No todo es amor a primera vista. Hay casos en los que el amor crece lento y seguro, a la sombra del árbol del conocimiento del otro. Esto es lo que les ocurrió al italiano Guido Gazzoli (69) y a la argentina Alfonsina Luciano (68) hace 27 años. El humor, los guiños con empatía, los gustos en común terminaron por desembocar en una pasión irrenunciable.
Una argentina con raíz italiana
“Nací en Valentin Alsina, el 10 de agosto de 1956, de padres italianos”, cuenta Alfonsina. “Mi papá se llamaba Michele y era originario de Avellino, un pueblo de la región de Campania. Estuvo en la guerra a los 18 años y se marchó para la Argentina con 28. Se casó con mi mamá cuando ya tenía 35. Mi abuela materna había tenido familiares que habían tenido que ir a pelear a Etiopía así que cuando ella olió que se venía una nueva guerra, la que sería la Segunda Guerra Mundial, como no quería perder a sus hijos decidió irse para la Argentina. Llegó con mi mamá que tenía solamente 10 años. Mis viejos se conocieron por casualidad porque mi nona se hacía bordar los manteles y las sábanas en su pueblo natal y alguien siempre los traía desde Europa. Un día, ese alguien que viajó cargado con ropa blanca fue mi papá. Así se conocieron, se pusieron de novios y se casaron”.
Alfonsina terminó el secundario con sed de conocer el planeta. Poco después entró a trabajar en Aerolíneas Argentinas y logró su gran sueño: ser ciudadana del mundo.
Un italiano enamorado de la Argentina
Ahora, en el relato de esta historia, la posta la toma Guido: “Nosotros fuimos tres. Mi hermano mayor murió a los dos meses de vida debido a una neumonía y yo nací dos años después, el 17 de enero de 1955. El menor llegó en 1957 y hoy vive en Milano. Mis padres fueron la generación de la postguerra. Tuvieron que trabajar muy duro para subsistir. Mi padre era un mecánico de Mantova; mi mamá trabajaba como empleada del ministerio de agricultura de Milán. Para sobrevivir mi abuela aportaba su jubilación y una tía, quien era empleada doméstica de una rica familia protestante, también nos ayudaba. Esa Italia me brindó una enseñanza de alto nivel sin adoctrinamiento y una gran cultura del trabajo. Durante la secundaria me di cuenta de mis dos pasiones: el periodismo y el diseño de coches. Con 11 años dirigí el períodico escolar. Después, al terminar la secundaria, comencé ingeniería. En segundo año gané un concurso de diseño de autos, de una famosa empresa. Pero resulta que al final el dinero que obtenía no me alcanzaba para vivir en Torino. Como también me apasionaban los viajes, un amigo me aconsejó dejar de lado el mundo del diseño y buscar un trabajo estable, uno donde me pagaran para viajar. No estaba mal la idea. Yo hablaba, además de italiano, inglés y español. Me decidí y me presenté en la compañía aérea Alitalia. Fue una sorpresa porque me tomaron de una. A partir de ahí, viví por todos lados. En Tokyo, en San Pablo, en Río de Janeiro… Se me abrieron el cerebro y el corazón”.
Guido llegó a ser jefe de cabina para la línea de bandera italiana donde trabajó por 32 años. En 1984 conoció la Argentina y su primera impresión no fue nada buena: “Buenos Aires me pareció una ciudad fea. Percibí un clima de tristeza que no me gustó. Pero una noche, como no me podía dormir, salí a dar una vuelta. Sin darme cuenta llegué caminando hasta el obelisco. Eran las once de la noche y las luces de la avenida Corrientes me encandilaron. Las librerías abiertas, las confiterías con gente. Me conmovió. Me senté en el Café La Paz. Esa misma noche me encontré con unos intelectuales y uno de ellos me aconsejó ir a una función de cine que darían a las siete de la mañana del día siguiente. ¡Le pregunté sorprendido cómo podía ser que fueran al cine a esa hora en un día de trabajo! Yo también me quedé trasnochando y terminé yendo al cine. Cuando volví a las 10 de la mañana al hotel donde me quedaba, el Sheraton, me había cambiado radicalmente la visión de la ciudad. Me había enamorado de lo que se respiraba en las calles porteñas. ¡Había encontrado mi segunda patria!”.
