A los 6 años se “enamoró” del baterista del grupo de sus hermanos: la sugerencia de Facebook y una cita increíble

Eudis lo miraba embelesada: Rodrigo era su amor imposible, pero tenía 18 y ni se percató de su presencia. Esa relación platónica, para la venezolana, no se enfrió con el tiempo. Las mudanzas de país hicieron que hasta sus hermanos perdieran contacto con él. De adultos, cuando menos lo esperaba, las redes sociales hicieron su magia. Y el resto corrió por cuenta suya

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Eudis y Rodrigo, felices hoy en España
Eudis y Rodrigo, felices hoy en España

“Conocí a mi marido cuando yo tenía 6 años y él 18″, cuenta Eudis Figueroa deschavando el final de su historia. Todo comenzó en Caracas, Venezuela, ciudad donde ella nació y se crió, como toda su familia de origen. Sus hermanos mayores, de 18 y 15 años, tenían una banda pero el baterista -“que era mi primo”-, repentinamente se fue a vivir a Estados Unidos. Rodaron la voz para reemplazarlo “y llegó mi esposo”, vuelve a referirse a quien en aquel entonces ocupaba sus sueños: “Yo no tengo muchos recuerdos de mi infancia vividos, pero sí recuerdo haberlo visto entrar en mi casa y quedarme encantada, ¿sabes? Esos típicos amores platónicos que uno tiene de niña”, dice todavía con corazones en los ojos.

Una infancia fantástica

Corría el año 1991 y Eudis esperaba ansiosa a que llegara el fin de semana, pero no porque le fuera mal en el colegio: el motivo era Rodrigo. “Cuando llegaban los fines de semana, que era cuando ellos podían ensayar, yo hacía los deberes el viernes para que el sábado mi mamá me dejara ver el ensayo”, explica como quien asiste a una final del Mundial. Mientras espiaba a su príncipe azul, la chiquita de seis años sentía que su juego de muñecas se hacía real: “Abría la puerta del estudio de música y me asomaba”, cuenta con picardía aunque rápido reconoce que “él ni sabía que yo existía, era una niña”, dice y, rápido, se coloca en su lugar: “Yo era la hermanita de sus amigos”.

Rodrigo Núñez nació el 2 de abril de 1972 en Santiago de Chile. El país estaba convulsionado, ya se proyectaba la sombra de la dictadura que se instalaría al año siguiente, y sus padres decidieron emigrar a Venezuela. Pero un año después “decidieron enviarlo de vuelta a Chile porque sus abuelos paternos lo extrañaban”. Lo que serían dos años, se convirtieron en quince. Rodrigo se quedó viviendo con sus abuelos, que cumplieron la función de padres hasta 1987, cuando que el chico decidió volver a Caracas. La música siempre fue parte de su vida y a los 18 unos conocidos le propusieron tocar con ellos en Atenas, la banda de los hermanos de Eudis.

Eudis, de pequeña. A los 6 años se "enamoró" del baterista de la banda de sus hermanos, 12 años mayor que ella
Eudis, de pequeña. A los 6 años se "enamoró" del baterista de la banda de sus hermanos, 12 años mayor que ella

“Cuando mi hermano se graduó de Bachiller el grupo tocó en la graduación. Con una fiesta, todo muy al estilo de Venezuela. Y hay un vídeo donde él sale tocando la batería y yo en el escenario bailando la conga, ¡era una nenita!”, recuerda con alegría y nostalgia a la vez, por haber perdido semejante tesoro cuando tuvieron que dejar Caracas. “A los pocos meses mis padres decidieron emigrar para España. Toda la familia, o sea, mamá, papá y los tres hijos. Y ahí se perdió todo contacto porque no existían las redes sociales ni nada por el estilo. Los teléfonos no se intercambiaron, no se escribieron cartas, se perdió...”, resume.

La familia se instaló en Orense, España. “Yo tenía 8 años y cuando llegamos a Galicia nos pilló una crisis económica muy fuerte. Al año mi padre no pudo conseguir empleo, porque en esa época si tenías 44 años ya eras viejo para poder insertarte al mundo laboral”, relata Eudis. Entonces cerca de 1994, los Figueroa decidieron regresar a al país caribeño, pero ya no para vivir en el antiguo barrio: de la coqueta y colonial San Bernardino se mudaron al barrio Vista Alegre, donde residían mayoritariamente españoles, italianos, portugueses y árabes.

