El vuelo partió hacia Los Ángeles en octubre del año pasado pero el viaje de Rafael -el mental, el emocional- había arrancado antes. El plan no era hacer una “visita de médico” sino pasar seis meses completos con María, su mamá, y con el resto de su familia, que hacía décadas estaba radicada a casi 10.000 kilómetros de San Miguel de Tucumán, donde él vive. Su hermano había sido asesinado por lo que Rafael era, en la práctica, el único hijo que le quedaba a María.
Rafael Vásquez Rivera tiene 51 años, es gestor cultural y cuenta su historia a Infobae desde la habitación del hospital Héroes de Malvinas, en Merlo, en la que está alojado desde hace 21 días. Fue en esta misma habitación que lo internaron cuando el test de coronavirus le dio positivo. Y fue desde esta misma habitación, por videollamada, que acompañó a su mamá durante sus últimas horas de vida.
“Fue un viaje maravilloso”, repite Rafael, todavía sin poder creer cómo terminó todo. Trabaja en el Ente Cultural de Tucumán y no se refiere sólo a los cursos de capacitación que tomó en Los Ángeles sino a los seis meses intensivos que vivió junto a su mamá y a su tía Angélica, que eran hermanas y tremendamente unidas. “Íbamos los tres juntos para todos lados. Fue como tener dos mamás en estéreo”, dice Rafael, que tiene 51 años.
La fecha de su vuelo de regreso a la Argentina era el 15 de marzo, precisamente el día en que empezó lo que ahora llama “un sueño que se convirtió en pesadilla”. “Habíamos quedado con mi tía que me iba a acompañar al aeropuerto, por eso se quedó a dormir en lo de mi mamá. Pero ese día se sintió mal. Había dormido como 24 horas seguidas, lo único que quería era dormir. Cuando se despertó para despedirme tenía mucho malestar corporal, estaba débil. Todos creímos que tenía una gripe fuerte así que me dio un abrazo, un beso y me fui solo”. Su mamá estaba bien, también él.
El avión salió a tiempo de Estados Unidos pero “cuando llegamos a Lima, en Perú, nos encontramos con un aeropuerto militarizado, con vuelos que se confirmaban y se cancelaban a los pocos minutos”, relata. "Mi vuelo a Ezeiza se canceló y me pusieron en una lista de espera para otro a Santiago de Chile, del que también quedé afuera. Nos avisaron que no íbamos a poder volar en medio de un griterío tremendo: fue un caos, todos estaban muy nerviosos”. Finalmente logró viajar a Asunción del Paraguay y desde allí a Ezeiza.
Había tardado más de 48 horas para volver y faltaba un detalle: sus valijas se habían perdido. Pasó más de un mes de su regreso al país y las valijas -donde Rafael había metido su vida para estar fuera de casa durante seis meses- aparecieron hoy, luego de la consulta de Infobae. La ropa que Rafael usa desde que salió de Estados Unidos es ropa usada donada por los vecinos al municipio de Merlo.
Ya había 2 personas fallecidas por coronavirus en Argentina cuando llegó al país, por eso un decreto establecía que todos los que llegaran de las zonas afectadas por la pandemia (Europa, Estados Unidos, Corea del Sur, Japón, China e Irán) tenían que hacer 14 días de cuarentena obligatoria. Rafael se quedó haciendo el aislamiento en la provincia de Buenos Aires. No había pasado una semana de su regreso cuando le avisaron que aquello que tenía su tía Angélica, de 68 años, era coronavirus. Su tía, la que después del viaje había empezado a llamar “mi segunda mamá”, había muerto.
También su prima y su marido estaban contagiados (la hija y el yerno de Angélica). Con todos esos antecedentes y con los primeros síntomas en su propio cuerpo, Rafael llamó a la emergencia. Tenía fiebre alta y se sentía débil aunque no tenía tos ni dificultad para respirar. “Sí tenía una opresión en el pecho, algo parecido a la angustia pero que yo supe diferenciar. Había perdido el apetito, el gusto y el olfato. La lavandina o el alcohol olían igual que el agua”.
Insistió, contó su historia y, aunque no tenía todos los síntomas, le hicieron el hisopado: también él tenía coronavirus. Estaba internado y aislado en el Hospital Héroes de Malvinas, en Merlo, cuando se enteró de que en Estados Unidos también habían internado a María, su mamá.
“Mi mamá había caído con un resfrío y demoró en ir al médico. El sistema de salud de Estados Unidos es diferente, y como ella ya tenía un turno agendado con su médico de cabecera se confió, dijo que prefería esperar hasta ese día para preguntarle a su médico qué tenía. Pero empeoró y tuvieron que llamar a la emergencia de prepo e internarla”, cuenta Rafael. Dos días después internaron a su prima -que era joven pero había tenido neumonía- en estado de gravedad.
Rafael creyó que su mamá iba a salir adelante: “Tenía 75 años pero era una persona muy sana. En 75 años su único problema de salud había sido una hernia de disco. Iba todos los días al gimnasio, no tenía nada más, pero evidentemente esta enfermedad es muy dura cuando llega a los adultos mayores”. Su mamá, al igual que su tía Angélica, era jubilada. Había trabajado siempre cuidando pacientes a domicilio.
“Internado acá fui siguiendo todo su deterioro. Pude estar en esa habitación con ella dos veces gracias a la buena voluntad de los enfermeros del hospital donde estaba internada que me permitieron hacer videollamadas. La primera vez estaba sedada pero todavía podía escucharme”, recuerda Rafael, y hace silencios largos del otro lado del teléfono.
“Esa primera vez conseguí ver su mirada. Le dije que se quedara tranquila, en paz, le repetí eso muchas veces, como un mantra. De verdad yo creí que iba a recuperarse”. Pero unas horas después de ese llamado le avisaron que todos los órganos estaban fallando y le permitieron volver a llamar.
“Cuando hice la segunda videollamada ya le habían sacado todos los aparatos. Ya no pude distinguir su mirada". Rafael se quedó con ella en primer plano, “tan cerca que podía escuchar sus respiraciones, las últimas. La acompañé hasta que sonó el piiiiiiiiiiiiii, ese sonido tan horrible. Fue todo muy rápido, pasaron 2, 3 horas entre un llamado y otro”.
Su tía y su mamá murieron durante en el transcurso de una semana. Las dos eran ciudadanas estadounidenses por lo que ya forman parte de las 42.897 personas que murieron en ese país. Su prima estuvo 10 días intubada y con pocas probabilidades de vida pero se recuperó, por lo que es parte de las 74.000 personas recuperadas en Estados Unidos.
“Menos mal que las disfruté al máximo en esos seis meses”, piensa ahora Rafael. María Rivera, su mamá, era guatemalteca. Y si Rafael era el único hijo que le quedaba es porque le había pasado lo que a muchos inmigrantes en Estados Unidos: su otro hijo había sido asesinado en una pelea entre pandillas.
“Es una historia trágica. A veces no puedo creer todo lo que nos pasó”, se despide Rafael, desde el hospital. “Espero que todo esto sirva para tomar conciencia, lo importante que era eso que nos enseñaron con canciones cuando éramos chiquitos: lavarse las manos, nada más que eso”. Sigue en el hospital aunque, hace pocos días, el test de coronavirus dio negativo. Todavía, sin embargo, tiene que esperar a que su provincia autorice las repatriaciones para volver a su casa a vivir su doble duelo con algo de intimidad. Antes de irse a Tucumán donará plasma para que los anticuerpos con los que su sistema inmunitario combatió al virus puedan infundirse a otro paciente que esté luchando contra el coronavirus.
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