Cuando Alejandro comenzó a experimentar el desamor tenía solamente 9 años. Su padre se había marchado de su casa dejándolo solo con su madre. Y ella acarreaba también sobre sus espaldas la semilla del abandono: su propio padre la había dejado de pequeña en un orfanato. Alejandro se dio cuenta de que su familia venía rota. Por eso, cuando su madre combatió su primera relación con una chica, decidió que lo mejor era irse a vivir por su cuenta. El estudio y el trabajo lo liberaron un poco de la soledad que sentía, pero no lo protegieron de las inconveniencias de los amores complejos y malogrados.
Hoy Alejandro pisa los 44 años y nos relata su historia sin vergüenzas, pero también sin nombres para resguardar su trabajo y porque no quiere exponer a su familia. Pero tiene un claro objetivo: que lo que vivió le sirva a otros que puedan estar atravesando momentos difíciles en cuestiones de amor y de extrema depresión: “Voy a contar, sobre todo, un período de mi historia que me pudo costar la vida. Ojalá pueda servirle a alguien saber que se puede salir de ese círculo no virtuoso de desamores, angustias y tristezas”.
De Quilmes a la soledad
Hijo único, Alejandro nació en mayo de 1980 en Quilmes. “Mi papá nos abandonó cuando yo tenía 9 años y se fue a vivir a Europa. Me crié solo con mi mamá. Hasta los 16 años iba y venía y la verdad es que no me daba mucha cuenta de mis carencias afectivas. No tenía parámetros de comparación. No sabía cómo funcionaban otras familias. No tenía abuelos, solo tíos más bien distantes. Vivía en una casa humilde, pero con jardín y mi gran apego al mundo fueron siempre los animales. Más que la gente. Tuve de todo: conejos, perros, gatos y hasta un pavo real. A los 13 años resolví entrar a un colegio militar. Creo que era mi búsqueda por tener un contexto. Fue un gran acierto haber entrado a ese colegio porque me dio orden, disciplina y método. Justo lo que yo precisaba”.
Terminado el secundario Alejandro entró en la Universidad de Buenos Aires para estudiar Ciencia Política y como ya contamos, apenas consiguió un empleo estable, a los 22 años, se fue de su casa con la convicción de que era lo mejor que podía hacer. Consiguió un monoambiente en el barrio de Congreso, cerca de su trabajo en el mundo de la política.
Ser siempre “el otro”
Corría el año 2002 cuando comenzó su vida en solitario en el centro de la ciudad de Buenos Aires.
“Me la pasaba estudiando y trabajando. Fue un período duro y triste. No tenía lazos afectivos ni amigos. Buscaba, por necesidad pura, lo emocional. Mis encuentros de pareja resultaban infructuosos. Era un círculo tóxico. Siempre era el segundo, el no oficial, el amante. Estuve con varias mujeres que fui conociendo por las incipientes redes sociales. Todas estaban de novias o casadas o en pareja. Me pasó también con una compañera de trabajo. Comenzamos a salir y me hice ilusiones. Ella venía a mi monoambiente con frecuencia, pero después volvía a su vida formal con su pareja y no quería un futuro conmigo. Mi falta de autoestima me llevaba a esas situaciones que no le recomendaría a nadie. Me daba cuenta de que las cosas no podían funcionar así, pero no tenía la capacidad ni las herramientas para cambiarlo. ¡Pensá que yo no venía de un entorno de cariño normal como el que tienen la mayoría de las personas para poder comparar con mis nuevas relaciones! Todos estos años de mi vida fueron profundamente tristes”.
¿Amigos? Confiesa que tenía pocos, más algunos conocidos o compañeros de trabajo, pero en general vivía en un contexto de mucha soledad. “Mi vida profesional pasaba en el despacho de muchos políticos, trabajaba con el tema comunicacional. Pero eso no tenía un correlato con mi vida privada que era opaca y solitaria. Me mostraba como alguien muy profesional, pero mi costado vulnerable lo tenía super oculto. Y no hacía terapia ni tenía el dinero para hacerlo”.
