La historia entre María y Santiago comenzó, sin que ellos lo supieran, en el medio del mar. Ella era una adolescente de 16 años y él tenía 21. En febrero de 1991, se embarcaron en un crucero que partía del puerto de Buenos Aires rumbo a Brasil y, por amigos en común de otros viajes realizados en barcos, terminaron bailando en el boliche de la embarcación la primera noche de la travesía. No había forma, era imposible que alguno de los dos pensara lo que pasaría en los próximos años con ellos.
Si bien el glamour sobraba en el barco y todo estaba dado para tener alguna historia en el mar —mucho más para dos jóvenes solteros—, no fueron fáciles las cosas. María estaba de novia y si bien Santiago la cortejaba todas las noches y eran como una “pareja de novios” durante el viaje, no logró arrancarle ni una palabra que le indicara un rumbo ni mucho menos tener algún contacto físico con la chica. Ni las escenas más románticas, como estar juntos en reposeras en la cubierta, con la luna llena de frente, lograron ablandar las sólidas defensas de María. Lo único que consiguió Santiago fue robarle un beso la última noche en la puerta de su camarote cuando se despedían. Al día siguiente había que abandonar el navío y todo indicaba que las vacaciones se irían esfumando junto con los recuerdos durante los próximos meses. Pero Santiago logró algo, se quedó con el teléfono fijo de María y con su dirección. Eran épocas de pocos celulares y nada de redes sociales. Se miraron por última vez entre la gente mientras descendían, y luego cada uno volvió a su vida normal: María a Luján en la provincia de Buenos Aires y Santiago a San Juan, en Cuyo.
Suena el teléfono
A partir de ese día comenzaron las estrategias de ambos para no perder el contacto. Aunque no entendían bien qué sucedía, todos los fines de semana hablaban por teléfono fijo y las cartas iban de un lado al otro del país. Santiago decidió jugar un poco más fuerte e invitó a María que fuera a San Juan al casamiento de su hermana, pero la lujanense continuaba de novia y si bien su madre había decidido acompañarla, no se sintió cómoda en esa situación. Pero había algo que la empujaba. Siguieron los contactos, los llamados y las cartas. En esas charlas telefónicas María decía con bastante insistencia que se había peleado con su novio. Santiago no dudó sobre lo que tenía que hacer, justo se cumpliría un año desde que se habían conocido en el crucero y estaba decidido a festejarlo con María en Luján. Ya no había excusas, iba a por ella. Planificó cada detalle sin decirle nada, la sorpresa tenía que ser contundente. Luego de aviones y micros, Santiago llegó a la ciudad destino de las masivas peregrinaciones un viernes a última hora de la tarde, se hospedó en un hotel y desde allí llamó a la casa de María. En cada zumbido se le aceleraba el corazón, nadie atendía. Pero Santiago no cortaba y tuvo suerte, levantó el teléfono el padre de María. “Hola, me parece que no está, ya te digo”. Otra vez volvían los galopantes latidos por cada segundo que pasaba y no había respuesta. “Hola, aquí está, te doy con ella”, le dijo el padre. La alegría de Santiago no entraba en toda la provincia de Buenos Aires. Hablaron pavadas hasta que le dijo, “María estoy en Luján en un hotel, venite”. Ella no lo podía creer pero su respuesta lo dejó sentado al sanjuanino: “Voy, pero me arreglé con mi novio”. Ahora el corazón a Santiago le iba a explotar, pero de pena. Había pensado quedarse el fin de semana, pero no dudó de que debía irse al otro día.