Se ríe y admite que no solo se rindió ante la ciudad: “Tuve varias novias argentinas, pero me enamoré realmente de la cultura que se vivía en Buenos Aires”. Antes de que su camino se cruzara con el de Alfonsina, Guido confiesa haber tenido algunas convivencias breves y frustradas y experiencias dolorosas: “Lastimé y me lastimaron. Nunca antes de Alfonsina me casé, era algo que consideraba innecesario”.
Su relación con la Argentina, después de ese enamoramiento, terminó en decepción. Él era delegado de un gremio de la empresa Alitalia en el área de relaciones internacionales y cuando vino la crisis en Aerolíneas Argentinas al ser comprada por Iberia, donde echaron a 1500 trabajadores, encabezó una maniobra de solidaridad para brindarles a los despedidos auxilio psicológico y de dinero, “pero resulta que pensaron que yo organizaba una interna. Terminé enojado porque habían malinterpretado lo que hacía. Entendí que esa experiencia debía terminar”.
Guido volvió a Italia desencantado de la Argentina y siguió en lo suyo.
El “hombrecito” en Roma
Serían las calles romanas testigos del nacimiento del gran amor de su vida. Corría el año 1997, Guido tenía 42 años y estaba de paso por Roma cuando se cruzó con Alfonsina una tarde.
Así lo cuenta ella.
“Me acuerdo perfectamente del día porque fue justo el día anterior a que mataran al diseñador Gianni Versace en Estados Unidos, el 14 de julio de 1997. Yo volaba en Aerolíneas Argentinas y tenía una compañera de la tripulación que siempre me hablaba de su amigo de la Alitalia… A mí me encantaba estar con ella porque tiraba las cartas y era muy divertida. Llegamos y fuimos a un supermercado que había cerca del hotel que quedaba en via Aurelia. Compramos pizza de mozzarella y prosciutto para almorzar. Esa noche me tenía que encontrar con un candidato, que también trabajaba en Alitalia, que había conocido en una posta en Caracas. Él me había ido a visitar a Buenos Aires y vivía en Roma. Así que lo llamé y lo primero que me dijo es que me iba a pasar a buscar en su moto para pasear. Por eso cuando volvimos del supermercado le pedí a mi amiga Silvia que comiéramos en mi habitación por si él me llamaba por teléfono. Cuando lo hizo me dijo que estaba de guardia y que justo le había salido un vuelo a Hong Kong. ¡Seguro que me estaba haciendo un cuento chino! Silvia me insistió entonces para que fuéramos a su habitación porque vendría a visitarla su amigo milanés Guido que estaba justo en Roma y que trabajaba en la misma compañía aérea que mi candidato chamuyero. Bueno, pensé un poco decepcionada por mi salida frustrada, por fin lo conoceré a este tal Guido. Estábamos comiendo cuando tocaron a la puerta y apareció un hombre muy chiquitito, del estilo de Woody Allen. Me dije ‘¡¿este es el amigo?!’. ¡Yo me esperaba un milanés divino! No me gustó nada de nada. Lo vi como a un hombrecito”.
Guido, permanente bromista, no puede evitar meterse en la conversación con Alfonsina y riendo acota: “¡Prácticamente me dijo boludo!... A mí, en cambio, me gustó enseguida y cuando la miré a los ojos me dije: ¡¡es ella!! Me vino así de golpe la idea a la cabeza. Alfonsina llegó en un momento bastante difícil de mi relación con la Argentina, pero conocerla derrumbó todas las barreras que yo había puesto con el país”.
Conquistador empedernido
Alfonsina reconoce con risas que Guido “trabajó mucho para que me gustara. Esa noche en que nos conocimos, después de comer, me llevó al Campidoglio que estaba todo iluminado. Me puso la mano en la cintura y me quiso besar y yo salté para alejarme y le dije que no: si querés somos amigos. Lo rechacé totalmente. No me gustaba en absoluto. Lo que sí reconozco es que la charla durante la cena había sido bárbara. Me encantaba lo culto que era. Pero cuando quiso avanzar yo no quise saber nada. Le expliqué que me encantaba como pensaba y bueno nada más. Ya estaba harta de los tipos mujeriegos que siempre querían apretarte. Quería ir con pies de plomo. Él aplicó un método que me terminó sorprendiendo. Yo tenía vuelos a Miami y a Nueva York y él empezó a llamarme siempre a la recepción del hotel, a dejarme mensajes en la conserjería o a enviarme un fax con poemas. Eran esos tiempos en los que no había otro tipo de comunicación”. Guido no se calla y agrega: “Sí, ¡mi conquista fue a puro fax! A cada lugar donde ella iba se encontraba con un texto mío. Y le llenaba el contestador automático de su casa con mensajes tipo: ‘Bienvenida a casita’”.