Siguió la vida a puro tropiezo emocional. Terminada su carrera de politólogo realizó dos maestrías (ahora está haciendo un doctorado en comunicación). Cuando estaba en uno de esos postgrados hubo alguien clave que lo ayudó a percatarse de que tenía que hacer algo para salir de esa rueda que lo llevaba al infierno.
Una de sus profesoras, Liliana, era psicóloga. Un día después de la entrega de un trabajo práctico le preguntó si podían hablar. Alejandro accedió y entonces ella le comentó que se había dado cuenta de, por cómo se manejaba con sus compañeros, que tenía serios problemas con su autoestima. Veía que carecía de confianza en sí mismo y le sugirió hacer terapia. Alejandro le respondió que no tenía dinero para eso. Liliana contraatacó y le replicó que ella lo atendería gratis.
En las primeras sesiones obtuvo, por primera vez en su vida, herramientas para manejarse en sociedad y ganar seguridad y confianza en sus cualidades. Pero poco después la vida lo volvió a golpear.
Una tarde llamó para pedir un turno con Liliana y atendió otra persona. Le comunicó que Liliana había fallecido. Un cáncer fulminante del que él no tenía idea. Otro abandono, esta vez definitivo. Una constante en su vida.
El año clave: 2007
“En diciembre del 2007 yo seguía viviendo en el monoambiente. Un día de esos empecé a navegar en la computadora por Facebook donde había una especie de Tinder, era otra cosa pero no me acuerdo cómo se llamaba. Estaba jugando y con ganas de conocer a alguien. De pronto me escribieron varias chicas. Una que se llamaba Marieka, no tenía foto, pero me gustó lo que puso. Hablamos de libros y me di cuenta de que tenía una gran cultura general. Nos mandamos mensajes y unos días después la invité a tomar un café para conocernos. La cité en Parque Chas, cerca de donde ella vivía con su hijo. ¡Qué decirte! Fue amor a primera vista. O lo que entonces creía yo, con 27 años, que era el amor. ¡Era la mujer más bonita que había conocido en mi vida! Era ucraniana, alta, bellísima. Vivía con su hijo de 8 años, pero me contó que estaba en una situación difícil con un hombre argentino, del mundo musical, que la había traído al país unos años antes. ¡Otra vez una mujer con pareja! Pero ella aseguraba que quería independizarse, trabajar por su cuenta, buscar un lugar para vivir sola con su hijo. Yo había ido a ese bar con cero esperanza de nada, para pasar el rato, y había aparecido una joven impresionante de 25 años que había estudiado filología, hablaba seis idiomas y era muy culta. Su gran tema emocional, según decía ella, es que sentía que dependía de otro en una relación que no funcionaba porque según deslizó, ese hombre tenía tendencias homosexuales”.
Todo eso confesó Marieka ese primer día en esa primera mesa de café.
Y Alejandro, que siempre fue un tipo comprometido y confiado, compró la historia.
“Si yo veía un incendio, me metía en el medio para ayudar a todos. Así fui siempre. Compré lo que ella contó y como un bombero enamorado entré en el juego del fuego”, relata.
No era que Alejandro fuera ingenuo para el resto de la vida, solo era inocente y poco nutrido en el plano emocional: “Por mi trabajo yo ví siempre muchas cosas sucias y feas, pero en lo sentimental era tremendamente infantil y (se ríe), perdoname por lo que voy a decir, re pelotudo”.
Comprar una historia o Inventarse el amor
La segunda vez que se vieron la cosa arrancó físicamente. La cita fue en el pequeño departamento de Alejandro.