María llegó al hotel y por fin se volvieron a ver, hablaron durante un rato largo y después llegó la madre, la tía y la hermana de María al hotel a saludar a Santiago y así terminó la noche. Al otro día Santiago tenía que ir por la mañana a despedirse de María, tal como habían quedado. Estaba llegando a la puerta cuando una mano se le adelantó y tocó el timbre. Santiago se quedó esperando detrás de la otra persona. María abrió la puerta y ahí estaban los dos, su novio y , más atrás, Santiago. Como su tía vivía cerca, María le avisó que viniera a buscar a Santiago. Estuvo un rato ahí, luego llegó María, le mostraron sitios emblemáticos de la ciudad y se fue por la tarde en un colectivo a la Capital con el corazón roto y la mente atribulada sin saber qué hacer. ¿Había que seguir sosteniendo lo que le pasaba con María? ¿Qué pasaba realmente? ¿Buscaba querer conquistar lo imposible, la seducción de lo casi prohibido? ¿Había una relación entre ellos?
Lejanía
Con el tiempo las llamadas comenzaron a ser menos frecuentes, y las cartas más cortas. Ya no iban chocolates, CDs y casetes en ellas. Hasta que un día llegó una carta de María en la que le ponía fin a la situación. Decía que estaba de novia y que quería seguir con su novio tranquila, por lo tanto, no habría más llamados, ni cartas, ni nada. Una vez más Santiago quedó dolido, le pasó con el viaje por el aniversario del barco, con el casamiento de su hermana y ahora. Era entendible la elección de María, pero por algún motivo durante esos casi dos años Santiago se había negado a aceptar que él no era opción para la joven. Comenzó entonces un período en el que trató de racionalizar qué pasaba y por qué se había enganchado tanto en ese vínculo que nadie entendía ni podía definir. Abrió la herida y que doliera todo lo que debía doler.
Un día salió de su edificio y el portero le dijo que tenía una carta. Pensó que era de su hermano que estaba en EEUU, pero no, era de María. Había pasado mucho más de un año desde la última vez que tuvo contacto con ella. Pidió que se la dejaran en su departamento. Lo cierto es que la cabeza no le paró hasta que volvió a su casa y se tiró sobre la carta. ¿Qué venía ahora? ¿María se casaba? ¿Tuvo un hijo? Nada de eso, le decía que durante este tiempo había tenido ganas de saber de él y que si bien ella seguía de novia podían tener algún tipo de contacto. Santiago leyó como 12 veces entre líneas para encontrar una clave, un código secreto, un señal apenas perceptible que le indicara qué hacer. Recién por la noche entendió que tenía dos cosas claras, que no estaba dispuesto a colocar otra vez su corazón en la mesa para que sea destrozado y que ni loco iba a desaprovechar los dos centímetros de espacio que le estaban dando para seguir peleando por María, pero esta vez iría más lento y se preservaría.
Las cartas regresaron y también los llamados por teléfono hasta que una noche, Santiago llegó de trabajar y le avisaron que lo llamaba María. “Estoy en el aeropuerto de Mendoza” le dijo. “Te voy a buscar”, contestó. “No, estoy de novia. Voy a estar en el hotel, pasá si querés”. Santiago esta vez no iba a dejar pasar la oportunidad, por fin iba a poder sacarse todas las dudas de la cabeza desde que se fue de Luján. María había viajado con su prima, esa primera noche fueron a tomar algo y al otro día a bailar y fue ahí, en el medio del boliche cuando María comenzó a llorar y por fin abrió su corazón. “Yo te amo, ha sido todo difícil, pero te amo”, dijo ella. Santiago no necesitaba saber mucho más, todo se alineó. María se fue y quedaron en volver a verse al mes siguiente en Buenos Aires ya sin novio de por medio.
