Cecilia tiene 35 años, todos vividos en la ciudad que la vio nacer: Yerba Buena, Tucumán. Se conocieron con Lucas, el sanjuanino, en el colegio privado más renombrado del pueblo, cuando él se mudó a la provincia más chiquita. En la secundaria se hicieron mejores amigos y, aunque él iba a 3ro. C que era de varones y ella al B de mujeres, aprovechaban cada recreo, viaje de estudio, fin de semana y fiesta de 15, para estar juntos. “Los tiempos que teníamos para compartir nos re presumíamos”, dice ella con una tonada en la “pr” que delata su origen. Iban a bailar a las matinés y Lucas, que estaba “saliendo” con una amiga de Cecilia, por esas cosas de la adolescencia, se terminó enamorando de su íntima amiga. “Me dijo que se había enamorado de mí, que no le gustaba mi amiga, que gustaba de mí”, cuenta con una tierna timidez. “Éramos muy chicos”, agrega enseguida Cecilia restándole importancia, como si los sentimientos necesitasen una edad exacta para comenzar a ser verdaderos. Pero, típico, ella le dijo que “lo quería sólo como amigo”.
La realidad es que Cecilia no quería saber nada porque su grupo de amigas en esa época salía con chicos más grandes, lo contrario sería “un quemo” y ella quería “apuntar” a ese público. Entonces no le daba “bola”, y luego de la confesión de amor la amistad se “enrareció”. Lucas resignado pero feliz siguió compartiendo con “la chica de sus sueños” recreos y demás travesuras, viendo cómo ella miraba a los de 5to. año.
Hasta que un hecho desgraciado cambió la vida del sanjuanino para siempre: “De un día para otro, su papá se murió en un accidente bastante complicado acá de Tucumán”. El padre de Lucas era un ejecutivo importante de una empresa, el avión en el cual volaba rumbo a Tucumán tuvo un desperfecto técnico, se incendió y murieron siete personas. “Fue terrible… y ahí me di cuenta que tenía muchas ganas de estar con él. En ese momento quería ir a la casa y me di cuenta que por ahí era más profundo lo que yo sentía, que en realidad lo quería mucho, mucho más de lo que me imaginaba”.
A las pocas semanas de la tragedia, Lucas invitó a salir a Cecilia: “Me pareció raro porque era muy reciente lo de su papá”, confiesa ella. “Cómo puede ser que este chico con todo lo que le pasó, esté pensando en salir conmigo en vez de estar en duelo por el padre”, se preguntaba la colegiala. Pero su hermana mayor la convenció: “Dale bola a Lucas que es un buen chico, con todo lo que le ha pasado, ¿no te parece que merece una oportunidad?” La charla sorora surtió efecto y aceptó la cita.
Los quinceañeros fueron a tomar un helado. La amistad se transformó en amor y a los dos meses, un frío 26 de junio de 2002, le pusieron título al noviazgo que duró los tres años que quedaron del secundario. Él la ayudaba a estudiar porque “era muy bocho” y ella “un desastre en matemáticas”; también estudiar era la excusa para pasar tiempo juntos. Fue un noviazgo muy juvenil, se daban besos, “chapaban” y caminaban de la mano, “que era un montón”, pero no llegaron a tener “relaciones”. Así pasó la fiesta de 15 de ella, el viaje de egresados de los dos, hasta que cumplieron los 18 años y con la culminación del colegio secundario, una nueva etapa.
Ese verano de 2007, Lucas luego de vacacionar con sus amigos en Pinamar, se sumó a la familia de Cecilia que lo invitaron a Mar de las Pampas. “Y esa fue la última vez que estuvimos medianamente bien”, sentencia ella. Porque cuando volvieron a Tucumán, Lucas empezó la Facultad de Ingeniería Industrial, probó la pública y la privada, pero ninguna de las dos instituciones lo convenció, entonces empezó un proceso “medio raro” porque no sabía qué hacer, y decidió irse a estudiar a Córdoba, donde encontró una carrera que le interesó más. “Como su papá había estudiado en Córdoba, él sentía que se tenía que ir para ahí, para seguir sus pasos”, reflexiona ella que por fin entiende y dispara: “También ahí le empezó a caer la ficha de todo el duelo de lo que fue la muerte de su padre y sentía que se tenía que ir de Tucumán”.
Cecilia se volvió “loca”, primero pensó que era una “tontera”, y no le creyó. Tenía claro que sólo dejaría Yerba Buena por la gran ciudad: Buenos Aires. Entonces, cuando la cosa se empezó a poner un poco más seria y él le pidió su apoyo, que lo acompañe, ella cocorita, le anunció: “Mirá, si vos te vas a estudiar a Córdoba nosotros nos peleamos, o sea, yo termino la relación”. Y Lucas, que ya no era el nene de 14 años con uniforme que perseguía a su mejor amiga por los pasillos del colegio; que la vida lo había golpeado de forma contundente y sin aviso; y que tenía convicción de su futuro, respondió: “Bueno, está bien”.