Los años transcurrieron y a pesar de los vaivenes de la vida, Eudis siempre guardaba en un rincón de su corazón al chico que tocaba la batería con sus hermanos: “Desde muy pequeña, todos los 2 de abril me acordaba del cumpleaños de Rodrigo, y le decía a mi mamá: ‘cuando yo crezca me voy a casar con Rodrigo’”.

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La niña se convirtió en adolescente y, cual groupie, continuaba leal a su amor imposible, ahora devenido en una especie de rockstar: “Mi marido fue el único de toda la agrupación que se convirtió en músico profesional. Entonces venía mi hermano mayor, que es más o menos contemporáneo con él, y me decía: ‘Ahí está Rodrigo tocando con no sé qué artista famoso, escúchalo en la radio, miralo en la tele’”. El chileno era baterista y director musical de personalidades muy conocidas en los 80 en Venezuela, como Guillermo Dávila, Pedro Castillo de Aditus, Guillermo Carrasco, Kiara, Karina y un popular grupo urbano que se llamaba Franco y Oscarcito, quiénes al día de hoy compusieron para Marc Anthony y Alejandro Sanz, y hasta se dio el lujo de negarse ante el Chino y Nacho que le pidieron de trabajar con ellos. Todo para Eudis que lo miraba por tevé.

“A mí siempre me ha encantado la música y decía que me iba a casar con un músico porque la música es vida. Y nos dimos cuenta que yo había ido a muchos conciertos que él estaba de baterista pero nunca nos topamos. Estuvimos al mismo tiempo en tantos sitios y nunca lo supimos…” Claro, el Universo andaba tejiendo sus cosas por allí y ellos no lo sabían.

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La vida después de la vida

A los 23 años la venezolana hizo una especie de viaje sabático: “Me gradué de diseñadora gráfica y decidí nuevamente emigrar a España, con la mala suerte que me coge la segunda crisis”. Así, luego de siete meses volvió a su tierra natal y, con esta, a su flechazo de la infancia: “Ahí sí mi hermano ubicó a Rodrigo por Facebook, lo tenía de amigo, pero yo nunca había hablado con él directamente”. Sucede que volver nunca es fácil y Eudis sufrió las consecuencias: “Caí en una depresión”. Su mente se había aliado con el lado negativo y la torturaba pensando “estoy recién graduada; soy buena en mi trabajo; no me considero una persona fea, me considero simpática. Pero no tengo ni trabajo, ni novio, o sea, me sentía como aislada del mundo”. Entonces empezó a ir al psiquiatra y le diagnosticaron, como suponía, una depresión leve. En una de las sesiones la terapeuta ahondó y juntas descubrieron que traía un tema de sobreprotección desde su niñez que la estaba trabando: “Cuando nací me dio meningitis bacteriana tenía ocho meses y estuve 22 días casi en coma. Entonces, claro, mis padres cada vez eran más aprensivos conmigo. Luego a los 16 años sufrí un secuestro exprés en la puerta de mi casa. Ahora que soy madre entiendo que querían protegerme pero al final esa protección resultó dañándome”. Y agrega que además de ser 9 años menor que sus hermanos, “soy la más pequeña de 11 primos”.

Así, en conjunto con su psiquiatra, Eudis llegó a la conclusión que para salir del pozo debía agarrar las riendas y hacer por fin lo que más le gustaba: “Me encanta viajar, tenía el dinero para hacerlo, así que salí de la consulta con la psiquiatra y me fui directo a la oficina de Iberia a comprarme un pasaje”. Se acopló al viaje ya programado que harían sus padres para visitar a la familia: “No les dije nada y compré pasaje para el mismo día”. En teoría a ella le tocaba llevar a sus padres al aeropuerto, en cambio, sin que se dieran cuenta metió su equipaje en el auto y, sorpresa: “Cuando ven a mi hermano montarse en el carro, miran asombrados, y digo, ‘¡Me voy con ustedes!’”.

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En septiembre de 2009, ya en Madrid disfrutando con toda la familia y el ánimo más recuperado, Eudis todavía podía escuchar la voz de su psiquiatra diciéndole: “Tú aprovecha, disfruta, relájate, que seguro cuando regreses vas a ver todo desde otro prisma”. Se sintió motivada y entró en acción: “Me metí en Facebook y ví sugerencia, ‘Quizás conoces a…’, y apareció Rodrigo Núñez”. Los aires madrileños aportaron lo suyo y sin dudarlo lo añadió a sus amigos. “Ese día nunca se me va a olvidar: empezamos a chatear el 14 de septiembre y estuvimos chateando 45 días consecutivos hasta el 15 de octubre”, dice ella, explicando cuál fue la duración exacta de su viaje a España. La conversación fluyó aunque el arranque fue de terror: “¿¡Quién eres!?”, escribió el chileno desde Venezuela. “Soy la hermana de Gabriel y Samuel”, contestó ella rápido mencionando a sus hermanos. Lo que siguió fue todavía peor: “¿Es que tenían hermana? Ni lo recuerdo”. Hoy Eudis relata todo con gracia y hasta lo justifica: “Claro, qué se iba a acordar de mí, si yo era una niña de seis años”. Pero ahora eran una mujer de 25 y un hombre de 37.

