En el mundo actual el amor puede llegar desde cualquier lado y esconderse en cualquier rincón del planeta. A Daniela (46, psicopedagoga, nacida en Oriente, pero residente argentina) la sorprendió una tarde desde una pantalla y tuvo que surcar los aires, la pandemia y las diferencias culturales para llegar hasta hoy.
Acá vamos con esta historia que ilustraremos con tres fotos reales: las de sus respectivos perros y un beso que se dieron en Ushuaia donde no se ven sus caras, pero puede espiarse su amor.
Aterrizaje en Caballito
Daniela, su madre Shao, su padre Li y su hermano mayor llegaron desde Oriente (nos reservamos desde qué país por expreso pedido suyo) a la Argentina cuando ella tenía 7 años. Li y Shao buscaban aventuras, pero también alejarse de los conflictos políticos que veían avecinarse en su patria. Aterrizaron en el barrio porteño de Caballito y venían con un negocio armado de exportación de indumentaria.
A pesar de que habían dejado a miles de kilómetros padres, hermanos, primos y amigos y de lo que pesa en su cultura la unión familiar, les fue muy bien.
Daniela sufrió menos que su hermano la adaptación escolar y, finalmente, con el paso del tiempo todo se acomodó. Hicieron la primaria en una escuela pública, pero al llegar el secundario Daniela ya estaba muy volcada a la música: tocaba el violonchelo.
“Me estaba formando como concertista, era mi vocación, y dedicaba a ello ocho horas por día. Decidí que iba a hacer un secundario intensivo para adultos para no abandonar la música”, rememora.
A partir de ahí, de siete de la mañana a once de la noche, Daniela tenía agenda completa.
Dio un par de conciertos y si bien su pasión inicial estaba en el violonchelo, a los 21 años la vida la llevó a estudiar otra carrera: psicopedagogía. “Quería ir a la universidad, no me conformaba con hacer el Conservatorio. Soñaba con entrar a la UBA”. Demoró unos cinco años en terminar la carrera, se recibió con 26.
Respetando la tradición de su país de origen, Daniela trabajaba, pero nunca se le ocurrió irse a vivir sola: “En nuestra cultura, la mujer no se va a vivir sola hasta que no se casa. Continué con las prácticas en un hospital público y abrí mi consultorio particular. Realicé posgrados en distintas áreas: psicodiagnóstico, educación, forense… y ahora estudio online en una universidad de Barcelona porque luego quiero hacer un doctorado en París”.
Con tanto estudio la pregunta es inevitable: ¿en qué momento entró el amor en su vida? Sonríe a la cámara, en nuestra conversación por Whatsapp, y relata con calma: “Mi vida de pareja era un desastre. Mucha desilusión. Siempre mis relaciones habían terminado mal. Tenía que elegir entre mi pareja y la carrera. Nunca sentí el apoyo de la otra parte. La relación más larga que tuve duró dos años. Íbamos y volvíamos. Estaba enamorada, pero era un tipo que no quería compromisos, un mujeriego. Después tuve historias más cortas que se rompían enseguida. No comprendían mi cultura oriental… Creo que había un choque cultural. Yo no me sentía comprendida y ellos no entendían que siguiera viviendo con mis padres. Acá eso no se ve como algo muy normal. La mayoría se va a vivir sola enseguida. Pero, bueno, nosotros somos así”.
Bajar los brazos
Daniela cuenta que, cansada de sufrir y llorar por relaciones que no conducían a ningún lado, a los 42 años bajó los brazos. Justamente fue ahí cuando apareció el hombre de su vida.
“Lo conocí por casualidad. Ya me había dado por vencida. ¡Había chocado tantas veces contra la pared! Me había dado un respiro. No quería sufrir más. En Internet yo me metía en grupos online de compositores para conocer gente de otros países que tuvieran la misma pasión por la música. Quería seguir aprendiendo. Entre mis contactos había un compositor (se ríe con timidez) y, no quiero parecer mala, pero la verdad es que no me gustaba su música. Un día posteó una canción y no me pareció nada buena, pero vi que tenía tres likes. (Daniela vuelve a reírse) Me dije, ¡a ver quiénes son estas tres personas tan buenas y gentiles que le likean esto!… Los miré uno por uno. Y entre esos tres estaba un tal Vesa. Me llamó la atención su foto de perfil con su perra, una Golden Retriever. Era la cara de él con la de ella. ¡Guau, me dije, que hermosa foto!. Soy una loca por los perros y tengo uno rescatado. ¡Qué ganas de hablar con él!, pensé y no dudé. Le envié una solicitud de amistad por Facebook. Era el 21 de enero de 2019. Me contestó enseguida. Me mandó, al toque, un mensaje por privado y me dije... ¡Guau que buena onda!”.