Así, ella siguió en su “casita de Tucumán” y él se hizo hombre a 560 km de distancia. Ya había tenido mucha presión en su casa, sosteniendo a su madre en el duelo, y despegar era urgente. Con 18 años Lucas comenzó un nuevo capítulo en Córdoba Capital. Y, de vivir a tres cuadras de su novia, en un “pueblito” donde “todos se conocen”, “paran a la hora de la siesta” y juntarse con amigos es una cuestión de cinco minutos porque “todo es cerca”, se instaló en la segunda provincia con mayor cantidad de habitantes del país.
“Cuando él se fue me arrepentí mucho y a toda costa quería volver como sea”, se sincera ella, hoy tranquila con el diario del lunes. Y él, un poco porque ya estaba encontrando su camino en suelo cordobés, tal vez por algo de orgullo propio y definitivamente porque el humor de sus nuevos vecinos lo tenía encantado, le contestó a su ex novia que “ya era tarde”. El “tira y afloje” duró más que varios meses: “Para mí han sido tres años que estuve muy mal porque siempre teníamos algo de contacto, por los amigos en común, yo sabía de su vida y él de la mía. Entonces cada vez que venía a Tucumán para las fiestas o eso, me lo cruzaba y hablábamos, pero no pasaba nada… él no quería volver”.
Cecilia cuenta que viajó “un par de veces” a Córdoba, con la excusa de ver a sus primas que vivían ahí, y cuando se encontraba con el sanjuanino era inútil: “Yo quería volver y él no. Estaba enfocado en su carrera”. Tres años fueron suficientes para que ella soltara el vínculo y entendiera que hay decisiones que cuestan demasiado caras pero hay que asumir las cosas como son y seguir viaje. Decidió hacer un cambio de cabeza, quería conocer a alguien. Entonces, cerró la puerta con Lucas, conoció a Juan y, sin demasiado preámbulo, se puso de novia. “No es que me encantara pero me gustaba”, reconoce ella.
Sucede que los planes del que dirige los hilos son impredecibles y, casi al mismo tiempo que Cecilia volvía a sonreír, un golpe de puño la sentó: “A la semana que me puse de novia con Juan, a mi mamá le detectan cáncer de mama”, revive ella el dolor de aquella noticia insoportable. Entonces ese noviazgo que recién iniciaba, esa etapa donde todo son alegrías y mariposas en la panza, para Cecilia pasó a ocupar un plano totalmente secundario, o más bien nulo. “No me importaba mucho porque me importaba más el tema de mi mamá. Y estuve ocho años de novia con él pero, no sé cómo explicarte, sin darle mucha pelota”, defiende su postura con bastante transparencia. Aunque su nuevo novio era una “excelente persona, excelente compañero”, a la tucumana sólo le preocupaba la salud de su madre, inclusive Lucas ya estaba fuera de su radar. En el 2013, cuando Cecilia tenía 24 años, luego de batallar tres temporadas contra la enfermedad, su mamá tristemente falleció.
Lucas le escribió a toda la familia para darle el pésame, y hasta su mamá fue al velorio. En ese momento de tanto desconsuelo del cual nadie está preparado, Cecilia tenía un deseo: “Lo que más quería era que Lucas me escriba y me diga algo y nunca me escribió”. Pero no sólo eso: “Cuando mi mamá muere, viene para mí toda una etapa de duelo y, justo en ese momento que mi mamá se muere, Lucas se pone de novio”, relata los giros de la vida que nuevamnete la venían a poner a prueba con sus rebuscados mensajes.
Así pasaron los años de “estar bien” pero no tanto: “Seguí de novia con Juan, sin importarme, pero seguía porque la pasaba bien, era muy bueno, éramos muy compañeros, pero yo no estaba enamorada. Al principio no me importaba porque mi mamá era mi prioridad, pero cuando me empecé a hacer más grande, había muchas cosas de Juan que no me gustaban y esto me comenzó a pesar”. Cecilia cumplió los 28 y sintió que ya se estaba “volviendo grande”, y decidió separarse. Pero una vez más el guionista de su vida se encaprichó en que nada fuera tan lineal: “Literalmente estaba por dejar a Juan, y a la semana siguiente le agarró una especie de ACV, una cosa muy rara, nunca le supieron decir muy bien qué tuvo”. Ellos convivían y, la noche anterior, Juan había empezado con dolores de cabeza y a “balbucear cosas sin sentido”. Preocupada, su novia llamó a la madre de Juan a las 4 de la mañana y, a partir de ahí, empezó un nuevo capítulo en su vida: “Me volví su enfermera”.
