“Mi papá y mi mamá, cada uno por su parte, llegaron desde Asturias, y acá se conocieron en el Asturiano”, explica Silvia Rodríguez refiriéndose al club fundado por inmigrantes españoles en 1913. “Entonces yo nací en el Centro Asturiano”, cuenta como quien habla de su Tierra Prometida. Lo cierto es que Manolo Rodríguez no era un socio más, sino toda una institución en sí, según cuenta orgullosa la propia hija y protagonista de la historia, “Mi papá era el Vicepresidente del Asturiano”.
Cuando Silvia tenía 12 años se anotó en la escuelita de voley del club, “Ahí fue que conocí a Dani”, dice con cara de sorprender a su interlocutor, que se acrecienta a medida que va llegando al final de la frase, “el profe, de 25 años”. Daniel Errarte nació en el barrio de Flores el 17 de septiembre de 1957 y aunque es bisnieto de vascos, dio con el Centro Asturiano netamente por una cuestión laboral. “Él era empleado en el club”, explica su mujer, “durante el año trabajaba como profesor de voley pero sobre todo era el guardavidas del club en el verano”, agrega como mofándose de haber conquistado a la figurita sexy de toda institución: el bañero. “Lo conocí primero como guardavidas y después como profesor de voley”, aunque enseguida se apura en aclarar su desinterés en primera instancia, diciendo, “no, imaginate que con tanta diferencia de edad nunca lo registré, me parecía un muchacho agradable pero yo estaba de novia”, apunta refiriéndose a su noviazgo desde los 15 a los 19 con otro chico del club, “un socio de mi edad, que fue mi primer amor y todo el mundo sabía que éramos novios y todo fantástico”. En junio de 1989 la pareja de jovencitos se peleó, “estuve soltera esos seis meses, y bajé muñecos como loca”, dice, y enfatiza divertida sacudiendo los brazos como si estuviera en el carnaval carioca, “anduve pepé-pepé-pepé…”
Luego de desquitarse de su soltería, llegó el verano y asoleando sus adolescentes curvas en la pileta se encontró con quien había sido su profesor de voley desde los 12 a los 15 años. “A partir de que pasé al equipo de voley del club, a Dani no lo veía durante el año; sólo lo encontraba los veranos en la pileta”. Así fue que, luego de todo un año, ese caluroso día de enero de 1990 la morocha se volvió a cruzar con el guardavidas eternamente bronceado, quien no tardó en investigar, “Che, ¿y Diego?”, refiriéndose al popular novio de la chica. “No, no, me peleé, no salgo más”, contestó ella. “Así que estás sola”, la interpeló él ni lerdo ni perezoso. Mientras, en el presente Silvia revive tal cual aquél instante, “Sí”, hace la típica mueca que denota confusión, y sigue risueña, “sí, qué sé yo…”, y vuelve al tono original de la narración para decir, “Y me soltó los perros”. Rápido, un Dani experimentado como pez en el agua, nunca mejor dicho, propuso, “Bueno, entonces podemos arreglar para salir, ir a tomar algo”. Y ella atónita pensó, “no puedo creer que este tipo me registre”. Cuenta Silvia con su mayor rostro de asombro, “Me daba la sensación de que yo no era su target”, y subraya, “y él no era el mío tampoco”. La chica pensó “qué raro”, jamás se hubiera imaginado que un “tipo” de su edad la iba a invitar a salir, pero al mismo tiempo recordó sus meses sabáticos de lujuria, y el diablito en su hombro la alentó, “Dije, ‘sí, dale, salimos, si me gusta me dejo y si no me gusta no me dejo’, y chau”, sobreactúa el momento pasado. Silvia estaba soltera, pensó que no tenía nada que perder, además él le resultaba un “tipo agradable, muy atlético, charleta, me parecía buen mozo pero no sé, es como decirte que me invite a salir George Clooney”, y se autofesteja por lo que acaba de decir, “salvando las diferencias”, remata.
El partido ya estaba planteado: el sábado siguiente al encuentro en el solarium del Asturiano, Dani de 32 años pasaba a buscar en su Fiat 147 celeste a su ex “alumnita” de ahora 19 años, por la casa familiar de Barrio Norte, rezando por dentro que Don Manolo, padre de la chica y vicepresidente del club, no salga a tomar aire al zaguán. “Aparte mi papá era muy bravo”, dice ella con nostalgia. Las plegarias funcionaron y la salida fue un triunfo: “Fuimos a tomar algo por Belgrano, estuvimos charlando, después nos fuimos a Palermo, caminamos por los bosques, nos sentamos en un banquito, me pareció re amoroso, me gustó”, relata con algo de pudor, hasta que se anima y lo anuncia, “ahí chapamos y ya arrancamos”. Aunque enseguida ella le puso los puntos, “Le dije que preferiría mantenerlo en secreto en el club porque no sabíamos cómo iba a avanzar, más que nada porque no quería tener problemas ni generarle un problema a él en su trabajo”.
Sus amigas del club obviamente supieron rápidamente de la boca de Silvia de su romance con el guardavidas. Bajo el conocido lema “vayamos viendo a ver cómo viene la mano”, los meses pasaron con pasión y discreción. Pero el hombre iba a paso acelerado, “A los seis meses Dani me dijo que quería que nos vayamos a vivir juntos”, relata ella y, luego de una pausa, repite las palabras exactas de su respuesta: “Dani, está todo más que bien, pero yo de mi casa me tengo que ir casada”, redobló, aclarando que para esa altura sus padres conocían el paradero de su amor, y agrega, “A mí viejo mucho no le copó pero lo que yo nunca les dije es la verdadera edad”.
