Se enamoraron en un kibutz y los separaron por la fuerza: 35 años después se la juegan con un reencuentro clandestino

Yaakov y María se conocieron en Israel cuando tenían 20 y 22 años, respectivamente y comenzaron a convivir a los pocos días. Los padres, disgustados con la relación, pusieron en marcha el “Operativo Retorno”. La separación abrupta y el capítulo sin cerrar que lo acompañó más de tres décadas. El contacto virtual, un pasaje al Caribe, y el miedo a que ese gran amor siga ardiendo y derribe las vidas que construyeron

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A los 20 años Yaakov
A los 20 años Yaakov decidió forjar un mejor destino y se fue a vivir a Israel (Imagen ilustrativa Infobae)

Tenía 20 años cuando, después de ver luchar cada día a sus padres comerciantes para poder mantener a sus tres hijos, Yaakov decidió que el futuro prometido podía estar bien lejos de su pago santafesino. Sus orígenes judíos le permitieron soñar con viajar a Israel a forjar un mejor destino. Consiguió apoyo de un programa de la colectividad y sin saber más que español, un día de junio de 1988, partió liviano enfundado en su campera de cuero marrón. Iba rebosante de sueños cuando se subió al avión de KLM y, vía Ámsterdam, terminó aterrizando en Tel Aviv.

La única historia

No hubo paradas intermedias, lo llevaron directamente a un kibutz, uno de los más antiguos, donde comenzó su nueva vida entre unas setecientas personas. Sus días en la colonia israelí fluyeron con comodidad entre las casas de familia, el comedor, los talleres, la cocina, el club, el sector agrícola, la carpintería. Él tenía su propia habitación en el sector de voluntarios.

Estudiaba hebreo cuatro horas por día y otras cuatro trabajaba en lo que hiciera falta. Fui pasando por distintos sectores, hice de todo”, cuenta Yaakov. Como residente se sintió enseguida integrado aunque admite que el estudio de la lengua hebrea no le resultó para nada fácil.

Fue, días más días menos, un mes después que llegó el huracán que le sacudió la vida.

“Un mediodía estaba volviendo de la granja donde trabajaba con un chico colombiano que se llamaba Álvaro cuando nos cruzamos con dos chicas españolas que él ya conocía. Ellas vivían, como nosotros, en el sector de voluntarios”, cuenta hoy 35 años después de aquel encuentro fortuito con quien sería el gran amor de su vida. Álvaro se las presentó y terminaron almorzando juntos. Fue la más alta de las dos, la que tenía una pollera multicolor, la que lo impactó. Se llamaba María y tenía dos años más que él, 22. Era muy tímida y se escondía detrás de sus ojos oscuros. Yaakov, más caradura, rompió el hielo. Hablar el mismo idioma facilitó las cosas. La madre de María era descendiente de judíos del sur de España y muy amiga de la esposa de un importante diplómático israelí en su país. A través de ella y su marido había podido conseguir que María fuese a Israel para tener unas vacaciones “culturales” como voluntaria.

El amor entre ambos fue fulgurante, inesperado, profundo. Lo dice Yaakov que nunca pudo olvidar lo que sintió en esos meses bisagra de su vida. Fue tan intenso como nunca pensó que podría ser un amor. Así describe hoy lo que sintió en ese tiempo, “su tiempo” con María. Su “primer” tiempo, digamos, si es que ocurre el “segundo”.

Yaakov y María se enamoraron
Yaakov y María se enamoraron en un kibutz y a los pocos días ya estaban viviendo juntos (Imagen ilustrativa Infobae)

Ninguno titubeó y, pocos días después de conocerse, Yaakov y María se mudaron a vivir juntos a la misma habitación del kibutz. Paseaban, hablaban hasta cualquier hora, iban a nadar, soñaban con una vida juntos. Todo lo hacían en tándem. Como si hubiesen nacido siameses y hubiesen estado juntos desde su génesis. El amor los había tomado de sorpresa y les quitaba el aire.

Yaakov recuerda haberle dicho: “vivamos un año juntos para ver cómo seguimos”. Ella estuvo de acuerdo.

Pero había una fecha límite previamente estipulada para las aventuras de María: tenía un pasaje de avión con fecha de retorno a España. En septiembre la esperaban sus padres en el aeropuerto. En el día y a la hora señalada, ella no llegó a destino.

