Cuando Agustina se enamoró de Rodrigo (hoy ambos de 37 años) no podían saber que estaban sembrando las bases de otra pareja cercana. Muy cercana. Se conocieron con veinte y tantos, durante unas vacaciones de verano en Punta del Este. Estuvieron varios años de novios hasta que con 31, en 2018, se casaron.
Los padres de ambos apenas se conocían, pero empezaron a tener que verse seguido en 2017 cuando comenzaron los planes de casamiento de sus hijos. Los cuatro se llevaron inmediatamente muy bien.
Laura (madre de Agustina) y Martín (padre de Rodrigo) no recuerdan cuando se vieron exactamente por primera vez. Eran parte de un enjambre familiar que, como las abejas, laburaban para que todo saliera impecable: era el primer casorio de sus hijos. Por ello los dos matrimonios pusieron, con mucha ilusión, todo de su parte: ellas decoraban y pensaban en el armado de las mesas y las flores; ellos sacaban las cuentas del fiestón.
Esa era la relación por esa época.
Las vidas de Laura
Laura nació en 1962. Vivió casi toda su vida en Martínez e hizo primaria y secundaria en un colegio de la zona. Su papá murió cuando ella se graduó y la vida económica en su casa se complicó un poco. Por eso Laura trabajó desde muy joven. Su pasión por el deporte la llevó a estudiar profesorado de educación física. Su corazón era volátil y vivía enamorándose. A los 25 años quedó embarazada de un novio con quien tuvo una hija. A pesar de que la pareja no prosperó, la criaron entre los dos. La llamaron Agustina y es la misma que, años después, se casó con el hijo de Martín.
Al año de tener a Agustina, Laura conoció a un hombre de 40, separado y que tenía 3 hijas. Con Horacio, así se llamaba, vivió por décadas, sin casarse. Juntos tuvieron a Rocío que hoy tiene 27 años. Se convirtieron en una gran familia ensamblada en una casa llena de mujeres, secadores de pelo, ropa tirada y música a todo trapo. Horacio tenía más inventiva que éxitos: era una máquina de emprender cosas nuevas aunque después nada funcionaba demasiado. Una pyme para construir locales, un bar, un local de comidas rápidas… Se animaba a todo, pero la economía familiar desbarrancaba. Había que mantener la línea de flotación para bancar los gastos fijos. Las cosas se pusieron difíciles. Laura duplicó sus horas de trabajo de clases de baile y entrenamiento y se puso como pudo la familia al hombro. Así fue que durante años proveyó esos indispensables ingresos fijos. A finales de 2019 la pareja terminó por irse al demonio. Las crisis económicas habían desgastado a la pareja. Separada en buenos términos, Laura siguió intentando progresar y estudió nutrición para completar su formación.
La soledad no le pesaba. Durante la cuarentena se la bancó y “después empecé a salir un poco, pero no me interesaba nada el tema. Tengo muchas amigas solas y laburo un montón así que nunca me sobra el tiempo. Jamás me dio por meterme en las aplicaciones de citas como a ellas. Ni loca lo haría. En ese tiempo estando sola llegué a salir con un ex de mi adolescencia. Él había enviudado en la pandemia y resultó una buena compañía. Era una persona con la que tenía confianza, pero no fue un gran amor. Para nada. Fue un tiempo breve. Te reconozco que me daba fiaca salir con alguien nuevo, prefería estar sola”.
Una muerte y el consuegro
Lo cierto es que, a pesar de estar separada, con los padres de Rodrigo, el marido de Agustina, siguió viéndose. Sobre todo, a partir de la llegada de los nietos. Cumpleaños, navidades, festejos: “Yo trataba más con Gloria, mi consuegra, que con él. Con Martín no hablaba nunca. Por nuestros dos nietos coincidimos en muchas ocasiones y empezamos a hablar mucho por teléfono. Tenía la mejor onda con ella, era un amor. Con él, si me cruzaba, solo era un hola que tal y punto”.
