altura, pero ambos fracasaron en volar por encima de los 2,39. Fue entonces que un oficial técnico de World Athletics, la federación que rige el atletismo, se acercó a preguntarles si querían seguir saltando para definir entre los dos quién se quedaba con el oro.
“¿El oro puede ser para los dos?”, preguntó Barshim. El oficial técnico asintió con un gesto y en la pista de atletismo del Estadio Olímpico de Tokio se desató un pandemónio. Tamberi saltó -no podía ser de otra manera- a los brazos de Barshim, al que lo une una amistad de larga data.
Compartir la medalla le aseguraba a Barshim tener el set completo tras el bronce de Londres 2012 y la plata de Río 2016, y no arriesgarse a perder el máximo escalón del podio, que ya tenía ganado.
“History, my friend!”, le dijo Barshim a Tamberi, que comenzó a correr por todo el estadio, un estadio en el que en cuestión de minutos estaban sucediendo demasiadas cosas importantes y emotivas.
En esos minutos, la venezolana Yulimar Rojas se llevaba el oro en salto triple. En tres saltos, Rojas acababa con el récord mundial de la ucraniana Inessa Kravets, marcado en 1995, antes de que ella naciera, y lograba el primer oro olímpico de una mujer en la historia de su país.
Al otro lado del estadio, Lamont Marcel Jacobs ganaba los 100 metros, el primer italiano en la historia olímpica en hacerlo, y sucedía así al mítico jamaiquino Usain Bolt.
Segundos después de cruzar la meta, Jacobs aterrizó en los brazos de Tamberi, que seguía enloquecido de felicidad. Horas más tarde, “Casa Italia”, la fabulosa sede del equipo italiano en Tokio, era una gran fiesta.
La historia de amistad de Barshim y Tamberi se remonta a un mundial juvenil en Canadá, once años atrás.
“Cuando lo conocí pensé que estaba loco”, dijo alguna vez el qatarí acerca del histriónico italiano. Pero no, no lo estaba. Las lesiones de tobillo los unieron en el dolor y la perseverancia. A Tamberi lo dejaron fuera de Río 2016 y a Barshim le arruinaron una temporada.
“Nos entendimos bien, nos hicimos amigos, fui a su boda”, recordó Tamberi en medio del agobiante calor de la madrugada del lunes en las entrañas de cemento del Estadio Olímpico.
Una noche en la que volvió el recuerdo del cubano Javier Sotomayor y su récord mundial de 2,45 en 1993 en la ciudad española de Salamanca. Tanto Barshim como Tamberi intentaron acercarse a esa marca en Tokio. No pudieron. ¿Cumplirá 30 años el récord en 2023?
SEGUIR LEYENDO: