TOKIO - Los Juegos de Brisbane garantizan algo: si 2032 no sorprende al mundo con una nueva pandemia o catástrofe similar, las tribunas estarán repletas de gente que entiende y ama al deporte. Pocos países tan deportivos y tan deportistas como Australia, esa enorme isla que por tercera vez en la historia será sede olímpica.
El recuerdo de Sydney 2000 es el gran parámetro. Aquellos días entre el 15 de septiembre y el 1 de octubre -final del invierno e inicio de la primavera en el hemisferio sur- traen el recuerdo del pop-rock australiano brotando desde los parlantes en el enorme, soleado, ventoso y muy a menudo demasiado fresco Parque Olímpico.
Unos Juegos que se inauguraron en un estadio con capacidad para 110.000 personas, algo nunca visto en la historia olímpica. Unos Juegos que fueron los últimos de cierta era de inocencia, pese a que cuatro años antes Atlanta se había visto sacudida por una bomba: menos de un año después de Sydney 2000 llegarían los atentados del 11 de septiembre del 2001 y el mundo cambiaría. Como volvería a cambiarlo una pandemia dos décadas más tarde.
El 11 de septiembre y Brisbane, de hecho, estuvieron muy cerca de cruzar sus caminos. Brisbane y la Gold Coast fueron sede de los Goodwill Games de 2001. Fue la última edición de los Juegos creados y organizados por Ted Turner.
Aquellos Juegos se cerraron dos días antes de que los aviones se estrellaran contra las Torres Gemelas en Nueva York y el Pentágono en Washington DC. No pocos deportistas quedaron varados en Australia. Bill Clinton, que hasta principios de ese año era el presidente de los Estados Unidos, estaba en la Gold Coast en aquellos días.
Brisbane fue también sede de los Commonwealth Games en 1982, otro hito en una ciudad que respira deporte en un país que vive el deporte con disciplina y pasión. ¿Un ejemplo? Aquellas personas que quieren emigrar a Australia encuentran en el Manual “Australian Immigration Book” una afirmación rotunda: “Los australianos practican deporte, ven deportes, apuestan en deportes y hablan de deportes más que ningún otro (país)”.
El tenis, que le ha dado grandes campeones y le permite a Australia ser sede de uno de los cuatro torneos más importantes del mundo, es otro ejemplo de cómo los “aussies” viven el deporte. Cada enero, durante el Abierto de Australia, Tennis Australia (TA) reúne a sus campeones y les organiza una cena homenaje. Los videos humedecen las miradas, los viejos campeones se hacen confesiones desde el corazón y todo termina en una gran confraternización que une generaciones y motiva a los más jóvenes, a los futuros campeones.
País rodeado por el agua y con sus principales ciudades cerca del océano, no extraña que el deporte más popular entre los australianos sea la natación. El ciclismo, el fútbol, el básquet, el tenis, el “aussie rules” y el cricket también desatan pasiones.
Si se piensa en aquellos Juegos de Sydney 2000, la imagen de Cathy Freeman enfundada en su traje verde australiano para ganar los 400 metros es uno de los recuerdos más potentes. Su celebración ondeando la bandera de Australia y la aborigen marcó un momento de reconciliación para el país, un camino que desembocaría en febrero de 2008 en la histórica disculpa del entonces primer ministro, Kevin Rudd, a los aborígenes y a la llamada “generación robada”.
Unos Juegos, los de Sydney, que serían los últimos de Juan Antonio Samaranch al frente del COI. El español sufrió una tragedia personal en aquellos Juegos con la muerte de su esposa en Barcelona. Aquellos Juegos se inauguraron el viernes 15 de octubre, y María Teresa Salisachs murió al día siguiente. Samaranch, que estaba volando a España desde Australia en el avión privado de Mario Vázquez Raña, no llegó a tiempo. En la ceremonia de clausura envió un beso al cielo.
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