TOKIO - Juan Antonio Samaranch tenía la costumbre de pegarle una etiqueta a cada edición de los Juegos Olímpicos en la ceremonia de clausura. Quería, cada cuatro años, poder hablar de los “best ever”, pero si no era posible, como le sucedió ante las deficiencias organizativas de Atlanta 96, apelaba a la malvada sutileza: los calificó de “los más excepcionales Juegos”.
A los periodistas acreditados en Tokio 2020 les vendría bien tener de su lado al fallecido dirigente español. Seguro que se le ocurriría algo para definir dos asuntos esenciales en el trabajo en los Juegos: el transporte y la comida. No hay que descartar que los definiera también como “los más excepcionales”.
Solo los enviados especiales a Tokio llegados desde todo el planeta saben lo difícil que es el día a día en la capital japonesa. Tres días antes de salir de sus países debieron someterse a dos pruebas PCR, luego se hicieron una de antígenos al llegar al aeropuerto de Tokio y se continúan testeando regularmente dentro de la burbuja olímpica hasta que, 14 días después de haber llegado, sean liberados.
El concepto que sostiene el esquema armado por el comité organizador podría definirse como un: ustedes están en los Juegos Olímpicos de Tokio, pero no en Tokio. Es la manera de buscar evitar que los Juegos compliquen la situación del Japón pandémico.
No pisar Tokio tiene como consecuencia que no se puede utilizar el transporte público y tampoco se puede comer fuera de las instalaciones olímpicas, el hotel o algún lugar específico designado. Hay que comer obligatoriamente en las diferentes sedes de los Juegos, y la oferta allí es, podría decir Samaranch, “unique”, otra palabra de sutil maldad en el idioma inglés.
Entre los mensajes que tradicionalmente envían los Juegos Olímpicos está el de la vida sana y la superación personal para mejorarse a uno mismo. Un mensaje no aplicable a Tokio, porque con tres semanas alimentándose en las diferentes instalaciones de la prensa, los periodistas lo único que podrán superar son los kilos que les devolvía la balanza antes de subirse al avión y sus niveles de colesterol.
No existe la fruta en las instalaciones de prensa, aniquiladas han sido las ensaladas, destruido el concepto de variedad. ¿Yogures? Olvídelo. ¿Jugos naturales? No sea pretencioso. ¿Cereales? Vaya caprichoso... ¿Un buen café promediando la tarde? Basta.
“He visto torneos mínimos de tenis con mejor servicio de comida”, comentó el periodista chileno Sebastián Varela Nahmias, enviado del diario “La Tercera”. “En el tenis olímpico solo hay sopas envasadas y un cuenco con arroz y un trozo de pollo del tamaño de una moneda. Y en el centro acuático me encontré con un sandwich deprimente”.
Todo esto se aplica a la prensa escrita. La televisión, con el International Broadcast Centre (IBC), suele vivir en un nivel claramente superior. Existe, de hecho, en un área que conecta el MPC con el IBC, una tienda de conveniencia que permite comer con alguna mayor variedad. Pero parece poco para tan gran evento.
La ceremonia inaugural no fue diferente, y en el Centro Principal de Prensa (MPC) se ofrecen a diario los cuatro mismos platos que combinan carne, cerdo o langostinos con arroz o fideos fríos. Y eso es todo. En otras instalaciones hay intenciones de una mayor variedad, pero varios de los platos que se ofrecen figuran como no disponibles.
La desesperación de muchos periodistas pasa por el hecho de que no tienen opción: están encerrados en la burbuja, no pueden cruzarse a un bar o a un restaurante a buscar mejor comida.
Y en medio del demoledor calor húmedo de Tokio, el pobre nivel de la alimentación a que se fuerza a los periodistas se combina con el llamativo diseño del sistema de transporte. Todo funciona mediante un “hub” de transporte a 900 metros del MPC. Para llegar a ese “hub” hay que tomar un bus mediano en el que entran, apiñados, hasta unos 40 periodistas.
En las horas previas a la ceremonia inaugural de los Juegos la fila para subirse a ese bus era enorme, convirtiendo el viaje en eterno. Una vez que se llegaba al “hub” para subirse al bus que los llevaría al Estadio Olímpico, los periodistas descubrieron que estaban pasando por el exacto mismo sitio donde habían iniciado el viaje... una hora antes.
Ese bus mediano no respeta las distancias sociales, ahí están todos barbijo contra barbijo. Y el regreso post medianoche tras la ceremonia inaugural fue apoteósico: filas de cientos de metros y autobuses parsimoniosos. Todo, tras una noche en la que el wi-fi falló notablemente en el sector de prensa.
El problema del transporte no es exclusivo de Tokio, suele darse en los grandes eventos. También el de la comida, aunque Juegos como los de Atlanta 96, Sydney 2000, Atenas 2004 o Londres 2012 funcionaron muy bien en ese aspecto. Los australianos ofrecían variedad y especialidades como carne de canguro y de cocodrilo, mientras los griegos seducían con sus yogures, sus ensaladas y sus frappés.
Pekín 2008, deprimente con su oferta de comida, es lo más cercano a lo que está mostrando Tokio.
Pero de Japón, que maravilla en todo el mundo desde su gastronomía, se esperaba más. Ayudan la amabilidad y educación invariable de todos los involucrados en el sistema, pero el problema no son ellos, claro, el problema es el sistema. Y es un misterio el porqué funciona así.
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