“Estamos muy acostumbrados a estar juntos”, dice Chaco ni bien empieza a hablar, “hay una ley que dice ‘nunca trabajes con tu pareja’, y nosotros rompimos esa ley. Trabajamos juntos, decidimos hacerlo”. Aunque no siempre estos dos payasos bufones se movieron a la par, “el ambiente circense no entendía nada porque Maru era la ‘nenita’ -y apunta con ganas- y yo era el viejo; éramos las dos puntas”, reconoce hablando de sus comienzos juntos, cuando todo su entorno de artistas tenían entre 25 y 30; Chaco iba por los 40 y Maru recién cumplía 20.
“Escuché hablar de Maru cuando ella tenía 16 años y trabajaba en una plaza. Me hablaban de una payasa, y yo ya hacía 20 años que era payaso”, narra Chaco con modestia y sin mencionar que fue un precursor en el mundo del clown. Fernando “Chaco” Cavarozzi nació el 21 de abril de 1962 en el barrio porteño de Almagro. Siempre estuvo ligado al arte, “tuve una banda de rock en mi adolescencia, fui soldado en la guerra de Malvinas, no estuve en la isla pero sí movilizado como cientos de miles. Y cuando termina la guerra me pongo a estudiar en la Escuela Argentina de Mimo”, cuenta mientras pita el tabaco que se preparó ni bien arrancamos la charla, y agrega, “inmediatamente, apareciendo el verano democrático del ‘84, empiezo a actuar en las plazas. Comencé por una cuestión política pero enseguida, cuando fui a las plazas, me di cuenta que era mi lugar; las plazas tienen que ver con la libertad”. Artista callejero, de culto, fundador del Circo Vachi, director de espectáculos y director artístico de la Convención Argentina de Circo, Payasos y Espectáculos Callejeros desde sus inicios en 1996, el Payaso Chacovachi eligió su nombre por la localidad de Ingeniero Jacobacci en Río Negro: “Cuando salí de la colimba me fui de mochilero al Sur en tren. Jacobacci es la última estación pero en cada parada para divertirme gritaba ‘Chacovachi’, y luego, en medio de mi viaje, alguien desde la montaña me reconoció al grito de ‘Chacovachi’, y ahí quedó el nombre”. Fue de los primeros artistas callejeros de la Argentina en trabajar el payaso de calle, primero en el Parque Centenario luego en el Parque Lezama y posteriormente en Plaza Francia, donde trabajó 16 años.
“Nunca fui tradicional absolutamente en nada”, dice al pasar y es algo evidente: ni bien lo conocés, lo podés palpar, como los pajaritos que lleva tatuados en su cabeza. “Mi abuela siempre decía, ‘este nene va a ser artista, tiene pajaritos en la cabeza’”, dice bajando la incipiente pelada para mostrar su original dibujo, “entonces me los tatué en honor a ella”. Cuando Chaco tenía 36 años y un camino recorrido en el ámbito callejero, le cuentan de una payasa, 20 años menor, “no había muchos artistas en la calle y menos mujeres. Me dicen, ‘la tenés que ir a ver’”, pero para los artistas callejeros no es fácil verse entre ellos porque trabajan en simultáneo en distintas plazas. “Entonces nos conocimos en Europa”, sorprende Chaco, quien agrega que estaba haciendo unos festivales por España, mientras Maru, con 18 años, viajó a probar suerte en aquel país.
El escenario del primer encuentro fue Tárrega, donde se dio el festival de calle más importante de España, en el año 1999. Maru sentía estar frente a su ídolo, y en un intento de impresionarlo le dijo, “yo escucho voces”, filosofando sobre la voz interna de cada uno. Pero para Chaco fue como saludar a alguien más, “la primera vez que me la presentan no le di mucha bola”, y sin mucha empatía, respondió, “¿no será otitis?”.
La payasa
María Eugenia Favale -o Maku Fanchulini para el mundo del clown- nació el 15 de mayo de 1981 en Liniers. Su padre ingeniero y mamá contadora no se opusieron cuando a los 14 años Maru empezó con los malabares, sobre todo, influenciada por Ezequiel, su hermano seis años mayor, con quien tenían una relación totalmente paternal. “Aparecieron los malabares en el país a partir de una idea tuya -dice ella señalando orgullosa al hombre que hoy está sentado a su lado y que es su marido-, que fuiste el primero que cruzó el charco, fue abriendo caminos, fue el pionero”, relata ella con un matiz parecido a la adoración de un ídolo.
En el verano de 1996 Maru, de 15 años, viajó a la costa con su familia. En esas vacaciones, su hermano la llevó a ver unos espectáculos callejeros a la plaza de San Bernardo, “y aluciné, no sabía qué me había pasado pero me había enamorado de ese mundo que me mostraba la libertad que atravesaba a los artistas de calle”, revela ella esta sensación que descubrió años después. Así, empezó a trabajar de malabarista, “viéndolo a Chaco”. De hecho, para Maru fue esta la primera vez que la pareja hizo contacto, aunque él no la haya registrado, “en ese verano que yo lo veía como espectadora, estaba empezando y un día pasé con los zancos por la plaza de San Bernardo, y él me vio cruzar y me dijo, ‘qué hacés colega’. Ahí hubo un primer ‘algo’ que no me olvido nunca más”.
