Las historias apasionadas que relatamos en Amores Reales no nacieron para ser juzgadas. Solo reflejan sentimientos intensos o desamores que los propios protagonistas eligen contar. Ni más, ni menos. Algunos de ellos se cobijan en el anonimato por las consecuencias que tendría hacer pública la pasión que los atraviesa. Es el caso de hoy: una relación semiclandestina que lleva décadas escribiéndose.
María Elena quiso compartir este gran amor que la habita pero que, todavía, no se anima a blanquear.
Cuando ella conoció a Harry
María Elena resume su vida: “Nací en Neuquén en 1982 en el día más nevado del año y soy la mayor del primer matrimonio de mis padres. Ellos se separaron cuando tenía 3 años y mi mamá se casó de nuevo y tuvo cuatro hijos más. Mi primer amor fue a los 12 años con un vecino de 15 que se llamaba Leandro. Todavía nos vemos y tenemos una excelente relación. ¡Con él experimenté mi primer beso! Nos pusimos de novios allá por 1994. Estuvimos un buen tiempo saliendo hasta que mi mamá nos descubrió y empezó a decirme que con ese chico no tenía futuro. ¡Se equivocó y mucho porque hoy él tiene un cargo muy importante!”, revela entre risas.
“Pasó el tiempo y yo comencé a estudiar el secundario junto con Auxiliar Técnica de enfermería. Una noche en un boliche, cuando tenía 15 años, conocí a un joven inglés de 23 años. Era un gringo muy rubio de ojos verdes, parecido a Horacio Cabak. Harry, así se llama, era nacido y criado en Inglaterra. No me sentía enamorada, pero me encariñé mucho con él. Mi mamá, cuando lo conoció, sí se enamoró de lo que creyó era el yerno perfecto. Después de tres meses y medio de relación, quedé embarazada. Estaba por pasar a segundo año, pero donde estudiaba me explicaron que gestando un bebé no podía tener contacto con químicos. Era peligroso. Cuando mamá se enteró de mi embarazo, puso el grito en el cielo y fue directo a hablar con Harry. Él le prometió que se iba a hacer cargo y nos fuimos a vivir juntos. La convivencia fue un desastre. Harry supuestamente trabajaba en seguridad, pero no me daba un peso de lo que ganaba para la casa. Estábamos en un lindo barrio, pero yo hacía todo sola, incluso ir a los controles del embarazo. Él se había desenamorado y ya salía con alguien de su edad, pero eso es algo de lo que me enteré después. No duramos más de seis meses. La relación fracasó y volví a mi casa con mamá”.
Madre soltera y sin dinero, el estudio se volvió algo imposible de costear. Pero, a pesar de todo, María Elena asegura que el embarazo y la maternidad en soledad la fortalecieron: “No lloré, maduré de golpe. Tati, mi hija, nació el 3 de noviembre de 1998, cuando yo ya había cumplido mis 16 años, y acá viene mi gran historia de amor que se mezcla con mi adolescencia”.
Nace un gran amor
“Yo tenía, desde los 8 años, un amigo mucho más grande que se llamaba Tino. Hablo en pasado porque, lamentablemente, en el 2020 el Coronavirus se lo llevó. Era como un hermano, como un papá, era la persona más leal. Él daba clases de catequesis. Todos los domingos, a las 10 de la mañana, íbamos con un lindo grupo que se había armado a su casa para desayunar mate con facturas. Tino nos ponía videos y estudiábamos la Biblia. En un momento, cuando yo ya tenía unos 12 años, se instaló en su casa un amigo suyo que había llegado de la provincia de Córdoba buscando trabajo. Se llamaba Aldo. Nos cruzábamos cada tanto, porque en general a esa hora de los domingos el cordobés dormía. Pasó el tiempo y no lo vi más. En 1997, cuando yo estaba por cumplir 15 años, me lo encontré en la calle y él me dijo: ‘Vos sos María Elena, la que ibas todos los domingos a lo de Tino… ¡caían en banda a molestar y no me dejaban dormir!’ Nos reímos mucho por la anécdota. Ese día intercambiamos teléfonos de línea, no había celulares como ahora. Me empezó a llamar todos los días y hablábamos horas”.
En esas charlas Aldo le contó que había conseguido trabajo y que por eso nunca había vuelto a vivir a Córdoba. Además, de un empleo formal también había abierto una verdulería en el barrio.