“En ese momento yo veía cualquier cosa menos la realidad. Me enamoré y me parecía que ella era una gran madre, una mujer increíble. Hoy veo que en realidad, pobre mujer, era un desastre. Porque para venir a verme dejaba a su hijo de 8 años con el tipo que vivía con ella y que según sus dichos ¡lo había visto mirando pornografía con travestis! En fin, yo me comprometí a sacarla de ese lugar y estaba tan contento con Marieka que me animé a contarle que estaba saliendo con ella a una compañera de trabajo. Le mostré fotos nuestras. Unos días después esa amiga me dijo que tenía algo para decirme y, muy delicadamente, me comunicó: “¿Vos sabés que esta chica que estás conociendo es modelo de la revista Playboy?” y me mostró una publicación con su foto. No soy nada conservador, además mi madre había trabajado en un ambiente artístico, así que no me asustó el asunto, pero sí me sorprendió porque ella no me había dicho nada al respecto. No me gustó que no me hubiese contado. Dejé pasar unas semanas y un día, finalmente, la confronté con lo que sabía. Reconoció que se dedicaba al entretenimiento erótico para adultos en Internet y me explicó que aprovechaba su físico para tratar de abrirse las puertas. Me preguntó si a mí me molestaba que hiciera eso y yo le dije que no, pero también le comenté que estaría ver de hacer algo con mejor proyección laboral. Ahí fue que empezó otra etapa en nuestra relación porque yo en vez de disfrutar de esa conexión sexual tan buena que teníamos me empeciné con inventarme una pareja. Me involucré en esa historia donde ella sostenía que quería independizarse de ese hombre espantoso con el que no le quedaba más remedio que compartir el techo. Confundí las cosas. Creo que a ella yo le resultaba cómodo porque le daba contención emocional, intelectual y sexual”.
Tres avisos perdidos
Marieka manipulaba con facilidad a Alejandro. Un día le dijo que se había muerto su padre y le pidió que la fuera a ver a esa casa que compartía con su estrafalario ex. Alejandro se presentó y la situación fue rara, pero tranquila. El sujeto se fue a tocar instrumentos musicales a otra habitación mientras ellos charlaban. Otra noche, Marieka discutió con ese hombre y Alejandro tuvo que ir a buscarla. El asunto fue más tenso y Marieka decidió irse a dormir a la casa de Alejandro, pero dejó a su hijo Leo allí. Hoy Alejandro se da cuenta de que ese dato tendría que haberlo despabilado de un cachetazo. Pero la pasión y el amor lo tenían mareado.
Al día siguiente Marieka volvió a su casa mientras Alejandro tomaba el tema candente en sus manos: le iba a conseguir un trabajo para ayudarla a liberarse de su dependencia económica.
“El discurso de ella era obtener la libertad y yo le creía. No me di cuenta de que, en realidad, ella había empezado a depender de mí”, rememora, “Como hablaba varios idiomas enseguida le conseguí un empleo para la venta de productos para turistas en la calle Florida, en el microcentro. Al poco tiempo, empezó a tener problemas con las otras empleadas. Decía que la trataban mal, que la discriminaban. Ella tenía un carácter demasiado fuerte. Le di las llaves de mi depto para que se moviera con total libertad, pero empezó a hacer algunas cosas raras. Se aparecía cuando sabía que yo estaba en mi trabajo. Y yo que estaba loco de amor salía desesperado para verla a cualquier hora. Eso no estaba bueno porque repercutía en mi rendimiento laboral. ¡Hacía cosas que me complicaban la vida y yo estaba ciego! Cuando salíamos, yo quería presentarla como mi novia. No siempre ella reaccionaba igual. A veces, me abrazaba y estaba todo bien. Pero otras tantas, tomaba distancia y practicaba el histeriqueo con otros hombres en mi presencia”.
