Si no leíste la historia de amor del argentino Yaakov y la española María, publicada el pasado 29 de enero, antes de comenzar a deslizar la mirada sobre estos párrafos, te paso el link de la primera nota. Si la leíste, pero no recordás bien los detalles, también te puede servir para refrescar la memoria sobre esta pasión que había quedado trunca por intereses ajenos a la pareja y que, suspendida en el limbo de los imposibles, siguió engordando a la sombra de sus vidas cotidianas. Otras parejas y otros continentes no pudieron borrar los vestigios del querer de sus cuerpos. Estaban estampados a fuego.
Fue la insistencia de Yaakov, quien logró encontrar a María en las redes, la que propició el reencuentro que sucedió a caballito de febrero y marzo de 2024.
Muchos lectores nos escribieron cuando se publicó la primera parte. En sus mails nos pedían que contáramos, luego de ese encuentro, el nuevo capítulo del romance. Acá va lo prometido y lo que pasó con Yaakov (56) y María (58) cuando decidieron darse esta nueva oportunidad 35 años después.
Breve repaso
Un resumen de aquella historia, además del link, por si te da mucha fiaca leerla.
Yaakov partió de Argentina con rumbo a Israel con la idea de mejorar su futuro en junio de 1988 con 20 años. Allí, en un kibutz, conoció a María (22) que había llegado desde España como turista. El amor fue tan intenso que enseguida empezaron a compartir una habitación y a vivir la felicidad de una pasión correspondida. Soñaban con una vida juntos. Hasta que demasiado pronto los padres de ella se interpusieron: Yaakov no les parecía un buen candidato, no era lo que querían para su hija. Como María se negaba a regresar y perdió su vuelo de retorno, la mandaron a sacar de allí contra su voluntad. Un tranquilizante inyectado en el momento más violento del asunto logró el objetivo. María volvió a España.
El amor había sido interrumpido en su cúspide. Yaakov no tenía los medios económicos para cambiar sus destinos y María no tenía la capacidad para rebelarse a lo establecido por su familia adinerada. Quedó atrapada y deprimida. La última carta de María a Yaakov decía que ya no podían seguir así, que debían terminar.
Cada uno no tuvo más remedio que seguir con su vida. Yaakov se hizo residente israelí y viajó por todos lados como militar. Tuvo una pareja y una bebé que perdió trágicamente en un ataque con misiles. Para superar el estrés postraumático terminó volviendo a vivir a su país: a la provincia de Santa Fe, Argentina. En el 2004 se casó y tuvo dos hijas. Pero lo cierto es que desde 1999 él buscaba novedades de María en las incipientes redes sociales. Fue así que el año pasado la halló y nació la posibilidad de volverse a ver cara a cara.
Con el alma en el avión
El 11 de octubre de 2023 la Web los unió. El corazón se les infló como un globo. Ella, una gran científica sin hijos y que había quedado viuda en el 2020 por culpa del Covid, estaba del otro lado. Su rostro compuesto por definidos pixeles fue un bálsamo para el dolor que venía atravesando Yaakov desde aquel día en que la arrancaron de su vida.
Hablaron horas y horas todos los días de la semana. Videollamadas eternas. Como adolescentes. Él, entonces, decidió jugarse e ir a su encuentro de una manera clandestina. Nadie lo sabría. ¿La consigna? Cerrar ese círculo de amor frustrado. Ver qué les pasaba. María y Yaakov pactaron y planearon su cita que se prolongaría durante 9 días. Sería entre los últimos días de febrero y los primeros de marzo de 2024.
Ansioso. Desesperado por el miedo de la mentira a su familia. Intrigado por los sentimientos que se le habían despertado del largo letargo, se subió al avión rumbo al caribe colombiano. El destino era la isla de San Andrés. En la escala en Bogotá embarcaría María procedente de Europa.