Ninguno de los dos olvidó nunca ese día.
Conversaciones que viajan sobre el mar
La charla en inglés fluyó con respeto y facilidad. Congeniaron.
“Me dijo que era finlandés, que tenía 47 años, que vivía en Helsinki y que estaba aprendiendo composición. Es un amante de la música de películas y me contó que conocía a muchos compositores argentinos como, por ejemplo, a Gustavo Santaolalla. Me gustó, me sentí cómoda, era una persona culta”.
En los mensajes que continuaron él le reveló que era separado y que no tenía hijos. Daniela no demoró en decirle que ella tenía 42 años aunque pareciera más joven en la foto y, enseguida, por si acaso, le confesó que vivía con sus padres y su hermano: “Quise echarle flit desde el principio, pero fue increíble porque eso no lo asustó. Por el contrario, Vesa me dijo que le parecía muy práctico que viviera con ellos así los podía cuidar cuando estuvieran mayores”.
No era una búsqueda de pareja, la conversación había empezado ingenuamente por gustos en común: “Lo que más me atrajo es que era muy respetuoso. Porque los hombres, a veces, se pasan de la línea muy rápido. Vesa no se desubicó en ningún momento y eso me permitió seguir conversando y tener confianza. Básicamente hablábamos de música. Mensaje de texto va y mensaje texto viene, pasaron semanas. Hasta que un día, él que estudiaba orquestación y que sabía que yo había compuesto un par de obras, me dijo: ‘Cuando tengas ganas podemos hacer una colaboración’. Yo podía escribir lo del violonchelo y él le iba a agregar otros instrumentos”.
Daniela le dijo que sí y él le propuso una videollamada por Skype para poder charlar mejor sobre el tema: “Se dio nuestra primera charla en video. Fue muy seria. Años después Vesa me confesó que se había mostrado muy profesional, pero que enseguida se había dado cuenta de lo mucho que yo le gustaba”.
Empezaron a componer obras musicales juntos. Recién ahí Daniela se animó a preguntarle desde cuando estaba divorciado. Vesa le respondió que desde hacía unos cuatro años.
Habían pasado tres o cuatro meses de charlas cuando un día Vesa desapareció por 48 horas de todos los chats. Daniela se alarmó: “Empecé a preocuparme porque él vive solo. Entonces le mandé una pregunta concreta: ‘¿Estás bien? Me preocupás’”.
Cuando Vesa leyó la palabra preocupación le respondió: “¿Estás preocupaba por mi bienestar? Eso, ¿qué significa? ¿que soy tu novio?”
Daniela se quedó helada, no sabía qué contestar, pero él insistió: “¿Soy tu novio entonces?”
Daniela le siguió la corriente, como si fuese un chiste, un juego al modo argentino: “Bueno, dale, sí por eso me importás”.
Pero Vesa no lo decía en broma. Para nada.
Los finlandeses son muy directos, explica Daniela, “si es una relación profesional es eso y punto. Al principio nuestra diferencia cultural, mi mezcla argentina y oriental y la suya finlandesa hacía ruido. Para él las palabras son muy serias”.
Si bien el hobby de Vesa es la música, tiene un máster en ciencia política y trabaja en una organización que ayuda a los inmigrantes a integrarse a la cultura finlandesa: “Es como un coach que los ayuda a integrarse y se preocupa porque estén bien. Acomoda a los inmigrantes. Hace algo así como psicología social y yo soy psicopedagoga y ¡los dos amamos la música y los perros!”.
Ahí surgió otro punto de unión muy curioso: los dos tenían perros como mascota. La de Vesa, la Golden Retriever blanca de su perfil, se llama Vida. Y el de Daniela, un perro callejero rescatado, se llama Life (Vida en inglés). Increíble coincidencia.
A trece mil kilómetros de distancia el amor había nacido.
