TOKIO - En aquella sesión del 2013 en Buenos Aires, cuando Tokio hundió las ilusiones de Madrid y luego las de Estambul, el ida y vuelta entre los promotores de la candidatura japonesa a los Juegos Olímpicos y la prensa internacional se resumía en una palabra que generaba tensiones: Fukushima.
Tan extraño se ha vuelto el mundo, tan desordenado está todo, que ambas partes echan de menos los temores e incesantes preguntas de la prensa acerca de la catástrofe de 2011. Parece increíble, pero las consecuencias de aquella combinación de tsunami y desastre nuclear era más sencilla de manejar para Tokio 2020 que lo que se desencadenó a partir de las primeras semanas del 2020.
Hoy se habla de virus y variantes de todo tipo, de coronavirus y covid-19, de burbujas y contagios, de controles infinitos y amenazas cada vez mayores a los ciudadanos para que se avengan a ser controlados. De la inevitabilidad de pandemias cada vez más frecuentes.
Así, en ese contexto, comienzan hoy los Juegos de la vigésimo segunda olimpiada, Tokio 2020.
Unos Juegos que dicen 2020, pero se celebran en 2021.
Unos Juegos sin espectadores en las tribunas.
Unos Juegos con una ceremonia inaugural a estadio vacío.
Unos Juegos que piden aplaudir y no gritar.
Y nada de “high fives”, por favor.
Como nunca antes, el camino de las próximas dos semanas en la fiesta olímpica es una incógnita. Partiendo del mismo concepto de fiesta, ¿puede hablarse de celebración en estas circunstancias?
Los más de 10.000 deportistas, que un año atrás siguieron con angustia la cancelación de los Juegos, dirán que sí. Cuando llegue el 8 de agosto, unos cuantos de ellos tendrán medallas colgadas del cuello. Para ellos, habrá valido la pena, aunque la vida en la villa olímpica no se acerque ni por asomo a la vibración y alegría propios de unos Juegos.
Dentro de ese grupo de deportistas, habrá un puñado para los que Tokio sí es un sueño hecho realidad: los del surf, skate, karate y escalada deportiva, que debutan en unos Juegos. O los del béisbol y softball, pasión japonesa, que regresan. O una megaestrella como el serbio Novak Djokovic, que busca en Tokio algo sin precedentes en la historia: el Golden Slam en el tenis masculino.
Pero el panorama es, en líneas generales, enormemente complejo. Ya lo dijo el presidente del COI, Thomas Bach, días atrás: él y su equipo más cercano pasaron días sin dormir en medio de las múltiples incertidumbres y difíciles decisiones que debían tomar.
Y ya se lo dijo el emperador Naruhito el jueves al propio Bach: “Gestionar los Juegos, mientras se toman al mismo tiempo todas las medidas posibles contra el covid-19, está lejos de ser una tarea fácil”.
“Me gustaría rendir tributo por su esfuerzo a todos los que han estado implicados en la organización de los Juegos en las distintas sedes”, añadió.
Giovanni Malagò, presidente del Comité Olímpico Italiano (CONI) y con el desafío de Milano/Cortina 2026 en sus manos, fue, en diálogo con Around the Rings, más directo que el emperador japonés de 61 años al analizar la actuación de Bach: “Fue un gigante, un fenómeno. Porque todo estaba muy complicado, era muy complicado buscar la llave de la solución de todos estos problemas, que eran muy diferentes a los que se creían cuando apareció el covid”.
El covid-19 y una pregunta: ¿cómo es posible que Japón, potencia tecnológica y tercera economía mundial, no tuviera vacunada a la mayor parte de su población en la fecha de los Juegos? “Un problema cultural”, dice Malagò. “Imposible de entender esto si no se es japonés”.
Taro Kono, el ministro a cargo de la vacunación del covid-19, dijo esta semana que para octubre el 80 por ciento de la población mayor de 12 años estará vacunada al completo.
Tarde para salvar los Juegos, que se celebrarán en el contexto de un 15 por ciento de población vacunada con todas las dosis y con muchos japoneses atemorizados ante los visitantes, a los que ven como potenciales propagadores del virus. Con un añadido importante: si algo facilita las cosas en los muy complejos días de Tokio es la invariable, permanente y reconfortante amabilidad de los japoneses.
El COI, que a “citius, altius, fortius” acaba de sumarse oficialmente “juntos” al lema olímpico acuñado por Pierre de Coubertin en 1894, debe resignarse en Tokio a que la pandemia le descalabre algo vital para el espíritu de los Juegos: oportunidades para todos.
Difícil decir eso en el caso de muchos deportistas africanos que no pudieron prepararse adecuadamente o, directamente, debieron renunciar a estar en Tokio.
Como nunca antes, las asimetrías mundiales impactan en los Juegos. Latinoamericanos, africanos y parte de los asiáticos no pudieron prepararse, en general, en las mismas condiciones que norteamericanos y europeos.
Serán, televisivamente, probablemente los Juegos más alejados de la realidad. Sonido grabado de espectadores, aplausos virtuales desde todo el mundo, planos que eviten las tribunas vacías... Lo que se vea y viva a través de la televisión será bastante diferente a lo que se vea y viva en Japón. Pero quizás Tokio 2020 siente en ese sentido un precedente de cara a futuros eventos. No hay que descartarlo.
Cuando Japón decidió en julio de 2011, apenas cuatro meses después del estallido del reactor de Fukushima, postular a Tokio, el lema era “Juegos de la recuperación y la reconstrucción”. Fukushima, devastada diez años atrás, abrió esta semana los Juegos como sede del béisbol y el sóftbol.
Una buena noticia para una región y una gente que sufrieron una tragedia escalofriante. Lo asombroso es que hoy, diez años después, todo es tan complejo que la mejor idea es no plantearse ningún lema.
La ceremonia inaugural de esta noche del viernes dará la primera de las señales en un camino de incertidumbre. La mejor receta posible para Tokio 2020 es, como suelen decir los deportistas, la del día a día y partido a partido.
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