“Empecé a visitarlo en su verdulería. Él tenía 30 años, más o menos la edad de mi mamá, pero me mintió y me dijo que tenía 28. No le aclaré que yo todavía tenía 14 años. Justo por esa época empecé a salir con Harry el inglés, pero no dejé de pasar por el negocio a saludar a Aldo. Me daba cuenta de que él me tiraba un poco de onda, pero era muy chica y, además, no pasaba nada de nada. Me puse de novia con Harry, pero no se lo conté. Un día antes de mi fiesta de 15 decidí llevarle una invitación: quería que viniera al festejo. Tino iba a ser mi padrino en la fiesta. Cuando vio la invitación se quedó sorprendido, no entendía nada. No podía creer mi edad. Cuando le di el sobre me tomó por los hombros y me estampó un beso. Uyyy me dije por dentro… Estaba derretida. Ese día me llevó a mi casa en auto y me dijo: ‘Estoy enamorado de vos hace tiempo, pero pensé que eras mayor de edad’. Y me confesó que me amaba. El día de la fiesta lo ví que estaba afuera del lugar, sentado en su auto. Después me contó que había ido, pero que no se atrevió a entrar”.
Confesiones al unísono
Las cosas siguieron igual. Visitas y charlas sin nada más. La edad de ella había frizado el avance físico de él.
Pasó el tiempo y María Elena quedó embarazada de su novio inglés. Seguía pasando a saludar a Aldo y tomaban mate, pero todo había quedado en aquel beso abrupto. Las pasiones desbocadas no cabían.
María Elena calló lo que le pasaba: “No le dije a Aldo que estaba embarazada, ni que tenía náuseas todo el tiempo. Tomaba el mate igual, como podía, y comía alguna factura. Él me regalaba, cada vez, un kilo de naranjas y yo seguía viaje mareada por el amor y el embarazo. No quería decirle nada, pero en esos meses me había ido a vivir con Harry. Pasaron unas semanas más cuando un día lo vi distinto. Estaba molesto, con otro semblante. El ambiente era otro. A mí no se me notaba el embarazo, eso no podía ser. No entendía qué pasaba”.
Ese día Aldo la encaró.
—Quiero que seas sincera conmigo. El otro día te vi con una persona. Quiero que me digas si esa persona es algo tuyo.
—Si estoy de novia, pero a mí me gusta visitarte.
—Bueno, te felicito. Cuando quieras venís de visita...
Era una respuesta helada que hizo que María Elena se diera cuenta de que esas visitas ya no podría hacerlas: “Me di cuenta de que me había dado por perdida. Hasta ahí había llegado todo. No me dijo que no fuera más, pero era como si lo hubiera dicho”.
Cuando María Elena estaba de siete meses y medio de embarazo y conviviendo brevemente con Harry, Aldo empezó a llamarla. La extrañaba. Siempre atendía la madre de María Elena y ya no sabía qué decirle.
“María Elena, ya no sé qué inventarle. Le digo que estás durmiendo, que saliste, que te estás bañando… tenés que contarle”. Explica que su mamá mentía por ella porque “no me veía bien y se daba cuenta de que no comía, que no la estaba pasando bien con Harry. Al poco tiempo decidí volverme a vivir con ella. El 22 de octubre, yo tenía fecha de parto para el 3 de noviembre, era un día horrible de mucho viento cuando me acosté a dormir una siesta. A las cinco de la tarde mamá me despertó y me dijo: ‘Está el cordobés en el teléfono’. Me quedé helada y decidí atender”.
—¿Qué hacés loquita como andás? ¿Querés que te vaya a buscar?
—Si, estoy acá, en casa de mamá.
Estaba entusiasmada pero cuando empezó a prepararse se vio la panza enorme. ¿Qué iba a hacer?
“Me puse a llorar. Mamá se conmovió y me prestó un pulóver grande y me dijo: ‘Andá, hablá con él y decile la verdad’”.
Aldo pasó a buscarla con su Fiat 147. Él ya no tenía la verdulería, pero seguía trabajando en el área del petróleo. Apenas María Elena subió al auto la invitó: “¿Vamos a tomar unos mates a mi casa?”. Le dijo que sí. “No me vio la panza por el suéter. Fuimos a su departamento y, mientras calentaba el agua, me advirtió que tenía algo para decirme. Le respondí que yo también tenía que contarle algo. Nos reímos mucho, empezá vos, no empezá vos… Comenzó él”, recuerda María Elena.
—¿¿No te vas a enojar?? ¿Seguro?... Fui papá hace tres meses.
Silencio prolongado. María Elena siente que su mundo se desmorona, pero saca fuerza antes del colapso y su respuesta, como una espada, vuelve a rajar el aire con otra confesión.
—Y yo voy a ser mamá en una semana.
