Margarita está por cumplir 75 años, vive en la ciudad de Buenos Aires y es fanática de la sección Amores Reales de Infobae. Siente que el suyo, el que lleva desde hace décadas instalado dentro de su esqueleto, podría formar parte de esta saga periodística que ve la luz cada domingo. Habla con voz de adolescente enamorada. El destinatario de ese amor febril y prolongado es un compañero del mismo colegio. De aquel secundario porteño de Villa Urquiza donde en una ceremonia anual, ella con 15 y él con 19 años, cruzaron miradas por primera vez. Ese joven muy rubio y de ojos de cielo la atropelló con la pasión eternamente.
A instancias de una amiga, durante la noche escolar, conversaron un rato y, por mucho tiempo, no pudieron despegarse. Esto es lo que pasó luego.
Noviazgo formal
Margarita estaba en tercer año del secundario; él terminaba, tardíamente, el suyo en el horario nocturno de la misma institución. El noviazgo progresó y se presentaron a sus respectivas familias. Todos encantados. No había frentes, ni tormentas.
Un año después José Luis, así se llama aquel joven hoy anciano, fue a pedir la mano de su novia a Manuel.
“El primer año que salimos, José Luis llegaba solo hasta la puerta de mi casa. Me dejaba y yo entraba. Mi mamá sabía de la historia, mi papá un poco menos. No es que fuera muy estricto, pero me ponía horarios. Yo, que tenía dos hermanas mayores, cumplía sus indicaciones al pie de la letra. Por eso, cuando cumplí 16 años, José Luis fue a hablar con mi papá y formalizamos nuestro noviazgo. Así eran las cosas por esa época. Soñábamos con casarnos”, cuenta divertida Margarita.
José Luis terminó sus estudios ya trabajando en una entidad financiera en la que tuvo la oportunidad de sacar un crédito muy favorable para comprar un departamento. Querían casarse y precisaban un techo. Margarita terminó su secundario y comenzó a trabajar en un banco. Siguió estudiando en la universidad donde escogió la carrera de sociología. José Luis era su primer novio, su primer amor y, también, el primer hombre en su vida sexual.
Esos años resultaron maravillosos a pura risas, besos, abrazos y alguna que otra pelea menor: “No podíamos estar separados. Era sublime, maravilloso”.
Adiós sin sentido
Pero siempre hay peros. En la vida hay peros. Y poco se puede hacer para evitarlos.
Según cuenta Margarita, José Luis era una persona a la que le divertía mucho ponerla celosa. Un poco bromista, un poco picaflor, un poco provocador… Y ella reaccionaba con grandes ataques de celos.
“Me decía tonterías. Por ejemplo, cuando me dejaba en casa, me peleaba diciendo: ahora vos te quedás durmiendo y yo me voy de farra con los chicos… Esas bromas me ponían mal. Empezamos a pelear mucho por eso y por mi desconfianza”.
Lo que no cuenta Margarita, aunque lo deja traslucir, es que en el fondo sospechaba que él podía tener un costado “donjuanesco”. Quizá algo había de cierto en lo que le decía en broma. Lo cierto es que las discusiones llegaron al punto en que un día él se enojó de verdad. Le recriminó furioso que estaba cansado de los berrinches de novia celosa. Que así no podían seguir, que peleaban demasiado y que debían cortar la relación.
“Estábamos en una confitería que se llamaba San Jorge, en la que trabajaba una de mis hermanas mayores. Me lo dijo y yo me quedé con mi hermana muy tranquila. No le dí demasiada importancia, pensé que era una discusión más del momento. Como tantas otras. Ya iba a volver en unos días. Pero esta vez no me llamó nunca más, no volvió a buscarme. Desapareció. Y yo, aunque estaba destrozada, tampoco lo llamé. Seguí esperando. Pasó el tiempo y cada vez había más distancia”. Era el año 1969.
Pasado unos meses Margarita decidió que si se habían separado definitivamente debía devolverle las llaves del departamento que había comprado José Luis para vivir con ella y que nunca habían llegado a amueblar. O, quizá, fue una excusa para intentar verlo, quién sabe. Con la piel en carne viva fue hasta ahí, subió y abrió la puerta. Estaba como siempre había estado, vacío. Fue hasta el único placard para dejar las llaves y fue ahí que encontró un par de cosas que la sorprendieron. Había una foto de una chica con una dedicatoria de amor a José Luis y algunas prendas femeninas. Quedó helada. Tiró las llaves y se fue corriendo, devastada.
Ahora sabía que había alguien más en la vida de José Luis.
“Me dolió mucho descubrir de esa manera que estaba con alguien. Estuve sumamente deprimida. Muy mal. Fue horrible. No volví a relacionarme con ningún otro chico durante seis años. Me dediqué a trabajar y a estudiar en la facultad a tiempo completo”, cuenta.
Ahora estaba convencida de que sus celos habían tenido un porqué. No habían sido infundados.