Una visita por diez días
Daniela sabía que Vesa era maratonista. Este era un hobby que no compartían. Pero un día una carrera porteña le dio la sorpresa.
Todo seguía online cuando en junio, ya habían pasado seis meses de su primer intercambio de mensajes, Vesa le dijo que se iba a anotar para correr el maratón de Buenos Aires que se realizaría en septiembre. Faltaban menos de 90 días y a Daniela le comenzó a latir fuerte el pecho.
-Me voy a anotar
-¿Qué significa eso?
-Qué voy a ir
Daniela recuerda: “Quedó ahí, no dijimos nada más. A mí me gustaba muchísimo, pero no tenía muchas esperanzas de que fuera factible una relación de verdad por la lejanía. ¡Era difícil apostar por alguien de otra cultura tan distinta y a miles de kilómetros! Si me rompían el corazón los que estaban cerca, esta vez sería todavía más fácil que me lastimaran. Tomé la idea con mucho cuidado”.
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Su inicial desconfianza surgió en algunas conversaciones: “Él trabajaba con muchas colegas mujeres. En mi cabeza porteña un hombre entre muchas mujeres trabajando juntos… no me daba nada de confianza. No se lo decía, pero él lo notaba. Hasta que, inevitablemente, un día salió el tema de que yo había sufrido muchos engaños y que no quería atravesar por lo mismo otra vez. Vesa intentó explicarme que en su cultura no pasaba eso. Me dijo que los hombres allá respetan mucho a sus colegas y que no salen con ellas. Que no mezclan su vida personal con el trabajo. Yo decía ‘dale dale…' y me reía y trataba de alejarme porque no le creía una palabra. Pero él era muy serio en ese punto”.
Vesa no entendía los resquemores de Daniela: “No sé bien de lo que me hablás… soy finlandés”. No se podía hacer cargo de los miedos y de lo vivido por ella hasta que un día le dijo: “Tenés que venir para ver cómo vivo y me creas”.
Con el tiempo y su presencia virtual permanente Vesa fue convenciendo a Daniela de que hablaba en serio. Le fue presentando a sus amigos y a su familia en distintas charlas online.
Llegó septiembre y con la primavera también llegó Vesa en una visita por diez días.
“Yo vivía en Pilar en ese momento, con mi familia. No fui a buscarlo al aeropuerto. Tenía miedo de involucrarme demasiado y tampoco me gusta manejar por autopistas. Él alquiló, por Airbnb, un departamento en un barrio privado con amenities y pileta, cerca de mi casa. Se vino en un taxi desde el aeropuerto y me iba mandando mensajes. Apenas llegó a su alojamiento me avisó”.
Vesa estaba ahí, a pocos kilómetros, a minutos no más. Daniela no podía creerlo. Se subió a su auto y fue con el estómago apretado por la ansiedad. En la guardia del condominio le dijeron el piso donde estaba su novio virtual finlandés. Estacionó y subió.
“Toqué el timbre y, cuando Vesa abrió, de los nervios no pude hablar una sola palabra en inglés… Empecé a hablar en español… ¡Fue espectacular! Sentí como si siempre lo hubiera conocido. Él me abrazó y yo me dije: ‘¡¡¡Guauuu es él, es el hombre de mi vida!!!’ Me aflojé. Lo abracé y lo besé. De la emoción, después de dos segundos, me agarró la cara y me miró y me dijo: ‘¿¿Esto es real???’”.
Lo era.
Todo funcionó perfecto. Hubo química.
“Fluyó maravillosamente. Yo seguí con mi trabajo. Nos encontrábamos todos los días, pero no me quedaba a dormir. Él me lo pidió, yo le volví a explicar que vivía con mi familia y cómo eran las costumbres orientales en mi casa. Lo aceptó, lo cual fue muy bueno para mí. No lo presenté, porque mi familia no estaba nada convencida de una relación a distancia”.
Daniela lo llevó a comer asado y él fue a la ciudad de Buenos Aires a correr la maratón.
“¡Hizo su mejor tiempo: tres horas cincuenta y tres minutos! Estaba contentísimo. Llegó el día de su partida. La despedida fue en el departamento. Él se fue al aeropuerto en taxi, como lo tenía programado. Me quedé triste, pero no me sentí mal como en las relaciones anteriores que no funcionaban y que se borraban. Porque Vesa me mandó mensajes desde el aeropuerto, desde el check in, todo el tiempo”.
