TOKIO - “Aplauda, no grite ni cante”, pedía la pantalla gigante al vacío del Estadio Olímpico de Tokio.
“Evite las multitudes”, añadía a continuación.
Debe ser muy ventajoso ser pantalla. No hay sentimientos. Un humano, en cambio, bien podría haberse puesto a llorar. Los mensajes se dirigían a un estadio que debía ser una fiesta, pero que se había tornado en un sitio difícil de describir.
O quizás no tan difícil. Cuando a las ocho en punto de la noche la ceremonia comenzó, lo que más fuerte se sintió en el estadio fueron los aplausos de una veintena de periodistas. Y eso fue todo, eso terminaría siendo en buena parte la ceremonia inaugural. Un espectáculo sin clima que solo vivido en la televisión.
La noche era amarga, unos Juegos Olímpicos no nacen de ese modo.
La pandemia lo cambió todo. No era momento para Super Mario Bros y la complicidad de un primer ministro, como fue el caso de Shinzo Abe cinco años atrás en Río de Janeiro.
Afuera, unos centenares de japoneses clavaban sus miradas en el cemento del Estadio Nacional de Tokio. Ansiaban entrar al estadio donde solo estaban los miembros del COI, una veintena de jefes de Estado y de gobierno, representantes gubernamentales, de organizaciones internacionales y los periodistas. En las tribunas, nada: asientos vacíos.
“¡Gracias! ¡Gracias por venir!”, habían dicho varios de esos fans a los periodistas que ingresaban al estadio. A unos metros, unas chicas buscaban cambiar pins. Pins que en Tokio esta vez casi no existen.
A esa hora de la tarde tokiota no había anti Juegos, sino gente algo triste por no poder disfrutar como quería de la oportunidad casi única de tener al mundo olímpico en casa. Casi tres generaciones separan Tokio 64 de Tokio 2021. Los Juegos de hace 57 años fueron una suerte de carta de presentación del Japón arrasado por la guerra que volvía al concierto internacional. Los de 2021 aún deben escribir su historia, pero el vacío y el silencio ya los tienen garantizados.
Ocultándose el sol en Tokio, otro era el cariz. Los pro Juegos seguían ahí, en las calles en torno al estadio, pero se mezclaban con los anti Juegos que gritaban consignas contra Tokio 2020 y el COI. Sus gritos se escuchaban de tanto en tanto en medio de la ceremonia inaugural.
En el interior del estadio sonaba música y se iniciaba el desfile de atletas, que siempre abre Grecia como cuna del olimpismo. Era difícil para los deportistas, que ingresaban a un estadio frío. Argentina, una de las primeras delegaciones en desfilar, aportó pasión saltando y cantando, mientras Thomas Bach, presidente del COI, y el emperador Naruhito seguían la ceremonia desde un palco separados por una lámina de plexiglas. También Portugal elevaría las revoluciones saltando y bailando con energía ante la evidencia del vacío.
Pero no había mucho que hacer. Si alguien hubiera decidido gritar en la noche de Tokio, todo el estadio lo habría escuchado. La experiencia era inédita, porque el espectáculo artístico que es la apertura de los Juegos siempre interactuó con el público. Salvo por unos minutos en el tramo final, la apertura tokiota tuvo un enfoque sutil y elegante, nada altisonante. Con público, esa apuesta funciona. Con las gradas vacías fue todo un riesgo.
Y así se fue deslizando la noche, con el abanderado de Tonga otra vez llamando la atención al desfilar con el torso desnudo, con Alemania vistiendo un incomprensible uniforme verde claro y de corte ochentoso y con Nueva Zelanda y Haití, países en las antípodas geográficas y económicas, demostrando que se puede ser ingenioso y elegante a la vez.
La ceremonia inaugural de unos Juegos es un golpe de adrenalina para todos, la señal de largada para 16 días incomparables. Esta vez no. Esta vez, sin público y con muy pocos deportistas sobre el terreno, todo fue un inevitable anticlimax. Aunque el abanderado francés diera una voltereta espectacular en el aire, aunque Japón cerrara el desfile y sus deportistas alzaran los brazos saludando al vacío.
La excepción la marcaron los pictogramas humanos, una genial puesta en escena de actores disfrazados de pictogramas para presentar cada uno de los deportes. El puñado de personas que estaba en el estadio se despertó del letargo en el que la ceremonia los estaba sumiendo. Pero fue eso, un momento de impacto y de euforia que pasó rápidamente antes de que se develara el nombre de quién encendería el fuego olímpico: la tenista Naomi Osaka.
Los Juegos Olímpicos suelen ser inaugurados por presidentes y reyes, pero un emperador no lo hacía, en el caso de los de verano, desde que Hirohito, abuelo de Naruhito, declarara abiertos los de Tokio 64. Sin dudas, Naruhito no pudo haber sentido este viernes lo mismo que su abuelo en el siglo pasado: declaró solemnemente abiertos los Juegos y lo que recibió fue silencio y una salva de raleados aplausos, mientras el exterior del estadio se vestía de fuegos artificiales.
La falta de ambiente se hizo carne en todos, sin público se pierde mucho. Sin público, los Juegos son menos Juegos. Fue paradójico, aunque con comprensibles intenciones, que el COI estrenara el nuevo lema olímpico que, tras 127 años le suma al tradicional “más lejos, más alto, más fuerte” un innovador y posmoderno “juntos”. No fue precisamente el caso hoy, tampoco lo será en los próximos 16 días. Con los deportes y los deportistas en primer plano, sus fans seguirán en casa.
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