Celeste Arias recuerda bien la noche que su madre, Ana María Tonzar, se infectó con Covid-19. Lo recuerda bien porque ella contrajo la enfermedad en el mismo momento. Pero Celeste -que estuvo aislada desde el 10 de marzo, y después de tres pruebas serológicas recibió el alta- hoy puede contar aquella fatídica reunión del viernes 28 de febrero. Su mamá no. Murió el martes 31 de marzo en la Clínica Güemes de Resistencia, Chaco, después de 21 días de internación. Tenía 63 años, era abogada, hacía casi tres décadas que trabajaba en el Poder Judicial, se había casado con Patricio Arias el 23 de mayo de 1986, era madre de tres hijos (Celeste, de 33; Germán, de 30; y Belén, de 26), y tenía dos nietas, Bianca y Eva, una de cada hija.
Ana María, Celeste, Belén y Juan (el marido de Celeste) recibieron el contagio, entre risas y brindis, de la “paciente uno”, una becaria de 34 años de la carrera de geografía de la Universidad Nacional del Nordeste, que había viajado a Rusia junto con su madre, una pediatra de 71, hicieron escala en Madrid, arribaron en avión a Paraguay y luego, por tierra, llegaron ese mismo viernes a Resistencia. Es curioso lo que sucede en Resistencia: nadie quiere dar a conocer su nombre, ni siquiera Celeste se anima a mencionarlo. Pero ambas están imputadas por el delito de propagar una enfermedad (artículo 202 del Código Penal). Patricio Sabadini (fiscal federal de Primera Instancia) y Federico Carniel (fiscal general ante la Cámara Federal de Apelaciones de Resistencia), le solicitaron a la jueza federal Zunilda Niremperger iniciar una investigación basada en una nota publicada por Infobae.
Sí, Celeste recuerda aquella noche: “Ese viernes yo me junté con mi mamá y mi papá a cenar. Siempre lo hacíamos, tomábamos una cervecita, picábamos algo… Estábamos con mi marido en la casa de ellos, tienen un patio grande que da a la avenida, siempre nos juntamos ahí. Mi amiga llegó de Rusia, pero no sabíamos que había parado en España, donde hizo escala. Me invitó a su casa pero le dije que estaba en lo de mi mamá, que viniera y tomábamos algo. Entonces, después de cenar, llegó. Mi amiga estaba bien, no tenía ningún síntoma. Y ahí no sé, si la saludo a mi mamá, pero ya eso no importa, porque estuvimos todos, estaba mi marido, el de ella…”
Al día siguiente, Celeste fue la primera en tener el primer anuncio de la infección. “Me sentí mal incluso antes que mi amiga. El sábado comimos unas empanadas con mi marido, y cuando me fui a cambiar vi que se me había inflamado un ganglio en la ingle, pero no le di importancia. Y el domingo fui a lo de mi mamá porque hacía ravioles…” (se emociona).
El recuerdo de su madre puede más que el relato de los días espantosos que pasó. “Nosotros somos, éramos, una familia muy unida, amábamos las navidades, las mesas grandes, cuántas más personas había mejor, porque mi mamá siempre quería que nadie la pase solo. Se ocupaba que hubiera regalos para todos, venía Papá Noel, era hermoso. Hoy, casualmente, releía los mensajes de ella, y encontré que el 3 de diciembre me puso ‘falta poco para navidad yiyiuuu…’ Compartíamos ese amor por las Fiestas, literalmente decoraba hasta el baño con una toalla bordada con algo navideño, ponía velas por todos lados. Estas Pascuas son tristes, pero me acuerdo cuando nos escondía huevos de chocolate y nos hacía buscarlos por todo el patio. Ella se sentaba a mirarnos y nos decía 'frío, frío, congelado’ cuando estábamos lejos, y ‘caliente’, cuando estábamos cerca hasta encontrarlos”.
Y aunque la voz se entrecorte, la memoria va desgajando los momentos imborrables que pasaban juntas: “Después de almorzar jugábamos al bingo en familia. Venían nuestros primos, o cualquiera que se quisiera sumar a la mesa. Siempre reunidos, con un mate o una cerveza de por medio y mucha alegría. En los cumpleaños siempre tiraba la casa por la ventana… ¡Y amaba el mar! Sus ojitos brillaban cuando lo veía. La vida me regaló, después de muchos años, volver este verano a la playa, y aunque sea dos días coincidimos con mamá y pudo ver a mi hija jugar entre las olas. Era una mujer que siempre pensaba en todos, dónde ella estaba sentías seguridad, respirabas porque nada podía andar mal, y un día un bicho asesino que creíamos que estaba del otro lado del mundo nos arrancó la felicidad…”
Celeste comenzó el aislamiento en su propia casa el 10 de marzo, el día en que se enteró que su amiga era sospechosa de tener Covid-19. Y mandó de inmediato a su madre, que sufría artritis reumatoide, a la clínica donde quedó internada de inmediato. “Ni la pude ver. Como te dije, me sentí muy mal días antes que ella, tuve fiebre alta, dolor de ojos, chuchos de frío, pero después me recuperé. Sólo tuve un día de tos, una carraspera. Pensaba que había sido dengue. Cuando supe lo de mi amiga, llamé a todo el mundo: al trabajo de mi esposo, al jardín de mi hija… Yo no le echo la culpa. Cuando llegó no estaba decretada la zona de riesgo. Nosotros tuvimos el contacto con ella el 28 de febrero. Mi amiga se comunicó conmigo muchas veces, está muy mal, deprimida. No lo quiso hacer. Pudo haber tenido errores, pero eso es humano. No tuvo mala fe ni culpa”.
Los primeros días, su madre fue internada en una habitación común. “Estaba con suero y se ahogaba”, cuenta Celeste, que también es abogada. Desde su casa insistió para que la trasladaran a Terapia Intensiva, hizo pública la situación en Facebook, lo logró, pero de todos modos, su madre falleció. Al principio la invadió la bronca contra la clínica. Hoy ya no: “Eso fue mi odio nomás, mi necesidad de culpar a alguien. Pero no quiero eso en mi corazón. Dios así lo dispuso, él nunca se equivoca, se que pronto me revelará el porqué. Es que mi mamá era tan especial, ¿cómo no nos dimos cuenta que se iba a ir pronto como todas las personas especiales? Mirá, con mi papá se llevaban como si fueran novios, él todavía está en shock. Salía con su suegra a todos lados, se la llevaba de vacaciones, ¿que mujer hace eso? Mi abuela va a cumplir 90 años, la llevaba al médico, la cuidaba, estaba siempre uniendo a todos, ayudando, ¿cómo no caímos ver en este mundo algo así era raro?”.
Hoy Celeste -ya recuperada al igual que su esposo y su hermana-, se comunicó con la Secretaría de Salud del Chaco para informarse sobre el proyecto de donar plasma para una posible vacuna, pero no baja la guardia con el virus: “Te queda un trauma. Aunque te den el alta, pensás que podés seguir contagiando. Por eso le digo a todo el mundo que se cuide. Pensábamos que era algo lejano, lo subestimamos, y estaba más cerca de lo que creíamos. Sólo pido que este bicho no arruine a muchas familias. De esto se sale todos juntos. A nosotros nos tocó perder a nuestra madre, pero no quiero que nadie más pase por esto si lo puede prevenir. No le deseo a nadie que alguien tan querido se vaya, que ella se haya ido sin siquiera poder darle un abrazo a mi padre”.
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