En 2023 una mañana sonó el teléfono de la casa de Laura. Era su hija, llorando. Le dijo que su suegra Gloria había muerto durante la noche como consecuencia de un infarto masivo. No podía creerlo. Se vistió con el corazón a mil y apretando las lágrimas y fue a la casa de su hija para cuidar a sus nietos mientras ellos acompañaban con los trámites y contenían a Martín.
Su yerno había perdido a la madre y Martín había quedado viudo. Estaban todos destrozados. Laura prestó todo su tiempo.
“Justo nuestros hijos estaban planeando irse a vivir en un par de meses a Sidney, Australia, con sus dos chiquitos. Tenían que dejar la casa que alquilaban porque terminaba el contrato. Les ofrecí que vinieran a mi casa hasta la partida. Lo hicieron y se quedaron más de un mes. Martín salía del trabajo y venía a visitarlos casi todos los días. Era lógico, se estaban por ir y quería ver a sus nietos todo lo que pudiera. Además, supongo, se sentiría un poco solo. Era muy raro verlo a Martín solo, que Gloria no estuviese ahí. Y muy doloroso. Nos empezamos a ver mucho para aprovechar el poco tiempo que quedaba para compartir con Agustina y Rodrigo y sus hijos. Con Martín empezamos a pasar un montón de tiempo juntos”
Con hijos y nietos a cuestas empezaron los partidos de tenis, las salidas a comer, los asados y las películas en familia: “Compartíamos muchísimo tiempo, sobre todo los fines de semana. Nos llevábamos bárbaro”, cuenta Laura.
Mirar distinto
La pregunta se cae de maduro: ¿en qué momento sucedió que la mirada hacia él cambió?
Laura se ríe sin prejuicios: “Mirá, él tenía siempre el pelo corto y muy prolijo. Un estilo re normal, tranquilo. Un día, después de bastante tiempo sin verlo, porque había estado de viaje visitando a los chicos en Australia, apareció distinto. ¡¡Ey!!, me dije por adentro, ¡Qué cambiado está! Estaba con barba y el pelo largo, medio hipón. Me encantó. ¡Qué buen look sacó! te confieso que pensé. Me llamó tanto la atención que se lo comenté a una amiga. Le dije que me había gustado, pero que era mi consuegro. Era una sensación re loca. Yo no sabía cómo se sentía él, si estaba duelando, si todavía estaba en carne viva, no me animaba a preguntar nada. A pesar de que los chicos nuestros ahora vivían afuera, igual seguimos compartiendo muchas actividades. Ya no con nietos. Juguemos al tenis, quedate a comer, quedate a almorzar… y siguió así. Lo invité a un cumpleaños mío y un amigo me llegó a comentar cómo podía haber tanta buena onda y me largó la pregunta sobre si pasaba algo… Jajaj mmm ¿pasa algo? Yo le respondí ¿Qué? ¡Noppp! Nada que ver. Pero ahí me cayó la ficha de que algo pasaba de verdad. Igual, no era fácil. A mí me parecía raro eso de que me gustara mi consuegro. No quería decir nada ni hacer nada que pudiera romper algo en la familia. Mirá si me mando con algo y él decía ¡la consuegra me acosa!”, se ríe a carcajadas Laura, “No era fácil interpretar lo que sucedía. Martín siempre fue tan correcto, pero me invitaba un montón. Me decía: ya que venís a jugar venite más temprano y almorzamos juntos. Había algo también por parte de él, pero yo no estaba segura del todo porque no había connotaciones de ningún otro tipo. ¡Imaginate que hasta me quedaba a dormir en su casa porque al día siguiente jugábamos a la mañana al tenis! Yo en un cuarto, él en el suyo y nada de nada. Todo muy prolijo”.
Dar un paso más
En realidad, a los dos les estaban pasando cosas que no se animaban a confesar. Cosas de las que no se hablan. Cosas lindas pero que, cuando hay hijos de por medio, se temen porque pueden caer mal. Experimentaban el lógico miedo a dar un paso en falso y caer quién sabe a dónde.
