Una tía, una sobrina, una mentira y el gran secreto de un hombre que supo guardar hasta el final

María conoció a Miguel en una fiesta, le llevaba veinte años y durante un tiempo mantuvieron una relación sin compromisos. Pero cuando se pusieron de novios y se lo presentó a su familia, descubrieron que tenían más en común de lo que creían

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"Me hacés acordar a alguien que quise mucho", le dijo en la fiesta de casamiento un hombre de 40
"Me hacés acordar a alguien que quise mucho", le dijo en la fiesta de casamiento un hombre de 40

Lo primero que le dijo Miguel a María cuando dejaron de bailar fue: “Me hacés acordar a alguien que quise mucho”. Ella se rió y contestó segura: “Vas a ver cómo también te la hago olvidar”. Era el casamiento de una conocida, María estaba ahí casi de colada: eso y sus 19 años recién cumplidos le daban total impunidad. Se había puesto un vestido corto y los tacos a último momento y se dio cuenta de que él la miraba mientras se acercaba a saludar a los novios en el atrio de la Iglesia.

Fue la primera en la pista cuando arrancó la música. Y al rato lo tenía enfrente, alto y canchero, con un traje azul oscuro y la corbata medio floja; calculó que debía tener unos 40 años. “Está bueno el viejo”, pensó, y siguió bailando. Estaban en distintas mesas, pero durante toda la fiesta se buscaron para volver a la pista cada vez que se apagaban las luces.

A la hora de los postres, se sentaron juntos. Recién ahí se presentaron. A ella le sonó un poco el apellido de él, pero siempre le pasaba lo mismo. Había crecido en una familia tradicional y numerosa: diez hermanos y el doble de primos que se juntaban en el campo todos los fines de semana, siempre alguien conocía a alguien. El mundo en el que se movía era muy chico.

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A la hora de los postres, Miguel y María se sentaron juntos y se presentaron
A la hora de los postres, Miguel y María se sentaron juntos y se presentaron

Cuando terminó la fiesta, Miguel la llevó a su casa y la despidió con un beso y la promesa de llamarla esa semana. Al contrario de los chicos de su edad, cumplió sin especulaciones de ningún tipo: ese martes la invitó a comer a un restaurante paquete y de moda. María sintió la obligación de vestirse “más señora”. Ahora le dice a Infobae que debe haber estado “ridícula, como las chiquitas que juegan con la ropa de las madres”. Esa segunda noche hablaron por lo que no habían podido en el casamiento.

Miguel estaba separado y tenía un hijo chiquito; le dijo que hacía mucho que una mujer no le gustaba tanto. A María le gustó que dijera eso de ella. “Para él soy una mujer”, pensó, y actuó en consecuencia. Para la época y el ambiente en que se manejaba, ella era muy libre y se lo hizo saber a Miguel. No quería que fueran novios ni mucho menos, todavía quería probar salir con otros, le aclaró. Él no puso objeciones, pero se enamoró todavía un poquito más de su desfachatez y de su libertad.

Y así fue por un tiempo: siguieron viéndose todas las semanas en una relación sin preguntas ni compromisos. Los viernes él buscaba a su hijito y ella se iba al campo con su familia; Miguel jamás era invitado ni mencionado más que por su sobrenombre, “El Negro, uno de los señores con los que salgo”. En su casa le festejaban la gracia, María tenía con qué, decían. Pero pasó un año y los demás candidatos quedaron en el camino. Cuando quisieron acordarse tenían una relación “muy estable”, se habían puesto de novios sin proponérselo.

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Él la invitó a comer a un restaurante de moda y ella se vistió "de señora" (Getty)
Él la invitó a comer a un restaurante de moda y ella se vistió "de señora" (Getty)

Entonces María decidió llevar al Negro a su lugar en el mundo, ese campo familiar en donde había crecido y que era el punto de encuentro de todos los hermanos, tíos y primos. Él tenía que pasar el sábado con su hijo, así que María le dijo que lo esperaban a comer un asado el domingo. En la casa todos estaban pendientes de conocer al señor que la había hecho sentar cabeza, porque nunca antes había presentado a un novio formal. Ella les había contado que el Negro le llevaba veinte años y era separado y, por suerte, el ceño fruncido del padre no había durado tanto. “El día del asado eso ya no era un problema: mamá había convencido al viejo de que me iba a venir bien un tipo más grande que me tuviera cortita”, se ríe ahora María.

Dice que se sorprendió cuando vio entrar el auto de Miguel: “Era como si conociera el camino. No hizo falta ni hacerle señas, estacionó comodísimo, como si conociera la casa de toda la vida”. Ni bien bajó, él preguntó nervioso: “¿Este es el campo de los Hernández?”. Era, claro, y él no lo había sospechado antes porque Hernández era el apellido materno de María y ella nunca lo usaba. Miguel había estado antes en ese casco de estancia.