Durante esos largos meses Alejandro recuerda tres momentos que lo hicieron sentirse muy mal: “Hay tres episodios que hoy los veo de lejos y no puedo creer lo que pasé y acepté. Marieka me había dicho que no tenía sexo con su ex, pero una vez estábamos teniendo relaciones y en el momento cumbre me dice literal: “El me tendría que coger así cuando me coge”. Se me derrumbó todo y hoy puedo resumir eso que dijo en una sola palabra: perverso. El segundo momento horrible fue un día que me anunció que se iba a sacar unas fotos en un hotel con un fotógrafo. Fui a buscarla y tuve que esperarla horas. Fue humillante. Cuando se subió al taxi hablamos un poco del tema. La dejé en su casa y seguí viaje. El taxista se animó a preguntarme: Señor ¿le puedo decir algo? Mire, perdóneme, pero hay gente que no tiene que estar con otra gente. Me fastidió que se metiera en mi historia. No me daba cuenta de lo que la gente se daba cuenta. No quería verlo, estaba encandilado. El tercer momento fue con un amigo que veía muy cada tanto. Era un tipo que la había pasado muy mal en la vida y tenía mucha experiencia. Le conté que estaba juntando plata para alquilar un departamento grande y cómodo para irme a vivir con Marieka y su hijo. Él paró las antenas enseguida. Me miró y me dijo sin anestesia: Flaco, si una mina te ama no necesitás alquilar ningún departamento que sea grande ni bonito, se va con vos y punto. A mí todavía no me caían las fichas y que me dijeran esas cosas me molestaba”.
Juntos por menos de 24 hs
“Conocí a su hijo Leo y empezamos una muy linda relación con él. Yo no había tenido hermanos ni niños alrededor así que para mí era todo un descubrimiento. Me puse un poco en el rol de padre. Veíamos películas, lo buscaba en el colegio y lo llevaba a la plaza San Martín que era la que quedaba cerca de donde trabajaba Marieka. Estaba entusiasmado con la idea de vivir juntos así que un día le dije que ya tenía la plata para alquilar y mudarnos. Inmediatamente ella empezó a dar vueltas. Insistí y aceptó. Un consejo que quiero dar ya: ¡jamás hay que insistir en nada! Las cosas se dan o no se dan. Bueno, una vez que dijo que sí, ¡desapareció! Fueron dos semanas en las que no me atendía el teléfono o aparecía cuando ella quería. Era algo nuevo en la relación y muy misterioso. Yo estaba muerto de amor, pero tomé coraje y un día, cuando apareció en casa y entró con la llave, le dije que así no iba la cosa. Ella lloró, me pidió perdón y aseguró que aceptaba la propuesta de vivir juntos”.
Alejandro encontró un departamento de 100 metros cuadrados en La Paternal y se mudó primero. Después, se dedicó a amueblarlo. Con todo listo, ahora solamente faltaban Marieka y su hijo. “Pero, otra vez, ella empezó a dilatar las cosas. Estaba solo en un departamento enorme, lejos de mi trabajo en el centro. Insistí, como hacía siempre con todo. Quería que viniera de una vez. Me dijo que no la presionara, pero finalmente, un día de lluvia, me anunció: “Mañana me mudo con vos”. Conseguí un chofer que tenía un auto grande para hacer la mudanza. La fuimos a buscar a su casa. Cargamos siete valijas y unos cuadros y se subieron con Leo. No parecía contenta, para nada. Todo con ella era sufriente… ¡hasta el orgasmo era sufriente con ella! Era un poco como los personajes que leía de Nabokov, Murakami o Chéjov juntos. Llegamos a casa, bajamos las cosas y subimos al departamento”.
El chofer que manejaba el auto al despedirse le preguntó a Alejandro si estaba contento. Él respondió descreído con una sonrisa: “Vamos a ver cuánto dura”. “Era mi parte sana la que dudaba, la que me decía que esa historia no podía salir bien de ninguna manera. Pero ya sabés, yo no tenía nada con qué comparar. No sabía cómo tenían que ser las cosas o cómo suelen ser las relaciones normales”, revela.