Fueron seis largos meses de recuperación, primero estuvo internado en terapia intensiva y después lo trasladaron a Buenos Aires para rehabilitación. “Imaginate que yo me quería pelear y de repente pasó todo esto esto… No lo iba a dejar porque la verdad es que lo quería mucho”, explica ella que su cerebro se había “reseteado” y tuvo que aprender a caminar, a hablar, todo de nuevo. Lo que siguió tampoco fue fácil: “Cuando volvimos al departamento de Tucumán él estaba muy deprimido, y entre que no estaba enamorada y encima él había vivido esto tan fuerte… yo ya no daba más”. Cecilia habló con su papá que la alentó y la ayudó a separarse. Ese mismo día agarró sus cosas, “lo mínimo indispensable”, y no volvió “nunca más”. Se fue a vivir a la casa familiar.
“Estuve muy mal porque habían sido muchos años de estar con esta persona y dejarla en una situación medio complicada, pero no daba para más, nunca había estado enamorada de él”, recuerda contundente. A los tres meses, Cecilia decidió despejarse y salir a bailar con sus amigas: “De repente me lo encuentro a Lucas en el boliche, después de no sé cuántos años, rarísimo porque además de que él no vivía en Tucumán, tampoco era de salir. Me sorprendí, me puse re mil nerviosa, y él se me acercó y me empezó a hablar y a preguntar cómo estoy, a presumirme, y yo me hacía la superada, como si no me importara y en realidad… me re importaba”, relata con la emoción del encuentro. Pero por más de que Lucas insistió, ella huyó sin demasiado intercambio, como una Cenicienta apurada. “Yo estaba destrozada, pero obviamente él no lo sabía”. Por supuesto que se quedó toda la noche y la semana pensando en su primer novio porque, además, sabía que lo vería pronto: Lucas estaba de visita para concurrir al casamiento de un amigo en común.
El día de la boda Cecilia estaba expectante y para su sorpresa, Lucas se presentó con su novia cordobesa, quien no estaba ni enterada de que la ex de su actual, estaba ahí. “Lo más gracioso es que él se me acercó todo el tiempo para hablar, y yo me seguía haciendo la superada, y él más me perseguía”, describe ella el típico comportamiento de la histeria. Las semanas posteriores, la psicóloga de la tucumana cobró protagonismo porque Cecilia se daba cuenta que “seguía gustando” de su compañero del colegio pero que “no había mucha opción: él estaba de novio”. Al mes, llegó el cumpleaños número 29 de Cecilia y con este, el regalo más esperado que vino en forma de WhatsApp: “Hola Ceci, feliz cumple, tantos años, cómo estás. Espero que pases un lindo día”, escribió Lucas, todavía abrazando a su novia en su foto de perfil.
Contra todos los consejos de sus amigas, Cecilia respondió y el chat se extendió durante toda la noche y el día siguiente. Se sinceraron: él le contó que no estaba bien con la cordobesa; que quería separarse; que pensó que Cecilia se estaba por casar; y que cuando la vió se enteró de que se había separado. Pronto vendrían las fiestas para recibir el 2019, entonces quedaron que en la próxima visita de Lucas se verían “para charlar”.
Así, en la Navidad de 2018 tuvieron su “segunda primera salida”, fueron a tomar algo y conversaron desde las 9 de la noche hasta las 4 de la madrugada, “y no pasó nada”. Después de tantos años tenían mucho que ponerse al día, entre algunos reproches, como el llamado que nunca llegó por la muerte de su madre. “Toda mi vida había estado enamorada de él. Así que decidí que iba a hacer todo lo que tenga que hacer, no me importaba nada”. Enseguida tuvieron otro encuentro y ahí sí, “pasó todo, nos acostamos, tuvimos sexo por primera vez y, a partir de ahí, no nos separamos más”.
Lucas volvió a Córdoba a cerrar “todos sus asuntos pendientes”. Siguieron dos meses a distancia hasta que él dijo: “Me voy a vivir a Tucumán”. Volvió a Yerba Buena, los novios se mudaron a vivir juntos. A los ocho meses llegó la pandemia y, con ella, la propuesta de casamiento: “Un día Lucas me sacó un anillo y me dijo, ‘¿Te querés casar conmigo?’”. Para ese momento, sin saberlo, ya “estaban embarazados” así fue que dieron el “Sí, quiero” con su hijo en camino. Luego llegó el segundo varón, y hoy viven felices a pocas cuadras de donde todo empezó.
“Siempre supe, desde que me puse de novia, que estaba enamorada de él y que lo iba a querer siempre. Cuando me separé todos me decían, ya está, se terminó, tenés que cerrar la etapa, seguir adelante. Y yo sentía que era por ahí, después no se me dio, fue muy difícil. Cuando me separé nunca me imaginé que podíamos llegar a volver, pero cuando se me dio la oportunidad dije ‘sí o sí’ me meto por acá, porque realmente lo quería. El primer día que volvimos a salir, después de 12 años, dije: ‘Cómo puede ser que después de 12 años lo vea y me siga gustando’. Creo que no hay mucha explicación, lo sentís o no lo sentís. Ahora somos súper felices, así que uno tiene que pelear por lo que quiere”, reflexiona Cecilia a modo de conclusión.