Alfonsina, en lugar de sentirse acosada por él, pensó extrañada: “¿Quién es este tipo? ¡Qué divino y qué raro es! A Miami me mandó un poema en espiral que me encantó. Me dije esto no es normal, le tengo que dar una chance a este sujeto, una oportunidad”.
La estrategia de Guido había funcionado. Le había llamado la atención y había despertado el interés de esa mujer que vivía como él surcando los cielos.
En ese momento Guido estaba en una larga posta laboral en Río de Janeiro, Brasil, donde tendría que estar tres meses. Alfonsina continúa la historia: “Me dijo que estaba muy cerca y que iba a venir a Buenos Aires para visitarme. Yo tenía previsto un viaje de vacaciones a Bariloche, pero lo pospuse porque Guido vendría. Le dije, venite, y retrasé todo. Yo vivía en ese momento en un departamento en un séptimo piso en la localidad de Olivos. No sé cómo hizo, pero la noche que llegó subió directo hasta la puerta de mi casa. Tocó el timbre, abrí, ahí estaba él muy vestido con su uniforme y un paquete de spaghettis en la mano. Yo le había pedido que me hiciera unos spaghetti al limone y cumplió. Pasó, hizo los spaghetti y tomamos champagne. Hablamos de todo sin parar. A la hora de irnos a dormir le dije con mucha claridad: ‘Acá tenés un sillón bergere; yo tengo una cama de 2x2. Si dormís de tu lado, tranquilo y sin molestarme, podés venir a dormir a mi cama’. Me dijo enseguida: ‘¡Voy a la cama!’. Vino y dormimos sin problemas y ¡no me tocó un pelo! Yo morí”.
Al otro día Guido se fue. A la semana siguiente hicieron lo mismo. Pero esta vez Alfonsina estaba dispuesta a algo más. Hubo abrazos, besos y todo lo que quieran imaginar. Desde esa noche Guido y Alfonsina no se separaron nunca más. Guido vuelve a bromear: “Desde entonces yo hago siempre la pasta y el arroz, por respeto a las tradiciones italianas. La carne a la parrilla la hace ella, porque si la hago yo… ¡Me voy a dar cuenta de que el asado está listo recién cuando lleguen los bomberos!”.
Desgracia con suerte
Lo que siguió fueron veinte años de convivencia de todo tipo. En 1987 Guido había comprado un departamento en las afueras de Roma y fue el sitio donde Alfonsina paraba cuando coincidían en la ciudad.
“Primero, relata Alfonsina, nos encontrábamos cuando podíamos. Nos veíamos en todos lados, donde era posible, pero era una vida muy embrollada. Así estuvimos mucho tiempo. Pero hubo una desgracia con suerte. Esquiando me rompí ligamentos cruzados y meniscos y me tuve que operar. Estuve seis meses sin poder volar. Fue la gran oportunidad porque aproveché para tomarme una licencia y me instalé con él en Italia. Eso fue clave porque se consolidó la relación”.
Guido se asoma a la videollamada en curso y se ubica en el primer plano de la pantalla para aclarar a carcajadas: “¡Se vino a Italia prácticamente de rodillas!”. Alfonsina se ríe, pero lo calla para poder seguir con el relato: “En el 2000 dejé de volar y me acogí a un retiro voluntario. El 2 abril de 2001 tomé el vuelo definitivo para irme a vivir con él a Italia. De otra manera hubiera sido imposible convivir. Ese día, él viajó como jefe de cabina y yo como pasajera de Alitalia. Todas mis cosas las mandé por barco. Así fue que comencé a vivir en Roma con él”.