Había decidido perder su vuelo y vivir “la única historia”, si me permiten parafrasear al escritor británico Julian Barnes con estas tres palabras básicas.

Regreso forzoso

Eran tiempos de cartas físicas, no de celulares o redes, y las noticias viajaban lento. A veces, demoraban semanas. La madre de María pasó del susto a la incredulidad y, luego, a la furia. La familia de María era ultra conservadora e influyente. No pensaba permitir que ella se fuera con el primer tipo que se le cruzara en el camino del amor. Pretendían para ella alguien profesional, con recursos, vinculado al mundo social en el que se movían. Su madre decidió recurrir a sus amigos diplomáticos a quienes suplicó ayuda para que su hija, mayor de edad, volviera de inmediato a España. Tenía que ser antes de que hiciera alguna locura peor, como casarse o fugarse con su novio a otro país. Se puso en marcha un veloz “Operativo Regreso”. Empezaron con reclamos telefónicos y siguieron con amenazas. María no quería volver. Deprimida, resistió los primeros embates familiares hasta que llegó el día en que no pudo oponerse.

Ese día fue luego de que Yaakov, a quien le habían retenido el pasaporte con alguna excusa trivial, se fuera a trabajar. Entonces entró un sujeto, un enfermero quizá, no se sabe, “fuerte y grande, que le inyectó algo para tranquilizarla. Y se la llevaron a Jerusalén y luego a Tel Aviv donde la subieron al avión para regresar a su país”.

Yaakov se enteró horas después de que se la llevaran por la fuerza: “Yo era pobre. Si hubiésemos podido, nos hubiéramos fugado a algún sitio o casado. Pero no teníamos dinero. ¡Tenían terror de que nos casáramos! Fue muy dura e injusta la situación porque se la llevaron de prepo, por la fuerza. Fue un gran amor truncado porque no lo dejaron crecer. Ella era mayor de edad, pero no la dejaron decidir por ella misma”.

Yaakov se quedó solo de un día para otro. Angustiado y triste comenzó a escribir eternas cartas apasionadas a su novia. María y Yaakov intentaron conservar el amor estampando páginas y páginas de papel con alas como estampillas que surcaban el aire a puro latido. Israel y España se unían por letras cargadas de lluvia.

Ella, sumamente deprimida, retomó en la universidad su profesorado de historia. Yaakov dice hoy: “Creo que interceptaban todas mis cartas y se las leían. Le llegaban solo algunas. La tenían muy vigilada”.

La vida sin María

Transcurrieron meses hasta que un día María le escribió que no podían seguir de esa manera. Había llegado el momento de que cada uno siguiera su camino. No era fácil, no era lo elegido, pero sin dinero no habían hallado la forma para retomar su gran historia.

“Ella fue tremendamente presionada para que no sigamos saliendo ni escribiéndonos, no había opción. Yo la seguía amando con locura”, revela Yaakov.

La angustia no le impidió seguir con su vida en Israel. Se hizo residente y eso lo llevó a tener que servir en el ejército los tres años obligatorios. Terminó estando siete. Eso no significó olvidarla, ni por un segundo.

Para obtener la residencia Yaakov
Para obtener la residencia Yaakov tenía que servir en el ejército tres años y se quedó siete (Imagen ilustrativa Infobae)

“Siempre, siempre la recordaba, a cada hora. Cuando miraba el Mar Rojo; cuando me acostaba a mirar el cielo de noche; cuando pasó el tiempo y estuve en la trinchera en incursiones militares; en África; en Alemania; en Canadá donde hice paracaidismo y estuve a 40 grados bajo cero bajo las estrellas; en cada uno de mis vuelos piloteando el Cessna… Siempre estaba ella ahí, en mis pensamientos”.

En cada sitio donde estuvo destinado Yaakov no solo trabajaba como militar, también se integraba con algún otro trabajo a la sociedad para impregnarse de la cultura local: “Nosotros en destino trabajábamos 14 días seguidos y, luego, teníamos 14 días libres. Por eso también hacía cualquier otra cosa para aprender la cultura, el idioma y tener amigos de otros países. El alemán aprendí a hablarlo bien porque estuve empleado en hostales e hice cursos. Muchos amigos me reprochaban que siendo judío quisiera aprender alemán. Pero el alemán me terminó dando de comer después, cuando rehíce mi vida”.