Ella sin hijos, sin marido, sin novio y con sus padres ya fallecidos, estaba dedicada ciento por ciento a su carrera de historiadora de renombre. Pero ahora había vuelto Yaakov, depositaba en él todas sus renacientes ilusiones. Él, en cambio, dejaba en Santa Fe a sus hijas, su mujer, su casa, su quinta y su trabajo. Solo llevaba en su valija un corazón desnudo y latiendo a toda marcha. Aquel que le habían arrebatado por la fuerza. Despojado de él había conseguido sobrevivir 35 años y quería descubrir qué sentimientos lo traspasarían.
Decía esto antes de partir a verla: “Tengo casi todo lo que preciso, tengo familia, hijas adoradas, mi mujer, mi casa, mi vida. Pero necesito cerrar esta herida. Curar. Saber lo que siento. Es algo inconcluso que no puedo digerir. Tengo 56 años, ella 58. Sé que mi vida está armada, pero preciso terminar con esta incertidumbre y reparar el agujero que llevo dentro desde hace tantos años”.
Yaakov es un hombre despojado de prejuicios y con un humor que ni la tragedia pudo opacar. Jamás le había sido infiel a su mujer hasta que partió a este encuentro con quien había sido su novia y ahora sería, por lo pronto, su amante. Quién sabe qué más. Esa era la duda a despejar.
Los primeros dos días
Yaakov es directo, dispara con precisión y sin anestesia: “Llegué al aeropuerto de El Dorado, Bogotá. Bajé del avión para tomar juntos, con María, el vuelo a la isla colombiana de San Andrés donde su familia tiene un departamento. No sé cómo decirlo sin parecer frío y que suene muy mal, pero lo cierto es que apenas la vi sentí que nada iba a funcionar. Nos abrazamos fuerte, nos besamos con ganas. A pesar de eso, desde el minuto cero, supe que no había química. Ni rastros de aquella sensación maravillosa que alguna vez sentí. Fue instantáneo: el encantamiento se había roto. No podía dar marcha atrás, estaba ahí. Me di cuenta de que me había equivocado. Me dije para tranquilizarme: ‘No te asustes, solo vamos a probar a ver qué pasa’. Acallé mis miedos, me pregunté si con el correr de los días podría sentir algo distinto y seguí adelante. No podía hacer otra cosa”.
Lo que no dice es lo que contaré yo. Yaakov no se encontró con una joven de 22 años, aquella que lo había enloquecido, sino con una mujer de 58 a la que la vida le había pasado por encima. María es alta, mide 1,75, tiene más de 30 kilos de sobrepeso y no camina bien. Respira con dificultad y se mueve con problemas. No queda claro por qué en esas eternas videollamadas Yaakov no se dio cuenta de su precario estado de salud o si lo minimizó buscando la química que los había unido en el pasado. Él, después de todo, tampoco es el mismo. Como ella, pesa más de cien kilos, con la diferencia que su salud galopa sin problemas. Agarrados del brazo, ese día en el aeropuerto, subieron al segundo vuelo. Ella ilusionada hasta la borrachera; él prematuramente desilusionado.
Todo el tiempo Yaakov se preocupa por aclarar que “no es lo físico lo que mató la química, sino la actitud”. Personalmente percibo que son las dos cosas.
“Aterrizamos. Cargué las maletas en el auto y fuimos directo al departamento. Ahí María abrió su enorme mochila llena de candados… ¿¿podés creer que todos los cierres tenían un candado distinto?? Todos de distintos colores. Era de no creer. Ni que llevara lingotes de oro”.
Hubo varias cosas que a Yaakov le llamaron la atención desde el primer instante: el mal estado físico de María al desplazarse; su agitación con cualquier movimiento; la cantidad de comida que emergió de su equipaje y los cinco voluminosos llaveros de los que no se desprendía por ningún motivo.
“Tenía las llaves de su departamento en España, del de Alemania, de su casa en Bogotá y de este al que habíamos llegado en la isla de San Andrés. En la puerta tuvo que probar doscientas llaves hasta encontrar la correcta. ¡¿Para qué querría tener todas esas llaves encima?! Era ridículo. Me pareció una verdadera locura. Le dije cagándome de risa ¿para para qué m… trajiste todas estas llaves hasta acá? Me quedó claro que tiene una manía, un trastorno obsesivo compulsivo, con las llaves, las puertas y la seguridad”.