Casamiento de cuento
En un viaje a la Argentina en 2011 encontraron a un perro abandonado en una parada de colectivo sobre la autopista Richieri. Alfonsina se bajó del auto y lo subió. “Le pusimos Garibaldi (el militar italiano conocido como el Héroe de los dos mundos), porque ¡era el perro de los dos mundos! Le salvamos la vida. Y con el gato Blushi se llevó bien. Los dos son negros y blancos. Hasta la cuarentena solíamos viajar llevando a Garibaldi en la bodega; a Blushi lo dejábamos con una persona que lo cuidaba en Italia. Pero ocurre que después del 2020 el gato envejeció bastante y el veterinario nos dijo que era mejor que no viajara. Ya no podíamos viajar los cuatro juntos porque ellos se estresaban mucho. Ahora vamos por separado a Buenos Aires. Voy primero yo un tiempo sola y cuando vuelvo va Guido. Solo los subiremos a un avión si es que viajamos para instalarnos allá definitivamente”, aclaran.
¿Cómo fue qué nació la idea de casarse? Alfonsina responde con rapidez: “Porque él tuvo un infarto en 2017 y dijo seguro que pensó… ¡mejor con esta me caso o me caso!”.
El 16 de septiembre de 2018 Alfonsina con 62 y Guido con 63 hicieron realidad el matrimonio en Il Belvedere Principessa di Piamonte, en Ravello. Balconeando al Tirreno y rodeados de historia dijeron “Sí”, ante sus invitados y familiares. “Nos tocó un día divino”, recuerda Alfonsina. “De ahí caminamos cien metros con los invitados hasta la Villa Fraulo, una construcción del 1700 con una fuente del 1200 en medio de la terraza que daba al mar. Fue divino, mágico, maravilloso. No tuve que hacer ningún esfuerzo para que se diera lo que había soñado. Vinieron mis hermanas, mis sobrinas, cuñados, una tía, una prima que vive en Sorrento y amigos de todas partes del mundo, ¡hasta de Australia!”. Guido suma su humor: “Sí, ¡parecía el casamiento de Naciones Unidas!”.
Siempre hay sueños
En 2006 habían comprado un departamento en Buenos Aires, un piso 11 sobre la calle Ayacucho de la capital porteña, que es donde paran cada vez que vienen al país. Guido, ya retirado después de 32 años de trabajo, y Alfonsina tienen ahora un nuevo proyecto en marcha: mudarse a la Argentina para vivir en su querido rincón de Recoleta. Guido explica que él cree que Argentina tiene la manía de vivir pensando en el pasado y asegura que él vislumbra un buen futuro porque el país tiene enormes recursos naturales e intelectuales. Ambos dicen que se puede vivir mejor en Sudamérica que en la Europa actual. Alfonsina augura convencida: “Argentina va a ser el faro del mundo”. Pero lo cierto es que hoy por hoy siguen viviendo en Italia, a 5 kilómetros del mar y a 25 minutos del Coliseo romano con Garibaldi y Blushi. Con ellos ensamblaron una familia como a Guido le gusta llamar “argentana”.
Discrepan un poco en cómo imaginan el futuro en Argentina. Pero como siempre se pondrán de acuerdo. Alfonsina expresa: “A mi me gustaría vivir en el campo, rodeada de animales y de plantas. ¡El cielo en la patagonia es único en el mundo! Me encantaría agarrar un auto y hacer la ruta 40 y parar donde nos guste sin tiempos ni relojes. Ese es mi sueño”. Guido acepta la idea, pero para vivir dice que prefiere la ciudad, con sus luces, su cultura y aquellas librerías de las que se enamoró una vez. Mientras llega ese momento del traslado Guido sigue despuntando el vicio del periodismo y escribe un par de notas, como corresponsal, sobre la realidad social y política de América Latina para el diario italiano Il Sussidiario bajo el pseudónimo de Arturo Illia.
¿Cuál es la clave para que una pareja dure en el tiempo? Guido se apura a decir: “La clave es el humor y decir pavadas… ¡aunque la única que no se ríe más de mis chistes es ella!”. Alfonsina acostumbrada a sus chistes sonríe: “Es que yo ya los escuché demasiadas veces… ¡son repetidos!”. Discuten un poco y vuelven a reír. Como cualquier pareja feliz.
Alfonsina remata: “Se necesita humor y ¡mucha paciencia! Eso aprendí. Él es mi mejor maestro en este mundo. ¡Vine a aprender la tolerancia y, también, a no enojarme por tonterías”. Guido cierra la charla con gracia: “Lo más importante es que nada es tan importante. ¡Porque si todo va a ser importante es que al final nada te importa tanto!”.
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* Amores Reales es una serie de historias verdaderas, contadas por sus protagonistas. En algunas de ellas, los nombres de los protagonistas serán cambiados para proteger su identidad y las fotos, ilustrativas