Pasado algún tiempo, Yaakov conoció a una chica norteamericana con la que aprendió inglés. Ya también dominaba el hebreo: “Estuve en la operación Tormenta del desierto en 1990, en la frontera con franja de Gaza. En 1992 casi pierdo una pierna por un tiro. En todos esos años estuve también destinado en Alemania y en Canadá. Pero nada de lo que hice me hizo olvidarla”.

Lo que sigue le cuesta contarlo. Sale a borbotones y no quiere profundizar. En esos años tristes, luego de la partida de María, tuvo dos parejas. La primera fue una joven mujer israelí que quedó embarazada y, enseguida, se fueron a vivir juntos. Nació su hija y cuando la bebé tenía solamente dos meses la familia sufrió un atentado terrorista. Murieron ambas, Yaakov justo no estaba en el lugar. No hay palabras que alcancen para explicar tanto dolor.

Yaakov experimentó la desolación y la rabia. En esa época todavía no existía el escudo israelí antimisiles que podría haberlas salvado.

La segunda chica que llegó a la vida de Yaakov fue después de esta tragedia y era médica. Se llamaba Or. Ella lo entendió desde el primer día, los dos lidiaban con la muerte. La veían a la cara diariamente: “A los dos se nos moría gente delante de nuestros ojos. A ella en el hospital, a mí en el frente”, dice en voz baja como si recordar a viva voz le pudiera reabrir viejas heridas. Estaban unidos por el espanto. Fue ella quien, sabiendo de su pasado, le aconsejó con generosidad: “Tu verdadero amor fue María. Tenés que buscarla y terminar de escribir esa historia. Debés seguir ese hilo y encontrarla”.

Yaakov estaba muy golpeado por lo vivido. Los médicos le diagnosticaron Trastorno de Estrés Post traumático (TEPT). “Estaba tan mal que decidí volver a la Argentina. Mi hija hoy tendría más de treinta años. Todo esto me costó horas y horas de psiquiatra, producto de ese estrés post traumático por lo vivido. Si me quedaba podía hacer una locura, salir a matar enemigos en cualquier lado. Decidí que tenía que volverme para intentar sanar”.

Volver al pueblo

“Cuando regresé a Santa Fe me tomé un año entero sin hacer nada de nada. Un día en medio de la noche, hacía mucho frío, mi vieja entró a taparme y yo casi la maté con mi reacción. Creí que estaba en la guerra. Vivía en estado de paranoia. Tenía sueños reiterativos que me venían a asesinar los terroristas y que mi pistola no funcionaba. Me acordaba mucho de los chicos de Malvinas. ¡Imaginate que enterré más gente que la que he visto nacer! Me costó mucho recuperarme, fue durísimo”, confiesa.

Por todo lo vivido Yaakov
Por todo lo vivido Yaakov padeció un Trastorno de Estrés Post traumático (Imagen ilustrativa Infobae)

Con ayuda profesional y de su familia, las cosas se fueron encarrilando. Conoció a una chica de su mismo pueblo y se pusieron de novios. Terminaron casándose en el año 2004. Con ella tuvo dos hijas: Judith y Rosa que hoy tienen 18 y 15 años.

Tengo un matrimonio feliz. Una mujer excelente. Hijas buenas y sanas. Trabajé de cualquier cosa hasta que pude rearmarme y empezar a ganar dinero. Hablar cuatro idiomas me sirvió muchísimo en esta nueva etapa y fundé una empresa de turismo para extranjeros. Mi esposa es directora de una escuela y gana bien. Pudimos comprarnos una linda casa, tengo varias propiedades. Mi vida es tranquila y feliz. Pero, para serte sincero, jamás dejé de pensar en María, nunca dejé de preguntarme cómo hubiera sido mi vida con ella, qué nos hubiera pasado si hubiésemos tenido la oportunidad de decidir por nosotros mismos sobre nuestra relación”, reconoce con melancolía.

Un demorado reencuentro

Desde el mismo día en que nacieron las redes sociales Yaakov comenzó a buscarla. Pero María tenía dos apellidos muy comunes. Tan frecuentes que había miles de opciones en la Web. Además, pensaba que ella podía usar un pseudónimo, un sobrenombre o el apellido de su marido, si es que se había casado. No sabía cómo encontrarla.