Las cosas no terminaron ahí.
“De esa misma mochila pesada empezó a sacar de todo. Kiwis, manzanas, tostadas, azúcar morena, té negro… ¡Era una verdadera despensa lo que había llevado! Increíble. Detecté rápidamente que esa era otra de sus manías. Por supuesto, también llevaba su computadora porque está haciendo una tesis y tenía que trabajar y estudiar”, cuenta Yaakov.
“Tuvimos dos noches de buen sexo. Funcionó bastante bien la cosa, fue algo tranquilo, pero estuvo bien. Aunque reconozco que no era nada de lo que recordaba. María parecía una persona totalmente diferente a la que yo había conocido. O quizá es que pasó tanto tiempo que lo que tenía en mi cabeza era más fantasía que realidad. Yo también soy otro, claro”, relata con ironía.
Y sí, cómo negarlo.
“Dormí bien, estaba cansado. Esas dos primeras noches charlamos sin parar y nos contamos nuestras vidas. Todo lo que el teléfono y la videollamada no suplen”, explica.
Pero las charlas iban acompañadas de montañas de alimentos. “María empezó a querer embucharme con comida chatarra. Eso enseguida me hizo levantar una barrera difícil de bajar. ¿Dónde estaba aquella chica aventurera de la que me había enamorado?¿Qué vería ella en mí? El departamento de su familia daba a la playa. Con el mar como horizonte ella se negaba a bajar a caminar y a meterse en el agua. Pesa lo mismo que yo, más de cien kilos, pero no camina más de 600 metros. Yo soy gordito, pero hago de todo. Empecé a pensar que era imposible construir una historia con alguien que no quiere salir de un departamento. Estaba atrapado”.
Tercer y cuarto día
Por las mañanas Yaakov se despertaba muy temprano, después de oírla toser toda la noche.
“Se la pasaba yendo y viniendo del baño con sus toses preocupantes y problemas urinarios”, relata, “Por eso, cuando me levantaba, la dejaba descansar. Me iba a caminar por la playa unos diez kilómetros, me bañaba en el mar y volvía a desayunar”.
La cabeza de Yaakov maquinaba a mil por hora. Se sentía mal, se había equivocado y solo pensaba en cómo podía volverse un par de días antes sin lastimarla demasiado.
Al regresar, tomaban el desayuno en el balcón del departamento. Ella lo besaba con fruición. Quería hacer el amor. Yaakov cedía, pero más por compasión que por pasión. Cada día era un poco peor. El rechazo a sus besos crecía en él y no le era nada fácil disimularlo.
Yaakov se sentía acorralado en una historia que ya no deseaba. Quizá percibiendo su repentina lejanía, ella lo buscaba más y más. El agobio por estar encerrado, con el sol brillando fuera sobre ese mar soberbio, lo aplastaba. Reconoce: “María tiene la salud resquebrajada. Tiene los bronquios muy mal, no puede dormir y le extirparon la tiroides. Come pésimo, está muy gorda y encima me obligaba a comer cosas que yo no como jamás”, explica no sin cierto humor ácido, “En un momento me hizo acordar a mi abuela. Sentía que de alguna manera me estaba engordando para que fuera parte del club y me quedara dentro de la casa, pero yo soy un gordo activo que me muevo, que salgo. Me gusta la calle y comer sano. De noche tampoco salíamos. Era un espanto la situación. La cuarta noche, por suerte, logré convencerla de caminar unas cuadras hasta un simpático restaurante donde ella pidió pescado. Ya me había dado cuenta de que ella tiene algún problema psiquiátrico. Está llena de TOCS y no se comporta de una manera normal. A pesar de que nos habíamos preparado por cinco meses, a pesar de las charlas profundas… era obvio que esa relación no iba a funcionar de ninguna manera. ¡No me veo con una mujer pasiva, sentada siempre frente a una computadora y comiendo sin pausa! Me sentía secuestrado, mareado, no veía cómo podía escaparme y adelantar mi partida”. Cada hora para Yaakov comenzó a ser una tortura. Se sentía como preso tachando los días.