Los años transcurrieron con normalidad hasta que de pronto, luego de tres veranos casi calcados, la familia Favale sufrió la peor de las tragedias: “la relación que yo tenía con mi hermano era muy fuerte, era mucho más que mi hermano; mis padres estaban separados desde muy chica, entonces nosotros siempre estuvimos muy unidos. A pesar de tener padres presentes, con mi hermano teníamos un amor incondicional -dice entrelazando para encajar perfectamente los dedos de sus dos manos, e insiste-, era mucho más que mi hermano, una figura masculina muy importante en mi vida -da un gran suspiro mientras se sume en los recuerdos-, el primer faso me lo fumé con mi hermano, a mi primer recital fui con mi hermano, los primeros malabares los hice con él -sube llamativamente el volumen de su voz para anunciar lo que sigue-, él me lleva y me muestra en San Bernardo a Chaco y a todo ese mundo, como que me deja todo el camino preparado y, el 23 de enero de 1999, mi hermano tuvo un accidente de tránsito y pierde su vida, se transforma, cambia su materia”, dice para explicar lo inexplicable. El accidente fatal se dio en la ruta que une San Bernardo, lugar donde veraneaban los Favale, y Villa Gesell, destino donde Ezequiel de 23 años iba a hacer su show para ganarse unos “mangos”. Antes de salir los hermanos tuvieron una discusión porque ella quería ir pero él no la dejó; “Me dio un último abrazo después de la pelea, y… -hace un silencio- Claro, no podía ir porque él tenía que irse a otro viaje”, dice Maru aceptando con sabiduría la pérdida de un ser tan querido.
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El golpe fue demasiado fuerte pero Ezequiel también le había regalado una pasión y, en una muestra de amor eterno, Maru decidió hacer honor a su hermano y seguir por el sendero que él le había contagiado, “con la muerte de mi hermano vendimos una camioneta, pegué un dinero y me fui de viaje a España con unas amigas que habían trabajado con Chaco, y cai en el festival de Tárrega”. Los artistas se cruzaron y se dio “el episodio de la otitis”.
“Yo no sé qué le pasa a esta pendeja pero me habla todo el día de vos, te mira a vos”, le contó una de las amigas de Maru a Chaco. “Yo la verdad no le di bola, era muy chiquitita”. En aquella época ella tenía 18 años y él 38. “A mí algo me pasaba con él; no entendía qué pero había una excitación ahí; algo hermoso que se respiraba”, dice ella como queriendo acariciar el aire en un gesto lleno de ternura. “Era consciente de que algo me pasaba pero ni me lo planteaba porque él era Chacovachi”. Y se prepara para anunciar lo que viene con respeto, “Chacovachi en nuestro mundo es el que abrió el camino, nuestro referente de Argentina y Latinoamérica para los artistas y payasos de calle”, y remata, “además, 20 años más grande que yo, ¡no me iba a dar pelota!”.
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El amor
Pasaron los años y en ese verano del 2002 en el cual los argentinos se debatían sobre cómo subsistir con sus ahorros “robados” por el corralito, se daría la segunda oportunidad. “Yo tenía el Circo Vachi en San Bernardo, en un gran predio el cual venían 2000 espectadores por noche”, y Maru trabajaba en la peatonal con sus malabares, “me acuerdo que mientras hacía la función me pasaban los cacerolazos por al lado”, comenta ella haciendo el gesto de quien hace sonar una olla invisible. Chaco le había pegado el ojo pero, al margen de que cada uno tenía sus parejas, el payaso no creyó que ella se fijaría en él, “siempre me gustó pero nunca pensé que me iba a dar bola. Veinte años de diferencia… era demasiado linda y sensible para darle bola a un payaso punky como yo”.
Cuando terminó la temporada estival, Chaco y Maru quedaron en contacto. “Venía de tener una frustración de pareja de muchos años, había muerto mi madre y me fui a Brasil a dirigir un espectáculo, para el cual trabajaba de lunes a sábados”, explica él queriendo resumir que el día no laborable, con la falta de actividad, la soledad lo invadía, “los domingos quedaba solo en la casa”. Por aquellos tiempos en donde no había WhatsApp y la inmediatez tenía forma de mail, la casilla del payaso se iluminó, “Estaba solo -repite-, era mi cumpleaños número cuarenta -lo cual aumenta el estado de nostalgia-, y Maru me mandó un mensaje: ‘Feliz cumpleaños, ¿cómo estás?’”. Un mensaje corto y simple que en ese momento significó un mundo de amor. Algo inexplicable lo hizo responder con verdadera y cruda melancolía, “Bien. Acá, necesitando a alguien que me quiera y que me cuide”. Enseguida, Maru agarró el guante y tipeó, “Yo también”. De pronto ambos vieron luz en un túnel que unía, sin escalas, San Pablo con Buenos Aires y conducía al más hermoso de los destinos, “ahí los dos sentimos algo”, dicen al unísono como si la palabra “algo” fuese un perfecto sinónimo de amor.