Vesa estaba muy presente y para Daniela eso era lo más importante.
La lejanía de la pandemia
Apenas se fue, Vesa comenzó a planear la siguiente visita. Sacó pasaje con mucha anticipación para julio del año 2020. Se tomaría cinco semanas de vacaciones para estar con Daniela. Solo era cuestión de seguir online unos meses más. Pero el planeta tenía reservado para la humanidad otro destino. Y lo que iban a ser unas vacaciones soñadas se transformó en una angustiosa espera de tres años y medio. El Coronavirus metió la cola y rompió todos los esquemas de los seres humanos alrededor del mundo. Incluidos los de ellos.
“En enero de 2020 me fui de vacaciones a Chapadmalal. Ahí estaba muy tranquila con mi familia cuando empecé a leer lo del virus de China que se expandía. Se lo dije preocupada a Vesa, pero él me tranquilizó. Yo le insistí que se fijara porque sonaba como como una gripe aviar grave”.
En marzo se decretó la Pandemia por COVID 19 y se instalaron las cuarentenas. Los aviones quedaron en tierra y los cielos enmudecieron. Al principio, Vesa y Daniela no creyeron que esto pudiera poner en peligro el viaje de julio. Poco a poco, el panorama oscureció. Muertes, confinamientos y demás políticas de los distintos estados hicieron que los sueños quedaran paralizados. Incertidumbre total.
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“Fue un derrumbe espantoso para nuestros estados anímicos. Íbamos a estar separados sin saber hasta cuando. Para él también fue muy fuerte. ¡Y eso que Vesa podía pasear a su perro por el bosque! Nosotros, ni a la calle salíamos. Fue muy difícil. La íbamos atravesando como podíamos”.
Y, aunque parezca mentira, como en las relaciones de convivencia forzada entre cuatro paredes, en los afectos online la Pandemia también tuvo su efecto: “Discutíamos por cualquier cosa. En un punto casi nos separamos. Yo decía que no tenía mucho sentido seguir, cómo iba a ser nuestro futuro. Sentía que la pandemia no se iba a terminar más. Estaba peor que él, más negativa y más trágica. En el mientras tanto, Vesa empezó a crear una webserie contando justamente nuestra historia. La de una pareja a la distancia separada por la pandemia y las diferencias culturales. Eso nos entretuvo mucho e hizo que el tiempo pasara más rápido”.
La tenencia compartida de un perro
Uno de los temas de conflicto fue la perra de Vesa. Daniela se enteró de que él tenía tenencia compartida de su mascota Vida con su ex mujer. No habían tenido hijos, pero ¡compartían la perra!
“Yo no podía entender eso. Era como si fuera un hijo. A mi me parecía un absurdo y me sugería que había una alta posibilidad de que volvieran a estar juntos con su ex. Vesa insistía en que no, que en Finlandia cuando se termina una relación se termina. Que no es común que uno vaya y vuelva. Yo, que estaba acostumbrada a que las relaciones pueden ser un chicle, de hecho había vuelto con un ex varias veces, no podía creerlo. Pero él, cero rollo, y un día le pidió a su ex pareja que me escribiera para que yo pudiera entender mejor las cosas. Ella me mandó un mensaje re buena onda, a las dos nos encantan los perros. Fue muy cómico porque pegamos onda enseguida. Vesa no puede creer que podamos ser casi amigas”.
1257 días separados
Lo cierto es que el tiempo pasaba y seguían sin poder concretar el encuentro por distintas restricciones y problemas inesperados. No tenían certificados de unión para justificar el viaje. Vesa sacó tres pasajes y los tres los perdió. Fueron 1257 días los que pasaron hasta volverse a ver. Los contaron uno a uno.
“Estuvimos separados 1257 días, desde el 23 de septiembre de 2019 hasta el 3 de marzo de 2023. Si bien en 2022 estaba todo liberado, yo justo me había mudado a Necochea con mis padres y con mi hermano. Era difícil conciliar fechas. Seguí trabajando online y ese verano del 2022 hubo un brote de Covid y preferimos esperar. Finalmente pidió vacaciones y sacó pasaje para marzo de 2023″.