Finalmente llevó a Miguel a su encuentro de los fines de semana con sus tíos y primos y ocurrió lo inesperado (Getty)
Finalmente llevó a Miguel a su encuentro de los fines de semana con sus tíos y primos y ocurrió lo inesperado (Getty)

Mientras veía acercarse a su madre y a su tía Corina con las caras desencajadas, a María le cayó la ficha aunque nadie dijera nada: Miguel tenía que ser aquel novio por el que la hermana menor de la madre se había deprimido tanto que los abuelos la mandaron un año a Europa para que pudiera olvidarlo. Un hombre con el que estaba comprometida y que de buenas a primeras la dejó para casarse con otra. La tía Corina había llegado a pensar en hacerse monja, pero después de meses de vivir afuera, había conocido a un italiano que ahora era el padre de sus dos hijos.

“Me sonaba su nombre porque lo había escuchado de chica, ¡en general precedido de alguna puteada! Y obviamente esa persona muy querida a la que yo le hice acordar desde el principio no era otra que mi tía. Fue un momento muy incómodo para todos: Miguel ya estaba ahí y no podía irse. Mis hermanos y mis primos siempre se burlan de todo, pero ese mediodía estaban mudos”, dice María. También que en el abrazo y las miradas de Corina y de Miguel, entendió que ni Europa, ni el italiano, ni los dos hijitos habían sido suficientes para que ella lo olvidara.

Sus abuelos habían mandado a su tía Corina un año a Europa para que se olvidara de Miguel y aún así no lo había logrado (Getty)
Sus abuelos habían mandado a su tía Corina un año a Europa para que se olvidara de Miguel y aún así no lo había logrado (Getty)

María tomó una decisión drástica: “Ahora Miguel estaba soltero y ellos podían reencontrarse. Yo sabía que él la había querido mucho y veía en sus ojos que la seguía queriendo. Era evidente que mi tía seguía enamorada de él, y para mí era un flaco más, no un gran amor. Dejé pasar unos días y terminé con Miguel pensando que les hacía un favor a los dos”.

María estaba segura de que Miguel iba a contactarse con su tía, pero eso no pasó nunca, al menos hasta donde ella sabía. Cuando se lo encontró de casualidad en un restaurante un año y medio más tarde, creyó que era cosa del destino. Volvieron a ponerse de novios, pero esta vez obviaron los encuentros familiares. Ella no le dijo a nadie y durante los tres años que siguieron, lo quiso casi en secreto.

Después, pasó lo inevitable: María conoció a un chico de su edad y se enamoró perdidamente. Tenían los mismos intereses y el mismo círculo y no necesitaban esconderse. Con mucha tristeza se despidió del Negro sabiendo que hacía lo correcto. No tenía sentido retenerlo, ni que él la retuviera a ella, que ya empezaba a pensar en formar una familia y tener hijos, algo que él no quería hacer otra vez.

María se enamoró perdidamente de un chico de su edad (Getty)
María se enamoró perdidamente de un chico de su edad (Getty)

María se casó con ese chico, tuvo tres hijos y un matrimonio relativamente feliz. Nunca más volvió a hablar ni supo de Miguel hasta la mañana en que, veinte años después, vio su nombre entre los avisos fúnebres del diario: “Me armé de coraje y llamé a Corina para contarle, pero ella me atendió llorando. ‘Murió Miguel’, le dije. ‘Ya lo sé, fue un infarto, estaba conmigo’, me dijo ella. Me quedé helada”, cuenta ahora.

Sin que ella lo supiera, aquel domingo de la fallida presentación familiar en el campo había sido un nuevo principio para Miguel y su tía. Él nunca le había dicho lo que Corina sí le contó finalmente a María esa tarde, café (y lágrimas) de por medio: desde entonces habían sido amantes con toda la discreción del caso, ya que su tía estaba casada y no pensaba divorciarse. María ató cabos: cuando volvió a encontrarse con ella, Miguel aprovechó que ni la tía ni la sobrina iban a revelar el secreto para jugar a dos puntas con ellas.

María ató cabos y al descubrir que Miguel había jugado a dos puntas decidió no revelarle la verdad a su tía (Getty)
María ató cabos y al descubrir que Miguel había jugado a dos puntas decidió no revelarle la verdad a su tía (Getty)

“La vi tan mal, tan triste y tan enamorada todavía, que preferí evitarle la verdad –dice María, y asegura que hasta hoy nunca le había confiado a nadie esta historia–. Para Corina, Miguel había sido el hombre de su vida, el tipo por el que había resistido la monotonía de su matrimonio, el primero y el último que la había amado, ¿qué sentido tenía romperle esa ilusión y que supiera que era un mentiroso?”

* Escribinos y contanos tu historia: amoresreales@infobae.com

* Amores Reales es una serie de historias verdaderas, contadas por sus protagonistas. En algunas de ellas, los nombres de los protagonistas serán cambiados para proteger su identidad y las fotos, ilustrativas.

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