Cerraron la puerta y Marieka se puso a desarmar todas sus valijas. Una por una, sacó todo y lo acomodó en cajones y estantes. Hasta colgó los cuadros que había llevado. La tarea le llevó toda la tarde. Mientras, Alejandro jugaba con Leo y creía estar feliz. Su gran amor, ahora vivía con él. Por la tarde se puso a hacer una salsa y preparó una rica pasta para la noche. “Llevaba siete años viviendo solo y cocinaba siempre, pero esto era una comida de hogar. Estaba tan feliz. Comimos en la mesa los tres. Después ella fue a acostar a su hijo. Levanté los platos y me puse a lavar las cosas. De pronto, la vi que estaba en el living, hablando por teléfono. Yo ya sabía que ella grababa entretenimiento para adultos en una plataforma, pero eso no me generaba celos porque esos sentimientos no entraron nunca dentro de mi lógica. Aunque es cierto que no veía en lo que hacía una profesión viable a largo plazo. Supuestamente ella no tenía sexo realmente, era solo entretenimiento erótico virtual. De hecho, yo había alquilado el departamento con una habitación extra pensando en que ella podía filmar ahí. Marieka lo sabía porque se lo dije”.
Inesperadamente Marieka dejó el teléfono y se acercó a Alejandro, quien seguía en la cocina, y le anunció que tenía que salir. Él atinó a responderle que no iba a ser como su ex, que no iba vivir de esa manera. Ella respondió seca.
-No entendés.
Y se fue.
Alejandro se quedó con Leo que dormía en su habitación, con los cuadros mudos y la ropa colgada de testigo. El mundo que acaba de construir se había frizado demasiado pronto.
No pudo dormir. La cabeza le maquinaba a mil. Cuando ella volvió de madrugada, él pidió explicaciones, pero Marieka se negó a darlas.
“Terminamos teniendo relaciones. Y, por la mañana, ella empezó a juntar todas sus cosas, una por una como cuando las guardó, y las volvió a poner en sus valijas. Sacó los cuadros. Llamó a un auto. Cuando bajamos con las cosas, ella lo hizo con los bultos por el ascensor principal y yo con Leo por el de servicio. Él aprovechó para agarrarme de la mano y decirme que quería quedarse conmigo. Me dolió la crueldad que tuvo Marieka hasta con su propio hijo. Solo pude decirle a Leo: Hablalo con tu mamá.”
Al irse, Marieka lo abrazó repentinamente y le dijo que ella lo necesitaba mucho. Alejandro, sin entender nada, le respondió con lo único que le quedaba de sentido común: “Si realmente me querés no vuelvas a aparecer nunca más”.
Era septiembre de 2008.
Peligrosa depresión
Marieka había llegado al país cuando su hijo tenía 4 años. Alejandro revela que lo poco que sabe de ella es que provenía de un área rural de Ucrania por las fotos que le mostró y que tenía varias hermanas en su país de origen. Cuando se fueron Alejandro quedó en silencio. Se exprimía el cerebro buscando la causa de la extraña huida luego de esa conversación telefónica en la que supone ella eligió volver con su ex.
La partida de Marieka lo dejó en una situación mucho más vulnerable que antes.
“Me daba vergüenza cuando la gente, en el despacho, me preguntaba cómo iban las cosas. ¿Cómo iba a decirles que ya se había ido? No me animaba a contar nada. No podía revelar que había durado solamente una noche. Era una locura. Dejé de comer. Bajé diez kilos y empecé a pensar que no valía la pena vivir. Me quería quitar la vida, pero nunca llegué a accionar con nada. Un día Marieka salió en una revista y todos la vieron. Me dijeron: ¡Mirá! ¡Está tu novia! Yo me quería matar. No sabía dónde meterme. Tardé mucho en recuperarme”, admite.
Dos de sus mejores amigos fueron, en esta ocasión, quienes lo contuvieron. Una amiga suya se animó a decirle que estaba harta de sus penurias y se levantó enojada de un bar. Antes de irse le dijo: “Mirá me tenés re podrida. Siempre con tu negatividad. Todo va a estar mal con esa actitud frente a la vida”.
Esa frase lo sacudió. ¿Era realmente un ser negativo y pesimista? ¿Qué hacía mal? “Ese día decidí que iba a cortar con lo negativo de cuajo”, reconoce.