La busqué desde 1999 con las primeras redes sociales. Seguí con Face, Instagram, Google… Hasta que un día se me ocurrió hacerlo por Linkedln”, cuenta entretenido con su faceta de detective virtual. La clave fue saber cuál iba a ser su tesis doctoral en el profesorado de historia. María le había contado que quería hacerla sobre las colonias españolas.

“¡En mayo de 2023 la encontré! Ahí estaba. Tenía otro apellido al lado de los que yo ya conocía, pero su currículum era indubitable. Todo coincidía y encima describía su tesis. Había un mail. Emocionado le escribí unas líneas. Esperé con ilusión. Nada. No respondió. Unos meses después le mandé un segundo mail. Tampoco hubo respuesta. No sabía si ella abría sus mails o, por ahí, como parecía ser una mujer bastante importante en lo suyo, se los abría alguna secretaria. Eso pensé. En octubre decidí intentar una vez más, pero tenía que descubrir cómo llamarle la atención. Escribí un tercer mail y le puse cómo asunto algo que podría impactarla: Israel 1988″.

Fue clave. Esa tarde de primavera, el 11 de octubre de 2023, después de 35 años, ella respondió el mail.

“Esta vez María me contestó enseguida. No había visto los mails anteriores. Al rato, estábamos hablando por whatsApp y terminamos con una videollamada eterna. Me contó que se había quedado viuda hacía tres años porque su marido peruano, ingeniero, había muerto por Covid en el 2020. Que no tenía hijos porque no había querido o no se había animado. Que sus padres también habían boicoteado esa pareja y que por eso se había enojado y no los había visto durante años. Que se dedicaba a la geopolítica y que daba clases en una universidad. Que había vivido una década en Alemania. Que ahora estaba en México y que, en la red que la había encontrado, había sumado a sus apellidos el de su marido”.

Durante la videollamada se vieron las caras, se reconocieron, lloraron y se atropellaron hablando de lo vivido. Sus voces y sus retinas se habían reencontrado. Estaban vivos y sintiendo aquellas viejas emociones que habían quedado atrapadas en un limbo luego de una separación en la que ni siquiera habían podido darse un abrazo de despedida.

Después de más de tres
Después de más de tres décadas Yaakov volvió a retomar contacto con María y a pesar de que está casado y tiene hijas quiere cerrar ese capítulo incompleto de su vida (Imagen ilustrativa Infobae)

María le reconoció que jamás lo había buscado: no se había animado, pero le contó que su marido había sabido de la existencia de Yaakov y de la importancia de ese hombre argentino/israelí en su vida.

La zozobra del reencuentro los zamarreó. Se dieron cuenta de que también estaban unidos en la desdicha que proviene de las pérdidas: ella, la de su marido; él, la de su mujer y la de su hija.

La muerte siempre rondando, acechando cualquier atisbo de felicidad.

“¿De qué hablamos? De sentimientos, de todo lo que sentimos. De nuestras vidas y trabajos. De mis hijas. De su familia. Nos vamos reencontrando. La madre de ella vive todavía y se han amigado luego de la muerte de su marido, pero ella no sabe que estamos conversando otra vez. Creo que podría boicotearnos nuevamente. Le fui sincero a María. Le conté que soy feliz, que tengo una esposa con la que construí un buen vínculo y que juntos formamos una bella familia. Pero lo cierto es que, al mismo tiempo, yo siempre la seguí buscando. Era más fuerte que yo querer saber de María y qué había sido de ella. Era, es, una parte irresuelta de mi vida. Inconclusa. Un círculo que no he cerrado”.

El círculo abierto y los miedos

Pasar de esas profundas charlas telefónicas al encuentro físico parece algo inevitable, pero no tan sencillo de concretar.

María dio el primer paso y sacó un pasaje para reunirse con él en una isla del Caribe donde su familia tiene un departamento para pasar los veranos. Yaakov viaja mucho por trabajo y no le fue difícil sacar el suyo ni disponer del tiempo necesario. La cita será pronto, en un par de semanas. A finales de febrero de 2024. Se encontrarán cara a cara, piel a piel, boca a boca. Tendrán diez días para bucear en lo que el destino manejado por otros les robó injustamente.