“Nos pasaba lo mismo, pero no nos animábamos a hablarlo. Un día, antes de irme a Australia a visitar a los chicos, me animé y le pregunté de una. En el cuarto de arriba estaba una de sus hijas con su novio, habían venido de visita. Nosotros estábamos almorzando algo rápido en la cocina. Le dije si no creía que nos pasaba algo. Él me miró y muy serio me dijo: Obvio que pasa algo… Mantuve un poco mi cara de nada, pero ahí nos confesamos que nos gustábamos. La hija podía bajar o escucharnos, me puse bastante nerviosa. Le dije que bla bla bla, que era jodido que los consuegros salieran que qué podían pensar los chicos. Y si nos iba mal,¿qué íbamos a hacer? Podía ser muy incómodo. Martín fue práctico: ¿qué puede pasar? Si no salimos más no nos vamos a matar, ni nada. No salimos más y punto”. Eso la convenció o al menos disipó sus principales temores.
Al día siguiente Martín la fue a buscar a su casa para llevarla al aeropuerto para tomar el avión rumbo a Australia. Al despedirse se dieron un pico. Salió así, sin premeditación: “Fue un pico solo, y me fui. Te voy a extrañar, le dije, chau”.
Durante el tiempo que duró el viaje hablaron todos los días. Eran conversaciones que duraban horas, como si fuesen adolescentes enamorados: “Yo allá y él acá, así se armó la relación. Dos horas de charla diaria durante casi un mes. Lo extrañé un montón, me moría por volverlo a ver. Fue durante ese viaje que fuimos hablando con los chicos. Cada uno habló con el suyo, de manera individual. Lo tomaron bien. Se rieron un poco, por los nervios creo, pero reconocieron que ya se lo imaginaban porque nos habían visto mucho juntos. Les parecía raro, pero no objetaron nada. Ya nos conocían y nos querían contentos”.
Extrañarse,.. y el noviazgo
Cuando Laura volvió del viaje no se separaron nunca más: “El día que llegué no lo ví, pero ese mismo viernes fui a visitarlo y ya me quedé. Se dio todo de una manera tan natural que no podía creerlo. Fluyó. Todo fluyó, las relaciones también. Ya tenía miedo de cómo podría ser… (se ríe una vez más) pero fue todo lo bueno que se puede esperar, porque ya había amor. Las cosas se habían ido dando de a poquito, así que fue muy lindo y romántico. Estamos muertos de amor. Yo me voy los fines de semana para quedarme con él en Pilar, en la semana vivo en Tigre. Hoy somos una pareja normal que se habla todos los días por teléfono y que convive los fines de semana. Amo que seamos tan compañeros. Me di cuenta de que yo no había tenido un compañero de verdad en mi pareja anterior. Ahora sí lo tengo. En el amor a esta edad lo más importante es hacer cosas juntos. Jugar a un deporte, ver una serie sin parar, jugar a las cartas, hablar de todo lo que nos pasa. Ya criamos a nuestros hijos y estamos para pasarla bien con el otro. Tenemos proyectado viajar juntos para visitar a los chicos en mayo de 2025. Esto es un amor maduro, acorde a lo que deseamos. Tengo amigas en Tinder o otras plataformas y yo les digo que el amor puede estar en el lugar menos pensado. Les digo que se animen a mirar y que estén abiertas. Siento que estoy en el mejor momento de mi vida, soy grande, tengo tiempo para mí y para compartir y disfruto de todo un montón”,
¿Vivir juntos? “Nooo. No es la idea. A mí me gusta tener mi espacio y a él también. Estamos muy bien de esta manera. Todo es maravilloso y no hay desgastes. Me doy cuenta de que la gente que se entera de nuestra historia no puede creer que seamos consuegros. Les impacta. Pero bueno, somos felices y por otro lado ¿qué mejor que tener a toda la familia junta?”.
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* Amores Reales es una serie de historias verdaderas, contadas por sus protagonistas. En algunas de ellas, los nombres de los protagonistas serán cambiados para proteger su identidad y las fotos, ilustrativas