Bruno nació el 4 de abril de 1990 en Guernica, zona sur. “Vengo siempre de malas relaciones’ hasta el día de hoy que estoy bien, pero calculo que es algo que arrastro”. A los 23 años fue papá y, si bien está todo en orden con la mamá de su hijo, la relación no llegó a nada; decidieron tenerlo “pero cada uno por su lado”. Así, saltando de “relación en relación”, una mañana de 2014 entró a pedir cambio a un negocio de la misma galería de la fiambrería donde trabajaba, en Glew, y la conoció a Belén que le “voló el cerebro”.
“Che, ¿tenés cambio?”, dijo él. Y cuando la vendedora que acomodaba la ropita de bebés se dió vuelta, Bruno se quedó “obnubilado”, recuerda contando que se le mezclaron las palabras. A partir de ese momento la fiambrería empezó a necesitar más “billete chico” que nunca: “Se me hizo costumbre ir, prácticamente día por medio, todos los días a buscar cambio”.
Belén era buena y “copada” pero no con todo el mundo. “Si le caías mal, lo primero era cara de culo. Evidentemente le caí mal de entrada por su expresión. Pero seguí yendo y me gastaba literalmente medio sueldo en ropa de bebé con tal de verla. Sabía que la podía conseguir más barata pero iba por ella”. Pasó meses invirtiendo su sueldo pero sin decirle nada -”tal vez alguna bardeada como cuando a un nene chiquito le gusta otra nena”- con la esperanza de que Belén le llevara el apunte. Tenían charlas superficiales, sobre la ropa, nunca nada profundo: “No me animaba y también sabía que estaba de novia con un chabón que se mataban en el gimnasio, todo duro, trabado, así que menos iba a querer meterme ahí”.
Al tiempo Bruno dejó de verla tan seguido porque lo mandaron a una sucursal en otra zona. Entonces la buscó por Facebook, le inventó el viejo chamuyo de “la app me sugirió tu amistad” y le mandó una solicitud. Enseguida comenzaron una amistad por chat, ella se había separado del “patovica” así que todo empezó a tener otro color.
Luego de seis meses de “laburo de hormiguita”, la empleada de la galería y “el pesado del cambio” quedaron en verse. “A mí cuando me gusta alguien se le deforma la cara y es todo risa”, se teletransporta Bruno a aquel primer encuentro: “No sabía qué ponerme porque vos la veías a ella, era de zona sur, como yo vivía en medio del barro, pero era una mina preciosa que no tenía que estar ahí, o sea, ‘Vos no pertenecés acá’. En mi barrio te imaginás que son todos ‘ATR’, cumbia villera, y ella era una modelo literalmente”, describe él con fascinación.
La primera salida fueron a tomar algo por Lomas de Zamora, y la plaza Griguera fue testigo del beso que jamás se olvida: “Fue un viaje de ida… no quería salir más de ahí”. Pero sus heridas de la infancia le jugaban una mala pasada y Bruno tenía por deporte escapar de los lugares buenos. Siempre que conseguía algo muy deseado disfrutaba el momento de la victoria y la pasaba bien, pero no podía con sus impulsos negativos. “Entonces eché todo a perder por gil”, dice desde un presente recuperado, y vuelve al pasado: “Fue todo lindo, volví para mi casa re estúpido, sonriéndole a la gente en el colectivo”.
Así empezó una relación linda. Bruno ya no tenía que ir a buscar cambio ni a comprar ropita a la galería: simplemente pasaba a visitar a su novia. “No era celoso, no me importaba si salía o cómo se vestía. La verdad que cuanto mejor se vistiera más me gustaba; me encantaba que la miraran”, explica para especificar que, hasta ese punto, el vínculo era saludable, él era aceptado y “querido” por la familia de ella. Bruno dejó la fiambrería y consiguió trabajo en Capital, a unos 60 kilómetros de donde vivían, entonces ya no se podían ver tanto y la relación se empezó a “venir abajo”. Durante los tres años de noviazgo tuvieron idas y vueltas, se empezó a tornar feo y, lo que en un principio fue amor se complicó: “Ya no nos fumábamos una”.
A Bruno, que la vida lo llevó a ser un busca, había conseguido un trabajo que, sin saberlo, lo estaba desviando por el mal camino. “Manejaba micros de recitales”, cuenta. Cuando había un concierto de una banda popular, contrataba colectivos, organizaba todo y cobraba un plus por llevar a la gente. “Me volví la estrellita de los micros de los recitales, vivía en el mundo de la noche, y era casi todos los fines de semana”. Sin darse cuenta y de costado, comenzó a vivir una vida de músico llena de tentaciones: “No pagaba nada, ni la entrada, nada. Después me iba a comer pizza a los camarines con los músicos y era todo excesos”, cuenta hablando con naturalidad de un universo para él “básico”, que se ve en las películas: “Tenía acceso literalmente a todos y a todas. Tenías lo que vos quisieras, o sea, desde un porro, a una pastilla, drogas, mujeres… lo que vos quieras”, enumera el género femenino como una sustancia ilícita más. Bruno era consciente de “lo que tenía en casa”. Pero sus voces internas no lo dejaban en paz y, en tanto no podía resistir la tentación, entraba en aquel caos y después se arrepentía.