No fue de inmediato que lo logró. Porque hubo todavía un par de parejas más que fallaron. Pero ya, por lo menos, no fue porque estuvieran casadas o tuvieran otro hombre en sus vidas. Eso no lo iba a volver a aceptar. “No limpiás la mierda rápido”, resume picante.
El mal-amor y el verdadero
“Decidí quedarme un tiempo soltero. Mirar bien. No le daba bola a nadie y no me comprometía. Hasta que un día fui a tomar un café con una chica más del montón. Eso pensaba. Pero volví a mi casa y dije ¡uf! Esta chica es distinta. Me había hecho reír. Se había sentado muy formal en la mesa y parecía rígida. Ella me dijo después que se enamoró porque yo me reía mucho… Yo era el tipo que menos se reía del mundo, salvo ese día. Bueno ella es la mujer que me enseñó que había otra manera de vivir. Me enseñó a amar sin obsesión y que una mujer puede no ser manipuladora y demandante. Ella es desde hace siete años mi mujer y esperamos una hija para septiembre. Su familia me aceptó, aunque al principio desconfiaban porque yo soy bastante más grande que ella. Nos casamos, somos felices y es la persona más buena del planeta. Es bellísima e inteligente. Es una persona noble que ha tenido una buena infancia. No se enoja con nada y lleva la vida de una manera fácil. Hace un tiempo, después de dos episodios de inseguridad que enfrentamos en Buenos Aires, nos fuimos a vivir a la zona de Cuyo. Ella sigue trabajando y también me ayuda con mi consultora. Yo tengo que viajar a Buenos Aires muy seguido. Vivimos frente a un viñedo y miramos la cordillera de los Andes todos los días. Una maravilla. Ahora que va a nacer nuestra hija quisiera quedarme más acá y seguir con esta vida más tranquila. Capaz que renuncio y veo qué se puede hacer por acá. No nos gusta pasar necesidades, pero tampoco precisamos mucho. Lo importante es que le encontré la vuelta a lo emocional y logramos fundar una familia”, relata.
Retomando lo ocurrido con Marieka, si bien Alejandro había estado loco de amor por ella, desde el día en que se fue del departamento jamás la volvió a llamar. Eso fue clave: la relación había acabado.
“Me la crucé dos veces por la calle. Una vez dos años después de la separación, en el 2010. La esquivé. Sentía una emoción que no podía controlar y tenía mucho temor. En el 2012, nos volvimos a cruzar y ella se acercó a saludar. Eso fue todo. Hace unos años, yo ya estaba con mi esposa en Buenos Aires y Marieka me escribió por Instagram. Se lo mostré a mi mujer. Marieka dijo que quería pedirme algo y yo le dije que quería preguntarle algo. Empecé yo. Quería saber qué había pasado aquella noche en la que se marchó. Su respuesta fue: -Hay cosas que una madre hace por su hijo. Lo que ella quería pedirme ¡era trabajo para su Leo!”.
Reflexiona y dice creer que él representaba el lado más tradicional de Marieka, tal vez por cómo se había criado, pero que ella tenía un costado oscuro: “Tengo la sensación de que se movía en un mundo de mucha joda, fiestas y drogas. No tengo certezas ni nunca las tendré y ya ni me importa. ¡Ni siquiera estoy seguro que su nombre sea el verdadero! Esa experiencia me enseñó mucho, pero me podría haber costado la vida. Por eso a los que puedan estar viviendo algo semejante les quiero decir: salgan a tiempo de ese camino porque van a ser lastimados. No compren cualquier historia”. Esa es la máxima de Alejandro.
Pero, a veces, para poder amar profundamente y valorarlo, podría no haber otra opción que caminar antes por la senda del desamor. Con sus riesgos incluidos. Nadie tiene la posta.
*Escribinos y contanos tu historia. amoresreales@infobae.com
* Amores Reales es una serie de historias verdaderas, contadas por sus protagonistas. En algunas de ellas, los nombres de los protagonistas serán cambiados para proteger su identidad y las fotos, ilustrativas