De a dos
Y así sucedió. En agosto del 96, se unieron y mantuvieron una relación a distancia con miles de desafíos. Cada vez que se veían el mundo se apagaba, no existía nada más. Pero también hubo problemas y crisis. En una de ellas Santiago atravesaba por complicaciones familiares y María también, no les resultaba fácil mantener el vínculo a cientos de kilómetros y cortaron. Con el tiempo Santiago quería volver y María se negaba. Como a los dos les gusta Sting, él averiguó que ella iba a ir a un recital en enero del 2001, sacó entradas cerca de su fila y se le apareció en medio del concierto. Así logró recuperarla. Pero fue en 2003 cuando después de idas y vueltas, la relación ya no daba para mucho más. María lo había puesto todo, había dejado todo para estar con Santiago y él trató de acomodar sus cosas y ordenarse como pudo, pero necesitaba un período sin cargas ni obligaciones porque ya había superado otras pruebas difíciles. La apuesta de María era fuerte, irse a San Juan y dejar familia, trabajo estable y amigas. Santiago sintió que no iba a poder con todo eso, que no era el momento y así la relación comenzó a quebrarse. El último intento por recuperarla lo hizo cuando se tomó un micro por el día, llegó a Buenos Aires a las 7 de la mañana, esperó en un hotel, se bañó y fue al trabajo de María. Pero pero ya costaba conectarse, ya no había magia, algo estaba roto. Regresó a San Juan en el ómnibus de las 19 y no volvió a Buenos Aires a ver a María.
Redes
Mayo de 2016: “Hola, ¿vos me mandaste solicitud de amistad? ¿Cómo estás?”, así contestó María por mail la invitación que Santiago le envió un día de aquel mes de ese año por Facebook. La relación entraba en la era cibernética, entre otras cosas. Cruzaron miles de correos en un par de horas en los que se pusieron al día sobre algunos asuntos y preguntaron por otras que ya sabían: por ejemplo, Santiago se había enterado de que María estaba casada y con 2 hijos. La había “googleado” incansablemente. El convivió siete años con una mujer, pero había terminado la relación sin tener chicos.
Al rato de dejar de mandarse correos a Santiago lo llamó su jefe y le dijo que la empresa lo mandaba a Buenos Aires por trabajo por un día, algo que sucedía con cierta frecuencia. Se juró no decirle nada a María si ella no enviaba alguna señal. Santiago estaba terminando una reunión en Buenos Aires y entró en su celular un correo de María preguntando si todavía vivía un tío de él, le contestó que no. Ella se apenó y siguió preguntando hasta que le dijo: “Estoy en Buenos Aires, si querés nos juntamos a tomar un café”. Una vez más ella no podía creerlo, pero aceptó y fue al hotel donde estaba terminando la reunión de Santiago. Antes se pasaron por mail los celulares y, del fijo y las cartas, se mudaron a la inmediatez del WhatsApp.
El decidió irse de la reunión cuando María le avisó que estaba en el hotel. Bajó con su corazón latiendo más fuerte que nunca en los últimos 13 años, la vio hermosa y brillante mientras ella miraba su celular y sonreía. A él le parecía que flotaba, que no llegaba nunca, que sus pasos no le permitían avanzar porque estaba en el aire. Y finalmente llegó, se saludaron, tomaron café, cerveza y María le dijo a Santiago que le había roto el corazón, que cuando tuvo sus hijos pensó en él y que no lo había olvidado nunca. “Sí, no estuve bien, pero estoy aquí, te busqué para tener esta charla al menos”, se justificó él con cariño. La conversación siguió por otro lado y finalmente se despidieron con “un abrazo inolvidable”.
Y así comenzó el principio de la última temporada. Volvieron a verse varias veces, muy seguidas. María se separó y avanzó en su relación con Santiago. La pandemia también los golpeó y hubo otra pausa impensada pero necesaria. Santiago hoy ve a María con una entereza y madurez que lo enamora todavía más, ahora están juntos atravesando una hermosa etapa, disfrutando el amor que se tienen, valorando lo que pasaron y planificando el fin de la relación a distancia. Hablan de que en no más de seis años estarán viviendo juntos y quieren hacer una fiesta de compromiso pronto. Pasaron 33 años desde que se conocieron en aquel barco y nunca dejaron de amarse, se acompañaron como pudieron en momentos difíciles, vivieron, caminaron juntos y separados. Pero no dejaron de amarse. Ahora recorren el último tramo para concretar el sueño de vivir en el mismo lugar, no quieren desaprovechar más lo bien que se sienten juntos.