Además, en el cuarto día de su estadía, se enteró de que en Santa Fe su mujer estaba con fiebre. Resultó ser dengue.
María se mostraba enamorada. Pero también era sumamente inteligente y, por lo tanto, imposible que no se diera cuenta de que había perdido la batalla de la reconquista. Su pasión ya no era correspondida como hacía 35 años.
Yaakov reconoce sin tapujos que no tuvo piel con ella. Esa piel que recordaba con deseo quemante había quedado enterrada allá lejos y hace tiempo.
La charla de la quinta jornada
El quinto día María preparó unas pizzetas después de haber pasado otra noche durmiendo mal por la tos.
“El Covid que ella atravesó en 2021 la dejó más debilitada, lenta y temerosa. ¡Buscaba cinco llaves para abrir cada puerta! Tiene 58 años, pero parece de 70. No es que murió la química porque esté gorda. Eso es un detalle. Son muchísimas cosas las que no están bien. Yo había notado en estos cinco meses que llevamos hablando que ella se quedaba mucho dentro de su casa, pero jamás pensé que fuera tan quedada en su vida cotidiana. También es muy abandonada con las cosas y la limpieza de la casa y yo soy muy prolijo. Ella tiene su poderosa carrera y se pasa todo el día con la cabeza metida en la computadora. No tengo una vida así, ni la quiero. De golpe, empecé a imaginar locuras como que su idea era tenerme encerrado con ella, a solas. Sentí claustrofobia. Verla a ella estaba bien, pero no era solo hacer el amor sino también caminar juntos, tirarnos en la playa de noche a mirar las estrellas y bañarnos en el mar. Nada de eso sucedió. Vive abrigada aunque hagan 26 grados y tiene terror a enfermarse de cualquier cosa. ¡Estaba secuestrado por mi propia voluntad! Lo que sentía era horrible. No me reconocía. De noche ella le daba por sorprenderme y se me ponía encima. No sabía cómo comportarme. Me dolía el cuerpo y el alma, me sentía confundido. Era simple: no tenía ganas de nada, pero no sabía cómo irme”.
Mientras, el celular de Yaakov estaba detonado por mensajes de WhatsApp. “Mis hijas me llamaban, mi mujer enferma me preocupaba, mis clientes del trabajo pedían cosas. Atendía todos los frentes y eso a María le molestaba mucho. Entiendo que le restaba tiempo conmigo, pero yo estaba con mi vida, la que ahora de pronto extrañaba”.
Yaakov empezó a tener miedos locos, por ejemplo, que ella pudiera denunciarlo por violación. A ese punto llegaron las cosas. “¿Si de pronto decía que yo la había querido violar? Ella no tiene nada fuera de su trabajo y yo podía ser su único objetivo. ¿Y si se le ocurría arruinarme la vida que había logrado armar?”, reconoce Yaakov.
Me pregunto si Yaakov habrá visto la siniestra película Misery de los años 90, donde un escritor, luego de un accidente gravísimo, despierta en una silla de ruedas al cuidado de una enfermera corpulenta que, además, es su fan literaria. Psíquicamente desestabilizada y brutal asesina, ella lo mantiene atrapado contra su voluntad y hasta le rompe los tobillos para que no pueda escapar. No me parece prudente preguntarle.