Lo cierto es que el chileno, a pesar de hacerse el “cocorito”, por alguna razón le había dado amistad a esta desconocida que, según confesó más tarde, algo adentro suyo le decía que acepte. Y para ser más honesta, ella cuenta que “Rodrigo estaba en un momento muy enfocado en su carrera y sus cosas, pero ese día lo tenía libre”. Por fin Eudis volvió a sentir que el viento soplaba a su favor, reconociendo el mérito de su analista que “mejor consejo no me pudo haber dado”.

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El único drama por esos días era que se estaba consumiendo todo el roaming de su BlackBerry: “Yo hablaba, hablaba, hablaba”, repite como un trabalenguas. Había mucho de qué ponerse al día. “Estaba tan entregada en querer conocerlo como persona que a mí ni me importaba que me dijera que estaba tocando con equis artistas; estaba muy centrada en conocerlo a él. Lo primero que le pregunté era si estaba casado o si tenía pareja”, dice con coherencia. Rodrigo le contó que estaba en proceso de divorcio, o sea, se había separado recién el mes anterior pero no había sido padre porque “en teoría” no podía tener hijos. “Yo dormía con el teléfono aquí”, cuenta llevándose las manos al oído. El roaming se seguía consumiendo y las charlas eran interminables. “Yo viajaba por España con el teléfono en la mano”, parlotea graficando la escena. “En esos 45 días me gasté dos mil euros en recibo de teléfono, pero mi papá nunca se enteró. La mitad me la pagó él y la otra mitad mi mejor amigo, que es un santo y se ganó al cielo, porque en ese entonces yo tenía dinero pero no podía sacar dos mil euros así debajo de la manga”.

Así transcurrieron las vacaciones de Eudis en España, pero a medida que se acercaba su regreso, y con este el esperado encuentro, sus miedos también se incrementaban: “Me parecía imposible que todo sea tan perfecto: un chico guapo, lo conoce mi familia, un buen trabajo…”. Y por algo dicen que a la desgracia no hay que llamarla: “Resulta que en el camino aparece su ex esposa”. Lo que pasa es que “sólo habían hecho separación de cuerpos”, precisa. La relación no funcionaba pero el diablo metió la cola: “La chica tenía la clave de su cuenta de Facebook y, en una de esas, vio un mensaje mío. Entonces me escribió haciéndose pasar por él”, devela y, viendo mi cara de sorpresa, explica: “Enseguida me di cuenta porque no era la manera en la que él me trataba”. Su acertada intuición fue confirmada por su príncipe ideal que tuvo que presenciar su propia telenovela: “Un día lo llamé por teléfono y ella se lo arrancó de la mano y se me puso a hablar. Obviamente a mí se me vino el mundo abajo”, recuerda cabizbaja. Eudis estaba enamorada “hasta las trancas” pero aún así, recordó todo el esfuerzo que le había tomado sanar su autoestima herida, y le habló a la ex de su futuro marido: “Mira, yo no sé tu historia con él pero te aconsejo que te quieras primero como mujer”.

Posiblemente el discurso de autovaloración hizo efecto porque las duelistas nunca jamás volvieron a hablar. Además la venezolana había aprendido la lección que divulgaba: “Regresé a mi vida normal, o sea, decidí no estar tan en contacto con él lo que me quedaba de viaje porque no sabía si estaba perdiendo mi tiempo. No sabía si él estaba jugando ‘doble play’, si me estaba mintiendo sobre ella”.

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Eudis tenía una sola persona que la podía comprender en ese momento, y tal vez en todos los instantes de su vida: “Mi mamá, que en paz descanse, era mi confidente, mi mejor amiga, le contaba todo”, conmemora con los ojos vidriosos. A pesar de ser su madre, Ysmelia siempre fue muy ecuánime y objetiva, y aunque creía en Eudis y en sus sentimientos, le pasaba lo mismo que a cualquier madre: no quería que le hagan daño a su hija. Además, la joven ya había sufrido demasiado: “Mi pareja anterior me abandonó de la noche a la mañana, desapareció. Estábamos muy bien, salíamos, disfrutábamos y de la noche a la mañana me dejó de responder los mensajes, los correos”, relata eso que hoy se llama ghosting. “Y menos mal, mira, la vida tiene sus misterios y sus porqués”, agrega positiva, con la sabiduría del día después.