Levanta su suéter y exhibe su panza. Aldo siente un agujero dentro de su pecho. Se levanta del sillón y la abraza. María Elena empieza a llorar desconsolada mientras él le asegura:
—Aquí estaré siempre, siempre. Vos sos mi único gran amor.
Un beso rojo en el espejo
Lo que siguió fue una etapa de acompañamiento y amor profundo.
“Después de nuestras mutuas confesiones nos seguimos viendo todos los viernes. Nació mi hija y empezamos a salir formalmente. Yo dejaba la ropa en su casa y las cosas de mi bebé. Harry había desaparecido totalmente, había formado otra familia con esa misma persona con la que salía cuando yo estaba embarazada. Recién volvió a aparecer cuando nuestra hija tenía 14 años. Bueno, esa es otra historia. Volvamos a Aldo. Era un gran compañero y mamá lo aceptó. Decidí que tenía que trabajar porque quería tener mi dinero. Conseguí trabajo como empleada doméstica en casa de una familia. Pero las cosas con Aldo no resultaron fáciles. La madre de su hija se lo puso difícil. Era una mujer muy celosa que no se resignaba a perderlo. Un día de esos, enojada, yo hice una chiquilinada: estampé un beso con labial rojo en el espejo del baño de la suite. Ella lo vio y se armó un gran lío. Aldo me contó muy enojado que ella había subido y lo había visto. Por eso lo había amenazado con que si seguía conmigo no lo iba a dejar ver más a su hija. Yo me defendí y le respondí que era su departamento, ¿por qué tenía que meterse ella en lo que era nuestra habitación? Pero se ve que Aldo no tenía todo resuelto. Estaba furioso con lo que yo había hecho: ‘Mi hija tiene un año y no quiero que ella me impida verla’. Yo no podía entender por qué él permitía que la madre de su hija se metiera en su casa y en su cuarto. Aunque él me aseguraba que todo era por su hija, yo sentía que él todavía tenía sentimientos por su ex, que no estaba decidido totalmente”.
Le planteó sus dudas y Aldo le replicó: “¿Vos te diste cuenta de la edad que tengo? Tengo la edad de tu madre… Aunque eso no impide que me haya enamorado de vos”.
Discutieron un buen rato. De todas formas, antes de dejarla con el auto en la casa de su madre, él insistió con darle un regalo: era un anillo de compromiso.
María Elena estaba furiosa, bajó del auto y revoleó por el aire el anilló y este cayó al agua. Se hundió en el río Limay.
“En ese momento exacto di por terminada la relación”, recuerda hoy.
El desgaste cotidiano
“Estaba rabiosa porque me había pasado el embarazo sola. Además, una mamá soltera en esa época era como ser un pecado caminando por la calle. Me sentía mal mirada. Igual logré salir adelante y me enfoqué en mi hija. Habrán pasado dos años cuando conocí a Roberto que venía de la provincia de Río Negro en búsqueda de un buen trabajo. Yo seguía pensando en Aldo, pero bueno… esa llama se fue sosegando con el paso del tiempo. Roberto era muy respetuoso y formal, me trataba de usted. Le llevó un tiempo aceptarme con una hija. Estuvimos de novios, todo funcionó bien y nos casamos. Alquilamos una casa y tuvimos tres hijos. La mayor hoy ya tiene 21; el del medio, 18 y el más chico,10. Roberto es muy buena persona y durante años tuvimos un matrimonio tranquilo”.
Un día, cuando María Elena ya tenía dos hijos, se topó con Aldo en plena calle: “Fue una casualidad que me dejó helada. Yo estaba esperando que volviera Roberto que se había bajado del auto y ahí estaba Aldo, que me miraba. Me saludó y le dije que ya estaba por volver mi marido. Eso fue todo”. La verdad es que María Elena quedó conmocionada por ese breve encuentro. Le despertó todo lo que se había dormido dentro de sus costillas. Sobre todo, el corazón.
María Elena en esa etapa trabajaba mucho. Combinaba dos empleos: uno como empleada doméstica y otro en la administración pública. Roberto también trabajaba bien. Así fue que, entre los dos, pudieron cumplir el objetivo de comprarse una casa: “Era el sueño de nuestras vidas”, explica. Pero lo cierto es que tanto esfuerzo había desgastado la pareja. La monotonía, surcada por las discusiones y los celos de él, terminó por separarlos a mediados del año 2012.