“No sabemos qué pasará, no sé si sentiremos lo mismo, no sé nada. ¿Será la primera vez de muchas o la última vez que nos encontremos? ¿Nos gustaremos? ¿Nos veremos viejos? ¿Seremos quienes creemos que fuimos?. Yo ya tengo mi vida armada, soy grande, tengo 56 años y ella 58. Estoy cómodo y no sabés lo difícil que es todo esto para mí. Para serte sincero no sé si podría volver a iniciar algo de cero… una casa nueva, comprar cubiertos y platos, nuevo país o ciudad. Creo que no podría. Tengo hijas que son buenas y estudiosas, tengo esposa. Estoy orgulloso de ellas. Pero, por otro lado, estoy decidido a cerrar el círculo, mí círculo. ¡Tengo tanta incertidumbre! Quiero esos días de reencuentro, pero sé perfectamente que no voy a recuperar 35 años en diez días. Es imposible. Quizá no seamos los mismos. Necesito reparar, pero no quiero patear el tablero. Lo nuestro fue un amor truncado. Nosotros no nos separamos por una decisión nuestra. No se terminó, no se agotó el amor, nos fue arrebatado. Quizá hoy sea un amor platónico. ¿Vos qué pensás? Estoy desorientado. Con María no nos vemos por las mañanas, ni discutimos por lo que tenemos que pagar, nunca tuvimos el desgaste de lo cotidiano. Creo que ella sueña con irnos a vivir juntos a algún pueblito español o portugués, pero yo tengo familia, tengo hijas, algún día tendré nietos. No sé. No puedo tirar toda la vida por la ventana por lo que nos hicieron y no pudimos concretar. Jamás le fui infiel a mi esposa, pero tengo ganas de darme el permiso para cerrar esta historia que siempre pensé fue el amor de mi vida”.

Le pregunto a este hombre que vivió guerras y muertes si no experimenta temor por el riesgoso paso que está por dar. Dice que sí. Que siente mucho miedo. Más que en ninguna trinchera.

“Temo lo que pase. Que se me ponga la vida patas arriba. Aunque esta vez, si la relación no prospera, ya no va a ser el mismo final: por lo menos lo habremos decidido nosotros. Es la oportunidad de darnos un cierre. Le expliqué a María que ya no tengo 20 años, que no voy a tirar a una familia por la borda, que nunca engañé a mi mujer. Esto no es una historia de infidelidad para experimentar algo nuevo, es algo inconcluso en mi historia personal. Porque que te arranquen un amor por la fuerza… es como si me faltara un capítulo del libro de mi vida”.

Le pregunto si no cree que el hecho de que María esté libre, sin marido ni hijos, para retomar la historia fallida de su juventud, puede ser un problema. Admite que sí, que el tembladeral que podría ocasionar volverse a sentir enamorados o que ella lo presione para vivir juntos, podría producir un terremoto descomunal. Algo que podría hacer colapsar su matrimonio.

Yaakov está acostumbrado a ir al frente y al silbido de las balas pasando cerca, pero esto lo supera. En la construcción de su defensa en primera línea argumenta que este encuentro le permitirá sacar lo que tuvo atragantado durante tantas décadas para volver a experimentar paz.

Sé que me estoy jugando mi felicidad. No sé por qué quise relatar esta historia. Capaz porque estoy convencido de que estar vivo y poder contarlo es un milagro. Ya te dije que he visto más gente morir que nacer. Quizá la razón sea esta: el amor es más fuerte que toda muerte, que toda guerra, que toda pérdida”.

(Tendrán diez días para coser heridas. ¿Las podrán cerrar? ¿O se desatará la pasión y volará por los aires todo lo construido por Yaakov? ¿Volverán a experimentar lo que alguna vez sintieron o serán dos extraños mayores en la curva de la existencia? Habrá que esperar a marzo para saberlo y, quizá, haya que escribir un nuevo final para esta historia)

*Escribinos y contanos tu historia. amoresreales@infobae.com

* Amores Reales es una serie de historias verdaderas, contadas por sus protagonistas. En algunas de ellas, los nombres de los protagonistas serán cambiados para proteger su identidad y las fotos, ilustrativas

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