El novio, siempre al frente, se hizo cargo, y dijo, “Entonces nos casamos”. Así, llegando al año de relación, Silvia los sentó en su casa a Don Manolo y Doña Alicia, y sin rodeos anunció:
-Les quería avisar que me caso. -¿Cómo que te casás?
Silencio.
-Sí, pero acá no vino a hablar nadie con nosotros -dijo Manolo. -¿Qué querés que venga a hablar? -se desesperó la chica.
“Así que tuve que organizar para que Dani venga a pedir mi mano”, aclara Silvia, sosteniendo varios segundos la “o” en su boca, la cual refuerza junto a sus ojos abiertos como platos la expresión de estupor vivida. Y estalla en carcajadas, “Es malísimo, un horror total”. Entonces “tal día a tal hora” todo estuvo dado para que el novio hiciera el pedido formal de mano de la novia:
-Usted con qué medios cuenta -preguntó Manolo cuando siempre lo había tuteado. -Manolo, usted me conoce de toda la vida, yo trabajo en el club, soy docente en varios colegios, vamos a alquilar un departamento, nos casamos y vamos a vivir juntos -respondió Dani con espontaneidad.
Entonces, la reacción del asturiano fue sorpresiva:
-Bueno, yo les regalo el departamento -dijo y, sacando el pañuelo emocionado entre lágrimas, agregó-, no pierdo una hija, gano un hijo -al mismo tiempo que abrazó conmovido al futuro yerno.
Los Rodríguez desembolsaron sus ahorros y compraron el “nidito” de los novios, con una particularidad: “Me compró un departamento de dos ambientes, ¡justo enfrente del departamento de ellos! Mis viejos vivían acá -explica enfrentando las palmas de sus manos, como quien iría a aplaudir lentamente- en un segundo piso a la calle sobre Arenales, y yo vivía enfrente en un primer piso a la calle -se ríe- O sea mi vieja salía al balcón y veía mi departamento -describe insinuando el trabajo de espía de su madre”.
El 11 de abril de 1992 Silvia y Dani se casaron en la parroquia Nuestra Señora de Guadalupe, “obviamente la fiesta fue en el salón del Centro Asturiano, no podía ser de otra manera”, afirma ella. Asistieron las autoridades del club y “fue todo muy protocolar”. Pero la nota de color sucedió el día anterior en el civil: “Cuando nos casan, el juez dice, ‘Silvia Rodríguez, argentina, nacida el 11 de junio de 1970′, y cuando dice ‘Daniel Errante’ y la fecha de nacimiento, empezó detrás un terrible murmullo -se ríe ella-, me quedé mirando para todos lados al cuchicheo de ‘entonces no tiene la edad que dijo’”, vuelve a sonreír recordando la anécdota de que casi todo su entorno, incluyendo sus padres, se enteraron la verdadera edad de su marido el mismo día que se casaron.
Silvia recuerda cuánto le costó lidiar con el temperamento de la asturiana, “Mi vieja siempre tan amorosa me había dicho, ‘Ese va a ser un hueso duro de roer’, como diciendo que ya estaba grande y que yo no lo iba a enganchar para casarme. Y cuando les dije que efectivamente me casaba me dijo, ‘Si te quieres casar, cásate, pero si te separas… a casa no vuelves’. Un amor”, ironiza, “esa era mi vieja”. Lo cierto es que no todo fue color de rosa; sortearon dificultades irreparables: cuando ya llevaban ocho años de casados, perdieron a Paloma, una bebita que nació con sufrimiento fetal, “el primer día recé para que se salvara pero después recé para que se muriera porque era un desastre”, relata con angustia y se quiebra, “fue durísimo, no se lo deseo ni a mi peor enemigo”, hasta que no logra contener el llanto, “aparte, ella nació el día que cumplíamos 8 años de casados, un 11 de abril”. Pero aunque Doña Alicia apostó a que su hija se iba a separar muy pronto, lo que no te mata te fortalece y el regalo de Paloma vino a recordarles que lo suyo era amor verdadero y, finalmente, luego de 14 años de su boda llegó el hijo deseado, “El 29 de junio de 2006, nació Mateo”, declara ella con la certeza de que su maternidad tarde o temprano llegaría. “Cuando nos enteramos de que era varón yo no le quería ni poner nombre, hasta que no naciera no quería saber nada de nada. Un día Daniel me dijo, ‘a mí me gusta Mateo’. No me importaba nada, no quería conectarme, lo único que quería es que naciera”, y de repente a Silvia se le ilumina el rostro para completar lo que sigue, “Y después nos enteramos que Mateo significa ‘regalo de Dios’, así que nunca mejor puesto ese nombre. Siempre digo que Mateo vino a compensarnos tantos años de dolor porque es de esos chicos que son perfectos; no me dio nunca trabajo; es amoroso”.
El matrimonio fue un éxito: hoy, luego de 33 años de pedido de mano, Dani sigue yendo en bici para ocupar su puesto de guardavidas del club, “Antes iba desde Flores y desde que nos casamos va desde Palermo: la bicicleta es una extensión de su cuerpo”, dice con humor, “De hecho se jubiló a los 60 años y el club lo volvió a tomar como empleado hasta la actualidad”.