“Él creía que yo tenía un amante, pero yo lo único que hacía era trabajar sin parar porque en Neuquén es muy caro vivir. Roberto era un excelente papá, pero también se había vuelto demasiado celoso. Estábamos muy desgastados y no teníamos intimidad. Terminamos por separarnos, pero resulta que un día, en un encuentro ocasional, tuvimos relaciones y quedé embarazada de nuestro tercer hijo. En mayo de 2013, nació el menor. Pasaron los meses y Roberto decidió volver a casa. Su idea era que cada uno pudiera hacer su vida, pero por motivos económicos y para mantener la familia unida, era mejor estar juntos. Así llegamos hasta hoy: estamos separados, pero cada uno tiene su dormitorio y convivimos bajo el mismo techo”.
Y 19 años después
Justo cuando este largo matrimonio se desmoronó, fue que ocurrió el reencuentro. Tino, aquel amigo catequista de María Elena, fue quien propició de intermediario.
Ocurrió en noviembre del año 2013.
“Estando con mi hijo menor, que era un bebé, en la casa de una tía, me llegó un mensaje al celular que decía: ‘¿Hola cómo estás?’ No sabía quién era así que no respondí. Al rato, llegó otro: ‘¿Cómo estás tanto tiempo?’ Entonces escribí: ‘¿No sé quién sos?’ Del otro lado me respondieron: ‘Alguien que te conoce desde que eras chiquita’. Mientras pensaba eso sonó el teléfono y una voz me dijo: ‘¿Qué hacés loquita cómo estás?’”. Era un hombre con tonada cordobesa: “Me encontré a Tino en un autoservicio y hablamos de vos. Él me dio tu teléfono y me dijo que estabas separada. Estuve pensándolo una semana… por eso te llamo”.
Aldo estaba ahí, del otro lado de su celular, y María Elena temblaba.
En pocas palabras: recomenzó el gran amor que había quedado en stand by. Después de tantos años, ambos estaban llenos de miedos. Sobre todo por los cambios físicos: “Los dos teníamos temor de vernos mucho más viejos, más gordos, de no gustarnos. Él me dijo claramente que había subido de peso”, cuenta riéndose María Elena sobre ese tema ya superado.
“Elegimos vernos un sábado y pusimos como punto de encuentro una confitería. Me vestí con lo mejor que tenía, me produje. Llegué antes y cuando lo vi aparecer me quedé mirándolo. Solo atiné a levantar la mano para que me viera. Se acercó, me abrazó, me dijo ‘¡tantos años!’ y me besó. Estaba en shock”.
Esta vez las cosas no quedarían allí.
Aldo que no le soltaba la mano; María Elena que se sentía como encandilada. Aquella pasión de veinte años atrás volvía al galope totalmente encendida. Terminaron subiéndose al auto de él y fueron hasta el mirador de la ciudad. Ahí se contaron sus vidas. Aldo ya tenía otra hija con su mujer, la de siempre, aquella con la que mantenía una relación tóxica y le reveló que ella siempre había creído que la hija mayor de María Elena era hija de Aldo. Esa había sido la gran causa de los problemas. María Elena le contó su historia familiar con Roberto. Repitieron que se amaban y, aunque ambos vivían con sus parejas y no habían terminado de divorciarse, se mostraron dispuestos a seguir viéndose. Se querían con el alma, a corazón pelado. La clandestinidad sería, momentáneamente, su refugio. Básicamente porque no sabían cómo resolver sus respectivas vidas sin perder algo importante y sin lastimar a otros.
En el año 2022 Aldo logró tomar la gran decisión: dejó su casa. Alquiló un departamento y se fue a vivir solo. María Elena lo visita, pero no se anima a dar el mismo paso de independencia: “Van diez años de este gran amor. Aldo se fue de su casa, pero yo sigo separada y en mi casa. Nos vemos los fines de semana. Roberto lo intuye, pero no lo conversamos nunca. Estamos separados bajo el mismo techo desde hace años. Mis hijos no saben de mi relación con Aldo; las chicas de Aldo, sí”.
Hoy Aldo tiene 56 y María Elena 40: “Sé que vamos a terminar nuestras vidas juntos. Por ahora, solo pasamos de viernes a domingos. Hoy es él quien me espera a que dé el paso. Tenemos una conexión maravillosa que me derrite. Lo amo con locura. Aldo ya estuvo mirando departamentos con dos habitaciones para irnos juntos. ¿Qué me impide animarme? Creo que mi hijo menor. Los dos mayores ya están como para irse a vivir solos, pero el de 10 es muy chico. Estoy haciendo terapia para atreverme. También puede ser que tenga miedo de que nuestro gran sueño fracase… que un día nos despertemos y que todo no haya sido más que eso, un simple sueño”.
Para María Elena… Final abierto. Como todos los finales.
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* Amores Reales es una serie de historias verdaderas, contadas por sus protagonistas. En algunas de ellas, los nombres de los protagonistas serán cambiados para proteger su identidad y las fotos, ilustrativas
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