En unas vacaciones juntos en la Costa, Bruno intentó hacer parte a Belén de su círculo: “En esa época estaba más tranquilo”, aclara contando que se quería “portar bien”. Sentía que ella le estaba dando un montón de oportunidades, “es un 10 y yo soy un 5 y me está dando un mil chances”. Pero mientras que él se divertía, ella sufría esos entornos. Definitivamente eran de diferentes mundos. Aquello que él se preguntó al conocerla -’Vos no pertenecés acá'-, ahora estaba sucediendo. Quizás algo común en todos los vínculos el no coincidir al cien por cien con los gustos y costumbres del otro; todo depende de cuán dispuesto está uno a ceder. Y Bruno estaba en “cualquiera”. De vez en cuando tiraba el tablero y “picoteaba” con alguna chica pero al poco instinto del bien que le quedaba le daba culpa, entonces iba y le contaba a su novia. “Una vuelta que estaba todo mal, habíamos peleado feo y era ya para terminar la relación. Me armé unas cartulinas diciéndole que me perdone y todos los motivos por los que la amaba. Me fui hasta su local, me paré en frente y se los iba mostrando desde la calle, con la vidriera de por medio y los clientes mirando”. Y ella lo perdonaba.
Se habían comprometido con una alianza. La idea era casarse, “hacer las cosas bien”, él había empezado terapia. Pero cada vez más seguido Belén se preguntaba por qué su novio andaba repartiendo “likes” por todo Instagram. Y luego de tres años, entre las inconsistencias de Bruno y los celos justificados de Belén, la relación se fue intoxicando hasta que no dio para más. Se separaron.
El primer año de separados Bruno, le stalkeaba las redes. Veía que Belén salía con otro chico y por un lado se ponía contento pero otra parte suya se castigaba por no haberla podido valorar. “Y ahí me cayó la ficha de lo que perdí. Fue un torbellino de depresión y mi cena era un vino y una pastilla para dormir porque llegaba por la noche agotado del laburo, me quería dormir y con todas las cosas que me daban vuelta por la cabeza no podía”, recuerda hoy repuesto. Cuanto más se condenaba por haberla perdido, más se hundía y se anestesiaba con los excesos de la noche.
Tampoco tenía un buen sostén para apoyarse, y aquí nuevamente surgen las palabras que hacen pensar, ¿qué es lo común y qué no? “Me fui de casa cuando tenía 18 años. Vengo de una familia normal, monoparental, súper religiosa y yo soy la oveja negra. La única familia que tenía en mi casa era mi vieja, y después mi mamá se volvió a casar con un chabón que no me caía bien; y tuvo dos hijos más”, relata con llaneza un hogar totalmente disfuncional. Su padre biológico “desapareció” y la última vez que Bruno lo vio tenía 3 años: “Me acuerdo de la cara de él porque tengo una foto, nada más, si no creo que me hubiese olvidado”. Con el mismo tono simple dice saber que tiene tres hermanastros más “por algún lado” porque una vez lo contactaron. Aunque Bruno fue producto de una relación de varios años, al poco tiempo de su nacimiento su padre se fue y los dejó “en la nada misma”.
Al ver con quién salía Belén, Bruno que la quería de verdad, se mantuvo al margen: “Estaba de novia con un chico mucho mejor económicamente que yo y no la quería molestar”. Las ganas de hablar no faltaban pero cada vez que no podía más, recordaba el consejo de su psicóloga: “Cada vez que tengas ganas de hablarle pensá y preguntate con qué propósito le querés hablar, qué es lo que querés generar”. Descarrilado, Bruno sentía que no tenía nada bueno para ofrecerle: “Tenía relaciones con otras mujeres, simplemente por el hecho del acto sexual. Era todos los días estar con alguien y, durante el acto estaba todo bien, pero una vez que terminaba me sentía vacío, una basura, sucio, era desagradable ni sentir. Era un placebo de algo que no tenía y me sentía mal conmigo mismo. En el fondo yo quería seguir estando con ella y no podía”.
Pero como “allá arriba” alguien escucha todo y vuelve a dar oportunidades, el milagro ocurrió: “De la nada un día me habló ella para que elimine unas fotos del Facebook”. Belén, que “parecía tan feliz y viajando” con el nuevo, no estaba bien. Bruno enseguida intuyó algo y le preguntó cómo estaba. Entonces su ex le contó que el actual era medio “pirado”, tomaba y se ponía “violento”, era “bruto”, y el consejo fue inmediato: “volá de ahí”.