Dos muertes y una sorpresa
En diciembre de 1973, habían pasado ya cuatro años desde la ruptura y el hallazgo de la foto, cuando sucedió una tragedia. En un accidente de auto murieron el padre y la abuela de José Luis. Cuando lo ocurrido llegó a oídos de Margarita, ella no dudó: tenía que ir al velorio. Ella había querido mucho a su familia. Llegó a la casa de la abuela de su ex con las piernas temblando. No sabía qué se iba a encontrar.
Fue en esa reunión familiar tan triste que se enteró de que él se había casado con aquella chica de la foto del placard un año después de que hubieran roto el noviazgo.
“En el velorio supe que, durante ese tiempo en que no nos vimos, no solo se había casado sino que también ya se había separado. En un momento lo vi solo, parado entre los dos cajones de su padre y de su abuela. Me acerqué y le dije que todavía lo quería, que siempre lo había querido. No me acuerdo mucho más. Pero él no quiso escucharme, ni hablar conmigo. Después supe que su ex también estaba ahí. Me fui sumamente angustiada”.
Tuvo que pasar bastante tiempo hasta que el nudo que Margarita llevaba en su pecho empezara a ablandarse.
En el año 1975, setenta y dos meses después de haber terminado la relación con José Luis, conoció a otro hombre, Ramón. Era ingeniero y tenía dos años menos que ella. Con él descubrió el costado estable y confiable del amor. Tanto que al año siguiente se casaron.
Ella, ya recibida, siguió trabajando en una institución bancaria mientras tenía a sus seis hijos.
“Empecé de nuevo a ser feliz. Mi marido era muy bueno. No sé si lo amaba con locura, pero lo quise muchísimo. Fue buen marido, buen compañero, buen padre. Tuvimos seis hijos y fuimos muy felices”, confiesa.
La vida transcurrió apacible y sin contratiempos.
Por su lado, José Luis tuvo una vida más turbulenta. Se volvió a juntar con esa ex -la responsable de la ruptura con Margarita-, tuvo un hijo con ella, pero se volvió a separar. Después se unió con otra con la que tuvo dos hijos varones más. Pero, como siempre le pasaba, terminó divorciado. Conoció a una chica mucho más joven con la que vivió tres años. Con la siguiente mujer de su vida tuvo una hija y un hijo más. Iba y venía con cinco hijos. Tenía un corazón saltimbanqui.
En todos esos años no supieron nada el uno del otro. Pero Margarita no lo había olvidado. Solo que lo tenía muy escondido en algún abismo de su cuerpo. Tenía plena conciencia de que ese sentimiento tan intenso podía herirla fatalmente y hundirla.
Cupido está en Internet
“No hablamos nunca más hasta 2017. Cuarenta y tres años después. Y fue él quien me conectó por Facebook. Me mandó un audio con el tema de Palito Ortega, Mi primera novia”, se ríe hoy Margarita como si tuviera veinte años. Esa canción afirma que la primera novia nunca se olvida… Justamente de eso se trata esta historia.
Ambos todavía en pareja comenzaron con un diálogo tan extenso como profundo por la esa red social.
José Luis vivía en la Patagonia, en un pueblo. Margarita seguía viviendo en la ciudad de Buenos Aires, ahora en el barrio de Belgrano. Charlas, videollamadas, la relación despertaba en ellos sentimientos viejos y nuevos. Y, sobre todo, unas ganas impostergables de volverse a ver.
Pero como le dijo José Luis a Margarita, “el diablo metió la cola”. Su mujer de ese momento descubrió un día los largos y cariñosos mensajes entre ellos y armó flor de escándalo. Acto seguido, lo dejó. José Luis quedó libre de ataduras.
“Yo seguía casada y feliz. Pero él me despertaba ese amor que nunca había vuelto a sentir. Algo distinto. José Luis insistía en que me separara, pero yo no quería saber nada con hacer algo así. Tenía una bella y amorosa familia”, cuenta todavía un poco arrepentida.
Mientras la cosa se mantuvo en el plano virtual no hubo mayores conflictos ni dilemas. Hasta que un día, en 2019, José Luis tuvo que viajar por negocios a Buenos Aires. Y llegó el encuentro. Fue en una confitería de Chacarita.
“Ese día quedé loca de amor. Nos besamos. Yo tenía 70 y él 74. No podía pensar en otra cosa. Él también sintió lo mismo. Volvió a los dos meses por otro supuesto trámite…”, relata.
Margarita no quiere admitirlo, pero termina confesando con infinita culpa que se animó a dar el paso de la infidelidad.
Romance. Amor físico. José Luis había sido el primer hombre en su vida. Volver a tener relaciones tantos años después fue un tremendo shock.
“Aunque trato de mantenerme bien, el físico con tantos años se desvirtúa un poco… jajaja. Pero igual fue de una entrega total. Maravilloso”, se sincera. Ocurrió dos veces: una en el hotel donde él se alojaba; otra, en un hotel alojamiento.
“A partir de ahí, en nuestras charlas, él empezó a insistir en que dejara a mi marido. Yo no podía hacerlo. Dejar así a alguien que había sido siempre tan bueno conmigo, con una familia increíble, no podía ni imaginarlo. Con mi esposo teníamos una linda vida. Lo quería mucho, a pesar de esto que me pasaba con mi primer novio. José Luis repetía que me quería, que quería venir a vivir conmigo a Buenos Aires, que yo era el amor de su vida. Yo sentía lo mismo, pero no estaba dispuesta o no me animaba”.
