“La última vez que vi a mi papá fue el 17 de abril, habrán sido uno 10 minutos. Él estaba en la camilla bajando de la ambulancia en la guardia del hospital a la espera de que lo ingresen”, relata a Infobae Mónica Farías, doctora en Geografía y becaria posdoctoral del Conicet. “Solo pude acomodarle el pelo y acariciarle la mano”, recuerda.
A los diez días, un llamado telefónico le informó que su padre, Oscar Antonio Farias (81), había fallecido. Su papá se había convertido en una de las tantas víctimas que acumula esta pandemia. “Se fue de este mundo un poco como vino, sin mucha pompa”, reconoce su hija emocionada.
“Mi papá era una hombre sencillo, un tipo de vino con soda”, así lo definen Monica y su hermano Ruy, también investigador. “Una persona con una hermosa capacidad de compartir lo poco tenía, a pesar de no haberme criado con él, siempre estuvo presente. Se complacía con las cosas mínimas de la vida, acariciar una mascota, comer un pizza en un bar, tomar café con leche y medialunas o cantar tango….”, agrega.
Su salud no siempre lo acompañó, pero la vida lo enseñó a luchar: le ganó al cáncer de próstata y la peleó frente a un grave enfisema pulmonar que le redujo su capacidad para respirar. “Nosotros decíamos que era como Highlander porque tuvo una vida sin cuidados, pero una salud atípica. Se alimentaba mal y no tenía colesterol, ni tenía presión alta... y dejó de fumar recién hace uno años. Con la llegada de la pandemia, sabíamos que era carne de cañon pero, un poco por negación otro poco por sus características, pensamos que sería inmortal”.
Pero, no fue así. El coronavirus lo encontró en una residencia para adultos mayores en la que vivía desde 2009. “Supimos que una auxiliar de enfermería tenía síntomas compatibles que enmascaro con medicación, y siguió yendo a trabajar. Además, de mi papá, hubo otros 30 pacientes enfermos y varios muertos”.
Esta triste historia se conoció ahora a raíz de un posteo de Facebook que hizo Mónica en el que detalló la crudeza del fallecimiento de su papá en tiempos de pandemia.
Una vez ingresado al Hospital Piñeiro, debido al estricto protocolo, Oscar debió permanecer solo sin visitas, y casi sin contacto con el personal médico y de enfermería. Solo tenía una celular para comunicarse con sus dos hijos. “Los primeros días estuvo muy bien, solo un par de molestias, estábamos esperanzados. Sin poder visitarlo, iba a diario para sentirme cerca”.
El viernes 24 de abril, la médica le confirmó que su padre había desmejorado, pero que dada su condición respiratoria no lo iban a intubar. “Le pregunté si me podía despedir, y ella me dijo que no. Me puse a llorar... se iba a morir solo. Le pedí entonces si alguien le podía decir todo lo que lo queríamos”.
A pesar de toda la angustia y la imposibilidad por estar juntos, Mónica y Ruy creen que de alguna manera pudieron despedirse de su padre. “Dicen que antes de fallecer las personas tienen una leve mejoría, ese mismo 24 él me llamó por teléfono, hablamos un poco de todo, incluso de planes a futuro... estaba bien. Para animarlo le dije que se quedara tranquilo, que cuando dejara el hospital y todo esto pasara íbamos a comer una pizza todos juntos. Aproveché y le avisé a mi hermano que lo llamara, que charle con sus nietas, creo que algo intuí. A la media hora traté de comunicarme para hablar y no respondió. A las 72 horas había muerto”, relata conteniendo la emoción.
Todo el proceso que sigue es doloroso para cualquier familiar que pierde un ser querido, pero en tiempos de pandemia la imposibilidad de un cierre se vuelve brutal. “El COVID me negó el ultimo adiós. Fui directo al crematorio de la Chacarita, donde tuve que firmar que daba fe de algo que no vi, que mi papá estuviera adentro de ese cajón”.
Esta no despedida la motivó a decir adiós a través de las redes con un posteo emotivo. ”Siento que es un reconocimiento público a una vida que se va, es un acto de justicia frente a la falta de humanidad.”
En el tiempo en el que vivió en los Estados Unidos, Mónica, usaba el ejemplo de su padre para contar la historia argentina. “Hijo de un padre que no lo reconoció, hijo de una madre inmigrante del interior que tuvo que negarlo para poder conservar su trabajo con cama adentro, pasó una larga temporada en un internado en Maschwitz durante el primer peronismo –años que recordaba con mucho cariño porque ‘no faltaba nada ni hacía frío’ y porque la educación era buena–. Estudió en una escuela técnica de Capital, trabajó en numerosos talleres metalúrgicos”. Y agrega: “Pasó de ser un obrero calificado en los 60 y 70, taxista en los 80, a desempleado, un buscavidas…. eso fue un golpe duro a su integridad”.
En 2017 la docente decidió volver al país porque le preocupaba la salud de supadre. “No quería estar lejos si se enfermaba…”. Ese temor se cumplió en la pandemia. Ya contagiado de COVID-19, el miedo se transformó en angustia: “Me desesperaba saber que se sintiera solo en una habitación de hospital y que se fuera sin que pudiéramos despedirlo”.
Mónica, es enfática en lo que piensa. “Quiero que la gente entienda, sobre todo los que quieren levantar la cuarentena, que la vida se va y no vuelve. Si te toca morir, te morís solo... y eso es terrible”.
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