“Yo venía todavía con el duelo de mi hermano; lo que me estaba salvando era el arte”, dice Maru explicando el por qué de su respuesta al mail de Chaco, “Estaba destrozada, tenía el corazón roto y calambres en el alma”. Entonces un mail llevó a otro y, como si estuvieran chateando, desde Brasil llegó un “Me gustás. Te quiero”, que fue devuelto con un, “Te voy a buscar al aeropuerto”, y las sensaciones casi idénticas de saber que la próxima vez que se miraran a los ojos la conexión sería mágica.
A las dos semanas, un día de mayo de 2002 Chaco volvió a Buenos Aires y Maru lo fue a buscar a Ezeiza y... “como buena payasa se equivoca de vuelo”, recuerdan entre risas. No lo encontró y llegó dos horas más tarde a la casa del payaso pero al parecer la confusión y la espera valieron la pena, “me golpeó la puerta, le abrí y nunca más nos separamos, nunca más dejamos de dormir juntos desde esa noche… ya pasaron 21 años”, cuenta él maravillado. “En el momento que nos escribimos los mails yo estaba mal, con el corazón en la mano, ya me había acostumbrado a que una parte mía no sonreía, interiormente no estaba feliz y me preguntaba, ‘¿será así toda la vida?’”, se sincera ella con la resignación de aquel momento, “ya está, voy a seguir, me la banco”, se decía para sus adentros, “nunca más voy a sentir las ganas de vivir como las que tenía antes”, pensaba en relación a la muerte de su hermano. “Y en eso el amor te salva. Después de que empezamos a estar juntos recuperé esa felicidad”, reflexiona ella con la sonrisa dibujada.
Una vez ya conviviendo descubrieron que su amor se había iniciado casi desde el nacimiento de Maru, “Estábamos mirando unos VHS de payasos que tenía Fer en la casa y de repente me quedé eclipsada: ví en la pantalla un payaso que estaba trabajando con un perro, me cayó una lágrima -cuenta Maru dibujando con el índice desde su ojo una línea vertical hacia abajo-, y digo, ‘¿quién es este payaso? ¡A ese payaso yo lo conozco, lo veía en Necochea cuando era chiquita! Y me acuerdo de emocionarme y no poder llegar a saludarlo…’”, rememora ella con la misma emoción de la nena que era a los siete años. Chaco dejó lo que estaba haciendo en la cocina, la agarró de las manos y mirándola a los ojos le dijo, “ese payaso soy yo”.
Chaco había estado casado dos veces pero nunca había sido papá, “tener hijos sabía que me iba a atar, y para atarme tenía que atarme con la persona indicada. No quise tener hijos con mis otras parejas. De hecho mi segunda mujer me dejó porque quería tener hijos y yo no. Con Maru, los dos hijos que tenemos los buscamos”, remarca él, y explica, “Sentí desde el primer día con Maru que iba a ser un amor para siempre”, se refiere al día que ella lo fue a buscar al aeropuerto.
Cuando tenían 24 y 44 años se agrandó la familia, “hubiera preferido tener hijos de más grande pero ya estábamos re enamorados y yo quería que él sea el padre de mis hijos. Pensé, ‘más vale que me apure porque…’”, cuenta Maru, y Chaco interrumpe con humor, “yo ya estaba para abuelo”, se ríen. “Antes yo no quería tener hijos porque no era la pareja indicada pero con ella sí quería tener hijos -y toma envión para anunciar lo que sigue con fuerza-, todo quería con ella”, aunque sus parejas anteriores tenían que ver con el universo del arte, con Maru fue diferente. En cambio para ella está claro quién fue el primer hombre que atrapó su corazón, y sorprende, “yo tuve novias y tuve novios, pero mi primera pareja importante fue Fer, me duraban muy poco tiempo a mí”. Así, el 26 de julio de 2005 nació Ringo, su primer hijo, y el 4 de agosto del 2011 llegó Lola, la más chiquita de la familia.
Desde la noche que Chaco llegó de Brasil, cada uno sigue haciendo lo que ama pero ahora juntos, como “¡Cuidado! Un payaso malo puede arruinar tu vida”, el show internacional de Chacovachi en su 40° aniversario como artista, con Maku Fanchulini como invitada especial, que presentan todos los domingos de junio y julio a las 17hs en Teatro Caras y Caretas (Sarmiento 2037, CABA). Hoy el dúo de payasos está súper profesionalizado, “Ella trabaja en Francia, porque no necesita el idioma para lo que enseña, y yo en todos los países de habla hispana y portugués”, cuenta Chaco admirado de su evolución. “Ahora sigue la aventura los cuatro juntos para todos lados”, explica ella y cuenta que se presentan como familia porque además de ellos, también sus hijos hacen lo suyo detrás de escena. Finalmente, ambos reflexionan, “Creemos que el destino está marcado y también uno lo hace”.
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