Siempre no dura nada
Siguieron las conversaciones y, esta vez, la que no se decidía era Margarita. Quizá en el fondo sabía que hay amores que serán para siempre contrariados. Lo imposible quizá jamás pueda volverse algo distinto.
A finales de 2019 a tanto corazón revuelto le siguió la enfermedad.
A José Luis le descubrieron un cáncer y lo tuvieron que operar de urgencia. Casi se muere. Le llevó mucho tiempo recuperarse y, apenas lo logró, tuvo una caída donde se rompió la cadera. Otra operación y otra recuperación.
Se había generado entre ellos un nuevo foso divisor: la salud quebrantada que suelen traer los años.
Él estaba solo, pero su ex lo ayudaba con la obra social que tanto precisaba. El diálogo entre ellos siguió adelante. Lo que Margarita sentía era inmanejable y la culpa llenaba cada esquina de sus pensamientos. Para lidiar con eso empezó terapia. Dos veces por semana.
“Yo seguía muy unida a mi marido. Unos meses después, en pandemia, Ramón tuvo una severa crisis cardíaca. Después, producto de un pequeño ACV, empezó con problemas de movilidad. Sus problemas físicos lo tenían atrapado. En su cabeza no aceptaba las nuevas limitaciones que tenía que enfrentar. Murió en 2022. Para mí fue muy triste porque había sido mi gran compañero de vida. Creo que para él fue lo mejor porque estaba postrado y era algo que no podía tolerar”.
Las charlas de Juan José y Margarita siguieron su derrotero y pasaron por todas las emociones. Hoy se consuelan, hablan del pasado y reflexionan sobre ese delgado “hilo rojo” que los mantiene conectados.
“Yo veo que él vive solo y muy enfermo, pero depende demasiado de su ex. Por eso no puede venir a vivir acá conmigo”, cuenta con un dejo de resignación. Lo increíble es que Margarita dice que ella sí estaría dispuesta a irse a vivir al sur y a cuidarlo cada día y cada noche. Quisiera, aunque sea, tenerlo para ella en la última etapa de la vida. Eso dice y asegura que se siente con la fuerza física suficiente y la buena salud para intentarlo.
“Hablé con mis hijos de él, no les conté todo todo pero sí lo actual y que fue mi gran novio de la adolescencia. Ellos me apoyan y me advierten que sería una locura ir a cuidar a alguien enfermo tan lejos. A mí no me importaría, pero el tema es que él no quiere porque dice que sería un lío. Creo que teme que su ex haga problemas. O, quizá, no quiere que lo vea así, en ese estado. Hablamos por la mañana, por la tarde y por la noche de todo, también de los libros que leemos. Yo sigo al psicólogo Gabriel Rolón y él también. Hacemos videollamadas larguísimas”, relata Margarita con el corazón en la mano, “Yo sigo con mi terapeuta. La psicóloga me dice que él es un poco cobarde, que no se anima a dar el paso ahora que yo también estoy sola. No sé. De todas formas creo que hoy nos hacemos una excelente compañía. Hablamos de visitarnos, pero él dice que prefiere venir unos días a que vaya yo. Para mí es el gran amor de mi vida. A veces me pregunto ¿¿¿por qué es el amor de mi vida si no me dio nada??? Quizá lo tengo idealizado. Hace poco le dije que si hubiera convivido con él quizá no sentiría lo mismo”.
Es algo contrafáctico. Nunca lo sabrán. De todas formas no hay nada menos racional que los sentimientos.
“Soñamos con el reencuentro. Estamos unidos por ese hilo rojo que jamás se cortará. Eso nos decimos. A veces me siento mal porque habiendo tenido un marido tan bueno no se entiende que yo sienta este amor por José Luis. Te aclaro que mis hijos fueron fruto del amor, pero este es otro tipo de amor, no sé explicarlo. Es algo distinto. Ahora solo pienso en tener momentos de felicidad, en experimentar solo esos momentos. Pero hay instantes en los que quisiera estar todo el día con él para vivir lo que antes no viví… aun con su enfermedad. ¿Sabés qué me dijo hace un rato?: Qué suerte que te tengo a vos. Ahora promete que va a venir a verme. No sé porqué nunca me lo pude sacar de mi corazón. Por eso sigo con mi terapia. Es un amor que no entiendo, pero ahí está. Como si yo fuese una adolescente eterna. Siempre sueño con él y con volverlo a ver”.
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Corto la llamada con Margarita y me queda dando vueltas por la cabeza una sola idea: en cualquier caso, y pase lo que pase entre ellos, está bueno sentir ese amor enloquecido. Encabritado. Que hace perder el norte. A la edad que sea.
*Escribinos y contanos tu historia. amoresreales@infobae.com
* Amores Reales es una serie de historias verdaderas, contadas por sus protagonistas. En algunas de ellas, los nombres de los protagonistas serán cambiados para proteger su identidad y las fotos, ilustrativas