A los dos meses Belén se separó y Bruno volvió a ponerse “romántico” y a animarse a decirle que la extrañaba. Quedaron en verse y, con el deseo contenido de dos ex que se separan queriéndose, luego de doce largos meses sus cuerpos volvieron a fusionarse en el ballet más poético de Tchaikovsky. Después vino la charla: “Quiero estar bien con vos pero no me gusta esto, tampoco aquello, etcétera”, sacó ella enseguida el pasado que lo condenaba. “No te preocupes, cambié de número, cerré mi antiguo Facebook, corté vínculo con todo el ambiente de la noche”, prometió él que, no sólo lo dijo, había cambiado. Bruno sentía que no podía dejar pasar la oportunidad de perder a la mujer de su vida. “Me siento cómodo estando con ella, teniendo o no teniendo sexo, compartimos un montón de cosas, de acá no me saca nadie”, pensaba para sí mismo. La terapia lo había rescatado.
Volvieron y Bruno realmente era otro hombre. Todas esas noches de “descontrol y excesos” habían quedado atrás. Fueron nueve meses de idilio, ya estaban conviviendo y Belén había entablado una conexión hermosa con el hijo de Bruno que tenía 3 años, “mi hijito la amaba”. Y cuando flotaban en la cúspide de la relación, volvió el ayer a pasar factura.
Un domingo de primavera mientras Bruno le preparaba el desayuno a Belén, el teléfono de él la encandiló: “Te llegó un mensaje”, dijo ella con el sexto sentido femenino afilado. “Fijate qué es”, pidió él con la confianza de quien ya no tiene ni quiere ocultar nada. “Una solicitud de Facebook”, contestó. Para darle más confianza a su novia a quien amaba, Bruno chequeó el celular delante de Belén. La solicitud venía seguida de varios mensajes que enviaba esa misma persona, a lo largo de los meses. Bruno no reconocía ni el nombre ni la foto de quien insistía en contactarlo. Junto a su pareja, fue leyendo los mensajes uno a uno, del más antiguo al más actual: “Te quería contar que estoy embarazada”; “Estoy de tres meses”; “Va a ser un varón”; y así durante nueve meses continuaba el relato, hasta el “Ya nació” de la mamá del nuevo hijo de Bruno.
“Casi me desmayo, literalmente sentí que estaba en el aire, no sentía mis piernas y me caí de espaldas a la cocina. Se me caían las lágrimas. Era obvio que Belén no me iba a creer que no la había engañado, que de verdad estaba haciendo buena letra, era el karma que me perseguía”, revive con desesperación aquella mañana inédita. Belén reaccionó con el enojo exacerbado de haber perdido su propio embarazo con Bruno hacía 4 meses, y sólo pudo recriminar: “Tuviste un hijo con esa sucia y no conmigo”. La herida se abrió aún peor y aunque Bruno intentó explicar que había sido antes de volver con ella, no se podía “justificar” por sus antecedentes. Ese fue el principio del fin.
Bruno amaba a Belén pero no quería copiar los mismos pasos de su papá, y “dejar una criatura por ahí abandonada”. Optó por hacerse cargo, se lo planteó un par de veces a Belén y “fue como sí, pero no”. Siguieron la relación unos cinco meses y ella no estaba bien, estaban “juntos por estar”. Bruno tenía pesadillas, “Sentía que estaba repitiendo los mismos patrones que mi viejo y no quería”. Así, a sus 28 años sentó cabeza y, con todo el amor que sentía por su novia, pero también con sus valores bien puestos, le dijo: “Siento que no sos feliz conmigo y yo tampoco me puedo permitir que un bebé no tenga papá. Todo bien, pero no me siento cómodo. Sé que quizás te incomode, pero me gustaría conocer a esa criatura. Si querés formar parte de esto me gustaría que también estés”.
Entonces terminaron. “No sé si fue la mejor o la peor decisión que tomé en mi vida, pero de ahí en más nunca más volvimos a vernos. Creo que fue la primera decisión madura que tomé en toda mi vida… o la segunda”, dice Bruno refiriéndose a sus dos hijos.
Bruno capitalizó todo, convirtiendo lo vivido en canciones que escribió y hoy suenan en Spotify, bajo el nombre de Insomnio, El sueño y Panic Show, del álbum Nicco Ciclotimia (https://open.spotify.com/artist/62VT2JklKr76L2ZpmZpalo?si=m7Q1n6-bRSqXJvo7fVhH5w&nd=1&dlsi=ae8bb82095204485). “Ok, vamos a vaciar todo lo que pasó por ahí y hacer catarsis”, se dijo. También se tatuó un ancla que le recuerda la estabilidad que Belén le daba, y concluye: “No me quedó el soporte, pero sí la estabilidad”.
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