La nueva cita tenía fecha.
Llegó febrero y estaban a treinta días del viaje cuando surgió un serio contratiempo. A Vida, la perra de Vesa, le diagnosticaron cáncer. Todo los planes volvieron a crujir. Los cirujanos la operaron de urgencia: le sacaron cinco tumores. Era un milagro, se había salvado. El viaje que pendía de un hilo también se salvó.
Vesa, ya con 51 años, viajó a Buenos Aires el pasado mes de marzo. Daniela estaba por cumplir 47.
“Esta vez contraté un remís para que lo trajera a Necochea. ¡Podés creer que al remisero se le rompió el auto y no apareció en el aeropuerto de Ezeiza! Vesa me avisó y le saqué un pasaje en ómnibus a Mar del Plata y lo fui a buscar. Ahí nos encontramos y ¡fue maravilloso! La misma química, el mismo amor. Otra vez nos preguntábamos si lo que pasaba era real. ¡Habían transcurrido tres años y medio! Él había alquilado un departamento por Airbnb y armamos un programa de una semana en Mar del Plata, dos en Ushuaia y una en Cariló para que conociera a mi familia. Esta vez mis padres entendieron que él es la persona que elegí y me apoyaron. Para una familia oriental te repito, no es sencillo. Todo fue magnífico, de película. Les mandábamos fotos desde el sur a los míos y al volver se conocieron. Se cayeron muy bien y fue muy lindo… Y un detalle que quiero contarte: como en Ushuaia cumplíamos cincuenta meses de conocernos me dio una sorpresa: ¡un mágico vuelo en helicóptero!”.
De vuelta a Finlandia
Otra vez llegó la despedida, pero con muchos planes en marcha. “La idea es que nos queremos casar. Ya nos elegimos. Ya no hay dudas, no queremos a ninguna otra persona en nuestras vidas. Estamos averiguando si conviene que él venga a vivir acá o yo ir para allá. Hay que considerar todo. Está mi familia. Él vive solo, no hay tanto problema en ese punto. También podría ir yo primero a visitarlo. Sabemos que el tiempo vuela y no somos jóvenes, pero estamos decidiendo el lugar donde vamos a vivir, averiguando qué documentación se requiere en cada caso. Están abiertas todas las opciones. Yo podría trabajar a distancia, mi idea es expandir mi trabajo hacia Centroamérica. En cambio, lo que él hace es presencial. Lo que está claro es que los dos sentimos que somos el amor de nuestras vidas”.
En este punto se suma Vesa a la charla. Allá son seis horas más y la temperatura marca 7 grados. Está caminando con ropa deportiva con su perra Vida. Vesa lleva auriculares y una sonrisa eterna. Describe el barrio, llega a su casa y abre la puerta. Al fondo del living, sobre una ventana, me sorprende una bandera desplegada. Es celeste y blanca con un sol radiante en el medio. Daniela sonríe y aclara que él ama la Argentina. Él completa diciendo que su sueño como compositor es que algún productor de nuestro país lo contrate para componer la música de una película argentina.
Vesa también señala en la pared de su rincón de trabajo unas láminas pegadas. Son las de su webserie que va por la quinta temporada. Cuenta que ya ganó varios premios en distintos festivales y que es algo que ellos podrán hacer juntos. Habla en un claro inglés: “Quiero encontrar un futuro, algo para hacer juntos y que eso nos permita vivir y pasar el resto de nuestras vidas y tener nuestra familia, nuestros perros… Quiero vivir con quien amo y componer y hacer música. El próximo paso es ver si viviremos allá o acá o ¡en los dos lugares! A mí no me importa que se vea mi cara en la nota, pero a ella la tenemos que cuidar por su profesión”. Vesa sonríe cómplice y señala con el dedo a la cámara y expresa con fuerza: “Yo quiero casarme con esta mujer. Me voy a casar con ella”.
Se ríen y se miran a través de los cristales líquidos retroiluminados de sus pantallas.
De pronto, me doy cuenta de que estoy de más.
*Escribinos y contanos brevemente tu historia. amoresreales@infobae.com
* Amores Reales es una serie de historias verdaderas, contadas por sus protagonistas. En algunas de ellas, los nombres de los protagonistas serán cambiados para proteger su identidad y las fotos serán ilustrativas
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