Cuando ya se acercaba el 14 de octubre, fecha de regresar a Venezuela, Rodrigo, en plan romántico, le propuso que al encontrarse la llevaría a una cabañita en El Ávila, una montaña frecuentada por los enamorados que cubre todo el valle de Caracas. Pero unos días antes le pidió posponer la fecha para verse porque, arguyó, estaba enfermo de una muela, con un absceso. Eudis se indignó, llevaban más de un mes hablando del momento en el que se iban a ver, ¿y Rodrigo la cancelaba? ¿por un diente? ¿qué excusa era esa? De ninguna manera. Eudis sentenció: “Mira, te voy a decir algo, si tú realmente quieres verme, nos vemos el 15 u olvídate de que yo existo. No me importa si es una cabaña o no: nos vemos el 15 o aquí se acabó todo”.

Efectivamente se vieron el 15. Fue a la peluquería, se arregló las uñas, se puso un vestido súper coqueto y “los zapatos turquesa que tenía en la primera primera foto mía que vio, porque me dijo que le encantaron”. Pero al verlo, para sorpresa de Eudis, el chico que la tenía loca desde los 6 años, era lo más parecido a Shrek: “Tenía la muela así -infla su mejilla como Quico-, tenía la cara literalmente deformada”. Pero eso fue anecdótico porque “me llevó a un restaurante muy bonito, que se encuentra en una colina y cenamos a cielo abierto mirando las estrellas, mientras un saxofonista tocaba en cada mesa. Una cosa preciosa. El pobre pidió papilla porque era lo único que podía comer”, cuenta entre risas. Y ese mismo día de octubre de 2009 se pusieron de novios. “Nos dimos un beso que duró tres segundos, pero para mí fue una eternidad”, recuerda con fuegos artificiales en la panza. Y ahí, Eudis confirmó aquello que había experimentado cuando tenía 6 años, escondida detrás del sillón: “Es él”.

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Cuando Rodrigo supo de que era acechado por aquella niña de 6 años, lo registró con gracia. “Los chilenos tienen un humor muy negro, y él se reía y me echaba broma y me decía, ‘Es que yo sabía y lo estaba cocinando a fuego lento; estaba esperando a que tu fueras adulta’”, cuenta Eudis que sin quedarse atrás respondía que estaba esperando que él “la cagara en otras relaciones para cuando la conociera a ella se enseriase”. Chiste va, chiste viene... “en enero de 2010 quedé embarazada”, revela. Y además de la alegría más grande, la noticia fue el milagro que llegó para confirmarles que eran el uno para el otro: “Se supone que él no podía tener hijos por una varicocele, y en teoría yo tampoco porque me habían dicho que tenía el útero muy arriba, entonces que el día que quisiera ser madre me iba a costar muchísimo y quizás hasta me tenía que hacer algún tratamiento de fertilidad. Pero fue todo hiper natural”.

Comenzaron a convivir. El 17 de septiembre de 2010 nació Victoria Núñez Figueroa. Con la bebé se mudaron a Chile un par de años y desde 2013 viven en España. No todo fue un cuento de hadas: tuvieron un restaurante y lo perdieron; pasaron por crisis económicas; estuvieron en bancarrota; tuvieron mucho dinero; lo perdieron todo. Pero el amor siempre estuvo intacto: “Ha valido la pena y no importa lo que pase alrededor del mundo si nosotros estamos unidos como equipo y como familia. Nuestra niña ya tiene casi 14 años y la hacemos partícipe de gran parte de nuestras cosas. Pero no importa lo que pase, si viene otra inmigración, si tenemos que irnos a otra ciudad o a otro país, siempre que estemos unidos y que hablemos desde el respeto y la confianza, no hay obstáculo que no podamos superar”.

El 12 de abril del 2013 se casaron, pero no llevan anillo: “En ese momento no teníamos los medios económicos para comprar una alianza. Pero no queremos tener alianza porque para nosotros nuestra alianza son nuestros sentimientos, y nada más poderoso que eso”. Y aunque la diferencia de edad en el año 91 era notable, hoy con 40 y 52 años la brecha es de lo más habitual. “Yo soy feliz, de verdad, muy feliz. Y le doy gracias a la vida por haber pasado por todo esto porque la felicidad se construye. El enamoramiento llega y se va pero el amor se hace y se construye día a día y paso a paso”.

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