Ese quinto día María cometió otro error garrafal: le echó la culpa a Israel del fracaso amoroso que habían tenido por haber permitido que se la llevaran del kibutz por la fuerza. Yaakov no está para nada de acuerdo: “La culpa había sido de sus padres que no me aprobaban. ¿Qué tenía que ver Israel con eso? Básicamente, la que nos había complicado la existencia había sido su madre con su amigo embajador. Ya no daba para más. Me había dado cuenta de que amaba a mi familia y de que con ella la cosa no funcionaba. No íbamos a ningún lado. Fue esa noche, durante la cena, que ella me recriminó que no la quería porque estaba más pendiente de mi familia que de ella. Le respondí que sí, que tenía razón. Puso cara de culo, pero no dijo nada. Es una mujer inteligente y analítica. Aproveché el momento y le dije que iba a ser tan honesto como había sido en nuestra relación en el kibutz: que hoy mi familia me tiraba más, que ya no éramos aquellos jóvenes y que me iba. Necesitaba huir, eso no se lo dije por supuesto. Cada vez que mi teléfono sonaba o me entraba un mensaje se ponía peor. Después de la charla, María estaba tan enojada que se tiró a dormir en un colchón en el piso. No quiso compartir mi cama. Estoy convencido de que tiene una profunda depresión y así no puede construir nada. Fui con una mochila de emociones buenas que intenté descargar, pero me encontré con una mujer estancada, con problemas serios que no puedo resolver. Ni quiero. Necesita terapia psicológica y médica. Le advertí que está deprimida, pero me dijo que no pensaba ir a ver a ningún psicólogo. Le conté que cuando perdí a mi familia por aquel misil había aceptado toda la ayuda psiquiátrica que me ofrecieron, pero ella no aceptó mi consejo”.
El último día
El sexto día Yaakov se levantó decidido. Adelantaría su partida tres días.
“Me levanté determinado. Me iría ese mismo día. Ya vería en el aeropuerto cómo hacía para subirme a un avión. Desayunamos juntos y le di un beso. Después le anuncié suavemente que me iba para siempre. Para siempre, recalqué. Quedamos en silencio. Junté mis cosas y le pedí que bajara a abrirme la puerta del edificio. Salí sin mirar atrás. No me dí vuelta como solemos hacer cuando nos cuesta despedirnos y nos sentimos enamorados. La verdad es que no me daban las piernas para subir rápido a mi taxi y partir. Parece durísimo, pero es la pura verdad. No experimenté dolor, ni culpa: me sentí liberado. Somos adultos. Era algo que podía pasar. Sentía que había hecho lo que tenía que hacer para cerrar el círculo. Nada de lo que había imaginado se ajustaba a lo que había sucedido. Unas horas después María me mandó un mensaje deseándome un buen vuelo y que mi corazón empezara a sanar. No respondí nada. No tenía qué decir. María es una buena persona, pero con eso no alcanza para rearmar una pareja. Ya no era la persona con la que yo había soñado durante tantos años o, mejor dicho, fantaseado durante tantos años. No pasa por lo físico sino por la actitud frente a la vida”.
Ahora los dos estaban desilusionados hasta el tuétano.
¿Valió la pena? es la pregunta. “Claro que sí. ¡No estoy para nada arrepentido de haber ido! Fue una gran experiencia y cerré la herida que creía abierta. No sé qué pensará ella. Seguramente tenga otra mirada. Para mí, cerrar el círculo fue vital. Ahora tengo paz. María precisa ayuda, pero tiene que aceptar que se la den. Yo volví y reseteé mi vida con mi familia. Ahora valoro mucho más lo que tengo. Me di cuenta de lo que fui capaz de construir a pesar de todo. Entendí que los recuerdos son parte del pasado, no son parte del presente y menos de mi futuro. Yo iba a buscar el amor que había sido, pero se había esfumado. El amor lo tenía en mi casa y ahora lo tengo clarísimo. Estará desgastado por la vida cotidiana, pero es amor al fin. Mi corazón está en paz. Mi alma está en paz. Sé que todo esto es un secreto que muere acá. En esta nota que había prometido, fueran cuales fueran los resultados del encuentro”. Yaakov cumplió y fue brutalmente honesto.
El final tiene dos perspectivas posibles. Dos miradas. Pero solamente conocemos la de Yaakov. El corazón puede poseer una imaginación poderosa y alimentar espejismos durante años. Lo seguro es que nada fue lo que ninguno de los dos había imaginado durante siete lustros. ¿Hubiera sido mejor dejar esa ilusión intacta? Yaakov asegura que no. Habría que ver qué piensa María que deambula por ahí con su soledad.
Dice un sabio refrán popular: “Segundas partes nunca fueron buenas”. El reencuentro de Yaakov con María terminó por cicatrizar la herida de amor que otros habían abierto más de tres décadas atrás. Solo que esta vez fue uno de ellos quien cosió los bordes resecos de la herida y se dio el alta.
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